DANIEL MOYANO: TRES MICROCUENTOS
La escritora gaditana Ángeles Prieto me envía estos tres relatos del escritor Daniel Moyano, el autor argentino que acaba de rescatar Tropo. Daniel Moyano (y no Manuel, como ha estado aquí el fin de semana: mis disculpas) es un extraordinario narrador: novelista, cuentista, y un enamorado de la música. Los textos ya tienen casi 20 años (Moyano murió en 1992), y aquí siguen, lozanos e inteligentes. (La foto es de Annie Leibovitz, ella es Nicole Vaidisova, tenista, y se la dedico a al director de orquesta y trompetista Carlos Roldán que dio a entender ayer que entraba en este blog en busca de bellas mujeres.)
MICROCUENTOS DE MANUEL MOYANO
HELIOTROPOS
El hombre es bípedo y andante por error biológico. De lo contrario, volaría. La evolución tiende a las congruencias, y el volar con naturalidad hubiera sido una de ellas. Todo estaba preparado para ese brillante comienzo. Porque volar era lo suyo. Una oportunidad única que le daba el Tiempo, entonces lento y generoso.
Por error o inclinación, prefirió el largo y tortuoso hecho de erguirse para reptar como un inválido (está a la vista que caminar sólo con dos pies es una de las costumbres más absurdas y antiestéticas) recorriendo el planeta, que, de paso, depredó escrupulosamente. A partir de entonces, el resto de los vivientes le llamó Dos Patas, triste nombre con el que lo reconoce la memoria biológica.
Pegado a la Tierra, a la que, por su naturaleza de evadido, no pertenece cabalmente, su comportamiento, debido a esta circunstancia, es el de un parásito, o como el de un pequeño y pernicioso gusano del universo, según la vio la implacable lupa del irlandés Jonathan Swift.
La Tierra estaba lista, como un regalo del tiempo en su primer milenio, para ser el descanso del vuelo, la mesa tendida llena de alimentos, un árbol en el diluvio. Pero él prefirió convertirla en cárcel, y como tal la ama, aunque a veces, en sueños, añora los espacios planetarios.
Cada vez que es consciente de la pérdida, dice que aquí abajo tiene como sustituto el consuelo del amor, y lo esgrime como respuesta a esa carencia fundamental. Ignorante de que en el espacio hubiera tenido acceso a esas casi increíbles mujeres descubiertas por el poeta y astrónomo argentino Oliverio Girondo, que hacen el amor en vuelo y que cada mañana, mientras desayunas terrícolamente, si te asomas un poco a la ventana puedes ver haciéndote señas desde las nubes bajas invitándote a un regreso.
Para cazarlas inventó unos sucedáneos metálicos del vuelo, de los que ellas huyen asustadas y como olas que desde la playa se alejasen mar adentro.
Acuciado por la nostalgia del paraíso perdido, últimamente construyó artefactos capaces de viajar por el cosmos. En el espacio, que pudo ser del hombre para siempre, estos pergeños, con o sin astronautas, actúan como intrusos.
En sueños, estos hombres que perdieron el espacio pueden a veces ver la Tierra-Jardín como desde lejos, ostentosa de mares azules mezclados con crepúsculos, salpicada por ínsulas extrañas, aguas súbitas, flores espasmódicas y mujeres en vuelo.
Y además verse a sí mismos, muy por encima de ese globo envuelto en luz, tal como hubiera podido ser, flotando, volando, renaciendo, arriba y abajo, como enormes mariposas transparentes y con consentimiento de los grandes heliotropos.
VISIÓN DEL MUNDO
Las gallinas, encerradas para siempre en su inmutable naturaleza, no pueden ni siquiera atisbar el sentido de lo que hay más allá de su casi nulo entendimiento.
Tras unos inútiles esfuerzos de sus ancestros para intentar un cambio de situación -que sólo sirvió para verificar la imposibilidad de conseguirlo-, y no pudiendo ir más allá de sí mismas, se refugiaron obstinadamente en su gallinidad, la idealizaron poniéndola en el centro de su mundo, la convirtieron en su verdad más profunda y aceptaron el sacrificio permanente de sus vidas a cambio de la continuidad de esta creencia.
Su incapacidad de entendimiento las puso en esta penosa situación, pero a la vez las liberó, aciagamente, de advertir que aquella creencia tenida por razón vital no es más, en la tremenda realidad que ignoran, que una simple mecánica alimentaria impuesta por un verdugo desconocido, a quien ellas consideran su protector y al que apenas pueden ver a causa de la poco favorable posición de sus ojos.
EL INCENDIO IMPOSIBLE
El incendio que por razón aún desconocidas se declaró en el Cuerpo de Bomberos pudo ser sofocado debido a que al personal, sin experiencia de un hecho semejante, le pareció que, aunque tenían el fuego ante los ojos, éste era imposible en razón de la naturaleza del cuerpo y de su función.
Entonces, mientras la alarma sonaba enloquecida, se quedaron de brazos cruzados hasta ser consumidos por llamas gigantescas.
La no existencia, por definición, de bomberos para bomberos favoreció notablemente el desarrollo del evento.
DANIEL MOYANO
Septiembre de 1989
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miguel -