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Antón Castro

PREGÓN DE JOSÉ MANUEL BLECUA

PREGÓN DE LA FERIA DEL LIBRO

ZARAGOZA 2012

 

Por José Manuel BLECUA PERDICES

 

http://www.libreriasdezaragoza.com/

 

 

En la dedicatoria de la edición de Zaragoza de 1449 de la Ortografia de Juan de Iciar, que era natural de Durango, se lee este elogio de Zaragoza y de sus habitantes.

"Por ende yo, dexada mi propia patria que es Vizcaya, con deseo de fructuosamente comunicar parte del talento que Dios fue servido darme, escogí por lugar conveniente para emplear mis trabajos esta ínclita ciudad de Çaragoça así por la grandeza della como por las buenas costumbres, virtudes y habilidades de los ciudadanos que la habitan."



La imprenta zaragozana había sido lugar importante en la impresión de incunables, como ha examinado Fermín de los Reyes en el prólogo al Sinodal de Aguilafuente, primer líbro impreso en España, en Segovia, en 1472. La imprenta zaragozana, por iniciativa de las autoridades eclesiásticas, inició sus actividades en 1475, con el encargo a Mateo Flandro en octubre de dicho año o del Manipulus curaturum, en tipos góticos. En 1476 Pablo Hurus se instala en sociedad en Zaragoza junto Enrique Botel o de Sajonia; ambos firman un documento para imprimir por suscripción unos Fueros del Reino de Aragón, junto a ellos trabajarán Juan Plank y Juan Hurus. Se inicia con ellos una larga lista de impresores zaragozanos emparentados que van a generar gran parte de la producción editorial aragonesa. Y que publicarán la obra del durangués Juan de Iciar. Nombres como Cod o Pedro Bernuz, que se van a sumar a los Hurus ya citados, que habitarían o tendrían sus talleres en la conocida con el nombre de calle de Imprenta.

LIBRO; LECTURA Y ESCRITURA


Libro, lectura y escritura se entrecruzan a lo largo de nuestra historia cultural. Como ha escrito Fernando Bouza en su admirable estudio sobre la biblioteca de la Torre Alta del Alcázar: "...la percusiva mezcla de textos escritos, palabras habladas e imágenes parece haber constituido uno de los rasgos comunicativos que mejor definen la cultura de la Edad Moderna como una experiencia esencialmente diferenciada. No obstante, los evidentes avances del libro desde el siglo XV permitirían calificar a la europea como una civilización escrita."


Los textos impresos van a permitir la difusión de operaciones intelectuales complejas: la comparación de textos, la construcción de índices, las citas y obras mucho mas complejas como los diccionarios secretos y Polianteas, autores clásicos con textos perfectamente comentados, de acuerdo con la tradición de los textos bíblicos ilustrados por Nicolás de Lira.



El libro admite siempre una visión poliédrica; como ya estudió Curtius, el libro es un símbolo, el mundo puede ser leído como un libro o el libro puede relacionarse ampliamente con la música, o con o la pintura ("plumas y pinceles son iguales", como escribe el clásico o como tituló un excelente trabajo Aurora Egido: "La página y el lienzo").


Muy interesantes son los problemas que va a originar la lectura en esa lucha de leer y oír que estudió Margit Frenk en El silencio de la escritura; María Jesús Lacarra y Juan Manuel Cacho han seleccionado para su magnífico Entre oralidad y escritura, la Edad Media, en la colección Historia de la Literatura Española que dirige J. C. Mainer en la editorial Crítica, un texto muy ilustrativo de Fray Hernando de Talavera de la obra De cómo han de vivir las monjas de San Bernardo en sus monasterios de Ávila: "Demás de esto tenga cada una que supiere leer algún libro consigo muy familiar en que a menudo lea los tiempos que le vagare, y en el que lea a las que no saben leer, si alguna se le ayuntare. Todas estas lecciones conventuales vos sean leídas y por vos oídas en los tiempos ya dichos en el capítulo y casa deputada para decir y corregir las culpas. Las cuales se lean así distintas y pausadas, pero no así entonadas como a la mesa, y se oyan con tanto silencio y atención y mucho más, pues entonces pueden estar enteros y más quietos todos vuestros sentidos a las oír y entender. Como quier que, si entonces quisiésedes allí hazer alguna labor, no sería malo, aunque asaz es buena labor oír bien la tal lección..."
En la Biblioteca Nacional de Madrid existe un códice, cuyo folio 112 recto quiero someter a su consideración como imagen del autor, en él aparece la figura de un sabio que se encuentra buscando la solución de un problema intelectual, es la noche del día San Andrés, se acerca el amanecer, se está terminando la vela y también el papel en el que escribe. El autor aparece luchando con la oscuridad y con la escasez de papel.


MIS DESEOS EN ESTA TARDE


Cuando pienso de qué me gustaría hablar esta tarde lo primero es sin dude de mis librerías y de mis libreros en mi vida zaragozana, porque fueron, junto con mis profesores y bibliotecarias, parte fundamental de mi formación.


Pilar Moneva y Teresa Punsac me ayudaron con paciencia infinita en mis estudios universitarios y, sobre todo, cuando preparaba oposiciones en los cálidos veranos. La familia Blecua recalaba muchos días en la Librería General (también en su imprenta), mi padre escribía libros de texto y dirigía la colección Ebro; teníamos una gran amistad con don Luis Boya lo recordé el otro con Luis Joaquín; en la tienda estaba el señor Pons que luego se independizaría y en las oficinas el bondadoso señor Querol, que para mí era como de la familia, como me ha recordado esta misma tarde Joaquín Casanova. Subíamos por el Paseo y nos parábamos en la librería Lepanto para pasar al centro del Paseo, al kiosko de Pórtico en el que estaban de guardia los Alcrudo. En esta parada mi hermano y yo poníamos al día, a la semana, la bibliografía de tebeos más reciente. Con Pepe heredé después la magnífica amistad que había tenido mi padre. Al ir a la calle Forment, a case de mis abuelos, pasábamos por la tienda de don Inocencio Ruiz, el primer librero de viejo que yo conocí en mi vida, al que recuerdo con gran cariño. Luego Hespería nos trasportaría a mundos de libros objetos de deseo.

Existe una cuestión que me apasionó en los tiempos de profesor: el libro y su estructura; la visión del libro como un microcosmos de paratextos y textos de extraordinaria complejidad. Cesare Segre ha planteado a propósito del texto su posible movilidad y su falta de fijeza. Basta recordar la edición de Cien años de soledad llena de correcciones de su autor o la reciente de La ciudad y los perros en la que Mario Vargas Llosa ha hecho las últimas enmiendas.

Últimamente, al tener que presentar el segundo volumen del Epistolario de Juan Ramón Jiménez en la espléndida edición de Alfonso Alegre he podido darme cuenta de que algunos libros de la poesía contemporánea española no se deben en su construcción a sus autores. El ejemplo más hermoso es de Presagios de Pedro Salinas, que fue organizado por Juan Ramón Jiménez.


Ya en el terreno de la lectura existen cuestiones apasionantes ¿quiénes fueran los primeros lectores del Quijote? Fernando Bouza descubrió en el Archivo Histórico, en los papeles de Murcia de la Llana, quién fue el primer lector de la obra cervantina; los siguientes fueron los pasajeros de la flota que llevaban los fardos de la obra a América en el primer embarque y en los siguientes, desde el capitán hasta Mateo Alemán. Este comercio construyó gran parte de la cultura de los Virreinatos; cuestión que enlaza íntimamente con las relaciones entre libro y educación, como estudiaron Marrou o Garin o la importancia de obras como el Arte subtilísima de Juan de Iciar.


Vuelvo al inicio de mis palabras: la alabanza de Zaragoza, de su grandeza, de las costumbres, virtudes y habilidades de sus vecinos.

Sólo falta que todos los habitantes, obedeciendo a la voz de este pregonero, disfruten de la Feria del Libro, compren muchos libros y, además, los lean y los oigan.

He dejado pendiente a nuestro sabio al amanecer del día de San Andrés con su problema intelectual, vuelvo al códice en el que puede leerse:
"En la noche de San Andrés encontré la solución final de la cuadratura del círculo cuando ya se terminaba la vela, la noche y el papel en que escribía, al filo del amanecer."

Se trata del Códice Madrid. II, f. 112r de Leonardo de Vinci.
Al cerrar un acto como este, la profesora Aurora Egido recordaba a nuestro Baltasar Gracián: "Nacemos para saber, para sabernos, y los libros con fidelidad nos hacen personas."

Hemos examinado muy rápidamente el libro, el escritor y nos quedan ustedes, los lectores, yo dejo la palabra ahora a Juan de Iciar:



"Salud, vida, paz y honor
Quede al discreto lector"
Muchas gracias



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