JOHN LE CARRÉ. REFLEXIONES DE DANIEL GASCÓN
El pasado 10 de abril, el escritor, traductor y guionista Daniel Gascón (danielgascon.blogia.com) publicaba en su blog un artículo sobre John Le Carré, a raíz de una entrevista que había aparecido en ‘El País’. El artículo es extenso, pero creo que es muy interesante y que invita a la reflexión y a la polémica. Seguro que hay gente que piensa que Le Carré es un escritor superior a Camus y Orwell, los menos sin duda, pero aquí hay materia y todo un discurso organizado y desmitificador de algunas posiciones insostenibles.
El País publicó este sábado una entrevista con John Le Carré. Por lo que cuenta el periodista Le Carré es un hombre agradable: pasó cinco horas con él, charlaron, fue simpático. Aunque desde luego yo no puedo compartir todos los calificativos. El periodista sale de casa de Le Carré “con la certidumbre de haber conocido a uno de los hombres del siglo, de éste y del pasado, con la extraña sensación de que a veces, sólo a veces, la palabra, la literatura, tienen la fuerza y la estatura moral que queremos concederles”.
El periodista compara a Le Carré con George Orwell y Albert Camus, que es compararlo con dos paradigmas del intelectual honesto y comprometido, de personas que se opusieron al totalitarismo y a la distorsión de la verdad en un siglo en el que demasiados intelectuales fueron cómplices de la barbarie, y que en defensa de sus ideas adoptaron posiciones a menudo impopulares. Orwell combatió el imperialismo, el fascismo y el comunismo. Combatió en Aragón durante la Guerra Civil española y estuvo a punto de ser asesinado por los estalinistas poco después. Se opuso a la política de apaciguamiento de Hitler –en la que participaron las democracias europeas; más tarde, la izquierda británica decía que la guerra no iba con ellos, porque Hitler había pactado con Stalin-, y criticó a la Unión Soviética cuando esa postura no era nada popular, porque era un país aliado.
Albert Camus es otro paradigma similar, de un hombre que luchó contra el nazismo y el comunismo, y que incluso cuando se equivocaba –como en el caso de la independencia de Argelia- intentaba hacerlo por las razones correctas, y defendía el derecho a hablar de los demás. Se pasó buena parte de su vida intentando explicar lo que quería decir, a menudo corrigiendo interpretaciones malintencionadas. Leer sus polémicas es hermoso porque se ve a un hombre inteligente que siempre respeta a la persona con la que discute, alguien que intenta comprender y también que lo entiendan. Estas palabras, por ejemplo, me parecen emocionantes y verdaderas: Camus propone como tarea de los intelectuales reconocer
que su vocación más profunda es defender hasta las últimas consecuencias el derecho de sus adversarios a tener otra opinión. Proclamarán, de acuerdo con su condición, que es mejor equivocarse sin matar a nadie y dejando hablar a los demás que tener razón en medio del silencio y los cadáveres.
Comparar a Le Carré alguien con Orwell y Camus es como comparar a un ciclista con Eddie Merckx o a un futbolista con Maradona. Aunque, como dijo el propio Orwell, “todos los santos son culpables mientras no se demuestre lo contrario”. Y Le Carré no tiene la calidad literaria de Orwell ni Camus. Y, desde luego, no reúne condiciones para ser un referente moral como ellos.
El caso Rushdie
Dice Le Carré en la entrevista: “La consecuencia del caso Rushdie fue que podíamos acabar con toda la tolerancia hacia el islam”. El deslizamiento de John Le Carré es impresionante: al parecer, el caso Rushdie causó una tormenta cultural en la que Occidente podía agredir alegremente a los musulmanes. Sin embargo, Le Carré no da algunos detalles: por ejemplo, no dice en lo que consistió el caso Rushdie: un escritor publicó un libro y un dirigente de otro país lo condenó a muerte por ello. Y también de paso recomendaba matar a quienes hubieran tenido alguna relación con la fabricación del libro. Afortunadamente, el Reino Unido, que no estaba a favor de que se asesinara a la gente por publicar una novela, protegió a Rushdie, que tuvo que ocultarse; los fanáticos atacaron a traductores y editores del libro, y asesinaron a uno de ellos; también hubo muertos en protestas callejeras.
Muchos escritores salieron en defensa de Rushdie: Sontag, Hitchens, McEwan… Otros dudaron. Y otros dijeron que Rushdie se lo había buscado. No sé si es con la condena a muerte con lo que había que mostrarse tolerante, pero según Le Carré, oponerse a ella era declarar la guerra al islam, y te convertía en un héroe cultural. Sin embargo, al revisar las declaraciones de esos días, lo que parece que garantizaba ese estatus era exactamente lo contrario: culpar a la víctima, rebobinar la Ilustración y someter la libertad de expresión a las ideas religiosas más violentas, e infantilizar a todos los musulmanes: quienes criticaron a Rushdie no tuvieron en cuenta a los musulmanes que se opusieron a esta sentencia y a los millones de personas de esa confesión que sufren, de manera infinitamente más directa que la inmensa mayoría de occidentales, la tiranía del extremismo religioso. Esa postura vergonzosa fue la que adoptaron John Berger y John Le Carré, y a los dos les ha ido muy bien y se consideran referentes morales, o héroes culturales. Y, mientras tanto, publicar libros que puedan provocar la ira de los fundamentalistas se ha vuelto mucho más difícil.
"Tiempos más tranquilos"
Le Carré declaró: “"Una y otra vez, ha estado en manos de Rushdie la posibilidad de salvar la cara de sus editores y, con dignidad, retirar su libro hasta que lleguen tiempos más tranquilos. Me parece que no tiene nada que demostrar, salvo su falta de sensibilidad".
Dos detalles adicionales hacen su caso un poco más feo: Rushdie había publicado poco antes una reseña muy dura de La casa Rusia, una novela de Le Carré; años más tarde, cuando apareció El sastre de Panamá, algunos periódicos estadounidenses acusaron a Le Carré de antisemitismo. Le Carré lamentó la persecución que sufría, aunque siguió insistiendo en que Rushdie se lo había buscado. En esa ocasión, Le Carré reprochó a los defensores de Rushdie su “colonialismo”, porque según él el islam no estaba preparado para tolerar las críticas (lo que constituye un argumento colonialista de manual). Explicó que no debía salir la edición de bolsillo porque le preocupaba más la chica de Penguin a la que un paquete bomba podía volarle las manos que el dinero en derechos de autor que podía ganar Rushdie (un ejemplo de demagogia especialmente perverso; por cierto, los trabajadores dijeron que querían que el libro saliera), y que “no hay ninguna ley en la vida o la naturaleza que permita insultar impunemente una gran religión”.
Recientemente ha matizado un poco su posición: ha dicho que es posible que estuviera equivocado en el asunto de Los versos satánicos, pero “Me parecía poco razonable esperar que el Islam alcanzara de pronto el mismo estado de desarrollo que nuestras propias religiones”. Tampoco me parece muy satisfactorio: si le hubiéramos dejado y hubiésemos esperado su evolución, es posible que la Iglesia Católica siguiera empleando las estrategias pedagógicas de la Inquisición para reformar a los homosexuales, los ateos o los que tienen ideas equivocadas. Respecto a su moratoria de publicación hasta que lleguen “tiempos más tranquilos”, parece que tendríamos que seguir esperando un poco más. Y de nuevo parece que Le Carré considera que el auténtico islam es la interpretación más fundamentalista de la religión. ¿Los musulmanes que se opusieron a la fetua son menos musulmanes?
La religión
Aunque las ideas de Le Carré sobre la religión son en general bastante confusas:
Era muy fácil en esos tiempos ser un héroe cultural si te sumabas a la cruzada contra el islam, y usted lo sabe mejor que yo viviendo en un país católico, hasta qué punto Aznar tenía motivos religiosos. Y eso da mucho miedo: que Bush y Blair fuesen en el fondo tan cristianos, y no me refiero a la religión. Si vas a Dios para justificar tus acciones, eso no es fe...
Aznar era religioso. Si había razones religiosas para la invasión de Irak, yo no lo sé. Se hizo con pretextos falsos: las armas de destrucción masiva. También se dieron otras razones, pero me parece que la religión no estaba entre ellas. Y Bush, que era cristiano y empleó la palabra “cruzada” poco después del 11-S, también tenía buenas relaciones con algunos países musulmanes. Si Le Carré cree que la idea de que la democracia puede exportarse por las armas es religiosa, debería explicar cuándo emplea la religión como metáfora y cuándo literalmente (entiendo que cuando afirma que España es un país católico, sea lo que sea que significa eso, lo dice literalmente).
Luego dice que Bush y sus amigos no eran cristianos de verdad porque tenían que demostrar su fe: a lo mejor es una corrección, y quiere evitar insultar una gran religión, pero no estoy seguro. Lo que sí sé es que los que mataron a 191 personas en España tenían motivos religiosos. Que sus creencias fueran sinceras o no, que interpretasen mal el Corán, no me importa tanto, porque pienso que la vida humana está por encima de cualquier creencia religiosa.
Una línea falsa
Pero quizá lo más delirante, y malintencionado, sea la línea falsa que construye Le Carré, y que va desde la defensa de la libertad de expresión en el caso Rushdie a la guerra de Irak -que se produjo catorce años después-, la persecución a los musulmanes y el apoyo a Guantánamo o el recorte de los derechos civiles. La URSS durante la Guerra Fría y el terrorismo islámico en nuestros días son peligros prácticamente imaginarios, productos de una paranoia que nos inculcan los malvados dirigentes occidentales, las corporaciones, etc.: lo que realmente es peligroso son Los versos satánicos y quienes los defienden, porque ya sabemos a lo que conduce eso:
La experiencia de Rushdie y la declaración de una guerra cultural contra el islam ayudaron a esta polarización. Tras el 11-S no era seguro tener un tipo de piel en áreas urbanas y toda la retórica fácil sobre el islam ayudó a demonizar a esta gente.
De nuevo, Le Carré invierte el papel del agresor y la víctima en el caso Rushdie. Establece un vínculo que no existe. La fetua contra Rushdie se emitió en 1989. Jatamí la congeló en 1998. Los atentados del 11-S se produjeron en 2001.
Se pueden defender la libertad de expresión y los derechos humanos, y no estar a favor de la intervención armada; y al revés: pregúntale a Bush. Se puede, incluso, pensar que el islam tiene que encontrar su propia Ilustración, pero que las ideas religiosas no pueden decidir lo que se debe publicar en países democráticos. También se puede pensar que el terrorismo es un enemigo, y que hay que derrotar a los terroristas y a quienes los financian, por una parte, e impulsar de muchas maneras reformas liberales en los países donde la población vive oprimida bajo ideas totalitarias, por otra. Lo que es raro es lo que hace Le Carré: defender las libertades en unos casos y atacarlas en otros, según quién las amenace.
"Esas cosas ocurren"
En la versión de Le Carré, las actividades terroristas, que han asesinado a mucha más gente en los países del mundo islámico que en Occidente, no tienen mucha importancia:
Es verdad que padecimos el terrible 7-J y ustedes el todavía peor 11-M y que esas cosas ocurren.
Arrincona los atentados del 11-S en un complemento circunstancial de tiempo (“tras el 11-S”, aunque reconoce: “hay unos cuantos miles de personas que forman Al Qaeda y hay una parte de la sociedad islámica que les apoya”). Tampoco habla de la hostilidad en ciertos países musulmanes hacia Occidente, del antisemitismo, de la expansión de las versiones más intolerantes del islam, que son cosas al menos tan evidentes como los problemas que tuvieron que afrontar los musulmanes en Occidente tras los atentados. Por cierto, en España no hubo altercados contra los musulmanes después del 11-M.
La tentación de la calumnia
La versión de Le Carré es una teoría de la conspiración. Hay gente que defendió a Rushdie y apoyó la invasión de Irak. Pero mucha más gente no lo hizo (muchos de los que condenaron la fetua eran progresistas, y la mayoría de los progresistas se opuso a la intervención ilegal) y también se manifestó en contra de la criminalización de los musulmanes: un ejemplo es Rushdie, que curiosamente no estaba a favor de que lo asesinaran y criticó la guerra de Irak y la política de Bush en general. Y que, además, siempre ha defendido que la circulación de las ideas, el amor a la libertad, la justicia social o importancia de la belleza, de la música o del arte, de la alegría y la libertad sexual, son elementos esenciales en la lucha contra el fundamentalismo.
Eso no significa estar de acuerdo con las vergonzosas prácticas de la desastrosa administración estadounidense anterior. Al contrario, uno de los peores aspectos de la guerra contra el terrorismo de Bush es que traicionó los principios de la legalidad, la libertad y el respeto a los derechos humanos que debía defender. A los gobiernos democráticos debemos exigirles que cumplan su palabra; al fundamentalismo religioso hay que impedirle que lo haga.
Oponerse a las ideologías que promueven la muerte y a las matanzas indiscriminadas de personas inocentes, enfrentarse a los castigos corporales, al asesinato por ideas políticas, al control del comportamiento sexual o a la exclusión de las mujeres en cualquier lugar es lo mínimo que yo le pediría a un supuesto referente moral. Para tomar en serio los juicios que un escritor emite sobre el mundo le pediría rigor intelectual, una aspiración a la objetividad por encima de las antipatías personales y la tentación de la calumnia, y la capacidad de distinguir entre víctimas y verdugos. En esta entrevista, no me parece que John Le Carré satisfaga ninguna de estas condiciones.
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