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Antón Castro

ENRIC JULIANA: DIÁLOGO SOBRE 'LA DERIVA DE ESPAÑA'

ENRIC JULIANA: DIÁLOGO SOBRE 'LA DERIVA DE ESPAÑA'

Ayer los alcaldes Jordi Hereu, de Barcelona, y Alberto Ruiz-Gallardón, de Madrid, presentaron el libro ‘La deriva de España’ de Enric Juliana, que ha publicado RBA. He entrevistado a Juliana para ‘Heraldo de Aragón’ (ofrezco aquí la entrevista completa) y éstas son sus respuestas. La foto, del acto de ayer, corresponde a J.J. Guillén de la agencia EFE.

 

-¿Qué hace un marinero como usted en la tierra seca de Madrid?

-Lo de marinero supongo que lo dirá usted porque nací en  Badalona, ciudad mediterránea que tuvo en 1979 un gran alcalde aragonés: Mario Díaz (Màrius, para nosotros), hijo de Barbastro. Desde la primavera de 2004, hace de ello cinco  años, dirijo la redacción de ‘La Vanguardia’ en Madrid y escribo crónica política, que es un género periodístico muy abierto. Y observo. Básicamente  observo esa gran ciudad-Estado que es Madrid. Es decir, observo la gran paradoja del estado de  las autonomías: el centro, más fuerte que nunca.

 

-¿En qué consiste ser un observador de media distancia, como le definen y se define?

Escribo para el diario de referencia de la segunda ciudad de España, Barcelona. E intento aplicar el método de la ‘media distancia’ que aprendí siendo corresponsal en Roma. ¿En que consiste este método o actitud? Consiste en sentirse extranjero sin serlo del todo.  Consiste en mirar las cosas como si no te perteneciesen. Consiste en buscar tu propio espacio -periodístico, por supuesto- si arrimarte más de la cuenta a la política politizada. Una vez, Juan José Millás, en plena agitación madrileña, me dijo: “Escribes sobre la política española como si fueses el corresponsal de guerra de un diario de Estambul”. Le respondí al buen amigo Millás: “La mirada distante también puede ser una mirada española”.

                      

-Dice usted que no es nada apocalíptico y que ‘La deriva de España’ nada tiene que ver con el naufragio de España. ¿Cómo debemos entender el título, cuál es su idea general?

No creo que España esté naufragando. No dispongo de datos que me permitan llegar a tal afirmación. No comparto el viejo tenebrismo hispánico, en el que siempre ha habido  mucho teatro y mucha exageración barroca. El país se halla en un momento económico muy delicado; posiblemente nada volverá a ser como antes y muchas cosas importantes deberán ser replanteadas.  El frenazo económico ha pillado a la sociedad española tan de improviso, que en estos momentos las notas dominantes son la perplejidad, la desorientación y unas primeras señales de irritación y profundo desasosiego. Algo de ello ya ha encontrado reflejo en las elecciones gallegas. No tanto en las elecciones vascas, dada la singularidad y el privilegio fiscal de Euskadi. “La deriva de España” significa que el país se halla en estos momentos sin un rumbo preciso en medio del más grave temporal económico vivido desde el final de la Guerra Civil. Puede recuperarlo, o puede quedar al pairo, si en el puente de mando no se toman las decisiones adecuadas. Con todo, mi libro no es un alegato, ni un llamamiento dramático a la salvación nacional. Es un intento de ir más allá de los límites que impone la crónica diaria, para dibujar una panorámica del momento español. Una panorámica que intenta ser rica en detalles e ideas; ideas en forma de paradoja, mayormente.

 

-¿Qué nos dejó el aznarato?

Un modelo de crecimiento económico que ahora amenaza colapso y el intento fallido de construir una alianza preferente con Estados Unidos en detrimento de la Unión Europea.  Aznar ha sido uno de los exponentes más beligerantes de la ideología neoconservadora, hoy derrotada en Estados Unidos. Es un hombre inteligente, con un carácter que no le ha ayudado a conseguir sus objetivos políticos.  Todavía no sé por qué puso los pies sobre la mesa en aquella reunión con Bush; por qué casó a su hija en el monasterio de El Escorial, lugar propio de la realeza, y por qué no pidió consejo fuera de la olla a presión de la Moncloa entre el 11 y el 14 de marzo de 2004.

-Habla usted del ‘misterio Zapatero’ ¿En qué consiste?

Muy poca gente conoce cómo es Zapatero.  De todos los presidentes de Gobierno que ha habido en España de 1977 es el que tiene un manejo más frío de la política.  Más que Aznar, mucho más    que a Aznar.  Le gusta el juego político, en sí mismo, disfruta sobremanera con él. No se angustia. Y esa falta de ansiedad ahora puede traicionarle.

 

-Dice: “Un núcleo rocoso se esconde bajo tanta flexibilidad y tanto deleite por la astucia”. ¿No estará exagerando?

 Zapatero vive la política como una profesión, lo cual no quiere decir que carezca de rasgos mesiánicos, que también los tiene. Su meta era llegar a presidente y lo ha conseguido. Quería instaurar una nueva manera de gobernar el país y en alguna medida lo ha conseguido. El PP puede que regrese al Gobierno en la próxima legislatura. Si ello ocurre, Mariano Rajoy –que será el candidato- asimilará algunos rasgos del ‘zapaterismo’. Puede estar seguro. Si quiere, cruzamos una apuesta.

 

 -Al presidente le aplica otra de sus frases de inspiración marina. “Zapatero se desdibuja con la furia de las olas”. ¿Es así como lo ve en medio del mar de la crisis?

En la anterior legislatura, a Zapatero siempre le costó mucho mantener la iniciativa. Ahora mismo ha vuelto a perderla. Lo cual no le impide ganar elecciones.

 

-Todo el libro se mueve en la paradoja permanente, cuando no en la esquizofrenia. Dice usted que vivimos entre dos polos: el apego a lo local y a la vez la deslocalización. ¿Podría explicarse?

No sé si esquizofrenia es la palabra. Vivimos en una época basada en la dislocación. Nada está en ‘su’ lugar por mucho tiempo. La incertidumbre excita el apego a lo ‘nuestro’ (véase la pelea diocesana entre Lleida y Barbastro) y la nueva dimensión económica y virtual del mundo nos aleja  de lo que un día creímos nuestro

 
-En esa dirección, también anuncia una caída de los nacionalismos y un auge de los regionalismos…

Mire, en España, hoy en día, regionalistas, lo son todos. Los somos todos, me atrevería a decir. El PSOE es regionalista en Aragón. Lo es también, -¡y de qué manera!-, en Andalucía. El PP es hoy el gran partido regionalista de Valencia. La señora Esperanza Aguirre actúa como regionalista madrileña. Habla que parece salida de ‘La verbena de la paloma’.  El nacionalismo es un regionalismo con más antigüedad, con más trienios, con más acreditación histórica, con más voluntad de ser, probablemente. La experiencia de estos últimos años muestra que la excitación nacionalista pierde apoyo social cuando traspasa un cierto umbral retórico y siembra incertidumbre en la sociedad que dice defender. Así acaba de ocurrir en el País Vasco. Pero los nacionalismos no van a desaparecer: son un elemento constitutivo de la moderna identidad española, entendida esa en un sentido amplio y generoso.

 
-¿Qué parece ese otro mito, fabricado por Aznar: la balcanización? ¿Existe, ha sido una cortina de humo?

Como buen neoconservador, Aznar empleó a fondo el método de la polarización. Tensar, tensar, tensar… para aglutinar a los tuyos. Y no hay mejor aglutinante que el miedo. Balcanización significa riesgo de guerra civil. España no está, ni ha estado en riesgo de romperse. Y es perfectamente legítimo que haya gente que defienda programas de independencia, respetando las reglas democráticas. A mayor capacidad de integración de la democracia, mayor unidad real del país. Los materiales más flexibles suelen ser los más resistentes.

 -Dice usted que “la estrategia de la tensión del PP ha sido efectiva”. ¿En qué o por qué?

La estrategia de la tensión del PP en la anterior legislatura no consiguió ganar las elecciones, pero si alcanzó uno de sus objetivos: impedir que Zapatero abriese un surco muy profundo en la sociedad española y se convirtiese en el Felipe González del siglo XXI. Estos días parece evidente que Zapatero tiene tener problemas de profundidad y amarre.

 

-Otra de las paradojas persistentes del libro: dice José Juan Toharia que ‘España es el país más optimista de Europa’ ¿Lo suscribe usted?

El sociólogo Toharia dice que la España democrática es una historia de éxito. Y tiene razón. Con todos sus defectos y precariedades, España ha dibujado una curva ascendente en los últimos treinta años. La creencia de que las cosas pueden mejorar, ni que sea a largo plazo, sigue siendo dominante incluso ahora, en plena crisis.  Toharia dice que un país así, no cae en el pesimismo fácilmente, y yo lo suscribo. En Galicia, la tierra del escepticismo, la desconfianza  y el desapego, según la mitología hispánica,  ¡un 70% de la gente ha ido a votar estas últimas elecciones!   Se sentían comprometidos con su futuro.

 

Anoto otras dos frases suyas: “España (…) es el país de los enfados superfluos”, y “los españoles tienen muy poca historia que celebrar en común”.

-Ya le he dicho antes que España tiende mucho a la exageración barroca. Y nuestro siglo XIX fue un desastre. La decadencia del imperio español comenzó a mediados del siglo XVII, culminó con la Guerra Civil 1936-39 y no nos empezamos a desintoxicar hasta mediados de los años ochenta, al firmarse el ingreso de España en la Comunidad Económica Europea. Tenemos mucha historia en común y pocos motivos de sincera celebración. España es una gran singularidad europea.

-¿Por qué es Andalucía la novia de España?

A lo largo de los años sesenta y setenta, en ambientes católicos y de izquierdas comenzó a forjarse la idea de Andalucía como tierra de redención. La idea de que Andalucía sería la prueba del nueve del restablecimiento de la justicia social en España en el momento en que el franquismo fuese sustituido por un régimen democrático.  Ello generó un extraordinario consenso –que aún perdura- sobre la atención y la protección de Andalucía y, por extensión, de toda la España meridional. Los italianos no han conseguido resolver la cuestión del ‘Mezzogiorno’; los españoles, en buena parte, sí. Creo que debe ser motivo de orgullo. Lo que ahora es lícito preguntarse, aun a riesgo de herir alguna susceptibilidad, es si Andalucía no se habrá instalado excesivamente en la esfera de la autosatisfacción.

  

-Vayamos con asuntos de Aragón. ¿Quién ha aportado más al debate nacional: Marcelino Iglesias, Jiménez Losantos o Labordeta?

Marcelino Iglesias siempre me ha parecido un buen presidente, me gusta su reserva y contención. Labordeta es un hombre que cae simpático, aunque no le conozco personalmente (Sé que era muy amigo del alcalde Díaz de Badalona). Y Jiménez Losantos es un auténtico fenómeno de la naturaleza: ¡ha conseguido monopolizar el púlpito más potente de la Iglesia española, sin ser católico! En Roma, lo ven y no se lo creen.

 
-Hace un elogio de la Expo de Zaragoza, un elogio contenido, y dice que “han fallado los lobbies”. ¿Qué lobbies?

Tengo entendido que la promoción de la Expo en el exterior se quedó corta. Hubo menos visitantes extranjeros de los previstos inicialmente. Y en Madrid algunas palancas no se movieron con la intensidad adecuada.

-Estuvo un día en la Expo. ¿Qué le pareció?

Me gustó. Se respiraba un cierto ambiente de contención difícil de encontrar en este tipo de eventos. Los aragoneses tienen sentido de la medida y eso estaba presente en la Expo. Me gustó especialmente el pabellón del Vaticano.

-Por cierto, ¿cuál su visión del conflicto por el patrimonio eclesiástico que existe entre Aragón y Cataluña?

¡Uf! En Italia, cuando un conflicto se enquista y no halla salida, exclaman: beghe di frati! (¡pelea de frailes!). Los conflictos eclesiásticos pueden durar siglos. ¿Cómo solucionarlo? No sé qué decirle. Quizá Lleida debería acatar y dar cumplimiento a la sentencia del tribunal eclesiástico, y Barbastro, con generosidad, compartir ese patrimonio con Lleida; organizar exposiciones itinerantes, por ejemplo. Si no lo tengo mal entendido, el compartir es un concepto cristiano. Lo que no puede ser es que esta bega di frati tapone y mediatice las relaciones entre la sociedad aragonesa y la catalana. Cerremos los ojos, intentemos relajarnos y contemos hasta cinco: estamos en el siglo XXI, Zaragoza y Barcelona se hallan a una hora de distancia con el AVE, Zaragoza y Lleida, a media hora; estamos metidos en una crisis económica de mil demonios…Yo diría que se impone un cierto espíritu de colaboración. Y añadiría que es obligación de la Iglesia católica promoverlo y bendecirlo. 

-Recuerda que el gobierno socialista ha mejorado el estatus financiero de la iglesia católica. ¿Por qué se queja tanto, por qué se manifiestan los curas en las calles?

La Iglesia, acostumbrada durante siglos a mandar en España, cree que la presencia del catolicismo en el espacio público está en peligro y lo defiende. En parte, lo entiendo. Pero no sé si lo defiende de la mejor manera.

 -¿Dejará de ser España un proyecto inacabado alguna vez?

Todo organismo vivo es siempre un proyecto inacabado.

-Volviendo a los periodistas. Lo comparan con Gonzalo de Reparaz y Kondratiev. Me ha sorprendido que no haya reivindicado usted a Larra en el año de su bicentenario…

Esas comparaciones (Gonzalo de Reparaz era geógrafo y Kontratiez, un economista ruso) son unas amables  licencias que se permite el autor del prólogo, el geógrafo valenciano Josep Vicent Boira, puesto que el libro se articula mediante una serie de mapas. ¿Larra? Me gusta más Valle-Inclán.

 

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