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Antón Castro

LA POESÍA DE LABORDETA

LA POESÍA DE LABORDETA

[Hoy se cumple exactamente un año de la muerte de José Antonio Labordeta: recupero aquí un artículo que me envío hace algún tiempo Javier Aguirre, antólogo de su poesía para Huerga & Fierro. Es el primero de los homenajes que le rendiré hoy en mi blog y en mi facebook. La caricatura es de Luis Grañena.]

 

 

HA MUERTO UN POETA:

JOSÉ ANTONIO LABORDETA

Javier Aguirre

 

Labordeta ha muerto. Con él se nos va un gran poeta. Labordeta siempre se vio a sí mismo como un poeta, y desde esa condición abordó el análisis de la realidad. Labordeta desarrolló sus numerosas facetas públicas con una fuerza y un sentido lúdico muy personal, pero sin desprenderse jamás de aquella mirada descreída, distante y algo triste con la que algunos poetas observan el mundo. Labordeta concebía la existencia desde un notable escepticismo, lo que en sus poemas se manifiesta en ese característico tono tedioso y dejado. Al contrario que sus canciones o sus artículos periodísticos, sus poemas rara vez dejan espacio al humor. No hay más que comparar los poemarios Jardín de la memoria (1982) o Diario de un náufrago (1988) con las famosas crónicas de Polonio, publicadas en Andalán tras la transición, para saber de lo que hablamos. Y sin embargo, a pesar de ese permanente fondo escéptico, en su poesía, como en el resto de su obra, jamás renunció a la esperanza ni a la reivindicación. Consecuente consigo mismo, en Labordeta se produjo un temprano paso del yo al nosotros, del poeta que recrea un yo intimista en Sucede el pensamiento (1959), al poeta que se pregunta por el ser humano y sus deseos de justicia y libertad, temas desarrollados con intensidad incisiva en Las sonatas (1965) o en Método de lectura (1980). Por eso, la poesía de Labordeta oscila entre el tedio y la esperanza, la tristeza y la exaltación, la denuncia y el despego. Esta forma de reflejar la realidad no es ajena a la época que le tocó vivir y a las circunstancias familiares que acompañaron sus años de niñez y juventud. La poesía de Labordeta no podría entenderse sin la terrible experiencia que supusieron para él, como para tantos otros españoles, la guerra civil, sobre la que nos dejó poemas estremecedores, como “Belchite” (“El árbol se levanta sobre la tapia hundida./El viejo campanario –la paloma que había/huyó bajo la guerra- está desierto:/todo es sombra”), si bien su principal fuente de creación fue la niñez y juventud de postguerra, que reflejó en poemas como “Acuérdate” (“Nunca/fuimos realmente niños/en mitad del dolor amargo/de las guerras”) o “Cuando niños” (“…el largo invierno muerto/y la ausente y sin fin/perdida primavera”). Por otro lado, a pesar de la dureza de la postguerra, la nostalgia y la añoranza invaden su poesía de principio a fin, y una y otra vez vuelve a la infancia para reivindicarla a pesar de toda su aspereza: “amada mía infancia destruida” leemos en Tribulatorio (1973); y en  Diario de un náufrago (1988), “Nunca vuelven/los infinitos/días/de la infancia…”. Y los últimos versos de “Como un ardiente niño”, en Poemas y canciones (1976), lo expresan con rotundidad: “Nada como entonces/a pesar de todo”. Solidario con este sentimiento, el amor adolescente aparecerá como motivo frecuente en su poesía; es el caso de “Érase una vez”, poema incluido en Tribulatorio (1973): “Éramos tan amor/tan ojos vivos tan esperanza/que la dolida mezcla del otoño/nunca llegaba hasta nosotros”. El ambivalente sentimiento del poeta frente a su niñez y adolescencia se enmarca siempre en el espacio físico y simbólico de su ciudad, Zaragoza, que constituye otro de los grandes temas de su poesía. La poesía de Labordeta está impregnada del sabor de la ciudad, de sus plazas y calles, de sus gentes, de sus iglesias, del Ebro omnipresente, de sus frías tardes de domingo, del otoño y el viento, elementos de los que se sirve para retratar una ciudad de sobria belleza. Pero más allá de Zaragoza, la presencia de Aragón constituye la nota que mejor define su poesía. Numerosos poemas hacen referencia a su geografía –“Belchite”, “Javalambre”, “Canfranc”, “Teruel”, “Todos los santos de Albarracín”,…-, y la temática de Aragón es omnipresente en Cantar y callar (1971), Treinta y cinco veces uno (1972) o  Monegros (1994). La áspera postguerra, las añoradas niñez y adolescencia, los valores de la libertad y la solidaridad, Zaragoza como espacio físico y simbólico y, sobre todo, Aragón constituyen los grandes temas que definen la poesía de José Antonio Labordeta. En su poema “Llaneza” afirma Borges que “lo que tal vez nos dará el Cielo no son admiraciones ni victorias sino sencillamente ser admitidos como parte de una Realidad innegable, como las piedras y los árboles”. No cabe la menor duda de que nuestra tierra ya es para siempre el rincón de Labordeta en el Cielo de Borges.

 

     

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