JOSÉ-CARLOS MAINER HABLA DE 'FALANGE Y LITERATURA'
[José-Carlos Mainer Baqué (Zaragoza, 1944)publicaba a finales de año la reedición de su libro ’Falange y literatura’. Rescato aquí una larga entrevista sobre este volumen que ha sido ampliado e incluye una amplia antología.]
¿Cómo surgió la idea de estudiar Falange y literatura y de seleccionar los textos? ¿De qué ideas y estímulos partías?
En 1966 yo publiqué un par de artículos sobre la revista Vértice que estaba estrechamente asociada a mis lecturas adolescentes: debía de tener yo doce o catorce años cuando leía las revistas Vértice y La Ametralladora que mi padre, que fue teniente médico en el ejército franquista, había guardado y encuadernado. Por ellas tuve la primera noción elaborada de la guerra civil y, con el tiempo, había entendido la necesidad de tener otra perspectiva más crítica sobre aquellos acontecimientos. Francisco Rico leyó aquellos artículos con interés y me propuso en 1969 la elaboración de lo que en 1971 salió con el titulo de Falange y literatura (Antología). Y cuarenta años después he aceptado lo que ya me habían propuesto otros editores en varias ocasiones: revisar aquel texto y publicarlo de nuevo… El resultado ha sido que he triplicado el tamaño del volumen originario, aunque lo he escrito muy rápidamente…
¿Qué encontraste? ¿Cuál fue, un poco a vista de pájaro, claro, la relación que había entre los escritores y la Falange? ¿Crees que hay alguna diferencia en cuanto a relación de dependencia de los escritores vinculados a Falange que la de los escritores vinculados con el Partido Comunista?
En el fascismo, la violencia y la inmolación (y, por tanto, la guerra) son una forma de vida. La muerte es la ofrenda suprema, pero a esto precede el odio al enemigo. Y antes hay que inventarse a ese enemigo; esta es la función de los escritores fascistas que suelen hablar de su desencanto ante la vida ordinaria y vulgar, de su conversión personal o de su feliz encuentro con la solidaridad de la manada. Detrás de la entrega a los ideales está siempre la oscura pulsión de vengar algo, de destruir lo que se ve incompatible con la fe del grupo. En toda literatura militante hay algo de esto, naturalmente, y en España, buena parte de su retórica vino suministrada por el catolicismo reaccionario de principios del siglo XX. En la literatura comunista clásica se concede menos importancia a la motivación individual y abunda más la visión beatífica del futuro de una sociedad sin clases, como corresponde a una percepción más científica y absolutamente laica. Pero tan alienante es una cosa como la otra, por cierto…
¿Qué casos te han atraído más? Algunos son especialmente paradójicos: Dionisio Ridruejo, Torrente Ballester, Álvaro Cunqueiro, en cierto modo se reinventan. Pasan de un apoyo feroz a la disidencia...
Ridruejo es un personaje fascinante porque su disidencia se produce a través de un análisis riguroso de su propio grupo y de su clase social. Es un proceso lento, en el que nunca abandona su vocación de intervenir en la vida política. El caso de Torrente Ballester es mucho menos simpático: desembarcó de forma bastante oportunista en el falangismo y (como revelan, por ejemplo, sus cartas a Ridruejo) quiso obtener prestigio y dinero. Y a comienzos de los sesenta rompió y procedió con bastante éxito a ocultar sus huellas… Cunqueiro fue un simpatizante entusiasta (no “feroz”, por cierto) que no debió hallar muchas diferencias entre el lenguaje de un sector del galleguismo político (el de Vicente Risco) y el fascismo. Desembarcó con sus imaginaciones en la prensa falangista y muy pronto las llevó, siempre idénticas, a otros paraderos más comprensivos y digamos liberales.
El paso del tiempo y la novela de Javier Cercas le han reservado un lugar especial a Rafael Sánchez-Mazas. Con nueva perspectiva, ¿Cómo lo ves ahora, cuál es su importancia real, cómo evalúas la calidad de sus textos?
Es un personaje curioso, lleno de soberbia intelectual y también de rencores sociales de burgués desclasado. Y es un gran escritor, demasiado perezoso… Ya ensalzó a Mussolini, en 1922 y la tercera de ABC; fue seguramente el inventor de la restauración del yugo y las flechas ¡en 1927! cuando no existía todavía Falange; publicó en 1933 un curioso libro sobre las relaciones de España y el Vaticano, muy crítico con los puntos de vista del pontificado… Y cuando vencieron los suyos, se volvió a casa, cobró una pingüe herencia y escribió una exquisita novela sobre su infancia dorada (La vida nueva de Pedrito de Andía) y una fantasía pedagógica criptofascista (Rosa Krüger). Y es que nunca dejó de ser fascista, aunque también fue el padre de dos notorios antifranquistas, Rafael y Chicho Sánchez Ferlosio.
Entre los raros y excéntricos figura Ernesto Giménez Caballero. ¿Sería algo así como el Dalí de la literatura y de las vanguardias?
Giménez es inclasificable. Trabajó desde 1925 en la nacionalización de la vanguardia española y, desde 1929, en la difusión del fascismo. Como Dalí, fue histriónico por naturaleza, intuitivo y oportunista. Y sus escritos de vanguardia son excelentes, como delirantes (y a veces certeros) son sus libros más teóricos: Arte y Estado es un diagnóstico asombroso de la situación de las artes plásticas en 1935. Si hubiera muerto en la guerra o hubiera roto con el franquismo, sería un personaje de referencia obligada; lo malo es que lo sirvió fielmente hasta el final, siempre soñó ser ministro y en 1976 pidió en ABC ser enterrado en el Valle de los Caídos junto a Franco y José Antonio (seguro que no le faltaba razón…).
En los últimos años pareció entreverse un caso ’Agustín de Foxá’, al que mete en su última novela Fernando García de Cortázar. ¿Cuál es la relevancia real de su obra?
Foxá, como Edgar Neville (que fue un falangista de oportunidad), son seres irremediablemente simpáticos. Y egoistas y cínicos, como casi todos los simpáticos. Foxá fue falangista por anticomunismo y por aristocraticismo, rasgos que exhibió en textos muy penosos durante la guerra y poco después. Cuando acabó la contienda, cultivó cierta distancia desengañada y vio además el completo fracaso y olvido de su proyecto literario: de sus poemas melancólicos y neomodernistas, de sus novelas tan inspiradas por la prosa del último Valle-Inclán y de su teatro poético, tan extemporáneo ya. A mi me divierte mucho releerlo, pero sus entusiastas dan para poco más que un club de nostálgicos.
¿Cuáles son las novedades de esta nueva edición? ¿Qué criterios has seguido para la antología?
Las novedades están, sobre todo, en el prólogo: mucho más extenso y creo que más informado, menos doctrinario y más explícito a la vez (en 1971 había censura y no se podía llamar “fascismo” a Falange, por ejemplo). La antología de textos es fiel a su concepción originaria, pero ahora he incluido mucho más textos que entonces no pude incorporar, pero es revelador que casi no he cambiado los rótulos (ni la intención) de los apartados que la componen: entre todos, he intentado rastrear los elementos psicológicos de la conversión al fascismo, de la mitificación de la guerra civil, de las nostalgias de la historia imperial y también de la complacencia en ciertas fantasías o en un humor muy moderno, o en la añoranza de la vida burguesa que muchos habían conocido en sus casas.
¿Qué ha pasado en estos 40 años con este tema: se ha reivindicado, se ha esclarecido, se ha desmitificado?
Hubo una cierta reivindicación después de 1975 (pienso en Fernando Sánchez Dragó), que fue efímera afortunadamente, y ya entrados los años ochenta, empezaron estudios serios y sistemáticos sobre la historia del fascismo español. Todos usaban y citaban la literatura falangista pero, salvo contadas excepciones, ha habido muy pocos trabajos extensos sobre ese tema específico: el libro de Mónica y Pablo Carbajosa sobre “la corte literaria de José Antonio”, el de Mechthild Albert sobre los “vanguardistas de camisa azul”, y ahora mismo, el de Nil Santiáñez Tió, Topographies of Fascism. Habitus, Space and Writing in 20th Century Spain, que he recibido cuando ya había terminado la impresión del mio.
¿Cuáles serían los cuatro o cinco libros verdaderamente decisivos de estos autores próximos a la Falange? ¿Quién sería el autor aragonés más valioso vinculado a Falange?
Habría que poner de entrada un libro de Giménez Caballero, sin duda: Genio de España. Y una novela de Rafael García Serrano, La fiel infantería; el primer relato de Gonzalo Torrente, Javier Mariño, y el mejor de Foxá, Madrid, de corte a cheka. Y puede que un poemario de guerra, de José María Castroviejo, que sus herederos me han prohibido reproducir: Altura. En cuanto a los falangistas aragoneses, el más importante e influyente fue, sin duda, Pedro Laín Entralgo; como escritor de creación, el diplomático José Antonio Giménez-Arnau, fue autor de alguna novela de éxito, y en grado menor y mucho más olvidado si cabe, el poeta y funcionario Ginés de Albareda (que era hermano, por cierto, del químico y prominente miembro del Opus Dei, José María Albareda)
¿Qué pensarían del deseo de independencia de un sector de Cataluña?
Recuerdo en un párrafo de mi prólogo que, en las feroces campañas de los años 1931-1939, el odio de los falangistas al catalanismo (y, en algún menor grado, al vasquismo) desempeñaron, en cierto modo, el papel del antisemitismo en los fascismos centroeuropeos: la detección de un enemigo interior que odiaba la identidad común. Espero fervorosamente que no me lo lea torcidamente algún partidario de Esquerra Republicana o de Bildu y lo esgriman como antecedente; mas bien diría yo que, muy a menudo, los que buscan y hostigan a un enemigo interior son ellos.
¿En qué otros proyectos anda José-Carlos Mainer?
Ando terminando una Historia mínima de la literatura española [este libro ya lo ha concluido y lo ha publicado en el sello Turner], un encargo que ha resultado divertido y que no ha requerido pesquisas especiales. Sólo tiempo y muchos ejercicios de síntesis… Saldrá el año que viene y no veo más proyectos extensos en lontananza.
*La foto de José-Carlos Mainer es de 'La Opinión de La Coruña'.
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