CHRISTOPHER HITCHENS EN DEBATE
El escritor y traductor Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) acaba de publicar en Debate la traducción de ‘Amor, pobreza y guerra’ de Christopher Hitchens, un trabajo en el que ha empleado un verano completo al menos. En su blog, Danielgascon.blogia.com publica este artículo sobre el escritor, su mundo, este proyecto y la experiencia de la versión. Christopher Hitchens podría definirse ahora como un heredero de George Orwell. Es un artículo largo, pero realmente jugoso.
AMOR, POBREZA Y GUERRA
La vida, la obra y el pensamiento de Christopher Hitchens
Por Daniel GASCÓN
El primer libro de Christopher Hitchens que leí es Cartas a un joven disidente (Anagrama, 2003), por recomendación de Félix Romeo. Creo que es un libro que no tuvo el éxito que merecía; todavía lo releo de vez en cuando porque está lleno de anécdotas y frases estupendas, y algunas cosas todavía más importantes, como su defensa de la libertad, su reconocimiento de que a veces uno puede encontrarse defendiendo una posición con alguien con quien tiene desacuerdos fundamentales (y que eso no debería echarnos para atrás), el principio de que no hay que perdonar u ocultar los errores de los de “tu bando” para no “ayudar al adversario”, la recomendación de que es más importante cómo se piensa que lo que se piensa exactamente, o la afirmación de que hay algo saludable y revitalizador en leer el periódico y sentir indignación y polemizar.
Después leí La victoria de Orwell (Emecé, 2003), un estupendo ensayo que reivindica la importancia del autor de 1984 por reconocer a tres enemigos fundamentales –el imperialismo, el fascismo y el comunismo-; estudia y rebate las críticas que se le han hecho desde la izquierda, la derecha y la escuela posmoderna; y también refuta las calumnias que vierten sobre Orwell quienes nunca le han perdonado que enseñara la mentira brutal y repugnante del estalinismo.
Hasta entonces el nombre de Hitchens me sonaba por algunas de sus apariciones en Experiencia, de su amigo Martin Amis: allí se cuenta una virulenta discusión sobre Israel con Saul Bellow; en Koba el Temible (por entonces aún no lo había leído: salió en castellano poco después) Amis polemiza con Hitchens. En ese momento, Hitchens era un crítico literario y periodista de izquierdas que se había sentido asqueado por un sector progresista que buscaba la explicación los ataques del 11 de septiembre en la política estadounidense y los “agravios” sufridos por el “mundo islámico”: como si Bin Laden, su grupo de asesinos y su ideología retrógrada representaran, de un modo algo brutal, a la justicia internacional ignorada. En las atrocidades de Nueva York, Washington y Pensilvania y la ideología de muerte y estupidez que había detrás, Hitchens –que ya había defendido robustamente a Salman Rushdie frente a la fetua de Jomeini y las voces de los intelectuales occidentales que pedían “respeto” para las religiones, al igual que a los musulmanes de Bosnia- vio a un enemigo esencial, y eso también le valió su excomunión de la izquierda oficial. Su apoyo a la invasión de Afganistán e Irak lo hicieron aún más polémico.
Fue un descubrimiento, que también me ha llevado a escritores que citaba y a otros libros suyos, como el estupendo Unaknowledged Legislation, sobre los escritores y la política; como Blood, Class and Empire, sobre la relación entre Gran Bretaña (su país de origen) y Estados Unidos (su país de adopción); The Missionary Position, su formidable ataque a la madre Teresa de Calcuta (que no tuvo reparos en aceptar el dinero que Duvalier había robado a los pobres de Haití); o Dios no es bueno (Debate, 2008), una acusación al veneno de las religiones, llena de erudición, indignación e ironía, y la antología de pensadores ateos y anteístas Dios no existe (Debate, 2009), que también puede leerse como una historia de los escritores de la libertad.
Hitchens, que Forbes clasificó en 2009 como uno de los 25 liberales (en el sentido anglosajón) más importantes de Estados Unidos, y al que Foreign Policy y Prospect situaron como número 5 de los 100 intelectuales públicos más importantes del mundo, estudió en Oxford, fue inicialmente trotskista, se define como un “radical”, no como un liberal . Sus visitas a Cuba o Polonia le hicieron desconfiar de las revoluciones y los regímenes socialistas, y le mostraron que muchos de sus principios más queridos solo tienen sitio en una democracia liberal. El disidente polaco Adam Michnik se lo explicó así: “La gran lucha para nosotros es que el ciudadano deje de ser propiedad del estado”. Se oponía al comunismo, pero también tomó parte en muchas batallas de la izquierda, desde Palestina –colaboró con el fatuo Edward Said, de quien luego se distanció- a Vietnam, y se relacionó con la oposición a la dictadura de Pinochet en Chile, o de la dictadura militar argentina (era amigo del periodista secuestrado Jacobo Timerman).
Así posó este chico malo para 'Vanity Fair'.
Hitchens es famoso por sus violentos ataques: a Kissinger, a los Clinton, a Michael Moore o Teresa de Calcuta. Cuando escribió Dios no es bueno, The Guardian dijo: por fin ha encontrado un enemigo a su altura: Dios. Pero también ha dedicado hermosos textos a personas que han defendido la libertad, la razón y la justicia aunque eso también los haya condenado al ostracismo; gente que, por usar una frase de Félix Romeo, “se ha atrevido a estar sola” y defender sus principios aunque sean impopulares: un ejemplo sería George Orwell, pero también Spinoza o Tom Paine, el inglés panfletista en la Revolución americana (donde algunos les parecía demasiado radical), que también participó en la Revolución francesa (donde fue encarcelado por moderado), que escribió los Derechos del Hombre y a cuyo entierro solo acudió media docena de personas. En nuestra época, ha sido un firme defensor de Ayaan Hirsi Ali, una mujer amenazada de muerte por el fascismo islámico, que resulta tremendamente incómoda para ciertos sectores biempensantes (cuando mataron a Theo Van Gogh, El País dijo que el cineasta era un “provocador”; por no hablar de los problemas con el visado de Hirsi Ali o de los vecinos que le pidieron que se marchara de casa...). Paine, Orwell o Thomas Jefferson, “autor de América”, son referentes esenciales para Hitchens, como parte de Marx, Stuart Mill o Victor Serge, o como Auden, Philip Larkin, Anthony Powell u Oscar Wilde.
He tenido mucha suerte: gracias a internet, he podido leer sus artículos cada semana, en Slate, y cada mes en The Atlantic y Vanity Fair, entre otras publicaciones. A veces, he traducido algunos. He podido ver intervenciones de sus debates en Youtube. Lo he visto analizar los acontecimientos de la actualidad: desde la guerra de Irak -que apoyó- a la candidatura de Obama -que defendió- o la denuncia de las torturas en Guantánamo, hasta la matanza de unos cerdos en el Cairo; el uso de la expresión “o sea”, una crítica durísima a Gore Vidal o una lectura de Larrson. Muchas veces, cuando ocurre algo, me pregunto qué pensará Hitchens: no siempre estoy de acuerdo, pero su visión siempre me resulta interesante e iluminadora.
En otros lugares –especialmente The Atlantic- he leído artículos suyos sobre Philip Roth, Saul Bellow, Evelyn Waugh, V. S. Naipaul, Arthur Koestler o Ian McEwan. Hitchens también es un crítico literario perspicaz, con un oído muy fino, erudición y mucho sentido del humor. Un artículo suyo sobre la crisis de los misiles empieza: “Como todo el mundo, recuerdo exactamente el día en que el presidente John Fitzgerald Kennedy estuvo a punto de matarme”. Que Dios no es bueno y Love, Poverty, and War estuvieran dedicados respectivamente a Ian McEwan y Martin Amis me gustaba. También me gustaba leer algunos perfiles, que lo mostraban con sus amigos en casa, comiendo y bebiendo, y yéndose un momento para escribir un artículo. Me dijeron que, cuando viajaba con sus editores, tenían que turnarse por horas, porque les resultaba imposible resistir el ritmo de su ingesta de alcohol.
Y también he tenido suerte por poder traducir este verano Amor, pobreza y guerra, que acaba de salir en Debate. Es uno de los libros más importantes de Hitchens, quizá el que mejor explica sus pasiones y sus facetas intelectuales. La primera parte, “Amor”, son sobre todo artículos literarios y biográficos: repasa las vidas contradictorias de Winston Churchill, que se colgó “las medallas de sus derrotas” y Rudyard Kipling, el imperialista que se pasó la vida alertando de los peligros y la inutilidad del imperio; revisa la aventurera trayectoria de Lord Byron y la biografía de Trotski, desde su trabajo periodístico a sus advertencias sobre el nazismo y Stalin, la caducidad de muchas disputas marxistas y su influencia póstuma –finalmente- en una revolución: contra el socialismo; recuerda una visita a Jorge Luis Borges y analiza con brillantez La suerte de Jim, la obra de Graham Greene y Ulises, prestando una atención especial a las relaciones del libro con la masturbación (Joyce situó la novela en la fecha en la que Nora Barnacle le hizo su primera paja; “¿Puedo besar la mano que ha escrito el Ulises?”, le preguntaron después a Joyce; “No, ha hecho muchas otras cosas”, respondió). Uno de mis capítulos preferidos es el que dedica a Noticia bomba, de Evelyn Waugh, donde recuerda sus años como corresponsal.
La parte de “Amor” tiene una sección titulada “Americana”, donde se incluye un reportaje sobre Sunset Boulevard (donde Hitchens viaja con Billy Wilder); un viaje por la Ruta 66 o un bello texto sobre Las aventuras de Augie March: según Hitchens, la importancia de esa novela –que marca la llegada de un grupo brillantísimo de autores judeo-americanos al mainstream de las letras estadounidenses- reside en la “eligibilidad universal”, en la promesa de que cada uno puede ser lo que quiera. El texto final, con el fondo de “Septiembre de 1939” de W. H. Auden, habla de Nueva York: tras el 11-S, Hitchens recuerda los años que vivió en la ciudad, y retrata una ciudad conmocionada.
“Pobreza” incluye algunos de sus ataques más lúcidos y feroces: critica duramente Fahrenheith 9/11 y La Pasión de Cristo y el fanatismo religioso (por ejemplo, habla de Malcolm Muggeridge, y de apariciones de vírgenes). En uno de los artículos más divertidos del libro, Hitchens cuenta cómo el Vaticano lo llamó, después de que publicara su libro, para que testificara en contra en el proceso de canonización de la madre Teresa: esa vez, Hitchens sí que fue verdaderamente “abogado del diablo”. Un texto de unas páginas contiene lo mejor de Dios no es bueno, como su defensa de una moral laica. Pero también visita el corredor de la muerte, critica las regulaciones del alcalde Bloomberg en Nueva York rompiendo leyes que prohíben fumar en restaurantes, dar de comer a los patos o atarse las zapatillas en el metro; estudia la deficiente enseñanza de historia en Estados Unidos o relata un espeluznante encuentro con David Irving (aunque defiende su derecho a publicar sus libros), además de hablar de los judíos y la historia del antisemitismo. A Hitchens le obsesiona una característica de la fama moderna: que se juzguen las acciones de una persona según su reputación, en vez de que la reputación de una persona se construya a partir de sus acciones. Pasajes sobre personajes como el dalai Lama, John Fitzgerald Kennedy, Gandhi denuncian esta práctica que vemos cada día.
La tercera parte, “Guerra”, se divide en dos secciones. En la primera, “Antes de septiembre” Hitchens visita el Kurdistán, y Montenegro poco antes de su separación de Serbia. Habla del régimen atroz de Corea del Norte, y de la corrupción abyecta de la dictadura de Cuba: son artículos que tienen años, pero desgraciadamente conservan una su actualidad. Y siempre tienen una mirada autobiográfica y datos interesantes, como la pasión cinematográfica de Kim Jong il, que llegó a secuestrar a un director y a una actriz chinos para que hicieran películas con él. El último artículo de esta sección denuncia el bombardeo ordenado por Bill Clinton de una fábrica farmacéutica en Sudán –el complejo de Al Shifa, atacado porque supuestamente producía armas químicas en un momento de bajada en las encuestas del presidente-, y de las explicaciones que dio, copiadas de la película El presidente y Miss Wade.
La parte final del libro, “Después de septiembre”, recoge los artículos sobre el 11-S. En ellos, Hitchens habla de la perplejidad inicial, del cambio del paisaje y de la irrupción duradera del terror. Después analiza las respuestas: desde algunos despliegues inútiles del Gobierno hasta la reacción pacífica de los neoyorquinos. Y, sobre todo, se enfrenta a quienes buscan “racionalizar” los motivos de los terroristas: aquellos que explican que un ataque diseñado para producir el mayor número de víctimas civiles posible –entre las que había miles de musulmanes- es, por supuesto, un crimen horrible, pero obedece a causas profundas, como la “humillación del mundo islámico” a manos de Occidente, la pobreza, Israel... Según Chomsky, por ejemplo, no era un crimen distinto al bombardeo de la fábrica farmacéutica en Sudán. Hitchens recuerda a Chomsky que no denunció el bombardeo con la misma vehemencia en su momento y también que gran parte de la izquierda no quería exagerar con ese asunto para no dar argumentos a la derecha, y matiza, por ejemplo, que los misiles no estaban cargados de civiles inocentes, o que el objetivo era militar.
Para él, estaban ante una ideología totalitaria (“el fascismo con rostro islámico”), y era mejor escuchar simplemente las reivindicaciones de Al Qaeda en vez de otorgarles una especie de condición justiciera: quizá fuera un buen momento para hablar de la situación de los palestinos, pero desde luego eso debía hacerse al margen de las reivindicaciones al-Qaeda. (Por otra parte, a al-Qaeda los palestinos tampoco parecían importarles mucho, salvo para legitimarse: en sus reivindicaciones en la época, pedían la retirada de tropas estadounidenses de la Península Arábiga, para luego reclamar Cachemira o Palestina... Poco después también reclamaron Al Andalus. Luego, en algún comunicado, han hablado también del cambio climático.) Dice Hitchens:
Para los sectarios de al-Qaeda, adoctrinados en el wahabismo, solo los más puros y fanáticos son dignos de consideración. Las enseñanzas y proclamaciones públicas de esta secta nos han iniciado en la idea de que los tolerantes, los de mente abierta, los apóstatas o los seguidores de distintas ramas de La Fe solo merecen matanza y desprecio. Y eso es antes de considerar siquiera a los cristianos y los judíos, por no hablar de los ateos y los laicistas. Los motivos de queja y la animosidad son anteriores a la Declaración de Balfour, no digamos la ocupación del West Bank. Son anteriores a la creación de Irak como estado. Las puertas de Viena tendrían que haber caído ante la yihad otomana antes de que cualquier bálsamo pudiera aplicarse sobre estas heridas psíquicas. Y ese es precisamente ahora nuestro problema. Los talibanes y sus sucedáneos no se contentan con empobrecer sus sociedades hasta la miseria y la servidumbre. Están condenados, y erróneamente se creen ordenados, a extender el contagio y llevar el infierno hasta los que no son virtuosos. El primer paso que debemos dar, por tanto, es la adquisición del suficiente respeto por nosotros mismos, y la confianza suficiente para decir que hemos encontrado un enemigo y no somos nosotros, sino alguien distinto. Alguien con quien la coexistencia –afortunadamente, creo yo- no es posible. (Digo “afortunadamente” porque también estoy convencido de que esa coexistencia no es deseable.)
Quizá ahora parezca evidente. Pero no lo era en ese momento, ni después: algunos explicaron el atentado del 11-M como una respuesta a la participación de España en la guerra de Irak. El atentado era terrible, injustificable, brutal, claro, pero no hay que jugar con fuego. Lo que pasa es que desde el punto de vista de los fanáticos se juega con fuego enseguida: con unas caricaturas, con una película, con un libro, con que las mujeres vayan descubiertas, con determinadas comidas, con la libertad sexual...
Lo que abominan de “Occidente”, por decirlo en una frase, no es aquello que los progresistas occidentales rechazan y no pueden defender de su propio sistema, sino lo que sí les gusta y deben defender: sus mujeres emancipadas, su investigación científica, su separación entre religión y estado. “Amor, pobreza y guerra” reproduce sus polémicas con Chomsky y sus compañeros de The Nation, que abandonó poco después (y contiene un elogio al juez Baltasar Garzón, por ordenar la detención de unos miembros de al-Qaeda y de Pinochet). Incluye un artículo sobre la guerra de Afganistán, señala muchos de problemas que todavía existen en un viaje por Pakistán, donde visita Peshawar y la frontera de Cachemira; y también tiene dos textos escritos en Irak (uno durante la guerra, otro poco después). Según Hitchens, Estados Unidos y Reino Unido no deberían haber recurrido a las armas de destrucción masiva para justificar la invasión: las violaciones de los derechos humanos del régimen de Sadam Husein, el asesinato masivo de los kurdos y la persecución de los opositores habrían sido razones suficientes. Se puede pensar que la exportación de la democracia no funciona fácilmente, que la guerra fue un error, un crimen o un disparate, o que por otra parte no se hizo –ni siquiera nominalmente- por esas nobles razones, pero el relato de los desenterramientos de las víctimas, el terror del régimen de Sadam Husein y el regreso de los exiliados es verdaderamente poderoso. Al traducir Amor, pobreza y guerra, he vuelto a pensar en algunos debates importantes, he aprendido bastantes cosas de historia, política y literatura; he descubierto novelas, ensayos y poemas, me he desesperado con alguna frase y me he reído bastantes veces. Recorrer sus páginas ha sido una hermosa experiencia, y espero que también lo sea para los lectores.
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