SERGIO DEL MOLINO: UN DIÁLOGO
[El pasado miércoles, en la librería Tipos Infames de Madrid, Sergio del Molino presentaba en conversación con Víctor Manuel, su nueva novela: ’Lo que a nadie le importa’ (Random House). Y hoy, a las 20.00 horas, lo hará en el 7 de Copas, Calle Blancas, en un acto organizado por la librería Los Portadores de Sueños. El autor dialogará con el periodista y escritor Mariano García. Aquí publico una pequeña entrevista que tuvo lugar el pasado martes en La Factoría. La novela narra la vida de su abuelo José Molina, 1911-1997, y los años de formación del escritor. José Molina combatió en el bando nacional en la batalla de Teruel y en el frente del Ebro; luego se reintegró en la vida cotidiana y trabajó en El Cortes Inglés. No solía hablar de la contienda; en su lecho de muerte, se dirigió a su mujer con una frase dura: "Calla, que de ti no quiero ni que me cierres los ojos".]
-¿Cuál es la importancia de su madre en la novela?
-Total. Ella fue un poco el médium de toda esta historia. Es el catalizador a través del cual a mí me llega. Y por eso le dedico el libro. Evidentemente estoy contando la historia de mi abuelo, saltándome toda una generación, pero toda la imagen de él, de lo que es el personaje, me lo ha construido ella. Me lo ha dado ella. En esta sesión de espiritismo que es la novela, yo la uso a ella de médium.
-“Calla, que de ti no quiero ni que me cierres los ojos”. Esa frase final de su abuelo es decisiva. ¿Se acuerda o es una frase inventada.
-Me acuerdo totalmente. De hecho solo me acuerdo yo. Llegué a dudar si realmente la había pronunciado, porque hasta mi propia madre la ponía en cuestión. En la familia no se le daban importancia a estas cosas, yo insistía mucho, mi madre lo ha negado y a la vez decía: “son cosas de tu abuelo”. Y a mí era lo que me helaba la sangre. ¿Cómo podía estar tranquilo después de haber escuchado esto?
*La foto es del twiter de Sergio del Molino.
¿Y esa frase le ha perseguido prácticamente veinte años?
-Sí, me ha perseguido. La había anotado muchas veces en los cuadernos, había intentado hacer muchas cosas con ella, y no había sido capaz. Ha tenido que pasar mucho tiempo para ser capaz de no solo poder percibir la potencia de la frase sino de tener cierta perspectiva vital, haber vivido yo un poco, para poder entender la parte de la amargura y de la rabia que tenía ese hombre acumuladas. Cuando la dijo, yo tenía 17 años, esa frase me desbordaba por completo. Estaba muy por encima de lo que yo pueda llegar a imaginar. De ahí que haya una superposición de las dos vidas...
-‘Lo que a nadie le importa’ tiene algo de novelas de vidas paralelas: la de su abuelo y sus dramáticas circunstancias y la suya, con su evolución, con sus primeros amores, con la revelación de la literatura.
Sí, es por eso. Yo solo puedo comprender a mi abuelo cuando me comprendo un poco a mí. Quizá la idea es más especular, de juego de espejos que se miran, pero he interpretado mi vida en la clave de la de mi abuelo e intento entender la suya a través de mis vivencias. Trato de interpretar las dos para establecer un diálogo que nunca se ha dado, que nunca he podido tener.
-El libro tiene algo de indagación, de búsqueda y de recuento de la vida de ambos.
-El libro es la conciencia de una identificación. Uno cree que construye su propia vida muy al margen de todo. Esa es una ilusión que tú tienes cuando vas creciendo: de que tú no tienes nada que ver con toda esa gente. Eres un garbanzo aparte de la olla y de que vas a crecer libre. A medida de que vas creciendo y conociendo ese legado, te das cuenta de que, por desgracia, hay una idea de destino, tus vivencias tampoco son tan distintas, ni tu forma de sentir ni tu forma de enfrentarte al mundo. No eres tan original como tú pensabas, ni tan libre, y que te sientes atado, de repente, a un linaje, a tus antepasados, me siento identificado con algo con lo que nunca pensé que iba a sentirme identificado. Te das cuenta de que sí te ha curtido algo, te ha calado más hondo y y te explicas mejor como eres volviendo a ello, volviendo al mundo de tu abuelo.
-El libro arranca casi con un homenaje al barrio del Gancho, donde nació su abuelo, con sus toques de displicencia y de crítica.
-Ese es mi vicio de cronista. Lo que hago es emplear las herramientas del cronista como si estuviera paseando por El Grancho del año 1915. Me siento de repente transportado. Más que recrearlo, es como si me pusiera delante y le cuento al lector lo que yo estoy viendo en ese trance espiritista... Estoy resucitando a un muerto en realidad. El Gancho es un barrio que siempre me ha fascinado. Cuando veníamos a ver a la familia del Gancho era una maravilla. Era una cosa muy exótica, chocante, eran los años 80 y yo estaba absolutamente hecho mierda. Me impactó mucho. Entre mis recuerdos infantiles de niño asustado ante aquello y la recreación histórica que hago surge un retrato que probablemente no se ajuste mucho a la realidad, ni lo pretendo...
-Su Gancho es un poco mítico.
-Lo es, pero a la vez quiero que esté alejado de esa idea de calzón largo, costumbrista, y de la descripción folclórica. Quiero convertir el Gancho en un sitio mucho más cosmopolita, en el sentido que yo creo que era un sitio no peculiar de Zaragoza sino que podía encontrarse en una ciudad europea con mugre y hampones. Eso sí que emparenta a Zaragoza con su contemporaneidad. No la hace especial sino que la hace igual a otras y eso es para mí lo que la hace interesante.
-¿Ha querido o no escribir una novela de la guerra civil?
-No es una novela de la guerra civil: es una novela de un personajes atrapado por un trauma que es la guerra civil. Lo que me parece alucinante es que yo siempre he vivido en un país en paz, que me ha permitido ser bastante apolítico y tener una relación distante con el Estado, no como mi abuelo que tuvo que vivir una vida en la cual un acontecimiento histórico le marcó. No pudo elegir inhibirse. Eso a mí, que vivo inhibido, me fascina. Me choca. La guerra civil es un acontecimiento vital que le marca de por vida y está muy presente. Pero a mí no me preocupa tanto establecer un diálogo histórico con la guerra civil, que es el hecho traumático que a él le marca y no puedo soslayarlo. No me interesa tanto la guerra civil, como asunto novelesco, como el trauma que tenía mi abuelo con ello y como le marcó y le dejó en su personalidad señas muy particulares.
-Estuvo en lugares claves como la batalla de Teruel o la batalla del Ebro.
-Sí. Lo que me emociona mucho, al no saber nada de él, es cuando consigo el expediente de mi abuelo y lo leo. Interpreto que fue carne de cañón y que estuvo en primera línea de fuego de las peores batallas y que salió vivo de chiripa. Allí morían todos como moscas. Y eso me impactó mucho: vi a un chaval perdido, absolutamente, metido en aquello vorágine con el único deseo de llegar vivo al día siguiente, y lo reflejo en la novela porque, además, claro, si me interesa algo en un nivel narrativo de la guerra civil, son los hechos bélicos. Quería acercarme a una novela bélica.
¿Novela bélica?
Sí, sí, sí. Eso se ha tocado menos. El canon novelístico de la guerra civil en España es una novela de retaguardia; casi todo el mundo habla de la retaguardia, de la ciudad sitiada, etc., pero hay poca novela militar, ni siquiera de escritores que estuvieron ahí de soldados. Las grandes novelas de la guerra civil no tratan del frente. Veo que a través de la memoria de mi abuelo puedo explorarlo y presentarlo de una forma un poco más cruda.
-Hay una cosa que me ha llamado la atención: la estructura tan aleatoria, impresionistas, proustiana, con muchas líneas de evocación...
-Es un libro muy pensado, con una estructura compleja pero muy estudiada. Quería que los saltos se hicieran a través de imágenes... Y sí voy dando saltos y excursos porque creo que así es como funciona la evocación. Quiero que el caos suene un poco natural.
-Es una novela que sí ofrece una imagen muy global de España...
Una cosa que echo de menos de la narrativa española actual es la apelación al país, la apelación a España. Ningún gran novelista francés obvia Francia como tema, ni tampoco lo haría un escritor norteamericano a propósito de Estados Unidos. Tiene que haber un compromiso narrativo con España; quizá una de las cosas que explican la literatura española y sus rarezas tenga que ver con que los escritores españoles pasan de España. No les preocupa como tema; a mí sí, y no lo hago desde un sentido nacionalista, este es mi país, conozco esta cultura y quiero y me gusta explorarla. Mis principales lectores son los españoles y quiero hablar de ellos.
-Su abuelo fue, esencialmente, un hombre que guardó silencio.
El silencio tiene que ver con el miedo, con un país acogotado durante mucho tiempo. Mi abuelo tenía el miedo y la sumisión como forma de conducta y como forma de enfrentarse al mundo, pero lo hacía también porque esa actitud formaba parte de una conciencia muy antigua de la dignidad. Pertenecía a una generación a la que le enseñaron que manifestar los sentimientos era un rasgo de debilidad que no podía permitirse un hombre... No tenía que andar lloriqueando ni quejándose... España es un país de mansos y creo que todavía se explica así buena parte de cómo somos hoy. A veces nos comparo con mi familia francesa: ellos siempre protestan a la mínima...
Parece usted displicente con el periodismo y, sin embargo, la novela tiene la pegada clarísima del periodista: su poder verbal, su torrencialidad, el manejo de muchas fuentes, la necesidad de estar en el sitio...
Tengo una vocación de periodista muy pronunciada y a la vez quiero marcar distancias... Es una relación de amor odio, de amor intenso. Con el periodismo aprendí a escribir y a enfrentarme a la realidad. Yo me siento un poco incómodo en la profesión, me siento un tipo raro... El procedimiento es muy periodístico, sin duda. Yo necesito ver las cosas: no puedo fabular, necesito tocar y ver las cosas, tengo una percepción de cronista... Yo no creo a partir de la imaginación o la fantasía, sino de lo que veo y de lo que toco. Lo que palpo.
-¿Por qué habla tan poco de la abuela Carmen de Lara, la Currita?
-Porque hubiera ahogado a mi abuelo. Tenía una enorme capacidad de atraer la atención de la gente. Mi abuela era una enorme gamberra; no quería lo eclipsara.
-¿El libro anterior, ‘La hora violeta’, le ha permitido escribir este?
-Me da seguridad y me indica por donde quiero ir. No sé si he encontrado el tema o la palanca que me lleva a escribir... Este libro no se habría escrito así sin ‘La hora violeta’ (Mondadori), desde luego. He encontrado un tono, una seguridad y una forma de acercarme a mí mismo y a la literatura que antes no tenía. ‘La hora violeta’ me determina por completo. Voy a necesitar mucho tiempo para que asimile bien hasta qué punto me ha transformado, me ha cambiado y me condiciona todo lo que escribo. Hay unas señas de continuidad clarísimas. Al menos yo lo siento así...
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JESUS -