JUAN VILLALBA, UN CUENTO
[El escritor, profesor e investigador literario Juan Villalba Sebastián publica un nuevo libro: ‘Fotogramas. Catorce cuentos de cine’ (Muñoz Moya Editores) que prologa Agustín Sánchez Vidal. Juan me envía este texto, una de las piezas del volumen que se presenta este próximo jueves en el Museo de Teruel.]
CUENTO DE NAVIDAD (1946)
“-Mamá dice que cada vez que suenan unas campanillas un ángel ha ganado sus alas.”
Nevaba. Miraba los copos caer sobre mis hombros y pensaba en mis alas, esas alas que esperaba desde hacía más de doscientos años y que nunca llegaban. Los copos eran enormes y cuajaban sobre mi cuerpo recubriéndolo de un suave plumón helado.
Cuando lo descubrí subido al pretil del puente, el frío hacía ya un buen rato que había saltado sobre mi espalda y se fajaba conmigo como un luchador de pressing catch. Nadie de arriba me avisó, pero no había duda de que pretendía arrojarse a las heladas aguas del Danubio: era un suicida; una oportunidad: mi oportunidad.
Decidí actuar por mi cuenta y riesgo, sin contar con el Jefe. Le demostraría, aun a pesar de que mis acciones se rigieran a su entender por la sana fe de un niño, que mi inteligencia era superior, muy superior a la de un conejo. En aquel puente, el Konstantinsteg, podían estar mis alas. Llevaba una eternidad esperándolas y el azar había querido que aquella fría noche tuviera mi oportunidad si lograba que aquel joven desesperado no saltara.
Me acerqué con cautela y me dispuse a actuar con decisión.
-Yo no lo haría -le dije.
El no reaccionó y siguió mirando las aguas como hipnotizado, pensé lo peor, pero en el último momento me contestó.
-Usted no lo haría, pero yo sí. No quiero vivir, no merezco vivir, soy un fracasado.
-Nadie es un fracasado si tiene amigos.
-Yo no tengo amigos.
-Eso es lo que tú crees, pero todos tenemos amigos.
-¡Yo no! –afirmó con rotundidad y volvió a mirar hacia las aguas con mayor determinación.
Nadie dijo que esto fuera a ser fácil, todo lo contrario; conseguir una alas es una ardua tarea que requiere de mucha paciencia, don de gentes y profundos conocimientos de psicología.
-Bien, supongamos que no tienes amigos, pero seguro que tienes una familia que te quiere y te estará esperando en una noche tan señalada como ésta.
-Nadie me espera. Mi madre, la única persona que me ha querido en mi vida, falleció hace un año. Ya no le intereso a nadie.
-Quizá sea un buen momento para visitar a tu padre.
Volvió a mirar al río y a punto estuvo de arrojarse a sus turbulencias, pero en el último segundo logró equilibrarse de nuevo y me contestó con rabia infinita.
-Afortunadamente mi padre murió también hace ya algunos años.
-¿Cómo puedes decir eso? Nadie puede desear la muerte de otro ser humano y mucho menos la de su padre –le recriminé con dureza.
-¡Cállese! ¡Mi padre era un monstruo! ¡Un verdadero psicópata que me azotaba sin piedad a menudo, un ser autoritario y tiránico!
-A pesar de todo seguro que te quería…-no me dejó terminar y me gritó con la fuerza de un verdadero fanático.
-¡Mi padre era un verdadero sádico! Lo único que aprendí de él es la importancia que tiene el terror físico para con el individuo y las masas; que el más fuerte tiene derecho a hacer prevalecer su voluntad; que toda la naturaleza es una formidable pugna entre la fuerza y la debilidad, una eterna victoria del fuerte sobre el débil; que lo importante no es tener razón, sino conseguir la victoria, imponerte sobre el otro, vencerlo, humillarlo…
En el negro de la noche su silueta se perfilaba por el halo blanco de la nieve y la luz de la luna, como si se tratase de un enorme foco de plató de cine, iluminaba su rostro encendido. Su voz sonaba ronca y áspera, gesticulaba con la maestría de un actor consumado y me miraba con la intensidad de un hipnotizador que pretendiera seducir la razón de los hombres e incluso también la de los ángeles: aquel joven tenía el talento propio de una voluntad dominante, reconcentrada en apoderarse por completo del subconsciente del otro, tenía un no sé qué de canto de sirena. Necesitaba como fuera reconducir la situación.
-Debes perdonar –balbuceé como pude para cortar su encendido discurso.
-El perdón y la piedad son debilidades que no podemos permitirnos. Mi padre no merece ningún perdón y está bien donde está, en su tumba. Era un tarado que nunca debió tener hijos. Sólo deberían engendrar los individuos sanos, el hecho de que personas enfermas o incapaces como él traigan hijos a este mundo es una desgracia que no debemos consentir ¡Ojalá ni él ni yo hubiéramos nacido!
-¡Pero eso es una barbaridad, no deberías hablar así! –corté tajante e indignado- Déjame que te ayude, por favor.
Dejó caer los brazos a los lados y su mirada volvió a las aguas turbulentas del Danubio. Sin duda su temperamento explosivo fluctuaba entre la feroz exaltación y la más profunda depresión ¿Bipolar?, tal vez sí, pensé. Las nubes cubrieron la luna y su figura se sumió en la oscuridad. Temí lo peor.
-Seguro que tienes un futuro prometedor –exclamé para llamar su atención y disuadirlo de sus intenciones.
Tardó en reaccionar, pero de nuevo lo hizo.
-Estaba convencido de que mi futuro estaba en la pintura, pero en la Academia de Bellas Artes no opinaron lo mismo, no vieron en mí suficientes cualidades y no me admitieron. Sobrevivo vendiendo algún cuadro, pocos, y hago trabajos esporádicos como quitar nieve, acarrear bultos en la estación… Ya ve, un presente que anticipa un futuro prometedor. Soy lo que se dice todo un triunfador –ironizó con un hilo de voz y volvió a mirar el río.
-Es ridículo que quieras matarte por considerarte un fracasado. La suerte puede cambiar en cualquier momento. Tal vez la Divina Providencia te haya elegido para cumplir una misión histórica. Quizá mañana mismo cambie tu sino –le dije conciliador y me acerqué unos pasos hacia él.
Hizo un gesto con las manos como para que me detuviera y cuando creí que todo estaba perdido y se iba a arrojar definitivamente, se sentó sobre la barandilla y me respondió con calma.
-Tal vez tenga razón ¿Quién es usted? ¿Por qué se preocupa por mí? –me preguntó intrigado, al tiempo que me pedía que me acercara a su lado.
La situación parecía estar bajo control, por lo menos de momento. Las alas estaban ya más cerca. Había dejado de nevar y la luna volvió a iluminar la escena. Avancé unos pasos más y de un salto me senté junto a él. En la cercanía pude apreciar que se trataba de un joven no muy alto, con un asomo de minúsculo bigote y una expresión apagada y fría, si no fuera por sus profundos ojos azules verdaderamente embrujadores. Dudé si contestarle la verdad, pero al final lo hice. Al fin y al cabo, soy un mensajero del Señor y no puedo renegar de mi naturaleza.
-Soy un ángel, o mejor, para ser más exactos soy un ángel en busca de sus alas.
-¿De sus alas? –preguntó intrigado.
-Sí, soy un, como explicártelo, una especie de espíritu celeste, un meritorio de ángel un tanto gafado y patoso que todavía no ha realizado las acciones necesarias para ascender en la jerarquía. Si esta noche consigo salvarte, tal vez el Padre Eterno me conceda las alas y la condición de ángel. En tus manos está que las consiga.
Se hizo el silencio y me miró intrigado durante unos segundos; su rostro se mantuvo imperturbable, pero sin duda tramaba algo.
-No sé si me conviene que me vean andar por ahí con un ángel sin alas. No obstante, si la Divina Providencia te ha guiado hasta mí, continuaré por el camino que me ha marcado a pesar de todos los obstáculos.
-No, el Padre Santo no me ha enviado, yo he tomado la decisión de ayudarte sólo, con la esperanza de acertar por una vez y conseguir mis alas, pero puedes estar seguro de que Él te tiene deparado un destacado papel en la historia.
-No importa que Dios no te haya enviado, el hecho es igual de milagroso. Tu presencia me ha abierto los ojos y en este mismo instante comprendo la inmensa tarea que se me ha encomendado; las dudas que me asaltaban hasta este momento, que me sumían en la desesperación y la inacción, ya se han disipado por completo: seré César o nada.
-Bien, muy bien, así se habla. Yo conseguiré mis alas y tú conseguirás que tu nombre pase a la Historia con mayúsculas.
-Qué así sea –apostilló mientras saltaba de la barandilla a la calzada mientras a mí me empujaba hacia el vacío- Si el Padre Celestial te concede las alas, vuela, es el momento. Yo, por mi parte, ya tengo las mías: me arrojaré frente a las masas y volaré, volaré cada vez más alto, apareceré desnudo ante ellas para rasgar en su presencia mi corazón con la uñas de metal de mi alma fría e implacable. Sé que mañana muchos maldecirán mi nombre eternamente.
JUAN VILLALBA SEBASTIÁN
*La foto es de Miki Barrera.
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