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Antón Castro

ELÍAS MORO: BICIS Y AFILADORES

Elías Moro, el administrador y creador constante del blog ‘El juego de la taba’, me ha escrito esta mañana y me envía dos fotos: una de Graciela Iturbide y otra de Lewis H. Hine, que es una de las más bellas fotos de ciclismo o vinculadas a la bicicleta. Los cuelgo aquí con sumo placer con sus comentarios:

Dice Elías Moro: “De esta foto de Graciela Iturbide me gusta mucho la sobriedad de la composición casi simétrica, el juego de sombra y claridad, el anacronismo de las gallinas colgando cabeza abajo”.

Foto de Lewis H. Hine. Dice Elías Moro Cuéllar: “me gusta el gesto chulesco, entre fanfarrón y canalla, del que se supone fuera el propietario, aunque vista la pose del chulillo cabría sospechar algún pequeño hurto de por medio”.

 

Curiosamente, en su blog, Elías cuelga un espléndido cuento vinculado con mi niñez en Galicia y también con mi vida en Urrea de Gaén, Teruel. Allí recibíamos a menudo a un afilador gallego al que le tomé fotos y le dediqué un reportaje en el periódico. La historia de Elías se titula así: ’El afilador’. Y es un microcuento de esos que tanto le gustan a él, a Antonio Serrano Cueto, a Fernando Valls y Gemma Pellicer, entre otros. Aquí está con la foto que él ha colocado en su blog. A mí me decían que todos los afiladores eran de Ourense y hablaban un lenguaje propio, el ’barallete’: lo hablaban los afiladores y los paragüeros de Ourense.

 

Por Elías MORO CUÉLLAR

Tengo un recuerdo muy preciso de la infancia: es una tarde de verano y, después de la escaramuza de la siesta -mi madre batallando para que la durmiera, yo intentando no claudicar-, estoy sentado en el umbral de la puerta comiendo pipas de melón saladas, llevo un pantalón corto de color gris, zapatillas de lona azul, el torso desnudo. Serán las cinco o cinco y media, y el calor se pega a los colores de las casas haciéndoles palidecer. En ese momento, mientras espero a mis amigos de entonces -Tasio, Manolo, Anacleto…-, pasa un afilador (una vez me dijeron que casi todos los afiladores eran gallegos) arrastrando su bicicleta y silbando una melodía, voceando su oficio; él me mira con sus ojos oscuros y yo, con un gesto, le ofrezco el cucurucho de las pipas. Pasa sin detenerse, ignorándome, y aquella música me parece entonces la más triste del mundo. Mi madre me pregunta qué me pasa cuando entro en casa llorando y yo no sé qué contestar.

Al rato vinieron mis amigos a buscarme, pero ya no quise salir esa tarde.


Ahora adoro la siesta, aunque a veces, durante la misma, sueño lo que cuento en esta página y despierto con los ojos turbios.

1 comentario

Antonio Serrano Cueto -

Pues sí, es un relato hermoso, con ese tono poético que tienen las evocaciones de la infancia. Felicidades a Elías. Y un abrazo para ti.