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Antón Castro

GONZALO DEL CAMPO ANTOLÍN: TEXTOS

GONZALO DEL CAMPO ANTOLÍN: TEXTOS

TEXTOS DE GONZALO DEL CAMPO ANTOLÍN

Ayer, en Aínsa o L’Ainsa, me encontré con un viejo amigo: escritor, profesor de historia y otras muchas cosas: Gonzalo del Campo Antolín. Sigue escribiendo: cuentos, más de 50 ha redactado, poemas, impresiones, etc. Le he pedido algunas cosas y me envías algunas piezas. Empezamos con "este pequeño homenje al librero de viejo Inocencio Ruiz Lasla, que pertenece a una serie de escritos sobre Zaragoza que he titulado ’Desde el balcón del Alba" y un poema del mismo libro". Gonzalo también me envía esta foto y algunos textos más que irán apareciendo poco a poco.

 

 

LA LIBRERÍA DE DON INOCENCIO

Era un rincón oscuro de una ciudad invadida por la niebla, cuando no por el viento. Una ancha acera de adoquines separando altos edificios, entre los que casi nunca se colaba el sol. En verano, yo buscaba con placer el silencio y la sombra de aquel lugar, desprendido, casi por milagro, del bullicio. Allí, junto al entonces fantasmal pasaje de los Giles, una luz diminuta, como la de un hogar que escarbase la noche, estaba la librería de Inocencio Ruiz.

Era un hombre menudo y sabio, que permanecía quieto, tras su breve mostrador, repleto de libros viejos o usados.

Cuando comencé a frecuentar su humilde tienda, aún entraban en ella libros antiguos y, tal vez Inocencio albergase la esperanza de que su hijo se animase a llevar el negocio.

No era raro ver cubiertas de pergamino, ni cantoneras de cuero con las letras del título en dorado y las primeras páginas decoradas en papel de aguas. Era, por aquel entonces, el único librero con tienda propia, aparte de los vendedores del rastro, que moviese el libro antiguo. Podías preguntarle por cualquiera, porque él te pondría en la pista del cuando y el donde de las ediciones. Llegó a escribir, incluso, una gran bibliografía sobre los libros editados en Zaragoza desde la invención de la imprenta.

De los muchos libros que recuerdo haber visto en los estantes, uno que jamás faltó en cualquier ocasión fue “La Forja de un Rebelde” de Arturo Barea. Quizá por eso, a pesar del aspecto frágil y enfermizo de Inocencio, lo imaginaba como un héroe de la retaguardia antifranquista. Desde aquel agujero abarrotado de libros se me antojaba un maqui de la cultura y más al descubrir ejemplares de Ruedo Ibérico, considerados por entonces panfletos subversivos.

Era un placer prolongar la estancia en aquel pequeño santuario. Detenerse a leer las contraportadas, descubrir la letra manuscrita de antiguos dueños, sentir el crujido de la vieja tarima de madera y aquella campanilla que sonaba al abrirse la puerta, por la que entraba una bocanada de frío y niebla, que obligaba a Inocencio a taparse la boca con su eterna bufanda.

Allí permaneció hasta después de cumplir los setenta, cada vez con más achaques, obligado a no jubilarse para poder mantener a su familia, sin un hijo que se hiciese cargo de aquella librería de la que poco a poco desaparecieron los libros antiguos, los clientes y yo mismo, pues me fui a vivir lejos.

Cuando volví solo quedaba el rótulo de “Libro viejo y de ocasión”, bajo él un espacio vacío y oscuro que hacía definitivamente inhóspito aquel desangelado rincón de una ciudad habitada por la niebla y el viento

 

 

 

 

BLUES DE LA CALLE  DEL “SEPULCRO”

 

 

Hay, payo, desnudeces

que irritan al alma,

hambres que no se curan

en una hartá.

 

Como hormigas

lamiendo la tierra,

los restos del  harto,

en el plástico verde

de un contenedor

 

De cabeza en la noche,

adoquines de hielo

alumbran al alba,

en la soledad.

 

En el cielo,

la última estrella

refleja en el Ebro

su turbio mirar

 

Es el blues

de los ángeles negros

que cruzan la noche

en puro vagar

bajo los luceros

y las luminarias

vendiendo los sueños

con los churumbeles

cargados al cuello

remando en el cierzo

y en la oscuridad

 

En la esquina los charcos

reflejan su sombra,

y en el puente de piedra

los carros se aguantan

sin machos en su bambolear.

 

Las gaviotas del alba

en su vuelo

extienden las alas

sobre el deambular

 

Los bohemios

en lunas de invierno

escarchas del alba

solo beberán 

 

*La foto de Inocencio Ruiz Lasala la he tomado de aquí...

 

 

1 comentario

Ines -

Que hermoso retrato de época, en la nota y el poema.
Saludos