Blogia
Antón Castro

EMILIO GAVILANES: CUATRO FÁBULAS

Cuatro fábulas

 

Por Emilio GAVILANES

 

“Contra la seriedad, la risa. Pero contra la risa, la seriedad.”

Gorgias

 

 

 

1. Escribir

            Stevenson estaba escribiendo aquella fábula protagonizada por un objeto cuya posesión proporciona al propietario la satisfacción de todos sus deseos, pero que hay que vender antes de morir por un precio inferior al de la compra para evitar la condenación eterna.

            Stevenson quería llegar al límite. Saber qué haría el hombre al que se le ofreciese el objeto por la última fracción de moneda existente, el hombre que supiese que no iba a poder venderlo. Lo consultó con Lloyd Osbourne, su hijastro. “Ese último hombre”, opinó Lloyd, “no querrá comprarlo, eso está claro. Pero tampoco lo querrá el penúltimo, porque sabrá que nadie se lo compraría. Y del mismo modo, si el penúltimo no lo quiere, el antepenúltimo tampoco, porque tampoco encontraría comprador. Y retrocediendo así, nadie lo querría comprar.” “Tu razonamiento, Lloyd, es impecable. Pero no resuelve nada. Solo es un razonamiento. ¿Cuál crees tú, de verdad, que no lo compraría?” Lloyd lo meditó. “Tú nos sabrás convencer de que ninguno.”

 

Stevenson retratado por John Sargent.

 

2. Descubrimiento

            -Durante tu instrucción –le dijo el chamán al aprendiz, en medio de la selva- lo que más a menudo vas a hacer es caminar por el reino de los espíritus. Al principio, conmigo. Después, con los que a mí me acompañaron. Y finalmente, solo.

            -¿Cuál será mi objetivo?

            -Ninguno. Solo tienes que mirar. No te puedo adelantar lo que vas a ver, porque el mundo está en perpetuo cambio. Verás cosas que yo no vi. Y no verás cosas que yo vi. Tendrás, como yo tuve, una ventaja sobre el primer brujo. Cuando en la Tierra cada planta era la primera planta y los animales aún no habían tenido descendencia y los hombres no sabían nada, tu primer antepasado se echó al camino, con temor, forzado por el hambre de la tribu, pues ni plantas ni animales consentían en servir al hombre. Remontó el gran río, atravesó las montañas y dejó atrás las grandes llanuras, siempre en busca de algo que no se negase a obedecerle. Llegó desnudo al país del frío y las tormentas. Una mañana, a punto de rendirse y darse media vuelta, se encontró, asombrado, con las almas de todos los miembros de su tribu, separadas de sus cuerpos, independientes de ellos, graves, solemnes, formando un rebaño. Aquel mono asustado, que solo buscaba algo de comer, descubrió, sin buscarlo, que era inmortal.

 

 

3. Final

            Tras la batalla, los ángeles consiguieron atravesar los nueve puentes, descerrajar los portones y hacerse con el control de la fortaleza del Infierno. Todos los cautivos recibieron la liberación con entusiasmo. Hasta que se organizó el traslado, la multitud aguardó ociosa, repartida en grupos de todos los tamaños, que paseaban, conversaban...

Cuando partieron los primeros convoyes y se produjeron las primeras separaciones y despedidas, muchos fueron conscientes de que no volverían a encontrarse entre tanta gente. Entonces vieron aquel lugar con nostalgia y en el último momento se rebelaron y se resistieron a abandonarlo.

 

 

4. Alma

            Un hombre fue a la guerra y se llevó a su perro. El perro, que siguió llevando una vida muy parecida a la de casa, ignoraba que estaba en la guerra. El campo de batalla no era más que campo. Comía las mismas sobras. Ladraba al silbido de las balas que pasaban por encima, como insectos.

            El día que mataron a su dueño hubo retirada. El campamento fue abandonado. No dio tiempo a recoger los cuerpos. El perro montó guardia junto al cadáver de su amo. A la mañana del segundo día, los buitres comenzaron a acercarse. Cuando se aproximaban mucho, el perro se arrancaba contra ellos y los espantaba. A cinco metros escasos corría un arroyo. El animal tenía sed. Si se acercaba al agua, los buitres corrían hacia el cadáver. Entonces, antes de conseguir llegar al arroyo, el perro daba media vuelta para ahuyentarlos.

            Una mañana el aire rizaba lo que desde lejos parecía un montón de ropa vieja. Los buitres lo miraban, todavía quietos.

 

 

Mi amigo Emilio Gavilanes me envía, a petición mía, estos cuatro textos.

[Emilio Gavilanes nació en Madrid en 1959. Estudió Geológicas y Físicas, convencido de que iba a hacer grandes aportaciones a la ciencia. Finalmente acabó licenciándose en Filología Románica, tras una “conversión” a la literatura, de la mano de una serie de escritores –Mark Twain, Stevenson, Max Brod, Thomas Mann– en los que, además de los valores literarios y emocionales previstos, encontró algo inesperado: inteligencia. Tanta como en los grandes científicos, a los que tanto admiraba. Ha desempeñado una buena variedad de trabajos (ha sido ordenanza, ha trabajado en Correos, en un diccionario, ha dado clases de español para extranjeros y de lexicografía, ha sido librero, becario de IBM...), pero confiesa que donde más ha aprendido y más ha disfrutado ha sido en las excavaciones arqueológicas en las que ha participado. Además de cuentos, artículos, reseñas, e incluso algún poema, en revistas, ha publicado dos novelas, La primera aventura (Seix Barral, 1991) y El bosque perdido (Seix Barral, 2000), y un libro de relatos, La tabla del dos (premio NH 2004).

**He tomado esta biografía-bibliografía de Emilio Gavilanes de esta página: http://www.ladiscreta.com/emilio_gavilanes.htm

 

4 comentarios

J. Nadie -

Brillantes, sugerentes, luminosas, las fábulas de Gavilanes desprenden belleza y magnetismo

GUADALUPE -

Verdadera ingeniería literaria. Estas breves reflexiones muestran la sensibilidad de un gran poeta y la maestría de un narrador, "excavador" del alma y "arqueólogo" de la mente humana.

Juan L. -

Excelentes estos textos de Emilio Gavilanes, como todos los demás a los que nos tiene acostumbrados este magnífico escritor.

Quique -

Gavilanes es la perfección suma. ¿Para cuándo la próxima? Por cierto, que no se mencionan sus últimas publicaciones, "El río", que fue finalista hace no muchos años del premio Setenil, "Una gota de ámbar", las dos publicadas en Ediciones La Discreta y la edición de la obra de Bargiela en Renacimiento.