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Antón Castro

SAUL BELLOW Y SUS CARTAS

 

 

A Yetta Barshevsky

 

 

 

South Harvey, Michigan 28 de mayo de 1932

RESOLUCIÓN [escrita en el dorso del sobre]

Querida Yetta:

Sé que esta carta será inesperada, menos inesperada por supuesto que mi marcha improvisada, pero inesperada. Ni siquiera yo la había previsto. Solo tuve tiempo de coger mi traje de baño y unas hojas de papel. Los acontecimientos del día me han dejado la mente agitada, pero aprovecho la oportunidad para escribirte, Yetta, para decirte algo que durante semanas se ha estado congregando y fermentando en mi pecho, algo que ha estado hirviendo y bullendo en mi interior, sin encontrar una expresión espontánea. Es algo, Yetta, que, más a causa de la incertidumbre y la cobardía que de cualquier otra cosa, no he conseguido mencionar delante de ti. Cierto, soy un cobarde confeso. Todos somos cobardes intrínsecamente, pero la justificación de la cobardía reside en la confesión.

Ahora está oscuro y el viento solitario hace que los árboles susurren y silben suavemente. En algún lugar de la noche un pájaro grita al viento. En la habitación de al lado, mi hermano ronca suave, insistentemente. El campo duerme. Las olas se alzan iracundas ante la casa, no pueden alcanzarla, gruñen y se retiran. Por encima de mí, la luz se mueve hacia delante y detrás, delante y detrás. Produce sombras en el papel, en mi cara. Estoy pensando, pensando, Yetta, vagando en la noche, en el infinito, y todos mis pensamientos tratan de ti. Pero mis pensamientos sobre ti no son totalmente amables, pican, atacan. ¿O debemos ir al grano?

Pensarás, quizá: "Vendedor de palabras". Porque la tuya es una mente de la Liga de la Juventud Comunista. O: "¿Qué le ha dado al sólido y bovino Bellow?".

Pero todo el tiempo tendrás un presentimiento, y todo el tiempo rezarás. (Porque eres devota, Yetta.)

"¿Por qué escribe, por qué el muy idiota no espera hasta volver para que pueda intimidarle?".

Detesto el melodrama. Lo único que odio más intensamente que el melodrama y la espinaca soy yo mismo. ¿Piensas, quizá, que estoy loco? Lo estoy. Pero tengo mi pluma; estoy en mi elemento y te desafío. (Aquí hay una pausa prologada, un suspiro ventoso, y el indomable Bellow irrumpe con toda su plenitud y fuerza.)

Últimamente ha habido una perceptible desavenencia entre nosotros. Parece que el incorregible [Nathan] Goldstein está inquieto. Parece que en presencia de otros eres demasiado pródiga en tu afecto hacia él. La situación es crítica. (Por cierto, Yetta, debes enseñarle esta carta a Goldstein.) Tenlo en cuenta: no hago un sacrificio ni un secreto de entregarte. Aborrezco el sacrificio y el martirio: son la hipocresía dentro de la hipocresía; una expresión de dogmas y fanatismos bárbaros; su motivo, su motivo enmascarado, es repugnante: la mera ocultación del egoísmo y el individualismo.

Así que nos separamos de mutuo acuerdo. Tú a escuchar las arengas marxistas de Goldstein con un interés semifingido; yo a recostarme en los senos de los voluptuosos tiempo y espacio y a sofocar el deseo y la esperanza. El Oriental, como sabes, es un fatalista. Quizá sea el atavismo lo que me impulsa a decir: "Lo que ha de ser será". Y así estoy satisfecho. No me arrepiento de nada. Durante un tiempo me cubriré con una reserva herida. Quizá encuentre consuelo en la calma filosófica del asceta. El hombre siempre intenta justificar sus actos. Ser un recluso es una justificación de lo errado de un acierto. Durante varias semanas con una cínica inclinación del labio y una mirada cansada sobre un mundo sórdido, yo, el joven idealista, rendiré mis congojas y mi corazón a los pies de Pearl. Si los desdeña, me iré a casa, escribiré poesía desgarradora y tocaré el violín. Si no, caeré en una letárgica satisfacción que solo durará mientras el amor dure. Porque el amor idiotiza.

Así que corto las relaciones contigo.

Podemos tener una amistad superficial. Pero algún día, cuando yo esté chocho y tú tengas varias papadas y estés obesa podremos reconciliarnos. En el ínterin sé feliz: si mi infame escepticismo lo permite, yo también intentaré encontrar la satisfacción con Pearl.

Así que, Yetta,

adiós –

Puedes hacer lo que quieras con esta carta.

Claramente de vacaciones con uno de sus hermanos, Bellow acaba de cumplir diecisiete años cuando escribe misiva, las más temprana de sus cartas supervivientes. Nathan Goldstein no tardó en casarse con Yetta. Tras su divorcio en la década de 1940, Yetta se casaría con Max Shachtman. La identidad de Pearl es desconocida.

A Margaret Staats

[Chicago] 7 de abril, 1966

No lo creí posible. Probablemente pensaba que estaba demasiado dañado, o dañado por mí mismo, para esto. Fueran cuales fueran las razones, no esperaba que toda mi alma se abriera a alguien de este modo. Que me acostaría y me despertaría por amor en vez de por el sonido del reloj.

Si estoy ocupado, es porque necesito actividad y secreto. Debería estar agradecido. Y lo estoy. También estoy oprimido y melancólico. Es un caso de amo quia absurdum: el absurdo es mío, no tuyo. ¡Mi edad, mi situación! Es absurdo.

Pero mucho más absurdo sería no amarte. Siento una especie de gratitud mística. Lo haría, aunque tú no me amases después de todo.

Te volveré a escribir para contarte cómo paso el tiempo.

Evidentemente, me corté el dedo en Nueva York para tener un recuerdo. Me ha quedado una cicatriz terriblemente bonita.

 

A Margaret Staats

[Chicago] 12 de abril, 1966

Bueno, absurdo o no, cuando pienso en ti mi corazón se llena. Amo todo lo que puedo recordar de ti. Contigo tengo una sensación que no he tenido nunca antes, la de estar infinitamente satisfecho con otro y aunque no te conozco creo que yendo a lo largo de cualquier distancia y en cualquier dirección contigo no puedo encontrar nada que me decepcione. Espero amarte ocurra lo que ocurra. Aunque te asusten todas estas lúgubres dificultades. Has hecho que la humanidad y el mundo parezcan diferentes. Nunca podré pensar en las mujeres como solía hacerlo, por ejemplo. Ese es mi mensaje esta mañana. En lugar de oraciones. Ahora puedo soportar seguir con mis asuntos.

 

A Eugene Kennedy

Brookline 19 de febrero, 2004

Querido Gene:

Intenté contactar contigo por teléfono ayer. Spurlos: la palabra que empleaban los comandantes de submarino alemanes. Significa "sin dejar rastro": ni siquiera una mancha de petróleo en el seno del Atlántico. (Se me ocurre que debiste estudiar alemán bajo los expertos en alemán de Hollywood.)

No hago nada estos días y paso gran parte del tiempo en casa. De lejos mi diversión más agradable es jugar con Rosie, que ahora tiene cuatro años. Me parece que mis padres querían que creciera deprisa y me resistí, arrastrando los pies. Ellos (mis padres, no mis pies) necesitaban toda la ayuda posible. Siempre decían: "¿Qué dice el hombre?" y yo traducía a un inglés vacilante. Eso tampoco ayudaba mucho. Mis padres eran tan ignorantes del inglés como del francés canadiense. A menudo nos deteníamos ante un escaparate de zapatos de niño. Mi madre deseaba que tuviera un par de sandalias de charol con una elegantissima correa. Finalmente las tuve: las untaba con mantequilla para conservar el cuero. Eso era cuando tenía seis o siete años, un poco mayor de lo que ahora es Rosie. Es sorprendente ver cómo todo se reduce a un par de sandalias de charol.

Te mando una bendición para todo…

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