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Antón Castro

JUAN CRUZ: UN DIÁLOGO SIN EGO

JUAN CRUZ: UN DIÁLOGO SIN EGO

Por muchos motivos, siempre le he tenido un especial cariño a Juan Cruz (Tenerife, 1948).. Me encanta su fascinación por la literatura, su curiosidad, su voluntad de contar vidas y de construir la suya, desde el periodismo y la literatura, junto a otros. Hace unos días, Juan Cruz estuvo en Los Portadores de Sueños presentando su libro ‘Egos revueltos’. Lo fui a buscar a la Estación Zaragoza-Delicias con Eva Cosculluela. Luego conversamos para ‘Borradores’. Juan me había contestado a este puñado de preguntas. Una parte de la entrevista salió en ‘Heraldo’, pero aquí está al completo. Espero que os guste.

 

 

-Siempre había pensado yo que ibas a escribir un libro así. ¿Qué ocurrió en tu cabeza, qué te movió a redactarlo?

--Me movió a escribirlo la persistencia de los recuerdos. Y, sobre todo, una imagen: la soledad en Lincoln, el día gris, la carta de Cabrera Infante confirmándome una cita en otoño de 1974. Ese recuerdo lo tenía en mi cabeza, y su impulso constante se convirtió un día en el primer flash de lo que luego sería el libro. Si no hubiera estado el día como lo están en Londres los otoños cálidos y si Cabrera no me hubiera escrito acaso hubiera sido otro libro.

 

-¿De  dónde procede una pasión tan inmensa por la literatura? ¿Quién te hizo ver este camino, quién te desveló el poder de la palabra y de la ficción?

--La pasión por la literatura viene de la infancia, de los cuentos de mi madre, de la lectura voraz de los prospectos de las medicinas y de las páginas de los periódicos. Mi madre, en este caso, fue quien me señaló el camino de la ficción: ella me contaba para distraerme. Ella sabía que yo padecía una enfermedad persistente, crónica, y por tanto dañina en el corto plazo, pero eterna. El asma es así, una obsesión por el aire. No podía salir de casa. Ella me dormía con cuentos, como decía León Felipe, pero eran cuentos benévolos, a veces muy divertidos. De ahí viene la cosa.

 

-¿Habías sospechado alguna vez que tenía tantas vocaciones: la de amigo, cómplice, curandero, protector, recadero e incluso de enfermero?

--Si, ya entonces tenía esas vocaciones. Me gustaba que vinieran a jugar conmigo los chicos, a casa, porque yo no podía salir a la calle. Era tan amigo que era cómplice: les regalaba los juguetes para que me hicieran caso, y le ocultaba a mi madre esta tendencia a desprenderme de todo con tal de agradarles, para tenerlos cerca. Y era curandero, entonces, también, sí, porque yo mismo padecía y no quería que padecieran otros. Entre nosotros había un chico muy generoso que venía a verme cada vez que percibía que yo estaba peor. Era el mejor de todos nosotros. Murió en un pavoroso incendio, en La Gomera, se llamaba Paco Alfonso y es inolvidable. Y recadero fui siempre: me gustaba llevar mensajes, de paz, de armonía, pero también recorría el pueblo con las facturas no cobradas de mi padre.

 

-Tu biografía, de escritor, periodista y editor, está llena de extravagancias. Pienso en tu noche con Cela, por ejemplo. ¿Ha sido eso lo más raro?

--Quizá eso sea lo más raro. Pero hubo días en que se juntaban Rafael Azcona, Juan Marsé, Manuel Vicent y Carmen Balcells para hacer extravagante mi existencia, pidiéndome, casi al unísono, que les facilitara la conexión con Canal + para ver algún partido o pidiéndome (en el caso de Carmen Balcells) un helicóptero para sacar a Nélida Piñón de una tormenta de nieve en la carretera general de Soria. No hubo helicóptero, pero le conseguí lugar donde dormir. Resultó que era una casa de citas.

 

-Hablas de ‘egos revueltos’. ¿Pero hasta qué punto no es el escritor un tipo enfermizamente frágil, paranoico, de un desamparo increíble?

--Sin duda, Un escritor tiene ego, un ego más desarrollado que lo que es común, porque trabaja solo, vive solo la mayor parte del día y necesita que un ojo distinto vea lo que ha hecho y lo apruebe. Ese desamparo conduce a la paranoia, a veces, pero siempre conduce, en el caso de los escritores, a la página en blanco, que es la medida de todas las cosas.

 

¿En algún momento te has sentido un confesor laico, el pañuelo de lágrimas de los escritores más célebres?

--Un confesor laico pero respetuoso; mi teoría es que a la gente no hay que sonsacarle, hay que esperar de ellos lo que sea, incluida la confesión, pero precipitarla es un error. Y culparles es un pecado: en eso los confesores laicos somos más respetuosos que los confesores religiosos, ¿no te parece? ¿Y pañuelo de lágrimas? A veces lo he sido, pero no suele ser normal que lloren los escritores. Exigen, y a veces la exigencia parece un llanto.

 

Rafael Azcona, en 1952.

-Hay muchas historias conmovedoras en el libro: por ejemplo la inmensa humanidad y sabiduría de Rafael Azcona, su sentido de la amistad…

--Azcona era un tipo muy especial; inteligente, agudo, buen conversador, tenía una memoria maravillosa con la cual mantenía en alto cualquier ocasión; le daba lumbre a la oscuridad. Qué días más hermosos, qué mediodías nos dio. Es inolvidable porque era bueno.

 

Julio Cortázar.

-Uno de los escritores que te ha acompañado siempre ha sido Cortázar. ¿Por qué? ¿Qué tenía de especial?

--Porque Cortázar explicó la soledad circular, hizo de la soledad un lugar en el que uno podía habitar siendo arropado por la apariencia de felicidad eterna, la felicidad de hablar, de superar la noche creyendo que jamás va a terminar y no te daña.

 

Hablas de varios Premios Nobel: Cela, Octavio Paz, García Márquez, Günter Grass. ¿Te atreverías a definirlos uno a uno?

Cela era el ego social, rotundo; necesitado siempre de gente que le celebrara. Octavio Paz viajaba con un pedestal sobre el que se subía a preguntar qué tal se le veía allá arriba. García Márquez tiene un ego misterioso: el del arrogante tímido, el del melancólico que aún no ha explicado del todo la razón de su tristeza. Grass: un niño que no ha terminado nunca de saber por qué sonría ante el espejo, y se lo pregunta en soledad.

Guillermo Cabrera Infante.

-Sientes una incuestionable predilección por Cabrera Infante. ¿Qué tenía de especial?

--Escribió ‘Tres tristes tigres’. ¿Te parece poco? Ese libro abrió paso al humor y a la música como condimentos esenciales de la literatura. Tenía una llave y la usó con inteligencia.

 

-¿Eres consciente de que el libro rezuma melancolía? ¿De qué tienes melancolía?

--Melancolía de la infancia, de los momentos buenos de la infancia; de algunas personas, de ciertos alimentos, de la nobleza y de la bondad. De todo lo que la vida hace que perdamos.

 

-Cómo escritor, ¿qué has aprendido de tanta gente importante?

--Que todos somos iguales, que nadie es verdaderamente importante si no es, además, noble y humilde. Los pedestales sirven para romperlos.

 

-Estremece un poco la doble advertencia de tu condición de gran bebedor...

--Fui muy bebedor, si hubiera sido un gran bebedor ya me hubiera muerto. Corté a tiempo.

 

Hay muchos más escritores latinoamericanos que españoles, o parece que tú estás más fascinado con ellos que con otros. ¿Es así?

--Eso tiene que ver con mi raíz canaria, que es esencialmente latinoamericana: por Tenerife recalaban no sólo los barcos que iban o venían de América sino los libros de los latinoamericanos. Y he seguido viajando hacia ese imán.

 

¿Qué es lo más bonito, lo más emocionante que te ha regalado este libro?

--Que mis hermanos creyeran que su hermano protagonizaba un acontecimiento contando su vida. A ellos les gustó venir a la presentación en Madrid, y les pareció que yo era alguien a quien quería mucha gente. Eso es lo más emocionante. Y lo más triste es que no esté Toni López ya en el mundo; hubiera sido para mí una gran satisfacción que ese gran editor estuviera en la vida. Le he echado mucho de menos. Como a Rafael, como a Isabel de Polanco..., como a tantos.

 

De ti se dice que posees el donde de la ubicuidad. ¿Qué hay de eso?

--Es mentira. Prueba de ello es que el jueves estaré / estuve en Zaragoza y nadie podrá decir que estoy / estuve en otro sitio. Nadie.

 

Si pudieras reencarnarte en alguien, ¿a quién elegirías?

--Me gustaría reencarnarme en un pescador de bajura que escribiera versos. Yo qué sé. Ya es bastante difícil encarnarse como para tener que reencarnarse.

*He tomado la foto de Juan Cruz de http://traslahuelladigital.files.wordpress.com/2009/03/juan-cruz-ruiz.jpg

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