HOY FIRMO EN VALDERROBRES
[Salgo ahora mismo para Valderrobres, para la librería de Octavio Serret. Esta mañana, entre las dos y media y las dos firmaré ejemplares de mis últimos libros: ‘El testamento de amor de Patricio Julve’ (Xordica, uno de los libros más importantes de mi vida, sin duda) y ‘Versión original’ (Isla de Siltolá), la primera antología de mi obra poética en verso y prosa. En ese libro va este poema dedicado al gran dibujante, pintor e ilustrador Luis Grañena, autor de este retrato de Lovecraft.]
ACUARELA DEL MATARRAÑA
[A Luis Grañena]
1
Le he dado muchas vueltas a nuestro adiós.
Recuerdo la despedida, en medio del puente,
ante el río que tantas veces nos había copiado.
De día, de noche, en la niebla del sueño.
Siempre me decías: “Este es nuestro río,
el Matarraña sereno, como cristal de luna.
El Matarraña seguro, que desconocía fronteras
y puñales. El río de todas las melodías”.
No sé bien cómo habías llegado ante él:
tú estabas de vacaciones, habías venido a olvidar
un loco amor y a pintar los tejados y los celajes.
Y ahí te vi: asomada a una terraza sobre el agua.
Con tus acuarelas, con la gorra ladeada, sin prisa.
La luz de tus ojos se fundía con el fulgor del mundo.
Regresé para verte. Como un espía. Como alguien
que ha encontrado la cifra de su obsesión, el reclamo
de las horas. La certidumbre de un incendio de amor.
Un día nos vimos. Nos reconocimos en la distancia.
Te atrapé con mi cámara de fotos y con mi osadía.
Me llamaste descarado, ladrón de cuerpos. Mirón.
Sonreí, y eso pareció arreglarlo casi todo. Me acerqué
y te enseñé todas las fotos: diez, veinte, treinta. Ni lo sé.
Te reíste. “¿Qué se le ha perdido por aquí al cazador?”.
No supe qué responder. Y ensayé con audacia:
“Busco pintoras bonitas. Busco, en el Matarraña,
mujeres que me hagan soñar. Quiero perder la cabeza”.
Seguimos mirando. Añadiste: “Veo que también
le interesan las piernas, mi culo y mi espalda”. Te dije:
“Soy un fotógrafo del arte corporal femenino”.
2
He contado las horas que hemos estado juntos.
He contado todos los besos, las caricias, los ponientes,
los paseos. He contado casi todos los minutos
de ausencia. Visitábamos Beceite, Fuentespalda,
Calaceite y su cementerio romántico con vistas
hacia un campo de olivos. Me recitabas a Ángel Crespo
que amaba aquí a su musa, en la intimidad de un palomar.
Y estuvimos con Gema Noguera en su taller con bicicleta.
Visitábamos Valdealgorfa y sus altiplanos.
Y La Cerollera y sus oscuros pájaros legendarios.
Me decías: “Yo he venido a curar una herida de guerra.
Y a ti, ¿qué se te ha perdido en este territorio
de refugio? Aquí todos somos demasiado vulnerables.
Ten cuidado: podría alancearte el corazón”.
Quizá me fui por eso. Porque esperabas a otro.
Porque me sentía emplasto, alivio, medicina fugaz.
Porque anhelabas a otro y hallabas mi sombra.
La lanzada me había llegado hasta el fondo del espanto.
3
No he contestado a ninguno de tus emails.
Creo que no sabría hacerlo. Y, sin embargo, los espero
con ansiedad. Con devoción. Con añoranza.
Cada día estás en un remanso distinto, en un balcón,
en una terraza que se inclina sobre el Matarraña.
Cada día te multiplicas en las luces de la aurora.
Con tus cabellos al viento, con la espalda desenvuelta
y esa mano que va y viene con ademán de ave.
Me pregunto quién te hace las fotos. Me pregunto
si alguien te ama como deseas: con furia de naufragio.
Cada día, lo percibo, pintas mejor. Son más contundentes
tus colores, las barcazas y los tejados, y el castillo.
Cada día, me doy cuenta, estás más hermosa.
Cualquier día de estos voy a dejar de abrir el ordenador.
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anabb -