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Antón Castro

SYLVIA Y ASSIA: MUERTES PARALELAS

SYLVIA Y ASSIA: MUERTES PARALELAS

SYLVIA PLATH Y ASSIA WEVILL, VIDAS CASI PARALELAS

Hay historias de amor que parecen no acabar nunca. Se prolongan más allá de la muerte como si se extendieran hasta el infinito o creciesen día tras día, con revelaciones, con todo un enjambre de sorpresas. Una de esas historias, o mejor aún, dos de esas historias tienen como protagonistas a Ted Hughes y a Sylvia Plath, y a Ted Hughes y a Assia Wevill . Y, en cierto modo, también cabría hablar de una historia de amor, celos y de sombra entre Sylvia Plath y Assia Wevill: Assia reemplazó a Sylvia en el corazón de Hughes y a la vez Assia sentía el peso insoportable de Sylvia sobre ella y sobre su relación con Ted: era tan tenebrosa y agobiante esa presencia que Assia acabó como Sylvia; se suicidó con pareja brutalidad (y con ella murió su hija Shura) y nunca, nunca, estremeció con su poesía a su imposible amor, con el que pugnó y se desesperó durante seis años.

Son dos historias semejantes, complementarias e igualmente dolorosas. Las dos mujeres, Sylvia y Assia, se enamoraron de Ted Hughes, un excepcional poeta que también era, según escriben Yehuda Koren y Eilat Negev en ‘Assia Wevill ’ (Circe) «un acosador sexual por naturaleza».

Ahora coinciden dos títulos en las librerías: ‘Dibujos’ de Sylvia Plath, que nacieron durante el inicio de su relación con Ted y de la luna de miel, que los llevó a Inglaterra, a Francia, a España (en concreto a Benidorm). Animada por su marido, en 1956 y 1957, Sylvia hizo muchos dibujos, alguno incluso de Ted: dibujos de arquitectura, de calles, de botellas, de tejados y chimeneas, de tiestos... Sylvia solía usar la pluma y la tinta sobre papel: tenía sensibilidad, buen gusto, precisión e inventiva.

Los dibujos se van mezclando, a lo largo del viaje, con varias cartas: epístolas a Teddy («De mi paseo de ayer traje conmigo un cardo morado y un manojo de dientes de león, y dibujé ambos con gran y amoroso detalle», le escribe); epístolas a su madre desde Francia o desde Benidorm, «ese encantador pueblecito español en el que pasamos cinco semanas en nuestra luna de miel», le cuenta, y también hay algunas notas de su diario, de agosto de 1957: «Enamorada de Henry James: ‘Bestia en la jungla’ me quita el miedo al trabajo por el amor al cuento, siempre tratando de presentarlo en mi mente como ante una clase». Este libro lleva un prólogo de Frieda Hughes.

 

Tres maridos y un amante

Si ‘Dibujos’ ahonda en una faceta ya conocida de Sylvia Plath, Yehuda Koren y Eilat Negev hacen un trabajo minucioso sobre la vida de la poeta Assia Wevill (1927-1969). Una vida intensa, llena de accidentes e incidentes, de viajes y de búsquedas. Las autoras han conversado con la hermana de Assia, con sus tres maridos -John Steele, Richard Lipsey y con David Wevill, el poeta de quien tomó su apellido Assia Gutmann- y con Ted Hughes, se citaron con él en 1996. Han rastreado sus huellas y el círculo de amistades en los lugares en que vivió: Palestina, Inglaterra, Canadá, Birmania, Irlanda, etc.

Assia se reveló muy atractiva: no pasaba inadvertida y, además, ella se sentía inclinada hacia la seducción y la promiscuidad, de ahí que sus maridos sufrieran continuos ataques de celos. Los autores esbozan diversos retratos. En uno, puede leerse: «Se convirtió en una despampanante joven que buscaba su reflejo en los escaparates de las tiendas, se sentaba detrás del conductor del autobús para contemplarse con admiración en el espejo retrovisor y saboreaba las miradas codiciosas de su belleza».

Una de sus mejores amigas, la realizadora Mira Hamermesh, se quedaría abrumada «ante esa joven chic y misteriosa que le pareció la criatura más hermosa y grácil que había visto fuera del cine». Assia sedujo a muchos hombres; se casó tres veces y merced a su tercer marido, el poeta David Wevill, acabaría acercándose al círculo de Sylvia Plath y de Ted Hughes. Estos alquilaban su piso; más tarde, los invitaron a una fiesta. Y allí sucedió lo que Ted y Assia anhelaban. Sobre todo ella, que al parecer ya había anunciado en su trabajo que iba a seducir al poeta. Cuando se quedaron solos en la cocina se besaron y Sylvia los descubrió. Assia le confesaría a su marido, como si tal cosa: «Ted me ha besado en la cocina y Sylvia lo ha visto».

David diría años después a los autores: «No me alarmé demasiado y no quise montar una escena. Se pueden producir coqueteos entre amigos, y pensé que Ted solo había dado el paso que daban todos los hombres desde que son hombres. Me pareció que el beso había sorprendido a Assia y que no pasaría de allí». Se equivocaba, claro. Y Sylvia Plath, que apenas tardaría unos meses en poner fin a su vida, lo sabía: «El radar emocional de Plath era sumamente sensible a la más mínima invasión de su espacio conyugal por parte de otras mujeres».

 

Algún tiempo después, en ese mismo año de 1962, los nuevos amantes se buscarán: «El viernes 13 de julio, Ted llevó a Assia a la hora de comer a un hotel, donde hicieron el amor». Un amigo de ambos escribió en su diario: «...violento y animal, él la viola». La propia Assia les diría a sus amigos de oficina que Ted hacía el amor con ferocidad. Y a otro amigo le confesó: «¿Sabes?, en la cama huele como un carnicero».

En 1962 Ted y Assia hicieron un viaje secreto a Benidorm. El amor fluctuaba, había tensión y pasión. Después de la muerte de Sylvia en 1963, Assia se divorciaría y daría luz a su hija Shura; era fruto de su relación con Ted Hughes. Por más que lo intentó, Assia nunca logró que Ted viviese con ella de manera definitiva. La sombra de Sylvia seguía rondando, la suya y la de otras mujeres.

Dicen las autoras: «En realidad Assia vivió en las casas de Plath, durmió en sus camas y utilizó sus sábanas y su cubertería, pero nunca las sintió como su hogar (…) Sylvia era ambiciosa y exigente. Assia en cambio siguió siendo perezosa y despreocupada, una ‘bon vivant’ y un ama de casa bastante desastrosa». Poco a poco, Assia sucumbió a la desesperación. Aprovechó la inesperada salida de la asistenta Else para «preparar las cartas, hacer sitio en la cocina, extender las mantas, cerrar las ventanas, tragarse una caja de somníferos con sorbos de whisky, ir a buscar a Shura y abrir todas las llaves del gas. El uso de múltiples métodos es indicio de que estaba más allá del punto de retorno y no quería que la salvaran».

No quería vivir sola, «insegura, sin marido, sin un padre para Shura». Pese a todo, dijo: «He vivido el sueño de estar al lado de Ted , y el sueño se ha ido al traste». Ted tampoco respetó su epitafio: «Aquí yace una amante de la sinrazón y una exiliada».

  

BIOGRAFÍA

 

Assia Wevill. Yehuda Koren-Eilat Negev. Traducción de Aurora Echevarría. Circe. Barcelona, 2014. 438 páginas.

 

POESÍA Y DIBUJOS

Dibujos. Sylvia Plath. Traducción de Guillermo López Gallego. Nórdica. Madrid, 2014. 85 páginas. 

1 comentario

Rosanna Nelli -

Excelente. Conocía esa historia y hay muchas lecturas posibles, desde quienes hacen a Sylvia víctima de Assia, quienes hacen a Assia víctima de Sylvia, quienes hacen a ambas mujeres víctimas de Ted y quiénes hacen a los tres enamorados juguetes de una tragedia griega. Lo cierto es que no paró allí la desgracia. El profesor Nicholas Farrar Hughes Plath,hijo de Sylvia y Ted, y quién tenía sólo dos años a la muerte de su madre, de profesión y pasión, biólogo marino en Fairbanks, Alaska, ya adulto y huérfano de ambos padres, se ahorcó en su casa del bosque en marzo de 2009. La larga mano de la tragedia de su familia, finalmente llegó hasta él. Gracias por recordar a Sylvia, Ted y Assia. Quienes quisieron tal vez llevar una vida feliz y distinta, y no pudieron.