LUIS ALEGRE: LOS AMANTES DEL JILOCA
[Este domingo, en la contra de ‘Heraldo Domingo’ Luis Alegre publicaba este artículo donde contaba la historia de la diputada María Dolores Serrano, que se fugó con el cura de Calamocha Jerónimo Carela, y abandonó a su esposo Dámaso Paricio. Ambos regentaban el restaurante Zeus. La historia, por múltiples razones, le tocó muy de cerca al cinéfilo, escritor y profesor de Lechago.]
LOS AMANTES DEL JILOCA
Por Luis ALEGRE
HACE 25 AÑOS LA FUGA DE DOS AMANTES MUY PARTICULARES
EN LA COMARCA DEL JILOCA SACUDIÓ A LA SOCIEDAD ARAGONESA
Esta madrugada han acabado las fiestas de Calamocha, el otro pueblo de mi vida. Los días siguientes a las fiestas siempre eran los más anodinos del año. Nunca pasaba nada. Pero un día pasó lo que no había pasado nunca.
Fue el domingo 23 de agosto de 1987. Lo que sucedió fue esto: María Dolores Serrano, vecina de Calamocha y diputada por el PSOE en las Cortes de Aragón, se fugó de su casa con Jerónimo Carela, párroco de Báguena, otro pueblo de la Comarca del Jiloca. Dolores, de algo más de 40 años, estaba casada con Dámaso Paricio, de algo más de 50, y ambos regentaban el Zeus, un restaurante de Calamocha. No tenían hijos. Dolores y Jerónimo, el cura, eran primos lejanos. Justo ese domingo 23, a las 12, se celebraba en Báguena la misa central de sus fiestas. Los feligreses llenaron la Iglesia pero el párroco no apareció. Uno de esos días se celebró una reunión del PSOE en Daroca y extrañó mucho que Dolores no hubiera avisado de su ausencia. Se tardó un tiempo en relacionar las dos desapariciones. El suceso fue una bomba. La exclusiva apareció en “El Día”, el diario que dirigía Plácido Díez, el gran periodista de Fuentes Claras, otro pueblo del Jiloca. Plácido conocía muy bien a Dolores.
La gente no daba crédito. La cosa tenía su aquel: un cura rural y una roja, amantes furtivos, se habían dado a la fuga. Y, encima, eran primos. Y, encima, la roja era una mujer casada. El que menos crédito daba de todos era Dámaso, el marido. Lola Campos le hizo en Calamocha una entrevista inolvidable. Dámaso pensaba que ella volvería: “20 años de matrimonio no se pueden tirar así por la borda”. Dámaso era de Villarquemado y Dolores de Huesa del Común. Habían llegado a Calamocha en los años 70. Allí montaron una pequeña tienda y luego abrieron el Pub Calamocha. Ese verano del 87 habían reconvertido el bar El Chato en el restaurante Zeus. Dámaso conocía a Jerónimo porque allí, en el Zeus, los dos primos se habían reencontrado. Pero en ningún momento Dámaso barruntó que en esa relación había gato encerrado. Luego se supo que la atracción entre Dolores y Jerónimo se remontaba a la adolescencia. Eran dos primos que se gustaban desde siempre. Eso sí que no es tan raro.
La noche del sábado 22 de agosto Dámaso, Dolores y Jerónimo coincidieron en un festejo en Calamocha. Jerónimo cantaba jotas mientras le pasaba el brazo por el hombro a Dolores. Antes de huir Dolores escribió dos cartas, una a Dámaso y la otra a una amiga. Cuando Dámaso reparó en la fuga de su mujer fue a Báguena y, dentro del coche, aguardó un buen rato delante de la casa del cura. Pero hacía horas que Dolores y Jerónimo se habían marchado en un taxi. Dolores se había ido de casa con la caja del restaurante y dejando a su marido sobrado de deudas. Poco después de saltar la liebre, los proveedores del Zeus, al ver que no podrían cobrar, entraron en el local para llevarse lo que era suyo.
Otros que andaban perplejos eran los compañeros socialistas de Dolores. Hipólito Gómez de las Roces acababa de relevar a Santiago Marraco en la presidencia de la DGA. Dolores era la única mujer en el Parlamento aragonés. El PSOE necesitaba su escaño pero el reglamento impedía disponer de él si la diputaba no renunciaba expresamente. Localizaron a Dolores por teléfono en Madrid, el primer lugar al que se dirigieron los amantes. Pero Dolores no renunció a su escaño. Luego, a Dolores y Jerónimo se les perdió la pista. El PSOE nacional indagó su paradero pero no hubo manera de dar con ellos. Formaban una pareja llamativa: Dolores, corpulenta; Jerónimo, casi todo lo contrario.
En 1989 Margarita Barbáchano dio una lección de periodismo de investigación y los encontró en Barcelona. Jerónimo trabajaba de conserje en un colegio de los Jesuitas. Dolores aceptó la entrevista de Margarita con un par de condiciones: no admitía preguntas personales y no se podía revelar su domicilio. La entrevista salió en el primer número de Diario 16 de Aragón y en ella Dolores se comprometía a devolver al PSOE el acta de diputada cuando saliera publicada. Así lo hizo. Margarita recuerda que aquel encuentro fue muy tenso: “Eran desconfiados, temerosos, reservados, estaban muy dolidos con el mundo”. En 1998 Margarita publicó “La dama rosa”, una novela que, en clave de ficción, recreaba la peripecia. A Juan Luis Galiardo le gustó tanto que proyectó una película escrita por Azcona y dirigida por García Sánchez. Fue una lástima que no saliera porque el argumento lo encerraba todo: aventura romántica, intriga, crónica de sucesos, culebrón, sainete, tragicomedia esperpéntica, thriller político, incesto, cuernos, morbazo, perdedores, las dos Españas, el clima moral de la España rural, un cura en pecado mortal y todo tipo de aristas de la condición humana.
Si hubo una familia impactada y desconcertada por este episodio esa fue la mía. Dámaso y Dolores eran muy amigos nuestros. Mi padre Alberto y mi hermano Salvador se emplearon en el pub Calamocha y mi prima Maribel y mi primo Raúl lo hicieron en el Zeus. La Nochebuena, la Navidad y la Nochevieja las celebrábamos con ellos. Una de las primeras cosas que hizo Dámaso al advertir la desaparición de Dolores fue ir a ver a Maribel y su marido Aurelio por si sabían algo. Dolores era culta, resuelta, emprendedora, arrolladora. Dámaso era un bendito. En nuestras reuniones, Dámaso tocaba el acordeón y nosotros cantábamos. Dámaso había sido el acordeonista de una orquesta que recorría las fiestas de los pueblos.
Dámaso se fue de Calamocha y, entre otros lugares, vivió en Luceni y Villanueva de Gállego. Solía trabajar de camarero. Venía a vernos de vez en cuando a Zaragoza y, cuando quería, las nochebuenas las pasaba con nosotros. Dámaso no conocía el rencor. Aún mantenía la esperanza de que Dolores volviera a su lado. Dámaso me parece, cómo no, el gran personaje de este relato.
El otro día supe que Dámaso murió hace unos años y que Dolores y Jerónimo han comprado una casa en un pueblo aragonés.
Nunca había escrito de esta historia que de forma tan intensa forma parte de mi vida. Y hoy, 25 años después, me ha apetecido brindar por Dolores y Dámaso. Como brindábamos en aquellas Navidades de Calamocha. Que fueron menos frías gracias a ellos.
2 comentarios
Maite Serrano -
Pepe Cerdá -