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Antón Castro

GLORIETA PARA ÁNGEL GUINDA

GLORIETA PARA ÁNGEL GUINDA

El Actur es el barrio de los escritores en general y de los poetas en particular. Aquí tienen calle, entre otros, Rosalía de Castro, Juana de Ibarbourou, María Zambrano, Virginia Woolf, Jorge Guillén, Mariano Esquillor, Pablo Neruda, Ildefonso-Manuel Gil o el poeta visual Pablo Ruiz Picasso; desde el pasado mes de junio Ángel Guinda (Zaragoza, 1948), Premio de las Letras Aragonesas de 2010, tiene escultura artística de Luigi Maráez y glorieta. Ángel suele decir que él es poeta por fatalidad, por un impulso ciego e invencible, desde muy joven, desde que leyó a Gustavo Adolfo Bécquer, su primera influencia, y dice que ser poeta no es una profesión o una vocación: es una posesión. Yo también creo que es poeta por felicidad y por voluptuosidad, y porque amasa las palabras como un panadero el pan o un buen nadador las mejores olas y sus espumas. Su padre solía decirle: “Hijo mío, ahora que has terminado la carrera, ya puedo morirme tranquilo. Sé que no pasarás de hambre”.

Guinda es poeta de libros y de fantasmas, un poeta de la amistad y de la transgresión, y un perfeccionista de la música y de la intensidad del decir. La motivación de su escritura nace de un arrebato o viaje al fondo de sí mismo y de sus tinieblas. Marcado por la obsesión de la muerte –siempre recuerda que cuando él nació su madre murió en el parto-, su poesía es una exploración de la identidad, de los territorios sombríos del corazón, de la paradoja de existir o los arrabales de la trascendencia; su poesía es un canto a la juventud y también un ejercicio de denuncia de los males del mundo. Es un poeta intimista y comprometido, coral y solidario, y tiene un aire adorable de gamberro de barrio que nunca deja de crecer. Es el Peter Pan perpetuo de las letras españolas.

Considera que el poeta, además de un compromiso consigo mismo y con el mundo, lo tiene con la palabra. Ese ser vivo. Hace arte con el lenguaje y a veces no hay nada más elocuente que el silencio. Guinda puede ser un matemático de la emoción, un escultor de las sensaciones, un ciudadano del mundo que siempre siempre siempre se sabe en casa en Zaragoza. Aquí está en casa, en su refugio y entre amigos. En esta glorieta eligió este poema para definirse: “No puedo tallar el aire. / No puedo tallar el agua. / No puedo tallar la luz. / Haré una perla con el silencio”. Ángel Guinda es generoso por espontaneidad y por el torbellino de su alma, mitad luz,  mitad oscuridad. Y posee otro don: el valor de la autenticidad.

 

*Esta mañana, a las doce, el concejal Pablo Híjar inauguró la glorieta dedicada al poeta Ángel Guinda en el Actur. Y con él un montón de amigos del escritor aragonés, afincado en Madrid desde 1986. Amparo Sanz Abenia fue la promotora de este acto que tuvo un precedente en la colocación de la escultura de Luigi Maráez hace casi un año.

*La foto de Ángel Guinda es de Enrique Cidoncha.

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