ENRIQUE VILLAGRASA: LOS POETAS ARAGONESES Y NUEVA YORK
[El poeta y crítico literario Enrique Villagrasa, dentro del proyecto Parnaso 2.0, que promueve el Gobierno de Aragón, publica un amplio texto sobre la presencia de Nueva York en la poesía aragonesa.]
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Enrique Villagrasa: Nueva York en la poesía aragonesa actual (siglo XXI)
Diríase que la ciudad de “Nueva York, el marimacho de las uñas sucias, despierta.”; o sea, que existe para nosotros desde que el poeta Juan Ramón Jiménez la nombra en su reconocido Diario de un poeta recién casado (1917), poemario angular que da inicio a la poesía moderna escrita en lengua española. Antes, otros poetas como es bien sabido ya habían hablado de Nueva York, como el cubano José Martí; el nicaragüense Rubén Darío; o el malagueño José Moreno Villa. Después apareció la tragedia lírica que es Poeta en Nueva York (1940) de Federico García Lorca y por último el diálogo urbano poético que es Cuaderno de Nueva York (1998) de José Hierro; entre otros muchos, claro: pero, muchos son los libros escritos pero pocos los necesarios. Hierro demostró que no era necesario estar en Nueva York para escribir un buen poema sobre esa ciudad: Canción del ensimismado en el puente de Brooklyn incluido en su poemario Libro de las alucinaciones (1964), sin ir más lejos.
Pero, para nosotros fue el poeta Ildefonso Manuel Gil (Paniza, 1912-Zaragoza, 2003) quien nos explicó que sí, que Nueva York estaba allende los mares y le esperaba en esa otra orilla. Él se marchó para allá a principio de los años 60 y permaneció allí hasta 1983. En esa ciudad escribió Los días del hombre (1968); Elegía total (1976); De persona a persona (1971); Poemas del tiempo y del poema (1973); y la antología Hombre en su tierra (1978). Pues bien, me fijo en Elegía total porque es un poemario con tintes surrealistas y de denuncia histórica, que me llama la atención por estos versos, entre otros muchísimos: “El caballo creció dentro de Troya:/ lo hicisteis entre todos, tabla a tabla”, que me resultan cercanos por sus ecos greco lorquianos; puesto que si leyendo el citado poemario de Lorca realizamos un viaje a los mismos cimientos de nuestra civilización occidental, a un mundo que el poeta entendió como nadie y lo padeció en sus carnes, como sabemos, en esos dos acertados versos de Gil está todo sintetizado: ese otro lirismo trágico griego, esa mitología, que tanto nos ha enriquecido culturalmente hablando, y la más atroz de las tragedias como es el capitalismo que nos atenaza aún hoy, con su neoliberalismo.
Después de Ildefonso Manuel Gil vendrán otros muchos escritores y poetas aragoneses a quienes la ciudad de Nueva York les ha fascinado y les fascina y, por eso, han dejado testimonio escrito y lo seguirán haciendo, espero. Así lo ha hecho en su obra José María Conget (Zaragoza, 1948), premio de las Letras aragonesas en 2007, entre otros; y en los otros, en los poetas es en los que quiero fijarme: en algunos de ellos son en los que quiero ver ese interés; y este es el motivo de este artículo: descubrir esa influencia que la ciudad de Nueva York o alguno de los aspectos relacionados con ella: urbanos o culturales han tenido o/y tienen en alguno de los poetas más significativos de la poesía aragonesa actual (s. XXI): tanto en los que han vivido allí, en los que todavía viven, en los que van y vuelven por profesión o por turismo, y en los que no han estado allí pero nos han dejado señales claras de la presencia, de la gran urbe, de ese centro del mundo, en sus versos; y más tras el atentado del 11 de septiembre de 2001, contra las Torres Gemelas.
Tengo que recordar que tanto Ildefonso-Manuel Gil, como Ignacio Escuín, Ángel Petisme, Carmen Ruíz Fleta y Manuel Vilas están recogidos por Julio Neira en su exhaustivo y cuidadoso trabajo Historia poética de Nueva York en la España contemporánea (Cátedra, 2012) y en Geometría y angustia. Poetas españoles en Nueva York (Fundación José Manuel Lara, 2012), donde Nacho Escuín y Manuel Vilas figuran también y con los mismos poemas en ambos libros.
Un grande de las letras aragonesas, que por decano inicia este breve recorrido, es Ángel Guinda (Zaragoza, 1948), poeta que ha vivido en Nueva York, que yo sepa al menos un mes, más o menos. Poeta que ha sido reconocido con el premio de las Letras aragonesas (2010) y quien en su libro Espectral (Olifante, 2011) escribe con la rabia visceral que le caracteriza este grito, donde habla de la ciudad del color y del volumen, haciéndose eco de esos otros dos elementos que el viajero capta en la gran ciudad: “arquitectura extrahumana y ritmo furioso. Geometría y angustia”, como explicó García Lorca al llegar a la mega metrópoli. Y Guinda escribe:
¿HASTA CUÁNDO esta danza macabra? Cordilleras y cementerios se dislocan. Nado, labro las aguas con los dientes, siembro espuma de histeria, araño el aire, mastico las tinieblas. ¡Nada! Como paso las páginas de un río pasé las avenidas de New York -la ciudad del color y del volumen-. Desata el delta trenzas de vapor, gordos mosquitos sobre el arrozal. Veo abrirse las flores del hibisco, los poros de las piedras, las espinas del cactus, del erizo, tan resistentes a la adversidad.
Luisa Miñana (Barcelona, 1959, vive en Zaragoza desde siempre), quien en su libro Ciudades inteligentes (Olifante, 2014) tiene un poema en prosa preciso y precioso. Ella que no ha estado en Nueva York realiza una fantástica, necesaria, crítica y justa comparación entre el Actur (Actuación Urbanística Urgente…) que es el nombre con el que se conoce popularmente al barrio donde habita en Zaragoza, ganado al antiguo cauce del río Ebro, y lleno de calles bautizadas con los nombres de poetas, escritores, cineastas y de Pablo Picasso, el genio.
Realidad aumentada
A pesar de todo, lo confieso, soy justamente feliz por las mañanas. A pesar de mí misma, lo soy. No es difícil: soy feliz por el sol y por los árboles que cubren a mi paso las ventanas más altas del World Trade Center.
Muy temprano, a sus puertas, la gente fuma ya y bebe café, y habla. La gente recompone su mundo cada día, como se recomponen los poemas: a trozos y sin miedo. Por las mañanas cada tránsito tiene pautado un orden natural de ser y estar. La vida debería volverse así de fácil todo el tiempo. Pienso para mí misma. No quiero pensar más.
(…)
En el Actur, igual que en Nueva York, necesitamos centros de negocios para proporcionar trabajo temporal a los cientos de miles de poetas y fantasmas poéticos que en oleadas llegan desde las azoteas, desde las discotecas y los bares de moda, empachados de versos, desde los suplementos culturales, regurgitando arcilla y masticando miasmas que rebosan por las alcantarillas en forma de ordenada realidad. Poetas de la condenación del universo entero se citan en el Actur. Poesía y cadáveres son el genoma oculto de la vida en el barrio. Es la arcilla podrida de los siglos la que causa la palidez famosa y la bohemia endémica en los poetas que eternamente vagan por las calles del Actur. La arcilla enriquecida por batallas inútiles libradas al pie de la ciudad y por cadáveres. El barro putrefacto de la vida perdida y de la eternidad. Cuanto es y no es:
Poesía. Eternidad. Cadáveres.
(…)
El periodista, narrador y poeta Antón Castro (Arteijo, A Coruña, 1959, aunque residente en Zaragoza también desde siempre), quien en su próximo libro El bosque iluminado incluye este poema dedicado al poeta José Hierro, autor del aclamado y citado Cuaderno de Nueva York. En él está presente la ciudad de Nueva York como no podía ser de otra forma. Antón Castro nunca ha estado en Nueva York pero eso no quita que conozca la atracción que ejerce la misma, en claro homenaje a Hierro y a su poesía:
TRES CITAS CON JOSÉ HIERRO
(…)
3
Tú también sucumbiste a Nueva York.
Como Lorca y José Moreno Villa.
Y sucumbiste, sobre todo, a la música.
A la melodía oculta del soneto. A Bach y a Beethoven.
Al latigazo del viento en la luna y en el más allá.
Te faltaba el aire y paseabas con el oxígeno incorporado.
Estabas seriamente enfermo y parecías un leñador,
un luchador de sumo o un turco errante que espera a los barcos.
Con todo, eras feliz. Pensabas que Cuaderno de Nueva York
era un libro para siempre. Un grito y una afirmación.
La obra que culmina la travesía.
Me dijiste: “Me he vuelto metafísico, como Sancho.
Pronto emprenderé el camino hacia la nada.
Sé que no hay regreso. Mi testamento son los versos”.
David Liquen (David Giménez, Remolinos, Zaragoza, 1960), quien sí tiene un par de poemas sobre la mega ciudad, uno donde cita el distrito de Brooklyn, que aparecerá en su próximo libro Los hijos de la mujer del Zebedeo y otro con el mismo título que el de esa ciudad publicado en el libro Playa Ramírez (Montevideo, Yaugurú, 2015), toda una curiosa e irónica estampa urbana y social:
NUEVA YORK
si atraviesas el puente de Brooklyn a media mañana
verás cerca de la calle ocho maricas apostados
en las aceras
venden en capazos especias americanas
venden chile, venden kétchup, venden venden.
un poco más allá, siempre están los hombres judíos
orando
a un dios que no es el mío ni el tuyo
es otro dios, tampoco es tan complicada la cosa
hay varios dioses y cada uno le reza al que le va
mejor, ¿vale?
es como las especias
tú compras la especia que necesitas
para que la sopa esté más sabrosa
si dejas el cementerio judío llegas a Central Park
y puedes correr hacia delante
escapando de los dioses y de las especias.
Ángel Petisme (Calatayud, 1961) también vivió en Nueva York un par de meses, allá por el 2002, cumpliendo con sus recitales y conciertos contratados, como cantautor que es y ejerce. Luego ha vuelto a la metrópoli un par de veces más, pero con menor estancia. En su producción poética aparecen poemas que hablan de Nueva York en la antología Teoría del color (Sial, 2006); también, en su poemario Cinta transportadora (Hiperión, 2009) está incluido el conocido poema Walking Manhattan. Este libro recibió el VII Premio Claudio Rodríguez. No obstante, en Demolición del Arcos Iris (Baile del Sol, 2008) es donde tiene varios poemas que hablan de Nueva York como Bin Laden acariciaba mis encías, Sexo en Nueva York, Eva Mendes, Antorchas humanas, Sermón del World Trade Center o Atardecer desde el ferry de Staten Island, que tanto me gusta, por la variada tipología temática del mismo:
¿Quién dormía en aquella habitación de Chinatown
mientras los extractores de la calefacción
bajaban a los infiernos del corazón del ángel?
¿Quién estuvo a punto de llorar de arrepentimiento
mientras nevaba en Nueva York
y el humo de las alcantarillas
dibujaba los muslos de Norma Jean?
Igual me lo he inventado todo
o todo me ha inventado porque faltaba un personaje en esta historia,
o ha sido una dulce, magnética ensoñación.
Dicen que baile en NYC y que gusté,
¿pero qué es el éxito a estas alturas de tu vida
sino recortes y eco de aplausos amarillos
y cómo volver a una ciudad donde jamás estuve?
Esta foto con el Lower Manhattan a la izquierda
y Brooklyn a la derecha tampoco demuestra nada.
Puede ser mi clon de NYC quien me la envía
(todos tenemos esparcidos por el planeta
seres con nuestro mismo rostro que se expresan en otro idioma,
cambian la rueda pinchada de su bicicleta
y hacen el amor los sábados con una gordita pecosa).
Está cayendo la noche sobre Madrid
y allá donde el Hudson se quita los zapatos,
en la higuera de las vanidades, la capital del mundo,
un hombre anónimo, sin pasado y quizás sin raíces
toma el ferry para Staten Island. Comienza a nevar.
El premio de las Letras Aragonesas 2015 Manuel Vilas (Barbastro, Huesca, 1962) tiene un admirable poema largo: toda una sección, sobre Nueva York, de más 350 versos dividido en nueve partes, que está incluido en Resurrección (XV Premio Jaime Gil de Biedma, Visor, 2005) con el título de la ciudad donde está la vida; poema que también está recogido en la antología Amor. Poesía reunida, 1988-2010 (Visor, 2010) y recientemente en Poesía completa (1980-2015) (Visor, 2016). Vilas vive en la actualidad entre Estados Unidos y España, según me comenta. En estos versos realiza un recorrido urbano con acertado análisis social. Vilas es un poeta ciudadano que para nada está fuera del mundo: está muy comprometido con la realidad: integrado en el presente:
Nueva York
2
(…)
Entré en un bar del Greenwich y me tomé un vino blanco,
y me atendió, oh, dios mío, una camarera blanca anglosajona,
y me quedé mirándola un rato;
todos estamos trabajando, yo ya odio escribir,
porque escribir es trabajar.
Trabaja Terry, trabaja Diana,
y trabaja X, la anglosajona cuyo nombre no supe
porque no llevaba una chapa en la solapa,
y me fui al Puente de Brooklyn,
y pensé en la gente que trabajó aquí hace cien años,
y los que murieron aquí, gente aplastada,
amaron el progreso
y este los ejecutó,
y me reí un rato, una risa de Dios: demonio y fortaleza,
y cogí un taxi y era
otra vez un negro quien me servía,
un negro grande,
y le dije five avenue, please.
(…)
El profesor, traductor y poeta Juan Antonio Tello (La Almunia, 1965), que en estos momentos anda impartiendo clases de francés en el instituto de enseñanza secundaria español de Tánger tiene un poema que escribió en 2008, cuando él peregrino de la vida y las aulas vivía con su mujer en Burdeos (Francia) y pensaban en ir precisamente a trabajar a Nueva York, que no dudo que lo haga algún día. Nueva York es en el poema el Atlántico que se cita. Este poema está incluido en su poemario Cae Noviembre (4 de Agosto, 2013):
Quai de la Monnaie
El paseo hacia el muelle
sosiega el pálpito de las horas,
la brisa mueve nuestro pelo
mientras sujetamos la barandilla gris
para inclinarnos sobre los plásticos
que flotan en el Garona.
Los vemos pasar,
testigos de los días,
y tú desvías la mirada hacia el Atlántico
que nunca atravesamos.
El poeta y profesor David Mayor (Zaragoza, 1972) es autor de un par de poemas que hacen referencia a Nueva York, de una forma más o menos directa, y ambos están recogidos en su extraordinario poemario 31 poemas (Pre-Textos, 2013), del que mostramos este que expresa la necesidad que tenemos al pensar en la gran ciudad como el sueño soñado, de esa poesía urbana que ha olvidado la necesaria naturaleza para la vida:
NACIONALIDAD
Ya no hay furia ni mugre ni vespas a la entrada. No hay chicas como Blondie ni yonquis ni han roto el futuro. No hay Londres ni Berlín ni siquiera sombra del pasado. No hay tiempo ni empujones. No hay güisqui dyc ni imperdibles ni una chaqueta demasiado entallada. No hay sudor ni rickenbaker ni un asesino dentro de mí ni han asesinado a los dioses. No estamos en el setenta y siete ni Pisa está a punto de ser incendiada ni hay tanta porquería. No hay nada en el camino de la nostalgia. Ni siquiera Nueva York es un sueño. Nunca beberá Poe en el Bowery. Seguramente no haya ocurrido. Ya no tenemos ni media hora para actuar. Sólo hay páramo en el que pinchar discos a pedradas.
El poeta, escritor, pintor y editor Raúl Herrero (Zaragoza, 1973) no ha estado en Nueva York pero sí ama la música americana y a sus intérpretes y publica en el número inaugural de “El eco de los libres”, la revista cultural del Ateneo Jaqués, el extenso poema que aparece como colofón de un artículo sobre el centenario de Frank Sinatra, dentro de la sección “Música” y que está dedicado al mejor intérprete de la canción New York, New York. Pues estoy convencido que después de escuchar a Sinatra cantando New York, New York nada vuelve a ser igual:
A Frank Sinatra
(…)
Con esa voz, que a pesar de los años persistía
en pelearse con las canciones y
en participar de un ritmo que solo tú hallaste;
con esa voz, bailé en paños menores,
para la multitud de una mujer solitaria,
la noche en que bebí por primera vez tu engrudo predilecto.
Cuando te ocultaste algunos me dieron el pésame,
y acometí el papel de viuda entonando un brindis por tu memoria al tiempo
que te escuchaba cantando, de nuevo, en el concierto
que conmemoró tus setenta y cinco años.
Y has seguido cortejando a esas bandas
de swing feroces como el incienso quemado por arrobas
en las catedrales pudientes
y acorralando a los instrumentos de cuerda
en discos cálidos como una noche de renuncia.
Te quedarás para que algunos niños del futuro
puedan vestirse con tu libertad
y aprendan que el amor participa de la pérdida,
y que late música más allá de las esferas y las fieras.
¡Reclamemos ser lo que siempre debimos ser!
¡Reclamemos el derecho a imitar el fraseo de tus canciones
al despedirnos de un trabajo cretino
o al decirle adiós a esa pareja-perra que nos persigue con la escoba!
Otro de los poetas que conoce Nueva York, por sus viajes que realiza en solitario huyendo de su vida o escapando hacia la libertad de lo desconocido, es el profesor Jesús Soria (Zaragoza, 1977), como nos deja plasmado en este poema publicado en la revista Eclipse, número 9 (2005). El poema es un homenaje a Nueva York, a Tiffany´s, que como casi todos sabemos es un joyería que existe en la ciudad y que aparece en la película Breakfast at Tiffany’s, dirigida por Blake Edwards y rodada en 1961. También aparece en la novela del mismo título de Truman Capote, que publicó en 1958. Este poema es, no cabe ninguna duda, un canto de amor a la actriz inolvidable Audrey Hepburn, cuyo personaje sueña una realidad diferente cuando acude a los escaparates de la mencionada tienda. Al final del poema se alude al título de la canción de la banda sonora de la película, compuesta por Mancini. Una acertada y bella metáfora nada irracional.
Desayunar en Tiffany´s
Desayunar con diamantes era
encontrar en Tiffany´s un
escaparate de los sueños,
saborear en tu piel
el alimento del deseo.
Exprimir el zumo de tus
ojos cansados por la velocidad
de la noche.
Desayunar en Tiffany´s será
siempre el tren de la vida
alejándose de las estaciones
del silencio.
Viajar a la embriaguez
de tu cuello escuchando las
palabras del río de la luna.
El poeta y profesor universitario que ha hecho algún viaje a la gran ciudad de Nueva York es Enrique Cebrián Zazurca (Zaragoza, 1978), quien tiene un poema con ecos juanramonianos de su Diario…, que hace referencia a Nueva York, titulado Greyhound, y que aparece en su último libro de poemas La chica del verano (Publicaciones Universidad de Zaragoza, 2015). No es directamente sobre Nueva York, sino que la ciudad aparece citada como referencia del camino hacia el reino de este mundo y del otro, el de la vida vivida:
GREYHOUND
Una lluvia de agosto, una lluvia
de perros allá afuera. Nos subimos
calados.
Y el aire acondicionado a mil.
Tapados y abrazados, dormías
junto a mí,
de Boston a New York,
en aquel autobús de peli americana,
protagonista con lágrimas y mochila
dejando atrás
un pueblucho de mierda y algún novio
paleto,
para alcanzar el reino de este mundo.
Tú y yo, tapados
y abrazados, congelados,
apoyada tu cabeza en mi hombro.
En el iPhone
escuchaba a Pereza,
que me gustó más que nunca,
y miraba de noche esa autopista
y me sentí feliz.
Carmen Ruiz Fleta (Zaragoza, 1978) plantea en el poema XX de Cinco días de agosto (Eclipsados, 2008) un paseo en pareja donde anota las acciones tópicas del imaginario turístico del viajero a la ciudad, Neira dixit.
XX
Dentro de dos días,
tomados de la mano,
pasearemos por las calles de Nueva York.
Nos fotografiaremos sonrientes en Times Square,
nos tumbaremos sobre el césped de Central Park,
montaremos en la noria de Coney Island,
y nos besaremos al son del jazz sin admitir
que los dos estamos actuando,
que con el viaje se acabará el cuento,
y que todas las cosas son ya la última cosa.
Ignacio Escuín (Teruel, 1981), quien es sobradamente conocido como poeta, crítico, editor, profesor, narrador y ahora porque lleva las riendas de la cultura aragonesa como director general de Cultura del gobierno de Aragón, sí ha estado en Nueva York y escribió sobre la zona cero su conocido poema y varias veces antologado, no falto de sarcasmo, que se inicia así: “Todo poeta que se precie escribirá un poema largo sobre la devastación de New York City tras el 11-S, quizá también sobre el metro, Central Station o los hoteles de lujo de Park Avenue.” Pero a mí me gusta más este otro que es más significativo y socarrón de cómo influye tal ciudad sobre los poetas:
VI
Marta y Lorena caminan las calles de Manhattan y ya no les
soprende nada.
Hace ya unos cuantos años que Lorena partió en busca del
sueño americano y al tocarlo con las manos y comprobar
que en Manhattan no anochece llamó a Marta y ésta partió
siguiendo las huellas de Lorena.
Ahora caminan las dos con firmeza por la Quinta y tienen
novios extranjeros que las quieren y las dejan con mucho
amor y mucha rabia, porque en Manhattan todo se hace a lo
grande.
Marta y Lorena vienen a España
intermitentemente
y nos quieren y nos hablan con el deber cumplido
han rendido al pueblo americano
a ellas sí las miran en la Quinta y en cualquier lugar.
Rendidos a los encantos de las dos les regalan noches con
luz a mis americanas.
Quien está viviendo allí en la actualidad, en Manhattan, Nueva York, es la poeta, profesora e investigadora Almudena Vidorreta (Zaragoza, 1986), quien anda impartiendo clases e investigando en un par de universidades y prepara su segunda tesis doctoral sobre la recepción de la poesía española del Siglo de Oro en poetas latinoamericanas del siglo XX. De Vidorreta destaco esta catarsis lírica: su viaje, escrita y publicada en una revista de allí: Los bárbaros, cuya razón de ser radica en los autores que escriben en español en y/o sobre Nueva York (http://losbarbarosny.com/lea-en-pdf/):
Lectura en llamas
Todo parecía estar como en espera de algo.
Juan Rulfo
Vine a Manhattan porque me dijeron
que allí estaba el centro del mundo.
Yo misma me lo dije
y me prometí que iría a verlo
en cuanto ella muriera.
Me dejé abrazar en señal de que lo haría,
pues estaba por morirse
y yo en plan de prometerlo todo.
Pero no pensé cumplir mi promesa
hasta que comencé a llenarme de sueños,
a darles vuelo a las ilusiones
y, de este modo, se me fue formando
un mundo alrededor de la esperanza.
Por eso vine a Manhattan.
Y subida en el avión, allá en el cielo,
miraba un agosto desvanecido,
y aquello que veía a lo lejos
era España, y estaba triste.
Son los tiempos, señora.
¿Está seguro de que es España?
Deshecha en vapores,
colmada de hombres como demonios,
mi casa sobre las brasas de la tierra,
mis muertos, llenos de sangre
y un rencor vivo.
Yo era el retrato viejo de mí misma
y el paisaje, solo un reflejo
de la desolación.
Aquí no vive nadie.
Queda claro en este trabajo que los poetas incluidos tratan la gran urbe que es Nueva York desde el versolibrismo y con todos los tópicos habituales, desde los negros a los judíos y los lugares más típicos y calles emblemáticas de la misma, por todos conocidos por las imágenes que repetidamente aparecen en la pequeña pantalla de casa o en la gran pantalla del cine. Parece ser que Nueva York es conocida antes de pasear por ella, por lo que nos dicen. Y como se puede leer, en los autores aragoneses seleccionados para este recorrido, la variedad tipológica poemática es diversa como distintos son los poetas. Así, están en franca complicidad con ella o en ferviente enfrentamiento. Pero a la cual todos admiran desde una óptica más o menos crítica.
Este es pues el sendero marcado sobre la presencia de Nueva York en la poesía aragonesa de nuestros días: una poesía en la que se ve a las claras que los poetas son ciudadanos; o sea, no están fuera de nuestro mundo, y con su poesía nos abren un camino beneficioso para los lectores, pues nos hace mejor entender este complejo mundo. Creo que todos los poetas citados están muy comprometidos con la realidad, algunos con una obra más distendida, pero muy integrados en nuestro presente: en nuestra cotidianeidad. Son poetas que utilizan el verso como bisturí de la sociedad actual.
Debo explicar, por último, que no sé si esperaba mayor y mejor respuesta por parte de los llamados, algunos prestos y otros despistados, pues aún espero noticias de alguna poeta y de algún poeta. Otros, sin embrago, no habían escrito sobre Nueva York, pero querían hacerlo: no han tenido cabida, y otros me mandaron a petición mía poemas que habían escrito sobre otras ciudades, como los poetas Fernando Sarría (Ciudades en los labios ) y Nacho Tajahuerce (El rostro del mundo, en Baile del Sol, 2014), a quienes no puedo incluir en este trabajo, sí en próximos. Desconozco si me he dejado a algún otro poeta, pero no tenía más contactos; aunque quería trabajar sobre estos pocos, no todos. Y, todo esto con un guiño y parafraseando a don Miguel de Unamuno: lo que natura non da, Nueva York non presta.
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