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Antón Castro

Fotógrafos

HA MUERTO EL FOTÓGRAFO JOSÉ ANTONIO MELENDO

HA MUERTO EL FOTÓGRAFO JOSÉ ANTONIO MELENDO

El pasado 21 de septiembre, hace diez días, fallecía el fotógrafo José Antonio Melendo. Durante años, llevado por su gran afición, lo retrataba todo: presentaciones de libros, fiestas, conciertos, homenajes (a José Antonio Labordeta, por ejemplo), congresos, reuniones atléticas, fiestas populares en diversos lugares de Aragón. Allí, con su gran humanidad y su inmenso silencio, andaba él con la cámara en la mano, ensayando tomas, buscando sorpresas. Estuvo en Congresos de literatura en Albarracín, acudía a Cálamo, Antígona y Los Portadores de Sueños a las citas con distintos autores, se asomaba a los talleres de los artistas, y luego, una vez que había editado sus materiales, colgabas sus obras en su página web o en su Facebook y las mandaba por correo electrónico. 

En julio de 2011, tras hacer un gran reportaje en Casa Emilio en el que aparecía Félix Romeo (que fallecería un poco después, en Madrid, el 7 de octubre, hace ahora diez años), escribía: “Hace cinco años empecé este blog y comencé a mostrar las fotos que hacía a través de la red, que tantas satisfacciones me ha dado y que ha motivado un afán de aprender y superarme cada día”. En sus notas, ahondaba en su evolución y en sus descubrimientos. Le interesaba por igual Miguel Bosé que la Banda de Garrapinillos. Le interesaba casi todo: el Huerva y el Ebro (del que hizo varias series), pero también el Canal Imperial de Aragón, una prueba atlética, paseos y más paseos por la Exposición Internacional de Zaragoza; con el paso del tiempo se fue inclinando hacia la fotografía de moda, y halló ahí un espacio que le interesaba mucho. Realizó numerosos ‘books’ de jóvenes que empezaban o de profesionales que acudían a él. Una prueba de su labor puede verse aquí: https://www.fotoplatino.com/fp9442

También realizó otros trabajos vinculados al diseño. Impartió cursos de estilismo y fotografía gastronómica y colaboró con el Estudio Novo de Ana Bendicho durante dos años. El pasado 1 de febrero de 2021 falleció su madre, Concepción Puértolas, a la que siempre había estado muy unido. La diseñadora lo recuerda así: “Me dijo una vez que los dos años que pasó en Novo habían sido la mejor época de su vida. Su especialidad eran las chicas y trabajaba con una agencia de modelos; otra de sus especialidades era la gastronomía. Tímido, sensible, a veces torpe para relacionarse con la gente, era muy generoso con su trabajo. A pesar de su tamaño siempre quiso pasar inadvertido. Durante la expo hizo unas fotos preciosas del circo del sol”, dice. Y agrega: “De las últimas cosas que hizo fue la digitalización de todas las diapositivas antiguas de la obra del pintor José Manuel Broto. Con nosotros vino a fotografiar fábricas, productos, gente, eventos, obras de arte...”, resume Ana Bendicho.

El fotógrafo Javier Burbano tenía una relación constante con él. Se intercambiaban fotos, sobre todo a través del ‘whatsapp’. Dice: “Me enseñaba trabajos suyos y me pedía opinión acerca de las fotos que hacía, sobre todo de chicas posando y de gastronomía. Con la pandemia encontró un filón laboral haciendo fotografías a las ofertas gastronómicas de restaurantes y bares que se apuntaron a la entrega de comida a domicilio. Se emocionaba como un chiquillo mandándome fotos de un modificador de luz, un difusor o un kit de iluminación”. Le gustaba explorar técnicas, realizar ensayos y seguir las novedades tecnológicas.
“El fallecimiento de su madre le debió de afectar. Creo que tuvo un fallo renal que no se diagnosticó a tiempo por la crisis del coronavirus y falleció a las 24 horas por una sepsis. Al día siguiente, a José Antonio le diagnosticaban coronavirus y fue ingresado. Este verano estuvo haciendo fotografías por el País Vasco, Cantabria y Pamplona para locales que enviaban comida a domicilio. Disfrutó de la costa y de la gastronomía”, recuerda Burbano, que conserva afectuoso recuerdo de él, de su humanidad y de su dedicación y de su incuestionable pasión por la imagen.

 

*Foto de Ana Bendicho y su equipo; a la derecha, José Antonio Melendo.

EL ARTE Y SUS PASIONES / 6. ANA PALACIOS

EL ARTE Y SUS PASIONES / 6. ANA PALACIOS

Ana Palacios: "Usar Booking en el móvil está

a la altura de la llegada del hombre a la luna"

La fotógrafa, que está viviendo un año especialmente creativo y lleno de galardones, repasa su carrera y sus aventuras de esta época

La fotógrafa Ana Palacios, durante la presentación de una muestra suya.La fotógrafa Ana Palacios, durante la presentación de una muestra suya.José Miguel Marco.

Ana Palacios (Zaragoza, 1972) es una periodista y fotógrafa documental ampliamente expuesta y distinguida. La solidaridad y la injusticia animan su compromiso. Galardonada hace poco con una beca de creación de la VEGAP y con el premio Dkv, decía: «¿Qué que le pido a un proyecto? Que tenga un trasfondo social. Si no hay un tinte social, no me emociona ni me mueve ni me sale bien». Ha viajado mucho, ha hecho muchos reportajes alrededor del mundo, y ha firmado libros como ‘Albino’ (2016) o ‘La puerta de atrás. Niños esclavos’ (2018).

1. ¿Cómo será su verano tras la pandemia? ¿Tiene muchos viajes aplazados?

Será local. Aún no tengo el ánimo para aventuras locas. Mi ilusión ahora es una cervecita junto al mar viendo atardecer con mi pareja y mi perrete. ¿Viajes aplazados? Congo, Costa de Marfil y Estados Unidos. Todo se andará.

2. ¿Qué significa el verano para usted?

Que se aparca mejor. Como buena autónoma, el verano hace mucho que perdió su espíritu romántico y festivo.

3. ¿Dónde veranea? ¿Es de playa, de montaña, de ciudad o de pueblo?

Mi referencia veraniega de la infancia es Jaca. Ya a partir de los 15 años nunca he pasado el verano en un mismo sitio. Mi padre siempre me dice que tengo alma de saltamontes.

4. ¿Qué le dicen las piscinas?

Que las bucee de punta a punta.

Dos fotos de Ana Palacios en Cabo Norte, 1995.
Dos fotos de Ana Palacios en Cabo Norte, 1995.Ana Palacios.

5. ¿Cuál ha sido el viaje de verano de su vida?

El que pisé África por primera vez.

6. El verano está asociado a la infancia y a la adolescencia, a los ritos de paso. ¿Hay algo especial para recordar?

Recuerdo que muchos veranos me iba de colonias, campamentos… y sentía ese espejismo de 'gran hermano' porque establecía vínculos muy fuertes con esas nuevas amistades y, cuando teníamos que volver, lloraba amargamente como si me arrancasen un trozo del alma. Ya era intensita entonces. Me pasaba el resto del año escribiéndoles cartas. Me he carteado muchísimo con gente que vivía en la propia Zaragoza. Conservo todas esas cartas en varias cajas que, a día de hoy, es lo más preciado que tengo. Ahora manejo mejor las despedidas y escribo menos cartas… Una pena.

"Conservo todas esas cartas en varias cajas que, a día de hoy, es lo más preciado que tengo. Ahora manejo mejor las despedidas y escribo menos cartas… Una pena"

7. ¿Cuál es su mejor recuerdo de vacaciones?

Descubrir sitios nuevos, conocer a personas distintas, coleccionar experiencias que me soprendieran…

8. ¿Qué tipo de lecturas, u otras actividades, realiza estos días?

Ana Palacios en China, en 2011. Festividad de Santa Ana en San Luis.
Ana Palacios en China, en 2011. Festividad de Santa Ana en San Luis.Ana Palacios

Explorar actividades nuevas. ¡Lo de la cerveza al atardecer va a ser una novedad!

9. ¿Qué película está asociada a un verano inolvidable?

Soy una consumidora incansable de cine. A veces voy a tres sesiones seguidas. Así que es difícil asociar una película a un verano pero sí hay una película sobre el verano que me fascina: ‘Verano 1993’. Tuve mucho tiempo audios de esa película como tono del teléfono de lo que me gustaba.

10. ¿El disco o la canción o las canciones de verano?

Cualquiera de Georgie Dann.

"Soy una consumidora incansable de cine. A veces voy a tres sesiones seguidas. Así que es difícil asociar una película a un verano pero sí hay una película sobre el verano que me fascina: ‘Verano 1993’"

11. ¿Cuál ha sido el gran personaje de esta época del año?

El ventilador.

12. ¿Internet y los móviles han hecho mejores las vacaciones? ¿Las han cambiado de alguna manera?

Viajaba con la guía de viajes del país y reservaba los hostales al llegar a cada destino desde un teléfono público o en la oficina de turismo de turno. Perdía muchísimo tiempo. Ahora, poder usar Booking en el móvil me parece un acontecimiento a la altura de la llegada del hombre a la luna.

13. ¿Cuáles serían los conciertos de su vida?

El primero, con mi madre y mi mejor amiga: The Communards en 1988. Luego trabajé en el Palacio Vistalegre de Madrid un tiempo e iba a conciertazos todas las semanas… pero ya nunca tuvieron el sabor de la primera vez.

Ana Palacios trabajando en Uganda.
Ana Palacios trabajando en Uganda.Ana Palacios.

14. ¿Cuál es la más extraña o sorprendente anécdota veraniega vinculada a su profesión?

En el rodaje de la película ‘The Gunman’ con Sean Penn, en Barcelona, el productor americano quería un hotel de cinco estrellas con piscina para venir con sus hijos y había que hacerle propuestas. Hablé con todos y me hice un máster en hotelazos de Barcelona con las características precisas de sus suites presidenciales (metros cuadrados, amenities, precios…) y sus correspondientes piscinas (profundidad, metros de largo, salinidad del agua…).

"La más bella probablemente fuera contemplar el sol de medianoche desde un acantilado en Cabo Norte (Noruega). Fue mágico ver como, en pocos minutos, el sol ‘rebotaba’ en el horizonte y observar atónita mi sombra interminable en la madrugada"

15. ¿Cuál es la más bella o inverosímil aventura de sus veranos?

La más bella probablemente fuera contemplar el sol de medianoche desde un acantilado en Cabo Norte (Noruega). Fue mágico ver como, en pocos minutos, el sol ‘rebotaba’ en el horizonte y observar atónita mi sombra interminable en la madrugada. La más surrealista creo que fue celebrar mi santo por todo lo alto con un montón de monjas de las Anas (o sea su santo también) en una leprosería de China.

*Mañana: CARLOS CASTÁN. Escritor.

 

UNA FOTO DE JUAN INDIO Y LA SINGER

UNA FOTO DE JUAN INDIO Y LA SINGER

DIEGO IBARRA. UN FOTORREPORTERO VARADO EN EL LÍBANO

Diego Ibarra. Los trabajos y los días de la covid en el Líbano.

 

https://www.heraldo.es/noticias/ocio-y-cultura/2020/05/24/diego-ibarra-un-fotorreportero-varado-en-en-libano-1376573.html

VICENTE ALMAZÁN, 'PASABA POR AQUÍ'

VICENTE ALMAZÁN, 'PASABA POR AQUÍ'

 *En mi libro ’Seducción’ (Olifante, 2014) publiqué este texto de Vicente. que se aleja en la foto por la estepa.

 

PASABA POR AQUÍ

 

Para el fotógrafo Vicente Almazán,

un paseante y un soñador de la luz

 

Vicente dedicó muchas horas de su vida a su trabajo a y su familia: una mujer, Rosa, y tres hijos: Pablo, David y Carlos. Trabajaba en un despacho dedicado al diseño y a la publicidad. Hacía carteles de exposiciones o de conciertos, maquetaba libros, dibujaba letras y palabras, y de cuando en cuando preparaba anuncios de publicidad para las revistas y los periódicos.

A Vicente le gustaba su trabajo y el de los demás. Se conformaba con poco y a la vez quería mucho. Era curioso: leía los periódicos, oía la radio a cualquier hora, escuchaba y escuchaba programas de músicas raras –o no tan raras: clásica, Mozart, Beethoven y todo eso; también escuchaba jazz, rocanrol, fado o tango-, pero además tenía los sentidos alerta: le interesaban un lagarto que asomaba a un muro, la resaca del mar, la luna llena o las calles de su ciudad. A veces quería saber por qué tal o cual sitio se llamaba Agustina de Aragón, Basilio Paraíso o Callejón del Caprichoso Duende, por qué un esbelto edificio era La Adriática o por qué una pasarela temblaba en el aire, sobre las aguas turbulentas del río Ebro.

Vicente se puso enfermo. Porque sí. Bueno, enfermo, enfermo enfermo, quizá sea mucho decir. Se volvió insomne: no podía dormir por las noches. Intentaba oír la radio y sus músicas, se asomaba a la ventana para ver la luna y las estrellas arriba y las callejas y las farolas, abajo. Iba a la cocina a tomarse un vaso de leche o a comer una ciruela claudia. Abría un libro, recitaba un poema en el salón, encendía la tele. Pero, en realidad, estaba como angustiado: no podía concentrarse en nada. Además de insomnio, padecía ansiedad, que consiste en querer hacerlo todo a la vez y de prisa. Lo que deseaba Vicente, sobre todo, era dormir.

Fue a un médico. Y después a otro. Acudió a más de media docena de médicos. Todos le decían cosas distintas, pero uno de ellos, además de darle pastillas e inyecciones, le dijo: “Distráigase. Practique con moderación la actividad que más le guste. No hay que cansarse para dormir. Camine, sueñe, resuelva crucigramas, haga fotos con el móvil”.

Le gustó la idea. Hacer fotos con el móvil. Tenía muchos amigos fotógrafos e incluso había organizado una exposición de un fotógrafo francés que había llegado a su ciudad y había retratado a un montón de gente del Casco Antiguo. Gente modesta que vivía con lo justo y que tenía toda la alegría del mundo. Gente que tomaba el sol a la fresca, que tocaba palmas en las plazas, y que cantaba y tocaba la guitarra en cualquier sitio.

Vicente era muy pudoroso y tímido. Iba costarle empezar a tomar fotos, pero comenzó y no paró. Le encantaba todo: los cielos y sus colores; las calles con los autobuses y los vecinos; los edificios y sus ventanas o un fragmento de ventana; los aleros y los balcones; un mendigo que se había quedado dormido sobre un cartón o en el porche de una casa. Los carteles de los bares, el movimiento de los coches. Y, por encima de todo, le gustaban sus vecinos.

Vicente estaba fascinado. La vida bullía a su lado como un terremoto incontenible. Llegaba y vaciaba el teléfono en el ordenador; le dedicaba dos o tres horas, o más, mientras sonaban en su casa óperas completas, arias de María Callas y a veces una canción de Billie Holiday. Vicente era así. Si su mujer se fijaba en una foto que editaba en el ordenador, él se encogía de brazos y le decía: “Pasaba por aquí”.

Otro día su hijo David vio sus fotos en el ordenador. Sabía que llevaba dos o tres meses realizando instantáneas. Y se quedó sorprendido: su padre tenía madera de artista, aunque pensó que todas las fotos salían un tanto borrosas. David es experto en arte oriental. El móvil estaba bien, rendía mucho en sus manos, y aquellas eran mucho más que las fotos de un paseante. Pocos días después, fue el cumpleaños de Vicente y Pablo le regaló una cámara Lumix, con objetivo Leica.

Vicente estaba maravillado. No podía creérselo. En un día podía tomar cincuenta, ciento cincuenta o mil quinientas fotos. De todo: de lo visible y de lo invisible. Cuando le interesaba un rostro, de hombre o de mujer, le pedía permiso para dispararle. Casi siempre le decían que sí, porque es amable y cariñoso. Y pronto se daban cuenta de que estaban ante un artista. O ante alguien muy especial y despacioso.

Vicente ha hecho fotos de casi todo: de gente anónima que descansa en un banco, de escaparates, de artistas en su estudio, de escritores que firman libros, de viejos amigos a los que se encuentra por las calles. De comercios con sabor, de farmacias antiguas, de mujeres que miran cuadros, de los piragüistas que descienden por el río. De las flores y arbustos que ve en los jardines botánicos que visita y en los descampados de las afueras. Ha hecho series de casi todo: de números, de sirenas en la ciudad, de caracoles y mariposas, de hojas que caen, de las pisadas en otoño, de los poemas que aparecen en los periódicos, de jóvenes artistas que abrazan sus lienzos o un invento inefable. Vicente no para. A modo de justificación o de disculpa, que con él nunca se sabe, le dice al médico, a su mujer o a los amigos: “Pasaba por aquí”.

Acaba de estar una semana en París. Ha disparado exactamente dos mil doscientas once fotos. El río Sena y sus riberas ha sido su escenario predilecto, pero hay muchas más cosas: tabernas, pintores del natural, novios que se besan al sol y bajo los árboles, bañistas, gente que pasea con sus perros. Extranjeros en bicicleta. Y hay distintas tomas de la torre Eiffel, que siempre le ha gustado mucho.

A sus amigos les manda una postal por email. A mí me acaba de mandar una de un tabernero sentado ante su establecimiento. Dice: “París. La Marine. Pasaba por aquí. Vicente”. 

HA MUERTO EL FOTÓGRAFO VICENTE ALMAZÁN

HA MUERTO EL FOTÓGRAFO VICENTE ALMAZÁN

Ha muerto el fotógrafo y publicista Vicente Almazán (Zaragoza, 1949),  el hombre que nos enseñó a ver y entender y sentir mejor Zaragoza y la creación, el amigo discreto que siempre “pasaba por aquí”, y parecía estar en todas partes. En las librerías y las presentaciones de libros, en las galerías de arte y en los estudios de los artistas y los diseñadores, en las tertulias de café, en cualquier velada, en los mercados, o sencillamente caminando y atento a cualquier sombra, a una línea en el suelo, a un detalle, a la caída de las hojas o al ajetreo de la inauguración de una muestra.

Era un narrador, un cronista y un artista conceptual, un retratista maravilloso y discreto, inadvertido y sentido (ha retratado a cientos de creadores en la ciudad), un enamorado de los viajes, adoraba ir a Madrid o a Barcelona, sentía un cariño especial por Francia, especialmente por Tarbes. Padre de tres hijos, era un abuelo cariñoso y atento, dispuesto a la mejor de las historias y de las sonrisas. Jamás se advertía en un él un feo gesto, un enojo. Era un lector personalísimo, como se ve en su página ‘Mis adarmes’, en sus dictados (en el último reproducía fragmentos, el último un cuento de Leonora Carrington), en sus foto-collage, en tantas y tantas conversaciones, en su pasión por las palabras o la filosofía del arte. Era tan afectuoso como generoso, y cedió fotos a muchos amigos. Se entusiasmaba con los rostros, con las vidas, con las obras, con las miradas. Se entusiasmaba de existir.

Nos vimos en La Reserva, en la calle Cádiz, poco antes de la cuarentena. Me pasó una foto que sería portada de ‘Artes & Letras’ de Heraldo, hizo varias portadas y publicó varios reportajes, y me contó que le estaba pasando algo muy bello: su mujer Rosa, su compañera, su enfermera, la madre de sus tres hijos, le atendía de la mejor manera posible para él: le leía todos los días, y experimentaba un goce inefable. Decía que era como un penúltimo regalo. Sabía que le quedaban los días contados y lo contaba con la serenidad de quien sigue dando gracias a la vida hasta el último aliento.

Me dijo también que deseaba encontrar tiempo para ordenar su inmenso maravilloso archivo y blog fotográfico, http://www.misadarmes.com/, que siguió alimentando hasta el pasado 24 de abril en varias seres, al menos. Expuso en la Casa Amarilla e hizo una edición corta de algunas de sus fotos para amigos.

Ahí, en misadarmes.com, donde vemos una foto suya de espaldas adentrándose en la estepa, escribe: “Un adarme es una cantidad mínima de algo. He titulado el blog Mis adarmes porque lo que en él muestro son cosas pequeñas. Paseos por aquí y por allá. Sin rumbo fijo. Siempre con una pequeña cámara fotográfica. Capto imágenes que tienen significado para mí. No me interesa ni lo bonito ni lo feo. Me gusta el blanco y negro. También el color. Por eso tengo otro blog, Mis cromos, de idéntica filosofía. Ocasionalmente escribo unas líneas. Nada profundo. Acabo de encontrar el valor de lo superficial y no me gustaría perderlo. Gracias por tu visita”.

Gracias a Vicente Almazán por tanto que nos dio y nos da, por tanto que nos seguirán dando su recuerdo y su obra, gracias por haber estado, sin protagonismo alguno y con toda la ilusión del insomne, ahí, aquí y allá, paseando, mirando, conversando, soñando. Siempre con la sensibilidad de los elegidos.

Todo mi afecto y mi consuelo para Rosa y sus hijos, todo mi afecto y mi consuelo para tantos amigos que quisisteis y queréis a Vicente Almazán Arribas.

 

ELEGÍA Y RECUERDO DE CARLOS MONCÍN

ELEGÍA Y RECUERDO DE CARLOS MONCÍN

https://www.heraldo.es/noticias/comunicacion/2020/03/22/carlos-moncin-el-ojo-que-sabia-mirar-1365216.html

 

CARLOS MONCÍN, EL OJO QUE SABÍA MIRAR

 

Antón CASTRO

Acabo de enterarme de la muerte –a través de un texto de Mariano García– de Carlos Moncín, el fotógrafo durante muchos años de ‘Heraldo’. Un fotógrafo de todo y para todo, aunque su especialidad, su gran pasión eran los toros. Ahí, en el ruedo, en Zaragoza o en Calatayud, se transformaba. Se volvía otro: un artista, un poseído, un científico que fija para siempre la verónica o la sangre derramada.

Carlos Moncín ha sido importante en mi vida. Lo conocí en julio de 1987 en Calatayud durante el rodaje de ‘El aire de un crimen’ de Antonio Isasi Isasmendi. Ya sabía quién era, me habían avisado en ‘El día de Aragón’, donde trabajaba entonces, que él y José Verón Gormaz eran los fotógrafos oficiales de Calatayud, a los que luego se sumarían Manuel Micheto, Agustín Sanmiguel, Jesús Macipe, etc. Uno tenía tienda y era un profesional en crecimiento, un gran cronista social y político que había trabajado en varios diarios y agencias; el otro era el poeta que había ganado cientos de premios en medio mundo con sus imágenes con atmósfera y con un color personalísimo. Dos amigos y dos formas de entender la vida y la fotografía.

Los dos retrataban a los actores de la película y no recuerdo quien me pasó fotos para un reportaje de domingo a doble página, aunque llevaba mi cámara Yashica-FX3, y lo capté casi todo, incluso a una jovencísima Maribel Verdú sentada sola en un rincón del mesón, con la que hablaba de cuando en cuando Germán Cobos. Creo que fue Carlos, aunque era colaborador de ‘Heraldo’, quien también nos pasaba fotos a nosotros, sobre todo a través de Javier Valero, cronista de toros.

Algún tiempo después, juraría que fue en 1988 o en 1989, durante las fiestas del Pilar, un toro cogió a un torero, o quizá fuese a un novillero. Yo entonces era jefe de la sección de Cultura de ‘El día de Aragón’, y Javier Valero, con el que siempre he trabajado muy a gusto, me llamó y me dijo que teníamos la secuencia entera de la cogida y que era algo espectacular. Entre 12 y 16 fotos, y que si yo quería las publicábamos. A Plácido Díez Bella y a Lola Ester, director y redactora jefe, les pareció muy bien. No sé si publicamos 6 u 8, a página entera, con un texto literario, con ecos lorquianos, como no podía ser de otra manera, y las imágenes las firmaba Carlos Moncín.

Aquello escoció un poco en mi actual periódico, lo supe por Javier, lo supe por el propio Carlos, que no tardaría en recordármelo poco más tarde y muchos años después cuando en 2001 entré en ‘Heraldo’. A raíz de aquello, lo llamaron para dirigir la sección en la que estaban, entre otros, Arturo Burgos, Vicente Jorcano, Eduardo Bayona y Ángel de Castro. Y ahí trabajó durante más de dos décadas, en alianza directa con José Miguel Marco, Oliver Duch y Guillermo Mestre –y con otros profesionales por la casa: Aránzazu Peyrotau, Luis Correas, Esther Casas, Asier Alcorta, María Torres-Solanot, Aranzazu Navarro, entre otros- hasta que fue reclamado por Luisa Fernanda Rudí para formar parte de su gabinete. Su amistad, entre otras cosas, derivaba de su pasión por la fiesta.

Carlos Moncín había retratado a todos los toreros. De aquí y de allá. Admiraba al fotógrafo taurino Canito, y tenía criterio propio: “Ese torero es miedoso”, “los toros hoy no valen nada”, “ha habido un momento de oro entre tanto fango”, podía decir metido a crítico taurino. Siempre volvía a la redacción con algún tesoro. Si ahora se revisasen sus positivos y negativos se hallarían auténticas joyas. Su producción es inmensa e intensa…

En los primeros tiempos trabajó sin descanso; luego, sin dejar de hacer fotos, coordinó más, pero aún así hizo de todo. Con maestría. Con arrebato. Cuando se implicaba, aparecía el gran profesional, el hombre versátil y curtido, el sabio del oficio, el hombre que sabía mirar y desnudar en un rostro, actitudes, psicologías. A veces parecía levantisco, dado al enojo y a la distancia, con esa sensación que se tiene a veces en los oficios de que el tiempo de uno ya ha pasado o está pasando ante el vértigo de las novedades, pero en cuanto vencía eso, y lo hacía constantemente, se entregaba y lograba grandes retratos (artistas, escritores, políticos, deportistas…), masas, reportajes, pura y descarnada información. Como ha recordado la periodista Ana Esteban -reportero de formación clásica, alejado de lo conceptual o lo poético, aunque sabía captarlo-, Carlos Moncín solía decir: “Mis placas hablan por mí”.

José Miguel Marco, un gran profesional y actual jefe de fotografía de ‘Heraldo’, ha escrito en su Facebook: “En 1997 Carlos me fichó como colaborador de ‘Heraldo’. El primer reportaje, o de los primeros, fue sobre los patos del Canal Imperial. Le enseño los contactos y me dice: ‘bien chavalín, copia esta y esta’, señalando dos miniaturas. No se prodigaba en halagos, era duro, como las redacciones de entonces. Trabajamos juntos durante casi veinte años, con jornadas largas, con días buenos y malos, con encontronazos y abrazos. Aprendí de él que lo primero es la información. ‘No hacemos catálogos, hacemos periódicos’, decía. Todo en él era intenso”. Creo que el retrato es preciso. Carlos Moncín era exigente, olía las fotos, olía la noticia, y se atrevía a cortarle la cabeza, artísticamente, a un personaje si le parecía expresivo. Era clásico, sin duda, pero audaz. Dominaba el arte del primer plano y tenía personalidad en la composición, energía, sabía en qué consistía la vivacidad de esa toma que, sí, a veces vale más que mil palabras o tanto como ellas. Por eso aborrecía lo que en el oficio se llama “un cromico”. No se conformaba.

De algún modo, el fotógrafo fue suplantado, despaciosamente pero jamás definitivamente, por el editor, por el coordinador de la sección, por la vehemencia de los tiempos y por una nueva pasión: el golf. Ahí encontró aire nuevo, la relajación, la vitalidad y la expansión que siempre andaba buscando, aunque claro está llevaba la fotografía en vena. En su obituario, Mariano García resume muy bien su forma de entender el oficio y también cierto desengaño ante la llegada de la fotografía digital, que restó “calidad y sensibilidad” a la foto de prensa. Escribe: “Sus fotografías, en las que confluían tres dones, la elocuencia, la oportunidad y la precisión, eran siempre una lección de periodismo”. Roberto Pérez escribe en ‘ABC’: “Deja tras de sí una sobresaliente producción gráfica que lo convirtió en nombre propio del fotoperiodismo aragonés y del arte de la fotografía”.

Tras abandonar el gabinete de  Luis Fernanda Rudi, aquel fotógrafo ya embrujado por los campos de verdín, no volvió a la redacción. Y pronto se asomó a su existencia el huésped más terrible e indeseable: el cáncer. Aún hizo más cosas: ordenó archivos, hizo exposiciones, publicó un libro (‘La Transición democrática en Calatayud: cambios y esperanzas’, el libro de una pasión por Calatayud y la candente actualidad) y resistió con dignidad.

Hace algo más de un año viví en Calatayud una de esas emociones inesperadas y maravillosa cuando fui a dar una charla sobre literatura aragonesa contemporánea a la Universidad de la Experiencia. Me habían dicho que Carlos Moncín estaba seriamente enfermo, con diversos picos de hospitalización y postración. Cuando lo vi entre el público me llevé una gran alegría. Me pareció un hermoso gesto: como otros compañeros de ‘Heraldo’ habíamos hecho entrevistas, reportajes, noticias, muchas cosas juntos, y habíamos hablado de mil asuntos, casi siempre con la fotografía de fondo. Me conmovió verlo allí, con su mujer. Aguantó con una sonrisa la hora y media en la UNED y pudimos despedirnos con un abrazo. Volvimos a hablar por teléfono cuando le dije cómo podía hacerme con un libro suyo. Era socio de honor de la Asociación de Fotoperiodistas de Aragón, y sus impresionantes fotos lucieron en la colectiva que significó la puesta de largo del colectivo en el Cuarto Espacio.

Ahora, a los 64 años, Carlos Moncín Duce (había nacido en Calatayud en 1955) se fue con discreción en esta primavera tan implacable como irreal.

*LA Foto de Carlos Moncín la tomo de ’ABC’.

Links: https://www.heraldo.es/noticias/ocio-y-cultura/2020/03/20/carlos-moncin-fotografia-heraldo-1365046.html

https://www.abc.es/espana/aragon/abci-fallece-fotografo-y-periodista-bilbilitano-carlos-moncin-202003202042_noticia.html

https://www.aplausos.es/noticia/53050/noticias/fallece-el-fotografo-carlos-moncin-companero-de-aplausos.html

https://www.elperiodicodearagon.com/noticias/aragon/fallece-fotografo-aragones-carlos-moncin_1414762.html

DOBLE EXPOSICIÓN DE DIEGO IBARRA

 

“Considero que las fronteras entre arte y fotoperiodismo son muy difusas”, dice Diego Ibarra, fotorreportero y artista zaragozano que presenta dos exposiciones bien distintas en estos momentos: ‘Alive and Well’ en la galería Rafaella de Chirico, en Italia, y Iron Kids: militarización de la educación en Ucrania”, en la Bienal de Córdoba.

Explica que ‘Alice and Well’ es una canción de la banda de punk rock, Rise Against, de Chicago, que le acompaña desde hace años. “Me evoca muchos recuerdos, carreteras, buenos amigos, errores, aprendizaje, actitud y rasmia. Me recuerda lo que fui, soy y debo hacer para poder ser. Nosotros somos los que hacemos nuestro camino. Raffaela, la galerista italiana, quería titular la expo con una canción”, revela.

Para definir su oficio, Diego Ibarra acuerda a una frase que ha interiorizado el fotógrafo y teórico Joan Fontcuberta: Imago ergo sum. “Soy un pintor de luz durante y después de la violencia: busco que mis imágenes vayan más allá del dolor y se transformen en un realismo mágico que cuente el mundo contemporáneo, que sean álbumes de sombras y sueños contra el espanto”. Piensa que la fotografía debe ser como una íntima y personal ventana que muestra la crudeza del mundo y que ayude a fomentar la curiosidad y el pensamiento crítico. Y hay que hacerlo sin narcisismo, “defendiendo el papel de mensajeros sangrantes. La fotografía para mí es aire, motor, utopía, cambio, don y maldición…”
En Italia, donde permanecerá hasta el 27 de abril, ha abrazado una fotografía distinta a la habitual: “Sí. Podría definirla como la de la poesía y la textura, la piel y su reflejo, el color, la sombra y la luz que baña y da forma a la materia para crear preguntas y mostrar realidades”.

‘Iron Kids’ se presenta hasta el 19 de mayo en la Bienal de Córdoba y está comisariada por Pilar Irala, fotógrafa y profesora y coordinadora del Archivo Jalón Ángel. Ahí se exhiben fotos sobre la guerra, la injusticia social y la infancia interrumpida por la violencia. “Hay máscaras antigás, trincheras, granadas, repetición de himnos patrióticos y rifles de madera. Cientos de niños se adiestran en disciplinas militares, patriotismo, valores nacionalistas y prácticas de tiro”. Son imágenes del conflicto armado en Ucrania entre las fuerzas de Kiev y los separatistas de Donbass, apoyados por Rusia. El enfrentamiento ha entrado en su quinto año.

Explica Diego Ibarra: “La guerra se anquilosa. La necesidad de reforzar la creencia y la fe ciega a la patria se inyecta en las venas de las nuevas generaciones, desde muy pequeños. El tiempo para jugar ha terminado. El adoctrinamiento está secuestrando una infancia marcada por una guerra muy real. Mientras esto sucede, Europa no parece ver estas tinieblas”.
Todas las fotografías están tomadas en 2018 en Ucrania, en la República Popular de Donbass. ‘Iron Kids’ es la continuación de su proyecto fotográfico ‘Hijacked Education’ (‘Educación secuestrada’), que se inició en el año 2010 en Paquistán y que muestra las consecuencias de la violencia ejercida sobre la educación en zonas de conflicto.
“La guerra no termina con el sonido final de una bala, un casquillo vacío en el suelo, una bandera que se alza. El iceberg de la batalla retumba y se extiende desdibujando el horizonte. Las heridas abiertas de la guerra escriben con sangre el futuro de millones de niños. La violencia se filtra en los países limítrofes que absorben caóticamente una generación destinada a crecer en el exilio y sin posibilidades de formación, de educación y, por tanto, sin un futuro de progreso”, dice el fotógrafo, y recuerda que los países que forman parte de este trabajo, y que ya han sido fotografiados, son: Pakistán, Siria, Irak, Líbano, Colombia, Ucrania, Afganistán y Nigeria.

“Vivir de la fotografía cada día es más difícil. Las tarifas cada vez son más precarias. Los equipos más costosos. Cada vez hay menos ‘feedback’ con los editores, más intrusismo, menos respeto, menos valoración y eso desgasta en todos los niveles”, señala. Vive muy lejos de casa, publica en periódicos de medio mundo y el porvenir es tan incierto y doloroso como el presente. “Llevo más de una década en esto. Sigo mirando hacia delante. No me arrepiento. Es duro pero seguimos en el camino, cayendo, aprendiendo y viviendo. Millones de personas no pueden elegir qué hacer con sus vidas. Imago ergo sum”, concluye el fotógrafo aragonés.