RECUERDO DE FÉLIX ROMEO (1968-2011)
Tal día como hoy, 7 de octubre, entre las seis y las ocho de la mañana, en casa de la escritora Aloma Rodríguez, en Madrid, fallecía Félix Romeo Pescador. Cuando se dio la noticia, y el desfibrilador no llegó a tiempo, empezaron a llegar amigos: el escritor Marcos Giralt Torrente, la jefa de prensa Carlota del Amo, el actor Jorge Sanz, que quería a Félix como a un hermano, cómplices más jóvenes como Daniel Gascón y Jonás Trueba. Todos parecían habitar un alucinado despertar de tinieblas y un inesperado lago de lágrimas. Félix, uno de los intelectuales más completos y complejos que ha dado Aragón en el último cuarto de siglo, era ante todo un sabio curioso, querido, arrollador, deslumbrante en los detalles y a veces en la ira (que se esfumaba de súbito como los vapores de la gaseosa), y era el ciudadano dialéctico, aquejado de una oscura y casi secreta melancolía, al que nada le era ajeno. Leyó, desde joven, más de lo que parecía razonable e incluso verosímil; tuvo siempre un metrónomo propio para estirar el tiempo, una voracidad infinita por todo: por los libros, por el cine, por los viajes, por las relaciones humanas y por el amor, por la comida, por el arte, por la música y por las ciudades, y entre ellas, su amada y carnal Zaragoza, y de ella, su metafísico barrio de Las Fuentes.
La vida breve de Félix (Zaragoza, 1968-Madrid, 2011) compendia muchas existencias, muchos desvelos, quimeras y sueños: regalaba, como mínimo, una docena de ideas graciosas o atrabiliarias o centelleantes cada día. Se sentía cómodo con los niños (recuperaba su almario gigante de niño de barrio), adoraba a las mujeres (Carmen, su madre; Cristina, Lina, sus amores, y tantas y tantas amigas), era feliz en la charleta y escribió con lucidez, compromiso, búsqueda y un espíritu tumultuoso de verdad. De boquilla decía que tenía razón en todo; hacia dentro, pensaba y sentía que dudaba hasta de su sombra. Y se sentía profundamente inseguro de sus libros: ‘Dibujos animados’, ‘Discothèque’, ‘Amarillo’ y ‘Noche de los enamorados’, y su obsesión por la palabra y la creación dedicó uno de sus mejores textos: ‘Por qué escribo’, que daría título luego a un libro homónimo de artículos, muchos de ellos aparecidos en HERALDO, que publicó Xordica. Félix Romeo buscaba, a cualquier hora, todo el amor posible, todos los besos del mundo. Y a menudo, de misteriosa manera, los daba y los recibía. Todos los besos del mundo.
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