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Antón Castro

ERNESTO SÁBATO HA MUERTO

 

Alfredo Castellón me llama y me dice que ha muerto Ernesto Sábato.

Lo busqué cuando estuve en Argentina en 2009.

Me dijeron: ya no quiere ver a nadie. Está viejito, encerrado con su pintura

Y con sus demonios. Lo protege Elvira.

Siempre lo he visto como un hermano de Dostoievski,

como un pariente de Kafka,

Como un ahijado de los surrealistas y los expresionistas.

Sé que le gustaban Matta, Óscar Domínguez, Otto Dix,

Y Francisco de Goya y sus pinturas negras.

Era lector constante de Pessoa. Redactó el manifiesto ‘Nunca Más’

Y entendió el mundo como un laberinto donde existe la ceguera.

Decía que el hombre “es el animal más siniestro”.

Tuve un profesor que lo explicaba muy bien. Tenía todos sus libros

Subrayados y que sentía una gran inclinación

Por ‘Sobre héroes y tumbas’. “Si lees ese libro con atención,

De regreso al mundo de los vivos serás otro”, me dijo.

Yo soy más de ‘El túnel’

Y soy, sobre todo, de ‘El escritor y sus fantasmas’

Y de un libro que he vuelto a repasar: ‘España en los diarios de mi vejez’:

Me gusta su humanidad, su compasión, su ternura.

Parece otro. Le conmueve todo: hasta un joven que se despide de sus amigos.

Hasta los amores soñados y perdidos en el sueño.

Me gusta mucho porque se reencuentra con el arte de Morandi

Y ahora, cerca de la centuria, se siente conmovido por él.

Lo ve de otro modo. Me gusta todo lo que dice cuando va a casa de Saramago:

De golpe, fascinado por Pilar del Río, transcribe en portugués

Un texto breve, intenso, de enamorado y cómplice, de su amigo José

Sobre ella. Es todo muy bonito. Y sincero. Están sobre los volcanes.

Y también habla de Joaquín Sabina: dice que no desentonaría

En una tertulia con los viejos compositores de tangos.

Este Sábato

-tan parejo al que deslumbró a Marisa Madieri y Claudio Magris,

Al que conversó con  Borges, al que vivió en una casa sin agua ni luz

En una quinta tras regresar de Europa-

Este defensor de las pequeñas cosas en vísperas del adiós

Me resulta muy conmovedor. Cercano.

Y me ha dado pena su muerte: mientras Alfredo Castellón

Me explicaba su muerte yo miraba al cementerio de San Lorenzo.

Me encantaría que lo enterrasen aquí:

Más de una vez iría a ver su tumba y leería ante ella:

“Al anochecer salimos a caminar.

Estaba embargado de una profunda emoción, sin duda hecha

de tristeza por el paso de los años, pero también de gratitud

por lo que la vida me ha dado, y me sigue dando”.

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