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Antón Castro

SANDRA ANDRÉS BELENGUER: FRAGMENTO DE 'EL VIOLÍN NEGRO'

SANDRA ANDRÉS BELENGUER: FRAGMENTO DE 'EL VIOLÍN NEGRO'

EL VIOLÍN NEGRO

(Fragmento)

 

Por Sandra Andrés BELENGUER*

 

Avanzaron varios metros hasta situarse ante la estatua de bronce de una mujer, emplazada en una cavidad que a modo de pequeña gruta, parecía cerrarse en torno a ella.

Los contraídos rasgos de su rostro, reflejaban cólera e ira y su boca entreabierta, parecía contener una expresión que sus labios nunca materializarían.

Su cabello corto  y enmarañado se hallaba surcado por sinuosas serpientes,  que le conferían un extraño aspecto en un ritual de erótico exotismo.

Se hallaba sentada sobre un pedestal en cuya base podían vislumbrarse diversas salamandras mordiéndose entre sí en una brutal vorágine. Ataviada con un voluptuoso vestido que ocultaba parte de sus esbeltas piernas, sus senos permanecían desnudos y uno de sus brazos, extendido hacia los que allí la observaban, parecía alertarles de algún oscuro secreto con su gesto de rechazo. Todo su cuerpo mostraba signos de tensión, como si tratase de reprimir una violenta reacción que alterase su broncínea inmovilidad.

La figura estaba tenuemente iluminada por dos espléndidos candelabros que hacían resaltar no sólo sus rígidas facciones sino los relieves florales y las sonrientes máscaras que confeccionaban aquél recargado alveolo.

Christelle nunca había comprendido la razón por la que aquella enigmática estatua se encontraba en la Ópera, pero sentía que encajaba perfectamente con la insomne magia que envolvía el lugar, formando parte de sus misterios.

Observando la ornamentación que rodeaba la figura femenina descubrió, entre las voluminosas columnas, múltiples liras que parecían proteger aquel extraño santuario invocando la imagen del dios de la Música.

“La Ópera está llena de liras como estas…me pregunto qué sentido tiene un símbolo así en el violín”.

La suave voz de Kyriel le despertó de sus pensamientos.

—Te presento a la Pythie —dijo, extendiendo su mano hacia la estatua -; es una abreviación de pitonisa.

—¿Una pitonisa…en la Ópera?

—Su nombre deriva de la serpiente Pitón…

—¡Delfos! —exclamó ella adivinando su significado.

Los ojos de Kyriel centellearon con un repentino brillo.

—Exacto —convino sonriente -, es una de las pitonisas de Apolo en Delfos. Su trabajo consistía en predecir el futuro a todos aquellos que le otorgasen una ofrenda a su dios.

—Ahora comprendo su relación con las liras que la rodean… pero aunque sea una de las sacerdotisas de Apolo, no tiene mucho sentido que una estatua así se encuentre en la Ópera…

—En realidad, Garnier quería colocar en este habitáculo una escultura en mármol blanco de Orfeo.

—El hijo de Apolo, representante de su música…

Kyriel asintió.

—¿Y por qué cambió de parecer?

—Se dice que se encaprichó de la Pythie en una exposición en Roma y que la adquirió sin dudarlo aún a pesar de su desorbitado precio.

—Qué extraño… ¿Y quién la esculpió?

—Su autor es otra de sus curiosidades. Se hacía llamar así misma Marcello, pero su nombre real era Adèle d'Affry, duquesa de Castiglione-Colonna. Se dice que fue la escultora más célebre del Segundo Imperio.

Christelle no podía apartar su mirada de aquella figura que rezumaba una extraña belleza salvaje.

Todo su conjunto parecía haber sido extraído de una leyenda atemporal perdida entre los siglos.

En silencio, se aproximó hacia ella atravesando los márgenes que a modo de fuente seca, circundaban la estatua como una advocación de mármol.

¿Por qué la autora había esculpido la cólera en su rostro? ¿Qué significaría su mano extendida? ¿Estaba intentando detener algo…o alguien?

Súbitamente se estremeció dando un paso atrás.

—¿Qué ocurre? —preguntó Kyriel.

—Sus dedos… —señaló Christelle — ¡he visto cómo se movían!

Él entró en el semicírculo que circunvalaba la estatua y se detuvo junto a la joven que permanecía observando intensamente aquellos dedos de bronce, tensos como una garra.

—Es imposible —le dijo -, debes estar muy cansada, eso es todo.

—Pero…—comenzó a explicar volviéndose hacia él —estoy segura de que…

No pudo concluir. Con el rostro desencajado, indicó a Kyriel que se girara.

Ambos contemplaron, atónitos, cómo los numerosos visitantes que paseaban en el exterior de aquellos límites de mármol, habían ralentizado su velocidad natural, transformándose paulatinamente en coloridos espectros desdibujados que parecían vagar con dolorosa lentitud ante sus ojos.

Christelle se cubrió la boca con las manos y sintiendo que los precipitados latidos de su corazón aceleraban su ritmo, gimió desconcertada:

—Dios mío, ¿qué está pasando?

Kyriel no tuvo tiempo de contestar.

Una espesa neblina surgió tras la estatua, apoderándose de la pequeña cavidad donde se encontraban al tiempo que la luz proveniente de los candelabros fue atenuando su luminosidad, cegando su visión casi por completo.

—Kyriel… —musitó Christelle, aterrada.

En la penumbra, sintió sus masculinas manos sobre sus hombros.

—Estoy aquí.

La joven trató de respirar hondo, sin éxito.

La figura de bronce de la Pythie comenzó a impregnarse de un paulatino resplandor; un halo de luz blanca y pura que cubrió completamente su sombría silueta.

Christelle sintió que la sangre abandonaba su rostro cuando vió cómo aquel brazo extendido de la sacerdotisa comenzaba a moverse con rotunda decisión hasta detenerse ante ellos, señalándoles inquisitoriamente con el dedo.

Sus ojos, instantes antes inertes, parpadearon enérgicamente al tiempo que giraba su cabeza, observándoles sin que de su rostro se evaporase aquella mirada enfurecida.

En sus cabellos, las serpientes se retorcían y entrecruzaban en una insaciable confluencia y las extrañas salamandras que se hallaban a sus pies, parecían engullirse unas a otras entre la niebla, formando una imagen de pesadilla.

Christelle quiso gritar, pero el miedo atenazaba su garganta e inmovilizaba todo su cuerpo, obligándole a asistir a aquella quimera imposible que estaba teniendo lugar ante sus aterrorizados ojos.

La pitonisa se irguió en su pedestal con voluptuosa ondulación, como si ella misma fuera parte de los reptiles que la rodeaban y con una dantesca expresión en su rostro, de sus labios brotó una sonora exclamación:

—¡Deteneos ante vuestro destino!

Su voz parecía surgir del abismo más profundo y su poderoso eco resonó en aquella cavidad con fuerte y atronador estrépito. Christelle creyó que su corazón había dejado de latir.

—¡Buscáis aquello que está escrito pero incompleto, aquello que sin ello, lo que portáis no tiene vida! ¡Seguid la senda ya marcada y que vuestra voluntad cumpla con el hado!

Sus palabras quedaron flotando en el aire y tras pronunciar su misterioso mensaje, comenzó a recuperar lentamente su posición original adquiriendo la rigidez que caracterizaba a toda estatua.

Christelle sintió un acerado escalofrío penetrando en su carne como un cuchillo de hielo, congelándole desde los pies hasta las sienes. En ese momento, cerró los ojos con fuerza y deseó que aquel  aciago sueño se evaporase.

Cuando finalmente los abrió, comprobó que todo había vuelto a la normalidad.

Su cuerpo seguía tiritando más por miedo que por el frío que había envuelto aquella oquedad durante un tiempo que le había parecido  infinito.

Con el rostro desencajado, observó la estatua que hacía tan sólo unos segundos les había comunicado tan crípticas frases. Todavía podía escuchar su rugiente eco resonando en sus oídos.

La luz  había regresado a los candelabros y la neblina había desaparecido por completo devolviendo a la normalidad aquella cóncava zona.

Confusa y estremecida, se giró para ver cómo los visitantes no sólo no habían presenciado aquella especie de alucinación espectral, sino que seguían paseando con naturalidad deteniéndose de vez en cuando para realizar alguna foto.

Las manos de Kyriel permanecían sobre sus hombros, pero al igual que ella, su silencio era un signo evidente de su perplejidad.

 

 

*Fragmento de la novela juvenil ‘El violín negro’, escrita por la autora zaragozana Sandra Andrés Belenguer (1982), que narra dos historias paralelas, una de 1907 y otra de 2007 en París, en torno a la música y al enigma de ‘El fantasma de la Ópera’ de Gaston Leroux, escritor que también aparece en el volumen. En este fragmento, cedido por la autora y por la editorial Laberinto, aparecen dos de los personajes fundamentales: la joven virtuosa del violín Christelle y el misterioso Kyriel que le ayudará a resolver una inquietante trama. La foto pertenece a los archivos de la editorial Laberinto y de la propia Sandra, que es entrevista hoy en 'Heraldo'.

 

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