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Antón Castro

LA NOCHE DE LOS PREMIOS LABORDETA

LA NOCHE DE LOS PREMIOS LABORDETA

 

EMOCIÓN, GESTOS Y CALIDEZ EN LA NOCHE

DE LOS PREMIOS LABORDETA

 

 

La noche de los I Premios José Antonio Labordeta, en el Teatro Principal, empezó al ritmo de ‘Ya ves’ con el saxo de Chavi Nadal y el piano de Miguel Ángel Remiro. Pronto apareció la presentadora Olga Viza, que solía llamar a José Antonio Labordeta para sus tardes de RNE y que glosó su amistad con el músico, profesor y político.

 

EL POETA FERNANDO FERRERÓ

Olga Viza epasó la pequeña e intensa historia de la Fundación José Antonio Labordeta –el homenaje lírico en la sala Multiusos, la apertura de la sede-museo, el congreso de periodismo tan reciente- y no tardó en llamar al escenario a Fernando Ferreró, el primer galardonado.

El premio de Literatura se lo entregó el joven poeta, y estudioso de su obra, Julio del Pino. Fernando Ferreró recordó la amistad con los Labordeta, los días del Niké, a la sombra de Miguel, adonde también iba José Antonio, a menudo con su esposa Juana de Grandes, y luego analizó la poesía de ambos: dijo en que Labordeta había una mirada íntima, particular, y una veta social, y de sí mismo explicó que hacía una poesía más críptica, difícil, utilizó el término metafísico: subrayó que su estética se había ido suavizando con el paso del tiempo hacia lugares más comprensibles, de mayor humanidad. En la sala estaba su editor Fernando Sanmartín, que ha publicado varios de sus títulos en las PUZ, en la sección La Gruta de las Palabras. En el breve diálogo con Olga Viza, Fernando, que no perdió la compostura en ningún momento ni ese tono entre divertido y burlón que le caracteriza, contó la historia del bañador, recién comprado en Saldos Arias y deshilachado dentro del mar de Benicarló. José Antonio Labordeta se percató y acudió en su ayuda con una toalla. Así impidió un desnudo integral de varón en pleno franquismo. Cuando Juana de Grandes y José Antonio Labordeta se casaron, ella asumió que, en cierto modo, también se casaba el gran amigo Fernando Ferreró, inseparable; luego apareció Pilar, la musa y compañera de Fernando. Por cierto, a cada premiado lo retrataba, en una idea maravillosa, el ilustrador y caricaturista Luis Grañena: ese hombre que trabajó muchos años en Heraldo, que hizo muchas caricaturas y retratos de escritores en la página 8 de ‘Artes & Letras’, la página de Félix Romeo Pescador, y que ahora sigue trabajando y soñando para medio mundo desde Valderrobres, a orillas del río Matarraña.

 

PEPA FERNÁNDEZ Y SU CORO

El segundo galardón, el de Comunicación, fue para Pepa Fernández, que lleva 16 años los sábados y domingos de RNE al frente de ‘No es un día cualquiera’. Estaba hermosa y emocionada. Definió algunos de los rasgos de Labordeta: su capacidad de comunicación, su sentido del humor, su sencillez y cercanía, su personalidad acusada, y señaló que aquel no era un premio para ella exactamente, sino para un equipo, y recordó a un compañero que sufre una enfermedad parecida a la de Labordeta y que está en Pamplona. Habló de la entereza de este para afrontar su dolencia y de su humor: un médico le decía que en las posibilidades de curar el cáncer de próstata la proporción era del 70 %-30%; ‘el Abuelo’ afirmaba que también en esto se inclinaba por las minorías. Grañena captó todos los rasgos esenciales de Pepa, y matizó con sutileza su peculiar nariz, levemente ganchuda. Le dio el premio la joven estudiante Miriam Najibi.

 

AMARAL, MEMORIA DE LOS PADRES

El tercer premio de la noche recayó, el de la Música, recayó en el dúo Amaral. Lo entregó Fancho Sarrablo. Juan Aguirre calificó a Labordeta como un referente y como un ejemplo y contó que, como hijo de emigrantes aragoneses, había nacido en San Sebastián, y que sus padres adoraban a Labordeta. Les encantaba, les emocionaba, sobre todo a su madre. Por todo ello dedicó el galardón a sus padres y a los padres de Eva Amaral, ya desaparecidos. Eva no pudo acudir. Juan Aguirre, tocado de su característica gorra y su timidez de siempre, recordó que lo había visto cantar en el parque cuando aún era un niño de pantalón corto y que le había sorprendido la gente con el puño en alto. Se encontraron, ya como Amaral, en alguna ocasión, sobre todo en Madrid en el estreno de ‘La silla de Fernando’ de David Trueba y Luis Alegre, y le contaron su admiración, pero no estaba muy seguro de que él fuese consciente de lo importante que había sido para ellos. En el verano de 2010, Amaral participó en el homenaje que se le rindió a Labordeta en Veruela con una versión de ‘Banderas rotas’. Para él, para Eva, para tantos y tantos de la escena musical zaragozana. Aguirre, por cierto, recordó a sus paisanos, a sus compañeros de viaje y dedicó el galardón a la sala Arrebato.

 

LÓPEZ OTÍN, ECOS DE UN CONCIERTO

Carlos López Otín, Premio Aragón, es un hombre especial, tocado por la pasión, por la vocación y por una invencible sensación de verdad y de no darse importancia. Estaba feliz, emocionado (que es el adjetivo recurrente que mejor define el estado de ánimo de todos), y recordó que conoció a Labordeta con catorce o quince años el día que fue a dar un concierto a su instituto en Sabiñánigo. Aquel recital se convirtió en una lección de sencillez y de hondura, fue la pedagogía básica de un hombre que decía verdades como puños con palabras sencillas, con versos directos: polvo, niebla, viento y sol; López, gran lector, dijo cada vocablo como si las enumerase. López Otín dijo que podría usar las 25.000 palabras de Shakespeare en su discurso para explicar a Labordeta, pero que él había sido siempre directo, tenía un mensaje y una visión del mundo. Subrayó que en aquella España en blanco y negro, donde solo el paisaje tenía color, Labordeta fue una ráfaga de claridad que aportaba nuevos mundos. Los jóvenes que le entregaron el premio –una hermosa idea de los patronos y la Fundación: “Aragón sigue, Labordeta vive” y continúa creyendo en la semilla del futuro- dijeron que quizá estuviéramos ante un próximo Premio Nobel. López Otín posee un discurso asumido y deslumbrante cargado de matices, sensaciones, reflexiones y lucidez, es un vitalista con un paisaje de fondo; quizá por ello observó que es un hombre al que le gusta trabajar en equipo, que disfruta con su gente, con su trabajo molecular y que esa es su verdadera elección. Recordó también cómo venció su natural pudor cuando accedió a que Paula y Ángela Labordeta rodasen con él un capítulo de su serie ‘Pura vida’ para Aragón Televisión. Por cierto, ya que se estaba en un acto de evocaciones, creo recordar que deslizó que nunca nos podrán quitar el paraíso de nuestra memoria... López Otín, enamorado de los poetas, en particular de Ángel González y Paco Brines, su predilecto (como le oirían decir luego Luis Alegre, Pepe Melero, ‘Cuchi’ Gómez y Alfredo Castellón, entre otros), demostró que había leído a Fernando Ferreró y recordó que en una entrevista dijo que “la poesía también ayuda a encontrar al hombre su lugar en el mundo”. Le entregaron la escultura, que rinde homenaje a Pablo Gargallo en acero corten, los estudiantes de Biología y Química Jara Lascorz y Óscar Castejón.

 

MIGUEL RÍOS Y LA VOZ DE TRUENO

El Premio a ‘Toda una carrera’, coherente y brillante, fue para Miguel Ríos, definido por Olga Viza como “el hombre más guapo del rock”. Miguel Ríos también habló de admiración, del magisterio de Labordeta y de que, en el fondo, no llegó la sangre al río en aquella batalla entre roqueros y los cantautores que se vivió en los 70 y 80. Labordeta, como Serrat, y algunos otros dieron alguna que otra lección e invitaban a pasar de la cadera a la neurona. Ríos aludió a la capacidad de comunicación de Labordeta –por supuesto que se recordó su “A la mierda, a la mierda” en el Parlamento-, su poderosa voz, desnuda, exultante, grave, su poderosa voz de trueno. Y dijo que cuando lo vio en la televisión, conduciendo programas, tuvo la sensación de que había nacido para ese cometido. Añadió, entre otras cosas, que la inmortalidad es esto: ver cómo Labordeta seguía vivo, poblando de recuerdos e instantes nuestras vidas. Olga Viza recordó que Miguel Ríos logró en La Romareda un éxito similar a los de Led Zeppelin.

Juana de Grandes, viuda del cantautor, poeta y presentador de televisión, dio gracias a todos los colaboradores de la Fundación y de los Premios (no se llenó el patio de butacas del Principal), retrató de una pincelada a cada distinguido, tuvo un recuerdo para el escritor Félix Romeo (grandes aplausos) y se le vio más serena que tiempos atrás. Luminosa, transformada, con un barniz de melancolía. Cuando Labordeta vivía, ella cuidaba de otros jardines más personales y secretos: lecturas, cines, las hijas, las amigas, su madre, etc. Ahora, decididamente, se ha entregado a un sueño: que el magisterio plural de José Antonio Labordeta y su vehemente defensa de la libertad y la cultura se mantengan ahí, ondeando, como una bandera de sensibilidad, de tolerancia y de pluralidad.

Los acordes de ‘Somos’ arañaron la atmósfera y sonaron de despedida.

 

*La foto es de Heraldo. El sistema no me la recorta. Falta en la imagen Juana de Grandes.

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