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Antón Castro

FALLECE RICARDO VÁZQUEZ PRADA

Acaba de fallecer Ricardo Vázquez-Prada (Barcelona, 1942), periodista que se incorporó a Heraldo de Aragón en 1969, narrador, poeta y cantante, que solía hacer versiones de Georges Brassens. Había grabado diez temas para un álbum con su hijo Miguel Ángel Prada a la guitarra. También fue crítico taurino con el seudónimo de Albero. Hace algún tiempo escribí de él:  

["Mucho antes de trabajar en ‘Heraldo’, seguía los comentarios de televisión de Ricardo Vázquez-Prada. En su columna podías encontrar cualquier cosa: una nota de política, un comentario a un concierto de Georges Brassens, efemérides. No era un crítico de televisión al uso: la tele era un pretexto, y acaso una tabla de salvación, para opinar, para asumir un compromiso, para describir el estado del mundo. Allí se veía que Ricardo Vázquez-Prada, afrancesado por parte de su mujer, afrancesado por voluntad, amaba el jazz, los libros de Simenon y de Albert Camus, los toros (también era cronista taurino y publicó, creo recordar, con el difunto Ignacio Aldecoa y Javier Aguirre el volumen conjunto “Tres de cuadrilla”) y las posiciones de izquierda. Fue presidente de la Asociación de la Prensa durante cuatro años y de vez en cuando le oí decir a Joaquín Carbonell, cuando nos veíamos casi a diario, que era un ilustrado, un sabio, un hombre profundamente curioso.

Ricardo Vázquez firmó varios artículos en ‘Artes & Letras’ sobre novela negra, escribió varias y fueron traducidas al francés, y Simenon. Publicó, entre otros títulos, la novela  ‘Los inocentes de Ginel’ (Unaluna) y antes había publicado ‘El genio del Moncayo’ (1997), ilustrado por Cano en el sello La Val de Onsera”.]

  

Uno de sus últimos títulos fue el poemario ‘Como el viajero herido’. Ricardo Vázquez-Prada, siempre amable, me envió tres poemas. El primero, de amor y erotismo, glosa un par de años de estudiante en Estrasburgo.

 

 

Tiemblas cuando recorro

la comisura de tus labios,

te estremeces cuando exploro

la piel turbada de tu cuello.

Ríes aún cuando te beso

quedamente en el oído;

no fue fácil conquistarte,

los primeros besos, la primera noche.

Lo compartimos todo

en la ciudad de piedra roja,

tarta de fresa en las esquinas,

besos furtivos, ansias secretas.

Quisiera oir el latido del mar en tu vagina,

el rumor del viento entre tus senos de ámbar,

esparcir mi semen presentido

en la pradera virgen de tus nalgas.

Abrasar la anémona turbia de tu ombligo

con un beso de amor desesperado;

llegar tan lejos en ese ciego abrazo

como el pecado de una diosa de fuego.

Añoro tu voz estremecida,

siento el fluir de mi lengua de arena

mientras derramo sobre tu piel dormida

la vía láctea de mi ciego instinto.

 

 

 

HE DE VIAJAR AL ALBA

 

He de viajar al alba

a la tierra baldía

en la que nada crece,

en la que nada espiga,

al olvidado yermo

en que mis manos de cera

no encontrarán más pulso

que la noche infinita,

ni una brizna de hierba,

ni un soplo de vida,                                                                                   

ni el arcano de un sueño,

ni una brisa perdida.

Cuando en la oscuridad

esa sombra me cubra,

se adherirá a mis huesos,

espectro de luz cautiva;

mi noche se hará más noche,

más cerrada, más oscura,

en mi habitación

de paredes desnudas.

Sé que al llegar el alba

con su túnica amarga,

me alcanzará el silencio,

el sabor de su espuma.

Llegaré hasta allí

con mis manos vacías

y en mi rostro no habrá

lugar para las lágrimas.

 

 

 

 

MAR OCULTO

 

 

Mar oculto

que escondes tu secreto,

¿has leído mi nombre

en la herida de los astros?

Estoy ante ti,

olas de esmeralda y fuego,

sin saber si la muerte

es condena o refugio.

¿Conoces acaso mi destino?

Esa fuerza que te impulsa,

¿es ciego corazón,

mirada inerte?

Quisiera acariciar con mi piel fría

tus escamas de nácar,

surcar la inmensidad de tus ausencias

sintiendo en mis entrañas

el latido destructor del viento.

Estoy frente a ti;

escucho el batir de las olas

contra las rocas de oro y algas

y me pregunto

por cuánto tiempo aún

las caracolas

entonarán su canto de desolación y muerte.

3 comentarios

Juanjo Palazuelos -

He conocido tu adiós con mucho retraso. Ayer, 12 de abri.en la reunión del jurado de nuestro VI certamen, me lo dijo José Manuel Cabrales, presidente del mismo, que a su vez lo supo por Carlos del Pozo; ambos fuisteis partícipes de nuestro III certamen.
Hoy 13, repasando los originales presentados y confrontándolos con los sobres de plica, estabas tú con un nuevo relato...
Buen amigo, no te olvidaremos.

Manuel Segura Verdú -

Ricardo fue un periodista de la vieja escuela, con los que daba gusto aprender. Al conocer la noticia de su muerte, recordé una noche de copas que compartimos en el casco viejo zaragozano. Allí me contó algunos entresijos de la profesión y del mundo del toro, que él adoraba, para mí desconocidos. Era un tipo culto, pero no apabullaba. Presidía la Asociación de la Prensa a la que rápidamente me incorporé nada más pisar tierra aragonesa. Lo recordaré siempre con cariño y gratitud. Que en paz descanse

Rafael Castillejo -

Al poco de grabar ese disco con su hijo, me lo hizo llegar. Ricardo era mucho más que un cantante aficionado y, prueba de ello es que, según me contaba, le había servido para ganarse unos francos y pagar la pensión en París, en su época de estudiante. Tenía una voz de esas que te mecen y se acompañaba a la guitarra de maravilla. Su hijo, excelente guitarrista le acompañó esa última vez en ese disco que conoceremos pocos, pero que apreciaremos como merece. Abrazos.