EL ABEDUL, POR EDUARDO VIÑUALES
EL ABEDUL
EL ÁRBOL DE BLANCA CORTEZA QUE VINO CON LAS GLACIACIONES
Inspirador de poetas, de leyendas y de cuentos.
En los altos valles del Pirineo Centro-Oriental crece un árbol
inconfundible por su blanquísima, brillante y lisa corteza, ramillas
pardo-rojizas y hojas deltoides, puntiagudas y con borde aserrado. Nos
referimos al abedul, también conocido en el Alto Aragón por el nombre de
“bedull” “barracera” “albarén” o “albá”. No supera los 10 ó 15 metros de
altura, posee flores masculinas y femeninas, y cuenta con diminutos
frutos en forma de lenteja y dos alas membranosas. Perteneciente a la
familia de las Betuláceas –junto a los alisos y al avellano- forma parte
destacada de nuestros bosques atlánticos. Su presencia en el solar
ibérico se remonta a hace 2 millones de años, momento en el que el
enfriamiento del clima anunciaba la llegada de los fríos periodos
glaciares del Cuaternario.
El abedul que encontramos por la provincia de Huesca en realidad
pertenece a dos especies distintas de difícil separación y, por tanto,
sólo reconocibles gracias a pequeños detalles poco visibles como la
pubescencia de los brotes o ramillas más jóvenes durante primavera. Una
de ellas es la conocida con el nombre científico Betula pendula –antes
Betula verrucosa-, con distribución eurosiberiana, siendo de las dos
especies la más frecuente en valles altopirenaicos como los de Benasque,
Bielsa o Tena, y cada vez más rara hacia el oeste, apareciendo incluso
en áreas prepirenaicas como Guara, Santo Domingo, Peña
Montañesa-Cotiella o Turbón-Sierra de Sis. Y, por otra parte, la segunda
especie es Betula alba –antes llamada Betula pubescens o B.
celtiberica-, que según el botánico José Antonio Sesé es de
requerimientos más borealpinos, estando a diferencia de la anterior muy
localizada en algunos puntos del Alto Pirineo como Ordesa-Bujaruelo,
Benasque-Cerler, Sahún o Castanesa… presente así mismo en la Sierra del
Moncayo. Ambas dos muestran preferencia por los sustratos silíceos que
los calizos, es decir, suelos con mayor acidez. Para complicar la
situación, en ocasiones Betula pendula y Betula alba se hibridan.
Por norma general el abedul es un árbol distribuido por la zona norte de
Europa y Asia. Soporta bien el frío invernal, es poco exigente en
nutrientes y, eso sí, requiere de parajes luminosos con cierta humedad
en el suelo. Cuenta con pequeñas poblaciones emplazadas en Sierra
Nevada, el Atlas Marroquí y el volcán Etna (Sicilia), y que son las más
meridionales. En España se reparte prácticamente por toda la mitad
septentrional -desde Galicia al extremo oriental de los Pirineos
gerundenses-, debilitándose su existencia hacia el sur, con rodales
relícticos en los ambientes microclimáticos de algunas montañas del
centro peninsular como Gredos, Guadarrama, los Montes de Toledo, las
Serranías de Cuenca y Albarracín, o el ya citado Moncayo.
Por lo general este árbol habita dentro de Aragón en zonas de montaña
con cierta humedad edáfica -riberas de ríos, arroyos y barrancos de
montaña, orillas de lagunas o entornos de turberas-, además de canales
de aludes y caídas de piedra, o suelos móviles. En nuestra comunidad
suele repartirse por terrenos de montaña comprendidos entre los 900 y
los 2.000 metros de altitud. En muchas ocasiones se le considera un
árbol pionero, pues aprovecha y coloniza por sucesión espacios huecos,
dejados vacíos por otros bosques desaparecidos a causa de avalanchas,
incendios o talas… Y si en el norte de Europa el abedul se asocia con
píceas y serbales de cazadores, o en las montañas cantábricas lo hace
con robledales, fresnedas y hayedos, en el Pirineo oscense el abedul se
entremezcla con abetos, pinos negros –en el piso forestal superior- y
diversas frondosas como el haya, bien formando masas mixtas o bien
salpicando a estas formaciones arbóreas dominantes. Existen algunas
excepciones a esta norma como la que podemos hallar en el bosque casi
puro de abedules que hay en la cara este de la Sierra de Chía, en la
Ribagorza, sólo comparable a los notables abedulares de los valles
pirenaicos vecinos de Luchon y de Arán.
Popularmente el abedul ha sido utilizado para la obtención de su savia
antes de que broten las hojas, siendo muy apreciada como excelente
remedio contra inflamaciones renales, para quitar pecas o poner tersa la
piel. Con ella también se elabora en el norte de Europa una bebida
alcohólica a modo de cerveza o vino de sabor agradable. La madera del
abedul es clara, blanda, de grano fino, con poco dibujo y muy ligera,
recibiendo variadas utilidades a la hora de elaborar cubas, cazuelas,
platos, muebles… e incluso cestos y canastos con las ramas.
Su corteza fina y casi transparente fue útil como pergamino y recibió
antiguamente el nombre de “librum”, del que deriva hoy el nombre más
moderno y castellanizado de “libro”. El abedul, en Rusia y en Finlandia,
es un árbol inspirador de poetas, de leyendas y de cuentos… a caballo
entre lo sagrado y lo melancólico.
*Eduardo Viñuales es un estupendo amigo y un naturalista y fotógrafo incansable. Hace unos días se presentaba, con el editor Modesto Pascau y el consejero Alfredo Boné, el último libro que ha coordinado: ‘Los bosques de Aragón’ (Prames), en el que colaboran muchos autores y más de una treintena de fotógrafos. Eduardo me envía un texto sobre el abedul y una de sus luminosas fotos.
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