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Antón Castro

'VENENO' DE JULIO JOSÉ ORDOVÁS

'VENENO' DE JULIO JOSÉ ORDOVÁS

 VENENO

 

 

Por Julio José ORDOVÁS

Debe de llevar sus buenas horas arrastrándose bajo el sol. Adivino hacia dónde se dirige, pero no me explico de dónde viene, ni qué le habrá hecho abandonar el agua para deslizarse por un camino de fuego decidida a tragarse todo el polvo del mundo. Acuclillado, admiro sus penosos esfuerzos, y no puedo reprimirme las ganas de putearla un poco. La aguijoneo con una caña, y ella se retuerce con espasmos eléctricos, mostrándome su lengua bífida, diminuta. Por mucho que se esfuerce no va a lograr asustarme. Su fiereza resulta patética: he visto lombrices más grandes y moscardones más temibles.

   Está escrito que cuando el mundo se arrase solo quedarán las serpientes. Ellas serán las únicas que sobrevivirán a todas las devastaciones, y volverán entonces a reinar sobre la tierra. Pero la pequeña culebra que tengo ante mis ojos no disfrutará de ese paraíso infernal. La he cogido con cuidado, para acariciarla. He conocido a mujeres con la piel más suave, más fría y más escurridiza que la de las serpientes. Enfrentamos nuestras miradas como enemigos mortales, sin odio, casi con resignación. Yo estoy esperando a que ella me muerda y ella está esperando a que yo la aplaste. No se hace esperar: su mordedura tiene la dulzura de un último beso. La dejo libre. No se mueve. Sería ridículo y hasta deshonroso que tratara de escapar, y lo sabe. Busco una piedra que no le haga sufrir más allá de lo inevitable. La piedra más grande que encuentro no es lo suficientemente grande, y he de golpearla varias veces hasta que deja de temblar. En un pequeño agujero le doy cristiana sepultura y sigo mi camino, silbando. No me da miedo pensar que esta misma noche la culebra saldrá de su tumba y seguirá mi rastro y no descansará hasta que consiga enroscarse en mi cuello y envenenarme el corazón.

 

 

*La pasada semana el narrador, ensayista y crítico literario Julio José Ordovás publicaba este estupendo artículo-cuento en ‘Heraldo de Aragón’. Me gustó mucho. Muchísimo. Siempre he tenido una relación (una acercanza) muy curiosa con los venenos, o con las culebras. De niño, teníamos un gato, al que yo he llamado Acuña, que traía todos los días un escáncer plateado y lo dejaba en el vertedero; buscaba afanosamente escapar por el desagüe que era un caño que salía a la calle, si lo lograba, el gato volvía a traerlo al cabo de un rato. Mi madre, en verano, me decía de repente: “No fagas ruido e dame un pedrolo”. Y yo se lo daba, todo lo grande que podía: ella, de inmediato, lo arrojaba contra el suelo, y ¡zas! Había matado una culebra o una serpiente. Quizá fuera por eso que en mi adolescencia, medicado por Nitrozepan y cosas así por un amago de depresión, soñaba todas las noches con nidos se culebras o serpientes. Ahora, en Garrapinillos, veo casi todos los días una especie de lagartos o sargantanas que van y vienen por los muros. Los veo de casi todos los tamaños. Jamás se me ha ocurrido matar alguno. Ahora es mi madre, octogenaria y levemente coja de la pierna izquierda, quien me dice: “Nin se ocurra matalos. Comen os mosquitos. Estes mosquitos de merda que me están deixando doente”.

*Una foto de mujer con boa de Flor Garduño.

1 comentario

david mayor -

bravo! y felicidades, antón. un abrazo