Blogia
Antón Castro

MARÍA ANGULO HABLA DE 'INMERSIONES'

María Angulo, una madrileña afincada en Zaragoza, se ha especializado en los estudios y teorías del periodismo, especialmente la crónica y el reportaje, el periodismo narrativo. Acaba de publicar ’Inmersiones’ (Universidad de Barcelona, 2017), libro que presentó en la librería Cálamo. Aquí explica las claves del volumen, que es realmente fascinante: una pequeña historia del periodismo y de algunos periodistas. Parte de esta entrevista apareció en ’Heraldo’ de Aragón.

-¿Cómo empezó tu idilio, tu historia de amor con el periodismo?

Es una historia que viene de largo; que empieza en el ámbito personal y de investigación y termina de materializarse en el terreno profesional cuando en el 2005 llego a Zaragoza y entro a trabajar en la Facultad de Comunicación de la Universidad San Jorge, que se iniciaba en ese mismo año. Luego vino mi estancia de nueve meses en Buenos Aires en donde la crónica y el periodismo narrativo terminaron de enamorarme.  A mi regreso al Grado de Periodismo de la Universidad de Zaragoza he podido desarrollar este potencial con libros como Crónica y Mirada (libros del KO, 2014) y ahora con Inmersiones (Ediciones de la Universidad de Barcelona, 2017).

-¿Qué ha significado Mariano de Cavia en tu trayectoria? ¿Qué te ha interesado de él?

Mariano de Cavia me abrió los ojos al articulismo y la crónica y me sirvió para comprender la calidad literaria excepcional que existe en el periodismo español desde sus primeros tiempos. Con el estudio de su producción pude entender gran parte de la idiosincrasia española. Me sirvió también para analizar recursos y estrategias narrativas fundamentales a la hora de pensar y desarrollar buenos artículos y columnas. Trabajar junto con la profesora Rosario Leal en la edición de Azotes y Galeras (Asociación de la Prensa de Zaragoza e Ibercaja, 2008) fue sumamente enriquecedor. Pude observar la importancia de lo aparentemente accidental y anecdótico como estrategia de arranque para entrar a contar lo esencial. Y fue extraordinario dar con ese artículo de “periodismo ficción” en el que Cavia daba cuenta de un incendio en el Museo del Prado, para denunciar las malas condiciones de seguridad del Museo. Un artículo que sacó a la población madrileña a la calle, asustada porque se incendiaba su principal pinacoteca. Y un texto que sirvió para que el Gobierno tomara medidas para mejorar las instalaciones y las condiciones de seguridad del Prado. Una de esas ocasiones en las que una mentira sirve para denunciar una verdad silenciada. Con un cronista de este calibre una solo puede enamorarse del periodismo. 

-Para abrir boca: ¿en qué consiste el periodismo de inmersión, de cuántas maneras puede uno zambullirse en la realidad y en la escritura?

He seguido los pasos del trabajo previo de Antonio López Hidalgo y María Ángeles Fernández Barrero en Periodismo de inmersión para desenmascarar la realidad (Comunicación Social, 2013). Allí se planteaban tres modos de adentrarse en un territorio, en una realidad. Tiene que ver en primera instancia con el trabajo de campo, del reporterismo que realiza el periodista. Existe una gradación inmersiva que abarca desde la “observación directa” que requiere de la empatía para su mejor desarrollo, pasando por la “observación participante” que se ha practicado mucho desde concepciones antropológicas y etnográficas con maestros como Bronislaw Malinowski en “Los Argonautas del Pacífico occidental”. Y por último estaría la infiltración: que es aquella en la que el autor se transforma en otro para entrar en espacios conflictivos y obtener una información que no podría conseguir como periodista. Es un periodismo de denuncia. La infiltración en estos últimos tiempos de crisis, precariedad y explotación laboral ha dado ejemplos de periodismo encubierto tan señeros como el realizado por Bárbara Ehreinreich en Por cuatro duros. O cómo (no) apañárselas en Estados Unidos (Capitán Swing, 2014) o como el llevado a cabo por la francesa Florence Aubenas con El muelle de Oistreham (Anagrama, 2011). Dos investigaciones sobre las condiciones laborales de las clases más pobres.

 Para llevarlas adelante, estas periodistas deciden infiltrarse a fin de experimentar en carne propia este régimen de vida. Subsistir realizando los trabajos peor remunerados. Un periodismo de riesgo y de denuncia. Dentro de esta inmersión extrema, también estaría el denominado periodismo gonzo, término acuñado por Hunter S. Thompson como una variante del New Journalism defendido por Tom Wolfe, en el que sujeto y objeto se convierten en una misma cosa. Ya no hay disfraz o performance. El periodista es el protagonista, narrador  y objeto de análisis de la crónica. Aquí destaca sobremanera el periodismo de Gabriela Wiener, que cuenta con un capítulo completo en Inmersiones. El único capítulo del libro hecho a cuatro manos con la periodista Inés Escario con quien compartimos la pasión por la producción de Wiener.  

-¿Cómo definirías apuestas tan distintas como las de Nellie Bly, Josefina Carabias o Magda Donato?

Bueno, no son apuestas tan distintas. Les unía una pasión clara por el periodismo; por el periodismo con una clara intención de servicio social.  Muestran ese compromiso con el entorno, con las clases más desfavorecidas, con los trabajadores y sus necesidades. Además, las tres parece que se construyeron como periodistas a pesar de que las circunstancias no eran excesivamente favorables para una mujer en la prensa, con una abrumadora mayoría de varones. Con todo, finales del XIX y principios del XX fue un período glorioso para el periodismo norteamericano y español y es donde emergen estas profesionales. Años prósperos para la profesión. Para Nellie Bly en el New York World de Joseph Pulitzer en los momentos de emergencia de la prensa de masas norteamericana. Para Magda Donato, y Josefina Carabias en sus inicios, que surgieron en la etapa republicana y en plena Edad de Plata de la cultura española. En concreto Bly fue pionera del periodismo encubierto con Diez días en un manicomio en 1887 y Magda Donato también realizó su serie de “reportajes vividos”, publicados en el diario Ahora que dirigía Chaves Nogales entre 1932 y 1936. Carabias también se animó con la infiltración en “Ocho días como camarera en un hotel de Madrid” en 1934. Asímismo, las tres tenían un instinto de lo noticioso muy desarrollado.

-¿Qué es la crónica? ¿Cuáles serían sus contactos con el reportaje?

La crónica es un género muy concreto que requiere de un narrador testigo que dé cuenta de un acontecimiento. Que lo narre con propiedad y exactitud. Existe por lo tanto un sujeto explícito que cuenta y muestra emociones y sensaciones y que se sitúa en un espacio y tiempo concreto: el lugar y la temporalidad del suceso que narra. Esto simplificando al máximo. Lo que está claro es que la crónica cuenta con la fuerza de lo testimonial y con un narrador que construye un relato en el tiempo. En el reportaje interpretativo no emerge ese yo narrador explícito, ni ese carácter testimonial. Si nos vamos al periodismo narrativo: A sangre fría de Truman Capote sería un reportaje novelado y El Interior de Martín Caparrós, una crónica.

 

Ahora bien, en los últimos tiempos en España se ha extendido la palabra crónica para hablar de crónicas y reportajes porque se emplea el término, al igual que en algunos países de Latinoamérica, como sinónimo de periodismo narrativo o literario.  Un macrogénero que permea a prácticamente todos los géneros periodísticos. En España, contamos históricamente con auténticas joyas de periodismo narrativo en el articulismo y en el columnismo.

-¿Qué cronistas te interesan y por qué? ¿Cuáles serían para ti libros o textos modélicos en el concepto más amplio de crónica?

Me cuesta escoger porque me interesan cronistas por muy distintos motivos. Unos porque son gigantes del periodismo narrativo, con los que disfruto y aprendo; otros porque realizan algo en concreto interesante y novedoso; otros porque son ejemplos productivos para el aula; varios por los temas que abordan porque me conciernen personalmente; algunos por la fuerza de lo que denuncian; y finalmente, otros por la capacidad narrativa que despliegan.

 

Cronistas como Martín Caparrós, Emmanuel Carrère, Gabriela Wiener, Juan Villoro, Alberto Salcedo Ramos, María Moreno, Leila Guerriero, Jorge Carrión, Josefina Licitra, Pedro Lemebel, Javier Sinay, Rodolfo Palacios, Alejandro Almazán, Silvia Cruz Lapeña, Roberto Arce, June Fernández, Ander Izaguirre, Gabi Martínez, Cristian Alarcón, Sergio González, Isabel Fonseca… Y en cuanto a libros modélicos. Para trabajar la crónica en un sentido amplio, se acaba de editar en España Larga distancia de Martín Caparrós, toda una joya; también hay que volver a Operación masacre de Rodolfo Walsh; los perfiles de Leila Guerriero son fundamentales, por ejemplo, Frutos extraños. Pero sobre todo acudir a revistas como Altäir Magazine, Anfibia, Gatopardo, Etiqueta Negra… y leer lo que vienen publicando. Y en plan regalo navideño, ya que estamos, dos libros preciosos y valientes que tienen a la luna como protagonista: Una luna de Martín Caparrós y Nueve Lunas de Gabriela Wiener.

 

-Quizá él no haga crónica, pero sí reportaje, o haga reportaje y crónica en ’Diez días que estremecieron al mundo’. ¿Qué aportó John Reed al periodismo? Hablas de él, lo citas, ¿tiene vigencia su propuesta?

Sí, lo tengo en cuenta. En Inmersiones aparece como un ejemplo del reporterismo de denuncia que surge sobre todo en Norteamérica a principios del siglo XX con los denominados despectivamente por Theodore Roosevelt como muckrakers, “rastreadores de cieno”, por lo que removían y rebuscaban entre la basura de los poderosos. Denunciaron casos diversos de corrupción. Samuel Hopkins en “The Great American Fraud” (1906), denunció la fabricación y venta de medicamentos peligrosos. Ray Stannard Baker, en “Following de Color Line” (1908), denunció el racismo que sufrían los ciudadanos negros. Y México insurgente (1914) y Diez días que revolucionaron al mundo (1919), sobre la revolución rusa, de John Reed, responde también al modus operandi de este grupo de activistas reporteros, fuertemente ideologizados. Cuando he impartido la asignatura de Periodismo de investigación siempre he acudido al reportaje Diez días que revolucionaron al mundo porque me parece muy representativo de un periodo y de una forma comprometida y política de hacer periodismo que hay que conocer. Este año, como estamos con el bicentenario de la Revolución Rusa no es de extrañar que hayan publicado este trabajo de John Reed de nuevo, pero esta vez en una versión ilustrada de Fernando Vicente.

 

Con el texto final ’Bienvenida al paraíso’, ¿ha nacido una escritora de viajes, una cronista o una escritora de ficción, sin más?

Bueno, he realizado mi particular inmersión en un territorio al que he ido en muchas ocasiones como es Caños de Meca en Cádiz. Es una crónica de viaje y estoy segura de que habrá muchas más. Pero estas crónicas requieren tiempo de documentación y de reporterismo y luego además un proceso de escritura reposado y cuidadoso, así que será algo que pueda hacer muy de vez en cuando.

 

¿Qué tiene de peculiar la crónica de viajes?

En realidad cualquier crónica es un viaje, aunque sea por nuestro barrio. Pero los viajes hay que poder narrarlos y no resulta fácil ya que recorrer el mundo se ha convertido en una experiencia nuclear, cotidiana, incluso vulgar. Conocer lugares y dar testimonio de ello no resulta ya muy novedoso ni para los periodistas ni para los lectores. Hay que saber narrar de algún modo el desplazamiento, el encuentro con el otro, el espacio en el que se sumerge: “el relato del propio viaje” es lo que nos queda para poder contar en la actualidad, como apunta Claudio Magris en El infinito viajar. Por ello una crónica de viaje no es una guía turística ni tampoco un cuento para los amigos, pero debe recoger parte de lo informativo de la guía y parte de lo íntimo del cuento, pero luego debe desarrollarse como cualquier otra crónica con una mirada y voz personal y en un tiempo concreto y delimitado.

 

-¿Qué tiene el periodismo latinoamericano que no tenga el español?

El periodismo narrativo latinoamericano lleva cierta ventaja al realizado en España en lo que se refiere al desarrollo de la crónica y del reportaje, que son dos géneros clave y que permiten una implicación y desarrollo estilístico amplio. En lo que se refiere al articulismo y al columnismo literario, ahí creo que España se sitúa por delante. Y ahora, que vienen polinizando tanto las formas del reportaje y la crónica latinoamericanas, vamos teniendo cada vez más periodistas españoles, medios y editoriales estupendas dedicadas a llevar adelante un buen periodismo narrativo.

-¿Qué tres autores les recomendarías a los periodistas jóvenes?

Gabriela Wiener, Silvia Cruz Lapeña, Virginia Mendoza.

-¿Qué tres proyectos o libros recomendaríais para ser buen periodista?

Digamos que tres libros importantes, teóricos, que hay que leer si se quiere saber de periodismo narrativo y de sus técnicas. La invención de la crónica (2005) de Susana Rotker, Escribiendo historias: El arte y el oficio de narrar en el periodismo (2003) de Juan José Hoyos y Periodismo Narrativo (2012) de Roberto Herrscher.

 

 

*La foto de María Angulo la tomo de aquí.

0 comentarios