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Antón Castro

TERUEL DESPIDIÓ A NENICHE

TERUEL DESPIDIÓ A NENICHE

 

La catedral de Teruel, esa mansión hecha mudéjar y memoria del tiempo, con su espectacular techumbre, acogía esta mañana la despedida de Adela Buñuel Adán, hija de José Buñuel, todo un personaje en la pequeña ciudad de las Torres Gemelas que fundó hace muchos años el Laboratorio de Análisis Clínicos. Adela había perdido hacía poco a su hermano José Cristóbal (marido de la locutora de la Cadena Ser en Teruel, Mari Carmen Hernández); nos contaba la periodista Conchita Hernández -a Mariano Gistaín, a María Pilar Clau y a mí, en la plaza de San Juan, al mediodía-, que la madre de Adela les ponía a sus hijos nombres familiares. Por eso, para sus íntimos, Adela era Niniche. O quizá Neniche. Y así me lo había dicho también Luis Fernández Uriel, arquitecto y ex alcalde de la ciudad, en la puerta. El sacerdote hizo un retrato de Adela: recordó sus últimos días, su serenidad, y su condición de madre (de Adela, Blanca y Manuel) y de abuela de seis nietos, preocupada por su entorno y por el destino de los suyos.

He contado aquí que he estado más de media docena de veces con Adela y con su marido Manuel Pizarro. Era una mujer luminosa y dulce, tranquila: sabía mirar el mundo con elegancia, con calma, con esa forma especial de estar en la tierra atenta a todo, laboriosa y pugnaz, pero sin reclamar atención. Parecía estar siempre en paz consigo misma y con los demás.

Esta mañana asistimos algunos a una escena conmovedora e inolvidable: el coche fúnebre traía el féretro y Manuel estaba ante él, casi en soledad, con ese gesto de calmo dolor. De negro, entre desolado y sobrio, transido de una pena inefable. Era como si, entre la multitud que aún no se atrevía a acercársele, estuviera solo [no lo estuvo: vino mucha gente de todo el país, acudieron sus paisanos, el paisaje humano de Teruel] en su adiós unos minutos antes de la ceremonia. Solo y desconcertado, asomado a un abismo aún indescriptible. El sacerdote recordaría poco después que en la catedral se habían casado Manuel y Adela hacía treinta y cinco años, y que habían celebrado hacía una década sus bodas de plata.

Hace algunos años a Manuel Pizarro le dieron la Medalla de Oro de Teruel. Uno de los premios que más le han gustado. Algunos amigos fuimos a estar con él unos minutos. En su discurso de amor a Teruel y a Aragón, tuvo un gesto precioso: recordó que durante algún tiempo, mientras opositaba y se recluía de las agitaciones del mundo, había sido un “mantenido”. Adela lo había mantenido y lo había protegido. Y mimado como lo ha seguido mimando durante años: con la sonrisa, con el afecto, con los gestos inadvertidos que dibujan el código de nuestros amores más particulares. Mariano Gistaín recordó esa anécdota. Me pareció un hermoso colofón, una bella despedida.

Siempre lo he pensado: no creo en el más allá, pero existe otra inmortalidad: la persistencia en la memoria, los cuentos que contamos de aquellos a los que nos es difícil olvidar. Ese álbum inmortal de recuerdos y de vida que se expande más allá de la muerte.

 

[Este es una fotografía que publicó el ’ABC’ de Sevilla de Adela Buñuel y que pertenece a su hemeroteca.]

2 comentarios

CHISCO -

NO PUDE DESPEDIRME, PUES APENAS COINCIDIAMOS EN AGOSTO EN LA CASITA DE TRONCHON, CUANDO PASABAIS FUGACES POR ESAS TIERRAS. DESCANSA EN PAZ, Y VETE CON LA TRANQUILIDAD DE LAS COSAS BIEN HECHAS. UN BESO...

ELISA ALCALÁ -

NENICHI