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Antón Castro

IGNACIO MARTÍNEZ DE PISÓN HABLA DE 'LA BUENA REPUTACIÓN'

Ignacio Martínez de Pisón acaba de publicar su novela más extensa y quizá la más ambiciosa: 'La buena reputación', que transcurre entre Melilla, Tetuán, Málaga y zaragoza, y narra la historia de una familia judía compuesta por Samuel y Mercedes, sus dos hijas Sara y Miriamb, y los dos hijos de ésta: Elías y Daniel. El libro, publicado por Seix Barral, está dividido en cinco partes, en cinco libro, y abarca más de treinta años de vida. Es, con 'El tiempo de las mujeres' y 'El día de mañana', la novela más totalizadora de Martínez de Pisón. Este jueves, a las 20 horas, la presentará en la librería Los Portadores de Sueños en compañía de Luis Alegre. Una buena parte de la entrevista apareció el jueves en la apertura de cultura de Heraldo de Aragón.

-¿Qué se te había perdido en Melilla?
-Cuando era estudiante de Filología en Zaragoza ya me interesaba mucho la historia del Protectorado, particularmente la Guerra de África y la literatura que se inspiró en ella. Yo mismo acabé escribiendo una novela juvenil ambientada en el norte de Marruecos durante los meses posteriores al Desastre de Annual. Para escribirla recorrí algunas ciudades marroquíes, entre ellas Tetuán, que es uno de los escenarios de esta nueva novela. Donde no había estado nunca era en Melilla. La Semana de Cine de Melilla me invitó hace unos años a participar en una actividad, y eso me permitió descubrir la ciudad, que me gustó mucho. Luego he vuelto en varias ocasiones.


-¿En qué medida nace de tu colaboración y visitas al Festiva de Cine de  Melilla?
Si no hubiera sido por esa invitación, supongo que tarde o temprano habría acabado yendo por mi cuenta. Pero eso me facilitó las cosas y sobre todo me permitió comocer a personas muy vinculadas a la ciuad que me han ayudado a documentarme para la novela. Por ejemplo, a Moisés Salama, que pertenece a una antigua familia sefardí de Melilla.


-¿Qué te llamó la atención de la descolonización y del Protectorado español?
En el año 56 acaba el Protectorado, y los españoles del norte de Marruecos regresan a la Península, su país aunque podía ser que no lo hubieran pisado nunca. Al mismo tiempo, muchos judíos marroquíes se organizan para instalarse en el estado de Israel, creado en 1948 y que ellos consideran su país aunque sus antepasados hubieran abandonado ese territorio cientos de años atrás... En ese marco de inestabilidad brotan sorprendentes sentimientos de pertenencia, que es uno de los temas de la novela.

 

¿Era habitual una situación como la de Samuel, con esa carga tan compleja derivada del judaísmo? ¿Existe un sustrato real de esta familia?
La comunidad judía de Melilla era importante y poderosa. Muchos de los edificios modernistas más bonitos de la ciudad los construyeron judíos ricos de Melilla. La familia que yo me invento tiene una historia muy semejante a la de muchas de esas familias. Y los hechos históricos principales, poco conocidos, son reales. Por ejemplo, la operación organizada por los servicios secretos israelíes para sacar a los judíos de Marruecos y llevárselos a Israel. Fue una operación clandestina que contó con el apoyo del régimen de Franco, a pesar de que éste nunca reconoció el estado de Israel.


-¿Qué tenía de peculiar la vida en Melilla? Parecían estar en tierra de nadie...
La historia de Melilla es en realidad muy breve. Hasta la creación del Protectorado había sido poco más que una fortaleza militar. No nace como auténtica ciudad hasta comienzos del siglo XX, y desde el principio su crecimiento es vertiginoso. A través de la familia protagonista cuento también parte de la historia de la ciudad, peculiar siempre y convulsa muchas veces. Ahora Melilla, ciudad fronteriza entre dos mundos tan distintos, sale en los informativos por los intentos de los subsaharianos de saltar la valla y acceder a Europa. Pero en el pasado hubo muchos otros episodios interesantes que tienen que ver con esa condición de ciudad fronteriza: un éxodo ya olvidado de judíos marroquíes que acabaron instalándose en Melilla a principios del siglo XX, los muy diversos avatares ligados a la Guerra de África, los disturbios de los años ochenta cuando el gobierno español negó la nacionalidad española a miles de melillenses por su condición de musulmanes... En esa tierra de nadie no han parado de pasar cosas.

 

-Vayamos con tus intenciones: da la sensación de que has querido hacer una novela clásica, con algún que fogonazo costumbrista, una saga familiar un poco a la manera de Thomas Mann pero también de Galdós, ¿es así?
Seguramente es mi novela más clásica. Su estructura se adapta a la estructura tradicional de las sagas familiares. Empiezo contando la historia del cabeza de familia, luego la de su mujer, la de su hija Miriam, la de los dos hijos de ésta... La estructura es al mismo tiempo un viaje de ida y vuelta entre Melilla y Zaragoza, la ciudad natal de Mercedes, la mujer del cabeza de familia. Eso hace que la historia acabe cerrándose en sí misma treinta y tantos años después del arranque.

 -Cómo explicarías esa distribución del gran relato en esas series: 'La  novela de Samuel', 'La novela de Mercedes', etc. ¿Quieres darle también cierta autonomía a cada fragmento, a cada biografía?
El mayor triunfo de un novelista consiste en construir buenos personajes, o al menos eso es a lo que yo aspiro. Ésta es una novela de personajes. De cinco personajes, concretamente, y cada uno de ellos es muy diferente de los demás. Intento que nos parezcan absolutamente reales, que acabemos conociéndolos como conocemos a los miembros de nuestra propia familia.

 -De golpe, de modo inesperado, entra en acción una mujer, Alegría. ¿Qué nos puedes contar de ella?
-Alegría es un nombre muy habitual entre las mujeres de las familias sefardíes. Y es un nombre que no escogí por casualidad. La historia de amor extraconyugal que Samuel vive con ella es una vía de escape de los muchos problemas que empiezan a acumulársele. Problemas de todo tipo, pero sobre todo familiares: con su propia mujer, con una de sus dos hijas... 

 -Tu obsesión, o devoción,  por la familia es ejemplar. ¿Qué encuentras ahí dentro, qué fantasmas, qué sombras, qué elementos de fascinación?

Me gustan las historias que tienen algo universal y eterno, y las historias de familias lo tienen. Cualquier lector de cualquier época y cualquier país puede sentir que hay algo de su propia vida en esas historias, aunque lo desconozca todo sobre la sociedad en la que están ambientadas.

-¿Qué es lo que mantiene la tensión del libro: lo inconfesable, los rencores, la culpa, la confrontación de padres e hijos?

No hay familia sin conflictos: conflictos entre padres e hijos, entre cónyuges, entre hermanos... Intento que mis novelas se parezcan  mucho a la vida, y en la vida de cualquier familia pasan cosas así. 

 

-¿Por qué los padres se obstinan casi siempre en repetir los comportamientos que detestaron en el pasado?

Porque los seres humanos cambian con el tiempo y acaban convirtiéndose en personas muy diferentes de las que creían que iban a ser. 

 

-Me ha parecido que ningún personaje es, en el fondo, feliz. ¿Tienes esa  sensación, te sientes conmovido por algún personaje especial? ¿Sientes debilidad por alguno de ellos?
Como los padres con sus hijos, tengo que querer a todos mis personajes por igual. Y en todos hay motivos suficientes para quererlos. También para censurarlos. No son ni buenos ni malos. Son gente que a veces se comporta bien y a veces mal.


-Una de las cosas que me llama la atención es el peso de la fatalidad: Mercedes y Samuel se alejan; las dos hijas se casan mal. Y lo saben. Y acaban enmascarándolo. ¿Por qué?

Hay historias de amor, y varias de ellas acaban fracasando con el tiempo. También eso es ley de vida, como lo es que algunos de los personajes mantenga vivo a lo largo de los años el sueño de algún amor imposible.

 

-¿Te sientes capaz de escribir de personajes felices?
Acuérdate del principio de "Anna Karenina".  Las familias que me interesan son las desdichadas, porque lo son cada una a su manera. 

 

-¿Qué interpretación haces de la sociedad española de aquellos 50 hasta avanzados los 80? ¿En qué cambió España?

La España de la que hablo en la novela es la España en la que la clase media empieza a hacerse mayoritaria. Ése es el gran cambio social de los últimos años de la dictadura franquista y, probablemente, uno de los factores que facilitaron el posterior acceso a la democracia. La evolución hacia la democracia empieza antes de la muerte de Franco y desemboca en un régimen constitucional que seguirá desarrollándose con el paso de los años. Más de la mitad de los españoles actuales no vivieron ese cambio y pueden sorprenderles cosas de esos primeros años de democracia. La ley del divorcio, por ejemplo, es de 1981, seis años después de la muerte de Franco, y su aplicación dependía muchas veces del juez de turno. Lo que cuento en mi novela sobre esa pareja que quiere divorciarse de mutuo acuerdo y el juez se lo deniega con el argumento de que tienen que "darse otra oportunidad" no era infrecuente. Ahora parece increíble, pero así eran las cosas en la joven democracia española.

 

-Zaragoza es fundamental en la novela. Hablas del bulevar, de determinadas calles, de algunos espacios, de la Base Americana... ¿Qué significa para ti esta ciudad? ¿Te resulta fácil insistir en ella como escenario de ficción?

Zaragoza es fundamental en este y en otros libros míos. Cada nueva novela es una buena razón para volver a mi ciudad, especialmente a la Zaragoza de los setenta y los ochenta. Ahí mis recuerdos de esa Zaragoza actúan como un motor para la creación de historias, la reconstrucción de detalles, la recuperación de cafeterías o cines que ya no existen. La propia memoria es con frecuencia el terreno en el que nacen las historias. En este caso, el hecho de que Mercedes, la mujer de Samuel, haya nacido en Zaragoza me facilitó ese regreso. En algún momento de su vida, se activa en su interior un atávico sentimiento de pertenencia y decide volver a sus raíces. Pero eso genera un conflicto, porque para realizar ese propósito de regresar está obligando a su marido melillense a desprenderse de sus propias raíces...

-Háblame del incendio del Corona, que aparece en tu novela.

-Fue un acontecimiento que me impactó. Una tragedia de esa magnitud, tan cerca... Siempre tienes la sensación de que esas cosas ocurren lejos, en Estados Unidos, en China... Un hermano mío estaba haciendo la mili en una oficina cerca del hotel y vio a gente que se lanzaba al vacío, a los bomberos tratando de rescatar a los que pedían auxilio desde los balcones... Es muy difícil hablar de la Zaragoza de entonces sin mencionar ese incendio. Pero en mi novela no forma parte del decorado sino de la historia misma, aunque, por supuesto, no puedo desvelar de qué modo.

- ¿Por qué pareces sentirte tan cómodo en cualquier espacio y en cualquier tiempo?

En realidad creo que no es del todo así. He ido acotando mi territorio literario: una geografía bastante concreta, unos períodos históricos determinados. Los escritores que me gustan tienden a hacer lo mismo: las historias de Anne Tyler transcurren siempre en Baltimore, las de Alice Munro en una zona determinada de Canadá... 

 

-¿En qué consiste para ti escribir?

Con el paso del tiempo me he ido inclinando cada vez más por el realismo. Escribir sobre la realidad es una invitación que se hace al lector para que se reconozca en los personajes, en las situaciones, en las reacciones de unos y otros. Yo también cuando leo novelas busco un espejo en el que ver reflejado algo de mí.

 

-¿Cómo ha evolucionado Martínez de Pisón, por qué te resulta ya tan fácil irte a las 636 páginas y quedarte tan ancho?

Las historias de familias son tan largas como uno quiera que sean. Todo depende de dónde sitúes el principio y el final y de cuántos miembros de esa familia te interesan como protagonistas. Podría haber empezado con la historia del padre de Samuel y haber continuado las historias de los dos nietos de éste, y la novela se me habría ido a las mil páginas. Intentaré no escribir novelas tan largas, pero ésta tampoco podía ser mucho más breve. De hecho, si quisiera hacerla más corta, tampoco sabría dónde meter la tijera. Desde luego, no en la prosa, que tiende a la concisión y huye de los excesos retóricos.

 

-¿Tienes la sensación de que estamos viviendo la exaltación de la realidad?

-La crisis ha cambiado la percepción de las cosas, también la de la literatura. Hace cinco o seis años se escribía mucho sobre la Guerra Civil, quizás porque el presente no reclamaba demasiada atención. Ahora se escribe y se lee más sobre la Transición, supongo que tratando de encontrar algunas claves para descifrar este desaguisado actual.

 

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