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Antón Castro

FERNANDO AÍNSA EN LA FNAC

FERNANDO AÍNSA EN LA FNAC

FERNANDO AÍNSA: 'PAUSA POÉTICA' EN LA FNAC
Mañana miércoles, Fernando Aínsa presenta un nuevo poemario, 'Pausa poética' (Lastura) en la FNAC, en compañía de Miguel Ángel Yusta. Con gentileza nos envía algunos poemas. Las fotos son de Josian Pastor.

 

***

La nuez es una cabeza reducida,
duro de romper su cráneo
(si te quedan dudas del símil mira la forma de su fruto:
como un cerebro
dividido en dos hemisferios de fijas nervaduras
aquí la razón, allí las emociones,
lógica y sentimiento, sin comprenderse).

Dicen que el condensado sabor de la nuez
—ese seso vegetal—
protege la memoria del desgaste que te abruma
cuando el nombre del amigo se desvanece
o el título del libro se confunde.

Cada noche te comes un puñado,
las cascas sobre una vieja losa de granito,
las degustas
—a todo lo más con un vaso de leche fría—
y te dices,
entre orgulloso y resignado,
“frugalidad, cuanta hambre se pasa en tu nombre”.

 

[('Aprendizajes tardíos', Renacimiento, 2007)]

***

A lo mejor un día

A lo mejor un día intentaré vivir tu vida
cuando tú ya no puedas hacerlo.

Abriré los libros que dejaste en lectura interrumpida
me disfrazaré con tu ropa y pintaré mis labios ante el espejo
con el carmín con que me sedujiste,
cubriré de falso rubor las mejillas y su aire demacrado 
con tus potingues ya rancios, 
disimulando ojeras
(si puedo)
para seguir sin ti en el corso de la vida.

Hurgaré en los cajones de tu cómoda
(intruso como nunca antes lo fuera)
escarbando en tu pasado
y te soñaré
para intentar
—¡por fin!—
comprender el secreto
¿por qué una noche tiré todo por la borda
para seguir por treinta y tantos años tus pasos?

['Bodas de Oro'. AbeZetario, Cáceres, 2011]

***

Mamá sentada en el sofá 
con un vaso de whisky en la mano

Por eso (y por más cosas)
recuerdo muchas veces a mi madre
Ángel González, “Primera evocación”

En el sofá
—bajo el gran espejo comprado al borde de una carretera,
ante la granja desahuciada 
aquella tarde gris de nuestro deambular dominical por la provincia—
se sienta mamá todas las tardes.
Espera que volvamos de trabajar con un vaso de whisky en la mano.
Las piernas cubiertas con una manta, 
dice que hace frío en nuestra casa.
Se queja que nuestra calefacción es antigua,
funciona mal y la bajamos por ahorrar.

Mamá viene del Sur 
—donde hay pinos y sol— 
a visitarnos dos veces al año,
cada vez más cansada y más ausente.
Hace un esfuerzo al que llama “deber”
cuando baja del tren con un maletín como todo equipaje.

En casa, mira por la ventana cómo llueve sin parar, aunque parece distraída,
tal vez piensa en otra cosa.
“Así es nuestra ciudad, fría y lluviosa.
¡Qué le vamos a hacer!”, 
le digo al regresar por las tardes.
Mi rostro reflejado sin querer en el espejo,
me siento a su lado e intento escucharla,

Promediado el vaso de whisky,
—según ella, prescrito por el médico para regular su tensión y el corazón agitado—
hilvana recuerdos, muchas veces los mismos:
aquel rencor no superado contra mi padre,
mi infancia, cuando era inocente y tenía bucles dorados,
mi vida actual alienada por el trabajo
y la cantinela “te alimentas mal, demasiada carne y poca fruta”. 
No falta el recuerdo reiterado de su hermano 
—mi tío Alfonso ejecutado en la guerra civil —
y la llama temblorosa con que ilumina su foto en uniforme republicano 
sobre una vieja cómoda en la casa del Sur.

La voz de mamá se aleja y se pierde en la confusión y la niebla 
de un pasado deshilvanado. 
(Yo también estoy ausente y pienso en otra cosa)
En los pequeños sorbos de su vaso retoma el aliento 
y siento cómo los años se amontonan en desorden.

La recuerdo hermosa y enérgica,
cambiaba los muebles de lugar en noches de insomnio,
iluminaba la casa de madrugada para una fiesta sin sentido.
Así era mamá, 
buena cocinera, capaz de zurcir un calcetín en la dura posguerra,
de lavarle el pelo a mi padre, sentado satisfecho al sol en la terraza,
la espuma jabonosa en una vieja palangana.
Macetas con hierbas aromáticas regadas con cuidado y un canario
trinando sin parar en la ventana.
En las horas de ocio, que no eran muchas, tejía bufandas y chalecos 
para toda la familia.
Así era mamá, 
antes del estallido familiar y la partida sin reconciliación, 
como esa guerra que nos dividió sin otro consuelo que la memoria.

Cuando mamá baja del tren con su maletín de cuero
(muchos medicamentos encierra) 
o cuando se sienta en el sofá con un whisky en la mano,
es otra.
Su mundo se reduce a medida que el frío le sube por las piernas.
Algún día me pasará lo mismo 
—me decía, ya entonces— 
cuando ella no venga más a vernos, tal como la recuerdo ahora 
—treinta años más tarde— 
lejos de aquel sofá y su mirada, 
pero ante el mismo espejo donde solo veo reflejado
—no sé por qué— 
un granjero desahuciado y su hija pequeña, al borde de una carretera de provincia, vendiendo sus muebles, una desvencijada bicicleta 
y este espejo, 
ahora incapaz de reflejar el duro presente que nos acongoja.

 

['Capitulaciones del silencio', Olifante, 2015, En prensa.]

 

*La foto es de Josian Pastor.

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