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Antón Castro

MARÍA ZAMBRANO Y GREGORIO DEL CAMPO: SUS CARTAS, SU HIJO, SU AMOR

MARÍA ZAMBRANO Y GREGORIO DEL CAMPO: SUS CARTAS, SU HIJO, SU AMOR

Recuperan las cartas a Gregorio del Campo,

el amor aragonés de María Zambrano

 

Linteo publica el epistolario desconocido del militar de Ambel y la pensadora, que fueron novios siete años y tuvieron un hijo

 

Antón CASTRO / Zaragoza

María Zambrano (Vélez-Málga, 1904-Madrid, 1991) tuvo un amor aragonés, el ingeniero y militar Gregorio del Campo Manzano, nacido en Ambel (Zaragoza), y mantuvieron su relación entre 1921 y 1928. Se conocieron en Segovia y ella le escribió más de ochenta cartas que exploran los vaivenes del amor y del desamor, de los sueños y de la ausencia, de la espera y del deseo. La poeta y especialista en la pensadora malagueña Marifé Santiago acaba de publicar en Linteo ‘Cartas inéditas (a Gregorio del Campo)’, un epistolario que conservó la madre del joven alférez zaragozano, Fernanda, que luego cedió a su hija Visitación, y de ella pasó sus hijas Teresa y Gloria, que son quienes se las han mostrado y han permitido su publicación. Durante todos estos años nada se supo de esta correspondencia; cuenta la editora en que varias ocasiones, tras el regreso de María Zambrano a España, intentaron citarse con ella sin éxito.

Marifé Santiago dice que siempre se consideró a Miguel Picazo, primo de la pensadora, su gran amor: empezaron a quererse hacia 1917, cuando María Zambrano tenía trece años, luego la relación fue consentida por el padre de María, don Blas, gran amigo de Antonio Machado, y el joven desapareció de su vida en 1921 porque se marchó a Japón. Casi a la vez entró en escena el alférez Gregorio del Campo, con quien debía verse en Segovia y en Madrid. No deja de resultar extraño que María Zambrano no hablase de su enamorado aragonés (que combatió en África) porque las cartas prueban la intensidad de la pasión y documentan el crecimiento intelectual de la futura autora de ‘Claros del bosque’: le habla de teatro, de su pasión por el conocimiento y las ideas (a veces alude a que puede parecer o resultar fría), de la condición femenina, cita a Ortega & Gasset, y se percibe un diálogo entre dos personas que maduran, que se pelean, que sueñan juntos.

En la primera carta, ya se percibe que hay una relación más o menos consolidada: “Con decir que nos queremos y darnos besicos todo lo arreglamos. Pero hay algo superior a eso y q. une infinitamente más. Bueno, majico, esta tarde no vengas hasta las cinco y media o así, ¿sabes?, pues estaremos solicas mi hermana y yo”. Su hermana se llamaba Araceli, falleció en 1972 y, tras la estancia en Italia de ambas en los años 50, donde coincidirían con el cineasta zaragozano Alfredo Castellón Molina, Araceli inspiraría la novela homónima de Elsa Morante.

María Zambrano utiliza siempre los diminutos en ico, tan aragonés: le llamará a su amor “nenico”, “espantajico mío”, “mira guapico, estoy muy tontica”, “feíco” o “querido morronguico”. Y ese silencio en torno a Gregorio del Campo resulta más inquietante todavía cuando en una de las cartas leemos que María Zambrano y él han sido padres. Ella le escribe y le pregunta: “Dime, ¿será posible mi nenico, que estemos juntos alguna vez, como maridico y mujercita, con nuestro nene chiquitín”. Sin embargo, en la carta XVII, María Zambrano le escribe a su hijo que acaba de morir: “Nene, ¿por qué te has ido sin despedirte de tu madre, por qué te has ido sin que tu padre te dé un beso?”. Se mezcla la ternura, con las suspicacias y los reproches: “Veo que tienes muy arraigada la idea de que mis padres piensan mal de ti, diríase que tu conciencia te dice que así debe ser...” O: “Hablas con una indiferencia, con una falta de pasión, de interés por nuestros asuntos que me deja fría. Parece que se trata de la novia de un amigo y no de la tuya. Ves las cosas y las comentas, con una falta de emoción, verdaderamente aterradora. Esto también dice mucho”. En las cartas también hay meditación, intuición poética y el consabido balanceo del me quiere-no quiere de los amantes.

María Zambrano se trasladó a Madrid. Miguel regresó y ella no tardaría en recuperar la relación. Hacia 1928 puso fin a sus amores con Gregorio, y en 1936 se casaría con Alfonso Rodríguez Aldave, un compañero de las Misiones Pedagógicas. Sería una unión demasiado breve. En 1934, Gregorio del Campo residía en Mahón, casado y con una hija de catorce meses. El 19 de julio de 1936, fue detenido por un comando nacional en el Cuartel Palafox de Zaragoza, lo trasladaron al Frente de San Cristóbal, en Pamplona y allí, tras la aplicación de la Ley de Fugas, lo ejecutaron el 3 de septiembre. Tres meses después otra de sus hermanas fue fusilada en Torrero. Sus padres vivieron algunos años en Ambel, con un poderoso secreto: las cartas de amor que le había escrito a su hijo una mujer que recibiría en 1988 el Premio Cervantes.

 

DESPIECE

FRAGMENTOS

 

“Te quiero tigre que no gato mimoso”

 

Ausencia. “Si te tuviera a mi lado con qué fe te abrazaría y con qué pureza! Te abrazaría solo con el alma. ¡Qué hermoso es, queridísimo mío, sentirse el cuerpo transparente y sin peso, sin personalidad propia, sólo sostén del alma, su expresión material”. (Pg. 64).

Loco amor. “Ya los sabes, queridico: yo te quiero siempre, a todas horas, esté como esté mal o bien o más espiritual o más material, siempre. Un besico en la frente de tu... María” (Pg. 68).

Sueño. “Yo te quiero así; te quiero y te admiro así; duro y seco, más te quiero tigre que no gato mimoso; no sabes lo que mi alma siente por ti, eres lo más puro y salvaje que yo he visto y así es vidita mía como yo te quiero. Tu rudeza para mí es la mejor virtud...” (Pg. 115)

El obsequio. “Mira se me ha ocurrido mandarte un poquito de pelo, que ahora me voy a cortar, porque es lo único ‘mío’ que puedo mandarte (...) Adiós riquín, vidita mía. No sigo porque cada vez me estoy poniendo más loquita y voy a perder hasta la noción del sitio donde me encuentro”. (Pp. 155 y 156).

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