DE PELAYO CARDELÚS Y LA PAREJA
LA PLAYA, LA DESNUDEZ Y LOS DEMONIOS DE LA PAREJA
El matrimonio puede ser un infierno de baja intensidad. O un escenario de rutina, de indiferencia, de un quiero y no puedo. De ese silencio inquietante en el que uno se olvida de cómo se decían y se hacían las cosas. Y puede ser, desde luego, lo contrario: ese lugar donde la convivencia y la confianza se alían con el amor, con el sexo, con el placer de la compañía, con la seguridad en el otro y con el sosiego que aporta el otro. No es este el caso de Íñigo y Laura. Llevan seis años viviendo juntos en Madrid, cuatro de casados legalmente, tienen treinta y cinco años. Ella, un tanto pasiva y enigmática, trabaja en una entidad financiera; él es escritor, hace reseñas literarias y sueña novelas. Las sueña más que las escribe.
‘Las vacaciones de Íñigo y Laura’ (Caballo de Troya, 2013), de Pelayo Cardelús (Madrid, 1974), autor del libro de viajes ‘América en el espejo’ y la novela ‘El esqueleto de los guisantes’ (Caballo de Troya, 2006), narra diez días de julio de la pareja en una playa de diez kilómetros en Zahara de los Atunes. Uno de esos lugares donde todo parece posible: la calma, el descanso, el reencuentro, el afecto y el deseo. Laura es una mujer hermosa, atractiva, y está embarazada de tres meses; pese a ese estado, sus pechos no son excesivamente generosos. Esos pechos tendrán un lugar importante en la novela, sobre todo para Íñigo, que pronto se revelará con un hombre extraño, con un montón de fantasmas, con algo de psicópata. Mientras toman el sol, Íñigo le pide a su esposa que se quite el bikini, que luzca busto, la mira, la masajea, se excita, pero de repente le entran miedos atávicos, neuras, una enfermiza posesividad, y le exige a su mujer de inmediato que se cubra: viene alguien, un joven atlético, un muchacho moro, un bañista alemán que puede grabarla como graba la atmósfera de la costa; viene alguien o puede venir y puede hacerle fotos o grabarla furtivamente. Esta invitación y este temor obsesivo se repiten capítulo a capítulo, como si fueran los lances de una comedia tan hilarante y patética como machista.
El comportamiento irracional de Íñigo lo domina todo y brota desde el centro mismo de sus debilidades o de sus anomalías psicológicas. El autor, que mantiene la tensión y sabe bien lo que quiere y adonde va (habla del deseo, de la posesión, de la insatisfacción, de la artificiosidad de las actitudes), incorpora otros elementos: una pequeña novela de Beltrán y Rosa, que emprenden un viaje por las islas griegas, que se parece bastante a la que ellos están viviendo aunque aquí entra de lleno en el terreno de las fantasías y el intercambio de parejas; Cardelús incorpora una entrevista de Mercedes Milá a Joaquín Sabina, en la que dice que los casados se hartan de fornicar, a diferencia de los solteros, que son puros cazadores en busca de la ocasión propicia, e incluye un informe de ‘Vida en pareja’, que concluye que los matrimonios se rompen durante las vacaciones.
Pelayo Cardelús aborda muchos asuntos, con humor e ironía, con sentido del absurdo y de la tragedia, como la desnudez, qué misterios esconde el sexo femenino, la posesividad, los celos, los resquemores y, sobre todo, el miedo a la libertad. Laura, de algún modo, trata a su marido con piedad; él “la quiere más de lo nunca jamás ha querido a nadie en este mundo”. La novela tiene algún parentesco con Houellebecq. Pelayo Cardelús lleva la acción hasta donde quería. Al centro de la paradoja y de la irracionalidad. Y del disparate. A veces, lo que más temes, lo que combates puede volverse en contra. Es el espejo deformante de la impostura o de una fragilidad enfermiza que adquiere el vuelo de un bumerán. Tras la reincidencia, llega lo inesperado: otras formas más turbias aún del infierno. El miedo llama por el miedo. Aquí tiene ojos de Gata, una hermosa camarera. Y de algo, o de alguien, quizá mucho más ruin.
‘Las vacaciones de Íñigo y Laura’. Pelayo Cardelús. Caballo de Troya. Madrid 2013. 224 páginas. [Esta nota apareció el jueves en ’Artes & Letras’ de Heraldo de Aragón. La foto es de Jock Sturges.]
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