DIÁLOGO CON JOSÉ LUIS RODRÍGUEZ
La poesía encarna la libertad, la política demanda gregarios, orden y disciplina" "La ideología comunista está más llena de monstruosidades que de otra cosa"
¿Cómo vino a parar a Zaragoza?
Casi por casualidad. Aquí tenía una amiga, Carmen Asiaín, vinculada con el profesor y poeta Eugenio Frutos, me llamó a Madrid y me dijo que había una plaza vacía en Filosofía. Ella se acababa de casar y se marchaba a Cádiz. Obtuve la plaza y empecé a trabajar aquí a los 25 años.
¿Había estado antes en Zaragoza?
Una vez de paso, en autoestop, hacia Venecia. Sería el año 1971 o 1972, en agosto. Recuerdo que me hospedé en una pensión de la calle Cádiz. Pasé tanto calor que me dije: “Si en alguna ciudad no viviré nunca será en Zaragoza”. Años después, de aquí me llegó la primera oferta de trabajo. Me instalé en una pensión de Fernando el Católico y le he rendido homenaje, con el nombre de pensión Alabama, en mis libros. El ambiente de la Universidad me pareció un poco sórdido…
¿Qué relación tuvo con Eugenio Frutos?
Estupenda. Me acogió maravillosamente y él me causó una impresión gratísima. Era afable y sabio, intentaba comprender a los jóvenes. Tenía un pasado ambiguo, pero siempre se portó con generosidad. Durante mucho tiempo iba todos los domingos a comer con él, con su mujer Lola Mejías, que era una fumadora empedernida, poseía una gran personalidad y hablaba con una voz rota de un sinfín de historias, y con su hijo y con su nuera.
¿Ya era escritor?
Había ganado el premio de poesía ‘Café de Marfil’ de Elche y había sido finalista del premio Nadal en 1974, el año que Luis Gasulla ganó como ‘Culminación de Montoya’ (Destino). Intentaba compaginar la enseñanza, la escritura y la política. Yo estudié los dos cursos de comunes en Valladolid, donde me detuvo la policía por participar en una manifestación, y luego viví varios años en Madrid, compartí casa con Gabriel Albiac, donde concluí la carrera. Hice mi tesis doctoral sobre estética.
Usted era comunista ¿no?
Era comunista, de orientación trotskista en una primera etapa, y luego maoísta. Cuando vine a Zaragoza me integré en el Movimiento Comunista (MC) y entré en contacto con gentes como José Ignacio y Esperanza Lacasta, Merche Gallizo, Ángela Duplá, Jesús Membrado, Ricardo Berdié... En aquellos días aún vivía Franco y la política estaba sometida a todo tipo de presiones y no tenía posibilidades de una vida pública normal. Si te encontrabas en un bar con Ricardo Berdié o Membrado, por ejemplo, casi pasabas de largo para no levantar sospechas.
¡Qué raro, no! Habla del 74.
Yo en la clandestinidad era ‘González’. Tenías la paranoia de que te perseguían y te vigilaban, y yo en realidad no salía con los amigos más cercanos. Vivíamos entre la acción y la simulación, el partido, las reuniones políticas y la confección de folletos.
¿No fue también el tiempo de la gran promiscuidad?
Yo creo que eso vino luego: entre la muerte de Franco y el finales de los 70. La izquierda por lo regular era muy puritana; al menos en mi formación estaban muy mal vistos la promiscuidad y el sexo. Yo tenía amigos homosexuales que entonces lo llevaban con el máximo secreto, tanto que me enteré luego. Las nuestras eran formaciones muy dogmáticas y burocratizadas, de estructura piramidal y eclesiástica, que ejercían el poder con despotismo y con escasa capacidad para la autocrítica.
¿Sigue siendo marxista?
Me sigo sintiendo comunista, o al menos inmerso en la tradición marxista, pero siempre desde una postura crítica.
¿Lo es a pesar de que el comunismo ha fracasado en todas partes y de que sus líderes son, como mínimo, muy cuestionables?
Soy marxista por análisis filosófico, por tradición personal. La ideología comunista está más llena de monstruosidades que de otra cosa. Es cierto. Yo no me identifico con Mao ni con Lenin ni con Stalin. No me siento identificado con ninguno de sus líderes, quizá con José Martí. Pero tampoco el capitalismo tiene muchos motivos para presumir: líderes como De Gaulle, Kennedy o Miterrand no son demasiado ejemplares.
Vayamos un poco más allá. ¿Cómo ha sido la relación entre la poesía y marxismo?
Como mínimo conflictiva. Algunos de los grandes poetas comunistas, como Esenin o Maiakovski, por citar un ejemplo, llevaban todas las de perder en esa pugna y acabaron suicidándose. La poesía encarna la libertad, la alegría, debe ser heterodoxa, desafiante, y la política es todo lo contrario: exige incondicionalidad, demanda gregarios, es orden y disciplina. Pasolini es comunista y no se entendió con los comunistas; Cernuda era de izquierdas. ¡No lo pasaron bien los poetas comunistas! Ni yo tampoco: me resulta incongruente que la sociedad mantenga su idolatría por el poder.
¿Cómo fueron sus años en ‘Andalán’?
Fueron buenos. Escribí sobre todo crítica literaria, algunos editoriales conflictivos, y ese periodo me permitió integrarme perfectamente en Aragón, donde fui muy bien acogido por Eloy Fernández Clemente y José Antonio Labordeta, entre otros. Recuerdo que se sometió a votación mi incorporación y la de Agustín Sánchez Vidal, la aprobaron, y nos marchamos a Calaceite, con la que iba a ser mi segunda y actual mujer, Mar, en su Citroën de dos caballos, a entrevistar a José Donoso.
¿Qué pasó?
Por allí andaba también Mauricio Wacquez, el escritor y traductor chileno. La cosa no fue bien: Donoso bebía mucho y yo tampoco me quedaba atrás. Donoso me dijo que volvía a Chile, controlado por el dictador Pinochet. Discutimos por eso, y al final salió una entrevista tensa. Se la mandé y él me llamó enfadado pidiéndome que no la publicase. Así lo hice. Poco después, gracias a Wacquez, publiqué en Barcanova mi libro sobre Antonin Artaud.
El loco Artaud, el visionario, el dramaturgo, el actor en ‘Napoleón’ de Abel Gance. ¿Qué se le había perdido con un personaje tan extremado?
Tenía su sentido. Cuando estaba en Madrid, el profesor Muñoz Alonso me había recomendado el libro ‘Genio y locura’ de Jaspers, y me quedé colgado de ese libro. Me interesó mucho la vida de Vincent Van Gogh y sus ‘Cartas a Theo’, las de August Strindberg, Hölderlin y Antonin Artaud. Para mí la literatura es contacto, misterio, comunicación y confesión, pero aún así me interesan algunos de esos autores difíciles, complejos, como Artaud y Hölderlin, al que también le he dedicado muchas páginas y muchos artículos. Son dos referencias para mí: escritores de la complejidad, de la locura, del abandono del mundo. Hölderlin buscaba algo nuevo y su obra tiene algo de mágica, profética, que me sigue atrayendo.
Uno de sus maestros y una de sus obsesiones es Jean Paul Sartre. ¿Por qué?
Yo sé que lo real es algo muy complejo y que no puede manifestarse en un nivel de representación sencillo. Mi propia obra y mi propio estilo es una apuesta estilística que contiene propuestas transversales donde convergen lo poético, lo narrativo y lo ensayístico. Y en eso en buena parte lo he aprendido de Sartre. El Sartre que más me gusta no es el filósofo, ni tampoco el dramaturgo, su teatro ya está obsoleto, sino al que ama la noche, las artes populares, el cine, el jazz, a figuras como Boris Vian. Me gustan de él la trilogía ‘Los caminos de la libertad’ y los artículos que dedicó a sus amigos, Albert Camus, Paul Nizan, Merleau-Ponty, o a figuras más lejanas como Tintoretto.
¿Qué le ha llevado ahora a Federico Chopin (1810-1849) en su nueva novela: ‘El último concierto’?
Es un personaje contradictorio, conflictivo, tuvo relaciones difíciles con Berlioz y con Liszt. Era extraño, parecía sentimental y vulnerable, y a la vez era celoso y huraño. Se va de Polonia a los veinte años y ya no volverá, y sin embargo tenía una copa con tierra polaca que llevó toda la vida a todas partes. He escrito una especie de novela en ocho partes, centrada en su estancia en París, donde murió en 1949. Escriben de él, en cada capítulo, autores muy diferentes: el poeta Heine, su amante George Sand, el pintor Eugene Delacroix, un amigo de la infancia, un bufón. La novela es también un retablo de París de esa época.
¿Qué le pide a la literatura?
La literatura me ha permitido expresarme. No soy muy bueno para las relaciones cotidianas, y la literatura me ha permitido expresar pensamientos y emociones. Yo no he tenido aspiraciones exageradas en la literatura, y tengo una relación apacible con ella y con la vida. Me gusta la enseñanza y no tengo prisa en jubilarme. Mi relación con los alumnos es apacible, gratificante, me llena mucho y también me ayuda a combatir los malos momentos de la enfermedad y de las caídas de ánimo.
Los veranos, el hermano, Zaragoza y el barrio
José Luis Rodríguez nació en León, pero apenas vivió en la ciudad. Desde muy joven se marchó interno a un colegio religioso de Guernica y durante años pasaba los veranos en A Coruña, en una fonda de la plaza de María Pita. “Mi padre era militar. Mantuvimos una relación difícil durante años, y la hemos mejorado ahora. Tiene 95 años y está bien de cabeza. Después de la Guerra Civil estuvo un tiempo en Zaragoza, en la Academia General Militar, donde dio clases de matemáticas. Le gustaba mucho A Coruña, y yo he pasado muchos veranos en la playa de Santa Cristina, jugando entre las dunas, y en los alrededores de la torre de Hércules”.
El mundo familiar aparece en distintos libros de José Luis Rodríguez, especialmente en un poemario: ‘En la noche más transparente’ (Olifante, 1993), dedicado a un hermano suyo que se murió de sida, con el que había convivido en Madrid y al que volvió a recibir en su casa en Zaragoza. “Mi hermano leyó algunos de los poemas y los comentaba con ironía, que era una forma de enmascarar el afecto”. También habla de otro libro suyo: ‘Voces en el desierto’ (Eclipsados, 2008), que refleja una crisis, la proximidad de la muerte, el grito de rebeldía ante el dolor a través de distintos monólogos dramáticos e historias de carretera. Ha publicado poesía, narraciones, novelas (“fue muy importante para mí ‘Las manos negras’, en el sello Alfaguara, una novela de trasfondo policial”, dice) y distintos ensayos. Fue director de Prensas Universitarias de Zaragoza.
“He pasado por momentos muy duros, de gran desamparo existencial. Las revisiones me producen depresión, me hunden, pero a la vez me siento muy acompañado de amigos y de mi familia, Mar y Gabriel”. Un afecto particular lo percibió cuando publicó ‘Parque de atracciones’ (Akal, 2008), una novela policíaca en torno a la representación de ‘El Rey Lear’ de Shakespeare. Regresa a Zaragoza, donde ya forma parte del paisaje y del paisanaje, y dice: “Es una ciudad extraña. Parece desapacible, poco acogedora, dura, y a medida que vas conociendo a la gente esa impresión se desvanece. Aquí he logrado ser feliz en mi barrio, en mis bares, en mis librerías, rodeado de un sinfín de afectos que percibo de veras”.
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Jesús Martínez -
Antonio Pérez Lasheras -
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Jorge Mato -
Ricardo Díez -
gonzalovillar -