80 AÑOS DE 'POETA EN NUEVA YORK'
El grito de García Lorca en ‘Poeta en Nueva York’
La editorial Norton publicó, 24 de mayo de 1940, el libro en edición bilingüe y unos días después, Bergamín lo publicó en Séneca
En 1979, en el Barrio Oliver, acudí a un recital de El Silbo Vulnerado y aún hoy no he podido olvidar cómo Luis Felipe Alegre entonaba la ‘Oda a Walt Whitman’ de ‘Poeta en Nueva York’, de Federico García Lorca (1898-1936), ni el instante en que decía: “Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño. / Este es el mundo, amigo, agonía, agonía” y poco después, “… y la vida no es buena, ni noble, ni sagrada”.
Más tarde, ese texto sonaba en ‘A un dios desconocido’, la película de Jaime Chávarri, y muy pronto aquel poemario tan moderno, actual y estremecedor, se convirtió en un libro talismán. De cabecera. Ahí, el poeta daba un salto de calidad, de ambición y de expresión, esquivaba los metros tradicionales en los que se había movido, y hablaba del caos y del desgarro del mundo exterior que era una gigantesca metáfora de su corazón ofendido y de su desconcierto vital, como les diría a sus padres en una carta: “La culpa es de la vida y de las luchas, crisis y conflictos de orden moral que yo tengo”.
García Lorca, el gran amor de Dalí, el amigo entrañable de Buñuel (que diría “la obra maestra era él”), se fue de España en junio de 1929 con el alma en vilo y la decepción en vena: su amante, el escultor Emilio Aladrén (que era hijo de un militar zaragozano y había sido amante de Maruja Mallo), le había dejado; sus dos amigos de la Residencia de Estudiantes habían criticado su ‘Romancero gitano’ y el cineasta de Calanda pensaba en él cuando tituló su primera película ‘Un perro andaluz’. En Nueva York fue bien acogido por la colonia española (entre ellos el poeta León Felipe), hizo amistades, tuvo amores, conoció Harlem y la colonia de los negros, las atmósferas del jazz, la noche loca y los garitos de homosexuales y, por supuesto, la Universidad de Columbia, donde fue acogido. La alegría inicial dio lugar al arrebato, a la angustia, a la crítica: aquel era un mundo deshumanizado e industrializado, vertiginoso e injusto, la exaltación de la máquina desalmada, el país vivía el ‘crack’ de 1929, y empezó a escribir poemas distintos.
Fue la explosión del surrealismo con imágenes brutales de dolor, de aspereza y de misterio, donde se mezclan la exploración de su intimidad, la perplejidad absoluta ante lo que acontecía en su derredor y la denuncia de alguien que aboga por la hermosura, la justicia y la armonía, pero percibe el vacío, la violencia y la inmensa soledad de la ciudad, de la que dice: “un símbolo patético: sufrimiento”. Lorca habla de su pena, de lo que ve alrededor e incorpora algunas historias que le contaron, levemente falseadas o ficcionadas como ‘El niño Stanton’ y ‘Niña ahogada en el pozo’.
En marzo de 1930, crucificado por tantas contradicciones, se fue hacia el mundo sensual de Cuba, y atisbó nuevas alegrías. Estuvo en La Habana y en Santiago de Cuba y pronunció varias conferencias, y se asomó a un mundo nuevo de ritmo, trópico y exuberancia. De esas dos experiencias (de junio de 1929 a junio de 1930) nacería ‘Poeta en Nueva York’, sito en Nueva York y alrededores, en Cuba y redactado también en Granada. Un libro muy trabajado, de muchos asuntos, desenfadado e intuitivo, de una imaginería radiante, dividido en diez partes o secciones.
El poeta barajó publicar dos libros: ‘Poeta en Nueva York’ y ‘Tierra’. Seguir el rastro de los textos y las intenciones de Federico García Lorca sería materia novelesca, y lo han contado de maravilla Eutimio Martín, Andrew A. Anderson, Mario Hernández y María Clementa Millán, entre otros. También pensó en ilustrarlo con fotografías y con dibujos. La edición de Cátedra, Letras Hispánicas, realizada por la citada María Clementa en 1992, incluye 18 fotografías.
El poemario quedó inédito. Lorca se lo entregó al poeta José Bergamín, director de la revista ‘Cruz y raya’ (al parecer se lo hizo llegar, “volveré mañana”, le decía, pero no se lo dio en persona) poco antes de partir hacia Granada donde sería fusilado el 19 de agosto de 1936. El libro saldría de España en 1939 en dirección a París de la mano de Pilar Sáenz de García Ascot, que era secretaria de José Bergamín. Guillermo de Torre, casado con Norah Borges, y por tanto cuñado de Borges, publicaría algunos poemas en 1938 en la edición en varios volúmenes de las ‘Poesías completas’ de Losada de Federico García Lorca.
Tal día como hoy, en 1940, apareció ‘The poet in New York and other poems’ (W.W. Norton Company. Nueva York), en una versión bilingüe de Rolfe Humphries. Tres semanas después, en México y sin autorización de su familia, José Bergamín publicaba y redondeaba, puntuaba de otro modo los versos, en la editorial Séneca ese poemario inolvidable en un volumen con cuatro dibujos originales, un poema de Antonio Machado y un prólogo suyo. ‘Poeta en Nueva York’ ha tenido muchos ilustradores como Juan Carlos Eguillor y Luis Martínez Comín, en Prames; Fenando Vicente en Reino de Cordelia, Carles Esquembre en Panini en cómic, y el aragonés Santiago Arranz, que le ha dedicado muchas obras y varias exposiciones a ese conjunto de 35 poemas, tildado por algunos de “quincallería surrealista”, donde Federico García Lorca aún grita: “Quiero mi libertad. (…) ¡Mi amor humano!”.
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