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Antón Castro

MARILYN: LA MUJER INSONDABLE

MARILYN: LA MUJER INSONDABLE

Se cumplen cincuenta años de la misteriosa muerte

de una de las criaturas más enigmáticas de Hollywood

 

Marilyn Monroe (1926-1962) es, probablemente, la actriz más famosa de todos los tiempos. Y una de las criaturas más enigmáticas y contradictorias que se han movido por Hollywood. Escribe Antonio Tabucchi en el prólogo a su libro ‘Fragmentos’ (Seix Barral, 2010): “Marilyn no es solo un mito o un icono (se dice que la imagen de su rostro es tan conocida en el mundo como ‘La Gioconda’ de Leonardo)”. Muchos han intentado retratar a “esta mujer insondable”, tal como la bautizó su tercer marido, Arthur Miller. La retrataron un sinfín de fotógrafos y han dejado las instantáneas de una criatura fotogénica, de una belleza animal y deslumbrante, primitiva y candorosa a la vez: desde Richard Avedon, Milton H. Greene, con quien formaría una productora cinematográfica, Eve Arnold, Cecil Beaton, que le hizo su fotografía preferida, André de Dienes, que la llevó en 1949 a las playas de Long Island para un amplio reportaje, Elliott Erwitt, Arnold Newman, Inge Morath o Bert Stern, que la retrató con toda su inmensa fragilidad poco antes de su extraña muerte el 5 de agosto de 1962.

La retrataron muchos escritores: Norman Mailer, Truman Capote, Joyce Carol Oates, el guionista Ben Hecht o, entre nosotros, Terenci Moix. Y quisieron acercarse a su misterio compañeros de reparto (Jack Lemon dijo: “Es una actriz con un instinto que ya querría tener yo”) y directores. John Huston señaló: “Había algo en ella que es difícil de describir, una cierta clase de primitivismo y también de inocencia, era como un ángel pero al mismo tiempo como un diablo”. La experiencia del rodaje de ‘Vidas rebeldes’, la última película de Marilyn y de Clark Gable, fue “una experiencia alucinante en todos los sentidos, era increíble ver como de una forma angelical Marilyn se transformaba en una persona endiablada. Marilyn era una persona enferma que odiaba la vida”. Joshua Logan, con quien trabajó en ‘Bus Stop’, dijo: “Es una de las actrices más talentosas de todos los tiempos”. Y la fotógrafa Eve Arnold subrayó otra virtud: “Nunca conocí a nadie con un don natural como en el suyo ante la cámara”.

A Norma Jean Baker no le salió nada demasiado bien desde la infancia. Su madre, cortadora de negativos para RKO Pictures, apenas pudo cuidarla. Se movía en el umbral de la miseria, la locura y del desamparo. La niña vivió con sus abuelos, con una tía que le mostró la fascinación del cine: Norma fue de aquí para allá como un perro sin dueño. En una de esas casas de ‘acogida’ fue violada por un tío suyo y por uno de sus hijos.

Se casó joven, con apenas dieciséis años, con el policía Jim Dougherty, cinco años mayor. Él pronto se dio cuenta de aquella joven era una bomba y que no se resignaba a ser una modélica ama de casa. Estaba marcada por la curiosidad amorosa, por el deseo y la ambición. Henrik Manukyan le hizo unas fotos estupendas e inició su carrera. Poco después sería reclamada por Ben Lyon desde la Twenty Century Fox y, tras los primeros escarceos en la pantalla grande y el cambio de nombre, debutaría con fuerza en dos buenas películas: ‘La jungla de asfalto’ de Huston y ‘Eva al desnudo’ de Joseph L. Mankiewicz.

Su presencia no pasó inadvertida. El despegue ya había empezado: en 1953, por ejemplo, rodó hasta seis películas, entre ellas ‘Niágara’, ‘Cómo casarse con un millonario’ y ‘La tentación vive arriba’. Marilyn Monroe era una mujer excitante, de una carnalidad infrecuente, de una gran sensualidad que también constituía un desafío en aquella sociedad adormecida por la represión. Ese mismo año ocupó la portada de la revista ‘Playboy’ con una serie fotográfica que se denominó ‘Sueños dorados’, donde revelaba sus medidas: 94-58-92. Marilyn siempre tuvo tendencia a engordar, pero era capaz de correr algunos kilómetros y de someterse a dietas. Era exigente consigo misma, y escuchaba los consejos de sus amigos: productores, actores o escritores. Por ejemplo, Truman Capote le aconsejó que tomase clases de interpretación y de dicción, y estudió con Lee Strasberg. Siempre temía fracasar o hacerlo mal. Anidaba dentro de ella una inclinación constante hacia la soledad, el sentimiento de culpa y la autodestrucción. En 1954 se casó con Joe Di Maggio, aunque el matrimonio resistió poco. Le relevaría, en 1956, el que parecía que iba a ser el hombre de su vida: Arhur Miller. En el dramaturgo buscaba al padre perdido, al hombre ilustrado que la quisiera. Ella leía, escribía, quería mejorar. Tampoco acertaron ninguno de los dos: Marilyn dejó constancia del vacío, de la incomprensión y del fracaso en uno de sus cuadernos. Y dejó constancia, sobre todo, en notas y poemas de “su despiadado dolor”; contradictoria como era, neurótica, frágil y hambrienta de cariño, escribió: “Tener tu corazón es / la única cosa completamente feliz que me enorgullece (que alguna vez me ha pertenecido) que alguna vez he poseído, la cosa que alguna vez me ha ocurrido completamente a mí”.

Después de “la caída”, aún haría películas importantes: un de ellas, de las mejores, fue ‘Con faldas y a lo loco’ de Billy Wilder. Ya estaba muy desequilibrada. Y aún haría ‘Vidas rebeldes’ de Huston. Vivió peligrosamente, entre amantes urgentes, las drogas, el alcohol y el psicoanálisis, y falleció en circunstancias no aclaradas a los 36 años. Uno de los momentos más tiernos y patéticos de su vida se produjo en mayo de 1962: le cantó borracha a JFK, con quien se veía a menudo, el ‘Happy Birthday to you, President’. Poco antes de morir, de una ingesta de barbitúricos, Marilyn alargó la mano para llamar a algún amigo de su amplio ‘dramatis personae’: al propio JFK, a su asistenta, a José Bolaños, su último enamorado, o quizá a tantas y tantas Marilyn que andaban por el mundo. En 1959 había dicho: “Creo que yo soy una fantasía”.

 

*La primera foto es de Milton H. Greene. Este artículo se publicó ayer en ’Heraldo de Aragón’. La segunda foto es de 1953.

 

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