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Antón Castro

TED HUGHES EN BARTLEBY

TED HUGHES EN BARTLEBY

Se publica en España El azor en el páramo, antología poética bilingüe de Ted Hughes, con traducción de Xoán Abeleira (autor de la celebrada traducción al español de la Poesía completa de Sylvia Plath).

Ted Hughes es uno de los mejores poetas en lengua inglesa de todos los tiempos. Así lo consideraron sus lectores, que transformaron sus libros en insólitos fenómenos editoriales. También los críticos, que, favorables o contrarios a él, eran conscientes de que la poesía de Hughes estaba destinada a ocupar un lugar central en la historia de la lírica del siglo XX. E incluso el propio establishment de su país, cuando, en 1984 y contra todo pronóstico, decidió nombrarlo Poeta Laureado; o, en 1998, tan sólo unas semanas antes de su muerte, al concederle la reina Isabel II la Orden del Mérito británica. Poeta de “inusual dedicación” (Ann Skea), elaboró una poesía de “dureza insoportable” (Derek Walcott), “con una capacidad de evocación, una continuidad y un poder tales que hace que la mayoría de la poesía contemporánea, comparada con la suya, parezca pálida, exangüe” (Stuart Hirschberg).



En España, por desgracia, esta obra trascendental tardó mucho tiempo en llegar, y, a pesar del creciente interés que se advierte por ella, la mayoría de los poemarios de Ted Hughes aún no han visto la luz. Esta selección de 68 poemas, uno por cada año que vivió su creador, recoge muestras de todos los períodos creativos del poeta y pretende dar respuesta a esa importante carencia. 

 

El azor en el páramo

(edición bilingüe español-inglés)

1ª Edición

Tirada: 2000 ejemplares

978-84-92799-23-7

PVP: 22 €

Año de publicación: 2010

424 páginas

Traducción, selección, introducción y notas de Xoán Abeleira

 

-Esta nota corresponde a la promoción de Bartleby. Abajo Ted Hughes con su primera esposa Sylvia Plath-.

 

 

Por gentileza del editor Pepo Paz y del traductor Xoán Abeleira avanzo aquí uno de los poemas del libro. ‘Los caballos’.

 

 

LOS CABALLOS

 

 

 

 

Escalé por entre los bosques, sumido en la oscuridad de la hora anterior al alba.

Un aire maligno, una quietud heladora,

 

Ni una sola hoja, ni un solo pájaro –

Un mundo fundido en escarcha. Salí por la corona del bosque

 

Donde mi aliento dejaba estatuas retorcidas en la luz de acero.

Pero los valles fueron drenando la oscuridad

 

Hasta que la linde del páramo – heces ennegrecidas del gris resplandeciente –

Partió en dos el cielo. Entonces vi los caballos:

 

Enormes en aquel gris espeso – diez megalitos juntos,

Quietos. Respiraban sin moverse un ápice,

 

Con las crines alisadas y las patas traseras ladeadas,

Sin emitir ningún sonido.

 

Pasé junto a ellos: ninguno bufó ni agitó la cabeza.

Grises fragmentos silentes

 

De un silente mundo gris.

 

En el alto del páramo, me paré a escuchar el vacío. 

La rabia del zarapito rajó el silencio con su filo.

 

Lentamente, algún que otro detalle comenzó a brotar de la oscuridad,

Justo cuando el sol anaranjado, rojo, rojo irrumpió

 

En silencio, y astillando hasta su cerne una nube rasgada y expelida

Con fuerza, sacudió la sima abierta, reveló el azul,

 

Y los grandes planetas colgantes. 

Yo volví,

 

Tambaleándome en un sueño febril, abajo, hacia

Los bosques oscuros, desde aquellas alturas encendidas,

 

Y me acerqué a los caballos.

                                              Allí seguían aún,

Aunque ahora humeando y fulgurando bajo el flujo de la luz,

 

Sus alisadas crines pétreas, sus patas traseras ladeadas,

Agitándose bajo el deshielo mientras a su alrededor

 

La escarcha mostraba sus fuegos. Pero ellos siguieron callados.

Ninguno bufó ni piafó,

 

Con las cabezas colgando, pacientes como los horizontes

En lo alto, por encima de los valles, bajo los rojos rayos niveladores…

 

Ah, ojalá que en el estruendo de las calles abarrotadas, caminando

[en medio de los años, de los rostros,

Pueda recordarme tal y como fui en aquel lugar tan solitario,

 

Entre los arroyos y las nubes rojas, oyendo a los zarapitos,

Oyendo persistir a los horizontes.

Un elegante y joven Ted Hughes. La ilustración incial, 'Lovesongs' corresponde al propio Xoán Abeleira.

3 comentarios

violeta -

esto suena a muy silvia plath , como saber si el por año , no estuvo publicando cosas de ella y se las adjudico ......

Ines -

Impresionante, escribe como los dioses, tomaré nota y guardo esta entrada tuya.
Me hizo estar en lo alto del páramo con él.
Gracias por difundirlo, voy a buscarlo o encontrar alguna obra suya.
Saludos

gonzalo villar -

Esta entrada ha sido un sendero hacia un paìs desconocido.