MARIBEL VERDÚ: LA NUERA SOÑADA
[El pasado domingo Luis Alegre publicaba este artículo sobre Maribel Verdú y la relación tan bonita que tiene con su madre Felicitas Saz.]
LA NUERA SOÑADA
MARIBEL VERDÚ ES UNA ANTOLOGÍA DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA DE LAS ÚLTIMAS DÉCADAS. LA ACTRIZ SIENTE A ZARAGOZA COMO SUYA.
Por Luis ALEGRE
Fue en mayo de 1989. Maribel Verdú representaba en el Palacio de Sástago “Shakespeare´s”, una función de Benito Ramón dirigida por Francisco Ortega. Era la primera vez que hacía teatro fuera de Madrid. Maribel tenía 18 años y ya llamaba muchísimo la atención. Un día, al mediodía, fuimos a la tertulia de Radio Zaragoza que Plácido Serrano tenía en Casa Emilio y coincidimos con Chilavert, el portero uruguayo del Real Zaragoza. Imposible olvidar la cara del guardameta mientras miraba a mi amiga. Por la noche, Maribel vino a cenar a mi casa con dos más. Hacía un par de meses que mis padres vivían conmigo en Zaragoza. Mi padre, por discreción –y mira que le gustaba Maribel- se fue a dormir antes de que llegaran los invitados. Mi madre nos recibió con la mesa puesta y una tortilla de patata espectacular. Mi madre, en lo de dar la lata, es de la escuela de mi padre: ni siquiera cuando está hospitalizada quiere que avisemos a la enfermera: “Para qué la vas a molestar”, dice, mientras sufre. Pero, esa noche, al atendernos, entraba y salía de la cocina y le llegaban ecos de nuestras charlas y risas. Mi madre no sabía muy bien quién era Maribel y a qué se dedicaba. Para ella era suficiente con saber que era amiga de su hijo. En un instante en que yo entré en la cocina me cogió en un aparte, cerró la puerta y, muy bajito, me dijo, totalmente en serio, con un inequívoco acento de Lechago: “Madre qué chica tan maja. Con ella te podías casar”. Hace de aquello más de 23 años.
Este Pilar de 2012 Maribel ha sido una de las grandes reinas de las fiestas. Hoy es la última oportunidad de verla en el Teatro Principal, donde ella y Antonio Molero hacen un alarde de talento cómico en “El tipo de al lado”. Maribel vive otro momento cumbre de su carrera. Se puede disfrutar de ella de otras dos maneras: en el cine como la increíble madrastra de “Blancanieves” y en las librerías, en la bonita biografía que le ha dedicado Nuria Vidal. Es algo asombroso. En España se venden pocos libros y mucho menos de cine y mucho menos consagrados a intérpretes. Sin embargo ella, a sus 42 años, ya tiene cuatro, algo que retrata su tremendo calado. Uno de ellos, hace casi 10 años, lo escribí yo mismo y le puse un título al que no se le puede reprochar ninguna ambigüedad: “La novia soñada”. Ahora creo que me equivoqué. El título perfecto era otro: “La nuera soñada”.
Maribel simboliza algunas de las mejores cosas del cine, el teatro y la propia sociedad española de las últimas décadas. Tal vez la clave definitiva de su impacto resida en su capacidad de redescubrirse y resistir tan alto durante tanto tiempo sin perder ni una pizca de su belleza y su alegría. Y luego está su aire, tan “español”. A los españoles nos gusta que alguien así, de algún modo, nos represente.
Maribel siente a Zaragoza como suya. Estas fiestas le he escuchado frases como “Aquí siempre me siento feliz” o “Zaragoza nunca defrauda”. Esos piropos a esta ciudad no los mejora ni aquel chico de La Almunia que, al ver a Maribel, le lanzó aquello de “Hala, maña, que como tú fueras mi madre, mi padre dormiría en la escalera”. Maribel tuvo un flechazo con Zaragoza la primera vez y el amor no hace más que crecer. Después de tantos años ya hay muchos lugares y personas que forman parte de la vida de Maribel: no ha dado abasto para invitar al teatro a todos los que quería. Ella también extraña mucho a Félix Romeo. El otro día me dio un dvd de “Amantes” dedicado a la Biblioteca Félix Romeo de Lechago.
En Zaragoza siempre le suceden cosas que contar. En “El tipo de al lado” el personaje de Maribel admite que no sabe hacer albóndigas. Pues bien, una noche una mujer se presentó en el teatro con unas albóndigas con las que se chuparon los dedos todos los de la compañía.
A Maribel le encantan las palabras. Le gusta mucho leer –entró en la librería Los portadores de sueños y se llevó un buen paquete de libros- y le gusta mucho charlar, de todo tipo de cosas. Un tema del que no le gusta hablar pero del que hablamos es lo llamativo que a casi todo el mundo le resulta que ella admita que no quiere ser madre. En las entrevistas le preguntan por ello hasta el hartazgo, algo que ya ha llegado a incomodar a Maribel. La insistencia tiene un ramalazo claramente machista: si Maribel fuera un hombre su supuesta falta de instinto paternal no sería un temazo de conversación.
Un día, hará unos 20 años, Maribel me soltó algo que me dejó loco: “Pero tú, ¿cómo te atreves a quererme tanto?”. Como fondo de pantalla del ordenador he puesto una foto en la que estoy entre mi madre y Maribel. La nuera soñada, la suegra platónica. A Maribel le hacen mucha gracia las ocurrencias y salidas de mi madre. La última de ellas no tiene desperdicio. Una mañana estaba con mi madre y recibí en el whatsapp una foto que en ese instante se había hecho mi hermana Carmen con su marido y sus hijos, de vacaciones en Asturias. Se la enseñé a mi madre. Ella miraba la foto pero allí había algo que se le escapaba: “¿Me quieres decir que se han hecho ahora mismo esta foto en Asturias y ya la vemos nosotros en este cacharro?”. “Sí, mamá”, le respondí. Entonces ella dijo algo para mi gusto genial: “No entiendo cómo puede haber gente que no cree en Dios”.
Maribel, cada vez que viene a Zaragoza, lo primero que me dice es que quiere ir a ver a mi madre. Esta vez, un par de días antes de ir a verla, Maribel le envió una orquídea. Maribel sabe muy bien cómo le gustan las flores a mi madre Felicitas, de 87 años. Mi madre también le ha pillado un cariño enorme a Pedro Larrañaga, el marido de Maribel. Pero no importa. A ella nadie le quita de la cabeza que esta chica tan maja es la nuera soñada.
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