'TIEMPO DE VIDA' DE MARCOS GIRALT
*El próximo martes 18, en Los Portadores de Sueños, en compañía del escritor Ismael Grasa, Marcos Giralt Torrente presenta su nuevo libro: ‘Tiempo de vida’, una narración que es una confesión, una confidencia, un exorcismo y una novela acerca de la relación entre él y su padre, pintor, viajero escurridizo, y a menudo un enigma. Libro de profunda huella autobiográfica, es el recorrido por una compleja relación de amor y complicidad, sobre todo en su tramo final. Marcos Giralt Torrente es un escritor personalísimo, elegante, y aquí alcanza el nivel máximo de emotividad, de revelación y de desnudez. Su familia –su madre, él mismo desde su niñez hasta la adolescencia y hasta ahora mismo, su padre, su madrastra- es objeto de un retrato intenso, lleno de matices, de sombra, de dolor y, también, de felicidad. Marcos Giralt y María Teresa Slanzi, de Anagrama, han tenido la gentileza de enviarme este fragmento que anuncia muchas cosas del libro: ‘Tiempo de vida’ (Anagrama), probablemente uno de los más hermosos libros sobre la figura del padre que se han escrito en los últimos años.
TIEMPO DE VIDA
Por Marcos GIRALT TORRENTE. Anagrama. Páginas 15 a 17.
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Hay lugares que desconozco y lugares a los que no quiero llegar. No todo puedo contarlo. No todo quiero contarlo. Mi vista tiene que ser de pájaro. Intento abrir una ventana; enseñar una porción de nuestra vida, no la totalidad.
Mis padres se casaron en 1964. Mi padre tenía veintitrés años y mi madre veinticinco. Meses antes mi padre había comprado un apartamento en la calle Infanta Mercedes de Madrid con una herencia de su abuelo materno. El dinero para los muebles, como parece que era tradición, lo puso el mío. Años después, ya enfermo, mi padre me dijo que lo que le atrajo de mi madre fue su elegante belleza y el misterio imperturbable de su mirada. Llevaba desde los veinte años viajando por Europa, había vivido en Ámsterdam, Londres y París, y en ningún sitio le había faltado compañía femenina, como atestiguan sus fotos de esa época. Mi madre, en cambio, todavía vivía en la casa paterna, y no había tenido un novio propiamente dicho, amistades románticas todo lo más, con un marino, con un alemán, con un poeta amigo de su hermano. No sé qué la atrajo de él, su pelo rubio, que fuera pintor... El hecho es que se casaron y que después se marcharon a Brasil, donde vivieron dos años en São Paulo. Mi madre no trabajaba. Mi padre había expuesto sus pinturas en galerías de Madrid y Londres y Ámsterdam, y participó en la Bienal de Arte de São Paulo. Hay fotos de los dos, engalanados, en cenas y fiestas, en restaurantes, en galerías, en la embajada de España; hay fotos en las que aparecen acompañados de amigos en casas particulares o en la playa; hay fotos suyas haciendo turismo en Brasilia o en Bahía o en São Paulo, vestidos con sandalias y vaqueros; hay fotos en la selva, donde vivieron con los indios karajás. En todas aparecen sonrientes y en algunas, incluso, hacen bromas a la cámara. Es la juventud de su matrimonio.
En Brasil mi padre conoció a la que, separado ya de mi madre, sería su mujer durante los últimos veinte años de su vida. Pero ésa es otra historia y sucedió tiempo después.
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