ANDRÉS NEUMAN, UNA ENTREVISTA SOBRE 'HACERSE EL MUERTO'
Hace algunos días, Andrés Neuman presentaba en Los Portadores de Sueños su libro ‘Hacerse el muerto’ (Páginas de Espuma), otro título lleno de relatos espléndidos (con muchos homenajes: a su madre, a su padre, a Ray Bradbury, a Kafka, a Daniel Moyano...) y de una nueva teoría del relato. Ayer domingo se publicó en Heraldo una parte de esta entrevista: la traigo aquí al completo. Andrés Neuman es uno de los talentos naturales más impresionantes que he conocido nunca: respira literatura y ficción, imaginación y talento, por todos sus poros.
“Exigirle unidad a un libro de cuentos sería ponerle un candado al laboratorio”. ¿Cómo surge este libro, cómo está organizado?
Me gusta que los libros de cuentos tengan una estructura, pero la cuestión sería cómo y cuándo surge esa estructura. Personalmente prefiero improvisar cada pieza, buscar el estilo de cada una. Y, más tarde, trabajar con sus coincidencias y contrastes. O sea, una primera fase de libertad y una segunda fase de organización. Mientras escribía “Hacerse el muerto”, noté que me estaban saliendo algunas piezas muy tristes y otras muy divertidas. Entonces empecé a estructurar el libro a partir de la idea de la tragicomedia, de los altibajos anímicos con los que vivimos.
Este libro tiene un elevado componente de dolor y de autobiografía. ¿Por qué?
Una de las secciones del libro habla de mi madre, que murió muy joven. El poeta Roberto Juarroz decía que el mayor acto de amor de las palabras es crear presencia. Ante una ausencia, la ficción reacciona. La muerte nos arrebata a los seres amados, pero el lenguaje los revive para que sigamos conversando con ellos. Un texto literario puede ser autobiográfico, pero su dolor es colectivo.
¿Qué le debe el libro a la figura de tu madre, a su partida, y a ese susto que te dio tu padre?
Mi madre era violinista. Me gustaría pensar que, si en mi prosa hay alguna música, sale de su violín. Mi padre estuvo a punto de morir hace años. Mientras esperaba el resultado de la operación, me entregaron sus zapatos en una bolsa de basura. Ese día supe que, tarde o temprano, esos zapatos iban a estar en mis pies. Pienso que nuestra infancia termina cuando nuestros padres se vuelven débiles. Algo de esa certeza hay en el libro.
Escribes: “Enterramos a mi madre un sábado al mediodía. Hacía un sol espléndido”. ¿En qué medida te ha influido Kafka, y su indolencia casi animal, en tu concepción del relato?
Kafka me parece genial, inalcanzable, pero no comparto en absoluto esa indolencia emocional. Prefiero la vulnerabilidad y la suciedad. En cuanto a la frase que citas, creo que se refiere a la perplejidad de comprobar que la vida seguirá brillando sin nosotros. O quizás al consuelo de que sea así.
Rindes homenaje, con el primer cuento y quizá con el segundo, a Daniel Moyano. ¿Qué le debes al escritor argentino, violinista como tu madre?
Moyano era un excelente narrador y mi madre solía hablar de su libro “El trino del diablo”. Él sufrió una de las peores torturas, habitual en la dictadura argentina y en la guerra civil española: el simulacro de fusilamiento. Un acto tras el cual la víctima no puede evitar sentir que sus verdugos le han perdonado la vida. Me interesaba el estado de conciencia en que queda alguien que, tras parpadear por última vez, sigue viviendo. Esa mezcla de gratitud y miedo.
Este también es un libro de amor y de vidas ajenas. Pienso por ejemplo en un cuento como ‘Teoría de las cuerdas’.
El libro habla también mucho de amor, del entusiasmo del deseo, de las maravillosas torpezas conyugales. Del humor como antídoto del dolor. Y de la fascinación que nos produce espiar las vidas ajenas. ‘Teoría de las cuerdas’ no trata de física cuántica, sino de un patio interior. El personaje es un detective de ropa tendida, que deduce las biografías de sus vecinos a partir de un calcetín, una camisa, una braga. Quizás el cuento funciona igual: insinuando una vida a partir de un detalle.
¿Es posible, de veras, encontrar el amor en las páginas de los periódicos, en los anuncios por palabras? Pienso en ‘Vidas instantáneas’.
Los anuncios por palabras me parecen un ejercicio supremo de micronarrativa: contar quién eres y describir tus deseos en veinte palabras. A veces son tan curiosos o absurdos, que se me ocurrió escribir un cuento con ese formato. No sé si esos anuncios surtirán efecto, pero me conmueve verlos todos juntos en la misma página de un diario: tanta gente sola, tan cerca y tan lejos, suplicando compañía.
Háblame de otro cuento especial como ‘Las cosas que no hacemos’. ¿Quiere ser otra forma, un tanto a contrapelo, de ver el amor?
Siempre me ha interesado narrar el amor que tropieza, que brilla a duras penas. En vez de enumerar épicamente todas las cosas que una pareja hace, los lugares a los que va, las aventuras que comparte, ese cuento enumera todo aquello que dos enamorados no llegan a hacer porque les da pereza, o llegan tarde, o se olvidan. No hay amor más verdadero que el torpe.
Dices: ‘Todo cuento es oral en primer o segundo grado’. ¿Explicaría esta frase la serie de los monólogos?
Para mí la escritura tiene mucho de emoción auditiva. Cuando leo o escribo, me gusta escuchar la voz del narrador hablándome al oído. Para eso hace falta cierto grado de oralidad, aunque esté muy estilizada. Ahora bien, a veces reducimos la primera persona a la autobiografía, cuando la maravilla de la ficción es que también nos permite transmitir voces ajenas, recordar en plural. ‘Yo’ somos muchos.
¿Cómo se escribe un cuento como ‘Monólogo del monstruo’?
Para narrar la historia de un hijo de puta, pienso que lo más honesto es dejarlo hablar a él, explicar sus razones. Quizás hasta descubrimos que se parecen a las nuestras.
Este también es un libro sobre la voz, el léxico, el poder de las palabras. Pienso, por ejemplo, en ‘Principio y fin del léxico’.
Cierto. Aparte de nombrar la realidad, las palabras también la modifican y nos entrenan en el asombro. En el cuento que mencionas, el personaje tiene al despertar unos instantes de balbuceo. Ese momento de duda acerca del lenguaje es, para él, el más feliz del día.
Hay un homenaje, no sé si apocalíptico o irónico, a Ray Bradbury.
No hay nada más irónico que un apocalipsis. Generalmente, quien lo pregona es el primero que lucraría con él.
Entre tus notas de estética, explícanos esta: “Un relato absolutamente redondo atrapa al lector, no lo deja salir. En realidad, tampoco le permite entrar”.
¿Quién quiere algo redondo, perfecto, inamovible, cuando la imperfección anda por ahí suelta, buscando pareja de baile?
*Andrés Neuman acaba de publicar 'hacerse el muerto' en Páginas de Espuma, el sello de Juan Casamayor. Todas las fotografías son de Daniel Mordzinski, el fotógrafo de los escritores.
2 comentarios
Alberto Granados -
http://albertogranados.wordpress.com/2011/11/18/una-obsesion/
AG
Yolanda -
http://lacomunidad.elpais.com/barambioes/2011/11/4/las-mil-y-formas-hacerse-muerto-andres-neuman