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Antón Castro

LAURA HIGUERA HABLA DE 'EL ÁNGEL NEGRO', SOBRE GOYA

Entrevista con Laura Higuera, autora de ‘El Ángel Negro’ (Ediciones B), una novela en dos tiempos en torno a las Pinturas Negras de Francisco de Goya.

-¿Por qué Goya, qué le interesa de él, qué tiene de particular o de fascinante para usted?

Goya era un genio. Y un genio se nutre de muchas cosas: del dolor y la alegría, del horror y la belleza. Pero de todo eso yo me quedo con el dolor, que para mí es el origen de la inmensa mayoría de procesos creativos: esa cualidad de desgarrarse y de transformar lo que queda de uno en algo perpetuo. Goya me trae a la memoria un poema de José Hierro, aquel que empieza diciendo "Llegué por el dolor a la alegría/supe por el dolor que el alma existe". Siempre me ha fascinado esa figura, la de un hombre desgastado por los desastres de la guerra, por los desastres de la vida, y que ya no puede más. Y es que el arte necesita de soledad y miseria, como dijo Dumas.

-¿Qué significan en su producción las ‘pinturas negras’? ¿Son un momento culminante, encierran misterios, es la pintura del dolor, etc.?

Las Pinturas Negras son efectivamente las pinturas del dolor. No hay mejor definición posible para algo tan oscuro, violento y obsceno a partes iguales. Como usted sabe, fueron hijas de un tiempo muy concreto de la historia de España. De hecho y muy poco después de acabarlas, Goya terminaría exiliándose a Burdeos a título definitivo: eran tiempos muy difíciles para un liberal como él. Por otra parte, el misterio está servido, y de él se alimenta mi novela: "El Ángel Negro" es un thriller que habla de arte y que además lo hace en dos tiempos, y que sobre todo juega con la posibilidad de la existencia de una decimoquinta Pintura Negra. La historia dice que el maño produjo catorce, pero en la actualidad existen argumentos de peso que sostienen la hipótesis de que haya una composición número quince.


-¿Qué le ha intrigado de la Quinta y del número mismo de las piezas?

Goya vivió en La Quinta del Sordo, una casona a orillas del río Manzanares, de 1819 a 1823, y no se le ocurrió otra cosa que pintar un tributo al lado más aterrador de la vida (ese abismo al que todos tratamos de no mirar) sobre las paredes entre las que vivía. El panorama debía ser estremecedor, y la idea no puede parecerme más lacerante. Se me ocurren muy pocas razones que lleven a un ser humano a convertir su día a día en una vista perpetua a lo macabro. Una de ellas es la locura, y la otra es la absoluta certeza de la muerte. La historia me conmueve y me intriga a partes iguales. Con respecto al número, yo sostengo que fueron quince, pero es cierto que una sola de esas pinturas hubiera bastado para infectar de horror a cualquiera.

-¿En qué momento decidió mezclar dos historias alejadas en el tiempo casi 150 años?

Un presente tan concreto como el que describo en "El Ángel Negro", con un asesinato en el Museo del Prado que apunta maneras de crimen ritual, requería de un pasado muy particular. La historia central arranca cuando un banquero alemán, Emile d'Erlanger, compra La Quinta del Sordo en 1873 para hacer negocio con las Pinturas Negras. Es apasionante cómo el punto A (la España convulsa de las últimas décadas del siglo XIX) conduce al B (un Madrid y una Venecia actuales), y no lo hace precisamente por el camino de la recta. La mezcla resulta tan atractiva como necesaria.

-¿Cuál es la importancia de Martínez Cubells? Recuérdenos cuál fue su gran cometido...
Salvador Martínez Cubells fue nombrado primer restaurador del Museo del Prado en 1869. Emile d'Erlanger necesitaba al mejor experto del país para pasar de revoco a lienzo las pinturas negras de La Quinta de Goya, y por eso le contrató. Hay algo muy patente en "El Ángel Negro", un rasgo que se esgrime como uno de los puntos fuertes de la novela, y es que derivo a personajes reales como Cubells y d'Erlanger hacia mi propio imaginario, pero eso sí, manteniendo una base histórica sólida y muy bien documentada. Construyo un universo paralelo potente que seguro interesará a muchos.

-Aváncenos hasta donde pueda el argumento… levemente. ¿Qué buscaba en realidad, qué aspectos le han interesado de la época, del pintor y de la creación?

Una mañana El Museo del Prado despierta con un cadáver salvajemente mutilado frente al cuadro Saturno devorando a su hijo, la pintura negra de Goya por antonomasia. A partir de ahí, la narración va adquiriendo matices. Bernardo Vera, un inspector cántabro recién llegado a Madrid, es el encargado de darle luz al caso. Es entonces cuando el pasado de hace casi ciento cincuenta años y del que antes hablábamos se hace indispensable, con una Venecia recién anexionada al Reino de Italia y un Madrid en plena y efímera Primera República. Los protagonistas ganan fuerza y forma y los personajes secundarios se erigen como elementos clave. Con respecto a lo que buscaba, sin duda una trama potente que resolviera en última instancia un enigma tan apasionante como el de una decimoquinta pintura negra perdida.

-Hay dos mujeres muy poderosas: la experta, contemporánea, y esa suerte de musa y enamorada de Cubells, que encarna la parte más libidinosa del libro. ¿Qué función tienen, qué dimensión ha querido darles?

Tanto Ada Adler como Alessandra Abad son mujeres extraordinarias, cargadas de esa sensualidad que sólo nace cuando cierto tipo de belleza y una inteligencia muy desarrollada confluyen. Ambas hacen de la ambición su modus vivendi. Son interesantes hasta decir basta. Ellas son fundamentales para la novela. Quería hacerlas conscientes de su gran poder.

-Ha escrito un thriller y a la vez una novela histórica. ¿Qué autores le interesan, le inspiran, cómo ser funden los dos géneros, y a la vez la novela del arte?  

En el terreno del thriller, Pierre Lemaitre ha sido todo un referente. Ha habido muchos otros, desde luego. En general, tanto Flaubert como Vargas Llosa, pasando por Paul Auster, Thomas Mann y Ian McEwan, me han influenciado de una forma u otra. "El Ángel Negro" es un thriller que tiene mucho de novela histórica, y dentro de ésta, de novela del Arte, y es así por exigencias del guión: sabía muy bien lo que quería contar, y necesitaba de cada uno de esos ingredientes, historia, crimen y arte, para que todo encajara a la perfección.

-¿Por qué ha elegido esa muerte ante el cuadro ‘Saturno devorando a sus hijos’, del que tantas veces se ha dicho que es una metáfora de la España más devoradora? La usa hasta Bigas Luna en ‘Jamón Jamón’...

Precisamente porque es el cuadro más violento que conozco y porque representa a partes iguales el dolor y el miedo a la muerte. Como he dicho antes, las circunstancias que atravesaba España en aquella época eran excepcionalmente difíciles, y más para hombres como Goya, que se burlaba del tipo de sociedad en que le había tocado vivir en obras de enorme envergadura,  como fueron Los Caprichos. Años más tarde, reflejaría de una forma distinta esa España embrutecida. Además estaba enfermo, y la enfermedad y la soledad son a veces cosas parecidas. La de Saturno era una soledad muy particular. Y podría haberlo dibujado con el mismo recato con el que lo hizo Rubens en 1636, pero los tiempos eran otros. Goya era un anciano casi. Y también un ser medio enloquecido, arrastrado por el dolor y por la vejez de una forma espantosa.

 

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