RETRATO DE FERNANDO SANMARTÍN
[José Luis Melero Rivas y Víctor Juan presentaban anoche el nuevo libro de Fernando Sanmartín, ’Notas de Zaragoza del Capitán Marlow’ (Xordica). Mucha gente, muchos amigos, afecto y complicidad a espuertas. Fernando Sanmartín es uno de esos seres que solo suscita y excita cariño. Es elegante, laborioso y raro: quizá sea el autor aragonés que más se parece a Enrique Vila-Matas. Ama el ciclismo, los diarios, las ciudades, el arte, ama la belleza y el perfume de las mujeres, le encanta viajar alrededor del mundo y, sin embargo, siente adoración por Zaragoza: su ciudad, en la que se reconoce. Pepe Melero leyó ayer este texto; conociéndolo seguro que por aquí y por allá dejaría alguna perla improvisada de humor. Por cierto, Fernando tiene la rara facultad de hablar con Baudelaire o de sentirse, a veces, Mallarmé. Milagros de la ficción.]
Retrato de Fernando Sanmartín
(Presentación de Notas sobre Zaragoza del capitán Marlow, de Fernando Sanmartín. Café 7 de Copas. Viernes, 7 de marzo de 2014.)
Por José Luis MELERO RIVAS
Me gustan muchas cosas de Fernando Sanmartín: me gusta su elegancia, su porte distinguido, su capacidad de entusiasmarse por las cosas más nimias y que todo lo que le cuentes le apasione; me gusta la atención que presta cuando se lo cuentas, me gusta verlo ilusionarse y que ponga cara de niño en noche de Reyes cuando le hablo de algún poeta raro, de algún libro raro, de algún proyecto absurdo y disparatado que él y muy pocos más entienden; me gusta su fidelidad a los amigos (a Adolfo Ayuso, a Nacho Fortún, a tantos otros) y que le interesen como a mí los saberes no codificados y no previsibles (que le gusten los caballos y apostar en los hipódromos, que le gusten los sobres y el papel de los hoteles, visitar tiendas de antigüedades náuticas en Lekeitio, ver el fútbol en La Romareda con su hijo…); me gusta que le gusten las primeras ediciones de los libros de poesía que nos gustan, que le gusten muchos de los mismos autores que me gustan (Llop, Jordá, Bonet, Modiano, Fernando Ferreró, Trapiello), que le guste la buena prosa y la practique; me gusta que le guste la pintura y que escriba de vez en cuando sobre ella; me gusta que suba como yo al Pirineo (bueno yo no subo ya casi nunca, pero he subido mucho) y que como a mí le guste viajar una o dos veces al año al extranjero; me gusta que tenga ese toque cosmopolita y de viajero culto del XIX. Yolanda y yo pasamos muchos veranos enteros fuera cuando los niños eran pequeños: Roma, París, Londres, Ámsterdam… En 1993 fuimos con Ignacio Martínez de Pisón y familia a Edimburgo. A Yolanda, que el año anterior había ganado la cátedra, le habían dado una buena beca para pasar allí el verano, alquilamos una gran casa y nos fuimos las dos familias juntas. Mi mujer trabajaba y los demás holgazaneábamos. Vamos, lo habitual. Allí nos encontramos a Fernando. Por la calle. De casualidad. Ni él sabía que estábamos allí nosotros ni nosotros sabíamos que él estaba allí. Desde luego no encontramos en Edimburgo a ningún otro conocido, ni de Zaragoza, ni de Barcelona, ni de ningún otro sitio: solo a Fernando Sanmartín. Me gusta que Sanmartín haya escrito un diario zaragozano como éste, porque me gusta que lo zaragozano esté siempre unido a lo mejor y a lo más europeo. Me gustan sus libros, todos sus libros, sus trece libros ya, que casi siempre leo antes de que se impriman, y me gusta mucho cómo los titula: Los ojos del domador, Infiel a los disfraces, El llanto de los boxeadores, Heridas causadas por tres rinocerontes, Hacia la tormenta... Compárenlos con Leer para contarlo, La vida de los libros, Escritores y escrituras, Los libros de la guerra… y comprenderán por qué admiro su facilidad para titular. Me gusta que le gusten mis amigos, que admirara a Labordeta (a quien un día le regalé un largo paseo con Fernando), que sienta debilidad por la gente agreste y poco convencional, que escriba de Pilar López Villa, David Mayor o José Manuel Marraco, y que quiera como yo a Javier Aguirre. Me gusta que le gusten los arrabales y las mujeres hermosas. Me gusta que le gusten los perdedores. Me gusta que sea un abogado con alma de contrabandista, como escribió de él una vez Julio José Ordovás. Me gusta que haya educado tan bien a su hijo y que Yorgos sea siempre tan cariñoso con los amigos de su padre. Me gusta que tenga el valor de pedirse en los bares Fantas y Aquarius de limón, siempre sin hielo, y que lo haga sin ningún pudor ni vergüenza, sin inmutarse, como si fuera lo habitual. Hay que tener mucha personalidad para pedir una Fanta como si tal cosa. Me gusta que tenga personalidad y criterio, y que eso sea precisamente lo que le distinga como director de la colección “La gruta de las palabras” de las Prensas Universitarias de Zaragoza. Me gusta que sea tolerante con todos, que no sea sectario y que no recuerde las injurias ni los agravios. Me gusta que convierta en poesía lo que toca. Me gusta que sea un poeta zaragocista y que suba a la vieja Romareda como hacía Miguel Labordeta y como hace ahora Nacho Escuín. Me gusta que escriba libros mínimos, inclasificables muchas veces, porque esos libros son siempre los que más nos gustan a los dos. Me gusta que compartamos muchas semanas página en el Heraldo y que los dos sigamos escribiendo allí por cariño y lealtad a Antón Castro. Y me gusta que no lo gusten las despedidas de soltero en un puticlub.
Me gusta el aplomo, la serenidad y la valentía que demostró cuando la vida le corneó amargamente y me gusta que recuerde siempre que sus amigos nunca lo dejamos solo. Me gusta sobre todo que aquella cornada hoy sea solo un recuerdo con final feliz.
Me gusta que le guste Zaragoza y que le haya dedicado este libro. Lo mejor es que a Zaragoza la quieran los mejores. Para que nunca puedan volver a escribir aquello tristísimo de que Zaragoza es una “ciudad de curas y militares, una madrastrona”. No hay nadie más lejos del chovinismo que Fernando. Lo hemos dicho muchas veces y hasta lo escribió nuestro llorado Félix Romeo: nos gusta Zaragoza porque aquí viven las personas que queremos. Zaragoza no es nada especial ni distinta a otras ciudades por sí misma. Es lo que es por razón de la gente que vive en ella. Si en Zaragoza hay poetas y novelistas interesantes, si hay pintores y músicos interesantes, si hay catedráticos, abogados, periodistas, actores o arquitectos interesantes, Zaragoza será interesante. Y si en Zaragoza no viviera gente interesante, Zaragoza dejaría de interesarnos y de ser atractiva para nosotros. Por eso sorprende siempre que algunos de los zaragozanos más interesantes digan que Zaragoza no es interesante. Es tanto como decir que sus habitantes, es decir, ellos mismos, no son interesantes. A no ser, claro, que piensen que ellos son lo único interesante de la ciudad. En cualquier caso, a nadie se le obliga a quedarse aquí, ya se sabe. Fernando no es de los que creen ser los únicos interesantes. Me gusta que Fernando crea que esta es una ciudad abierta, plural, en la que caben todos y en la que hay sitio para todos. Me gusta que a los mejores como Fernando no les dé vergüenza hablar de Zaragoza ni dedicarle algunos de sus mejores libros. Y es que, ¿cómo iba a sentir vergüenza para hablar de Zaragoza alguien que no la tiene para pedirse un Aquarius o una Fanta? Me gusta saber que si aún existiera la Mirinda, Fernando se la pediría, se pediría una Mirinda de naranja. Y me gusta que en este libro Fernando hable de su vida en Zaragoza, que es lo mismo que hablar de mi vida en Zaragoza: el puente de los gitanos, junto al que viví de niño, el Huerva, Sagasta, el Colegio Mayor Universitario La Salle donde estudié y donde cantó Labordeta… Y que todo ello lo convierta en literatura. Me gusta que haga literatura con su vida.
Y me gusta que, como ha podido verse, no pueda hablar de Fernando sin hablar de mí. Nuestras vidas se entrecruzan y están moderadamente unidas (él lo hace todo moderadamente) desde que éramos muy jóvenes. Me gusta que llevemos toda la vida juntos. Yo, que fui siempre más lector que escritor, colaboré en sus revistas a petición suya (El Bosque, La Expedición), y él ha colaborado siempre en mis cosas. Me gusta que un poema suyo se publicara ya en el número 2 de Rolde, allá por 1978, hace treinta y seis años, y que en el próximo número vuelva a escribir como tantas veces lo ha hecho. Me gusta recordar que en los 70 y en los 80 escribió en Rolde sobre el Zalmedina, el Compromiso de Caspe, los Fueros de Aragón, Veruela o Andrés de Li, un raro escritor aragonés del siglo XV. Me gusta que fundáramos juntos a finales de los 70 una revistilla de poesía, Crótalo, cuando éramos poco más que unos mozalbetes. Y me gusta que tantos años después esté aquí hoy yo presentando este libro. Me gusta que nos queramos, si no apasionadamente (que Fernando no es mucho de pasiones) sí muy firmemente, porque Fernando sí es hombre de afectos sólidos y firmes. Me gusta pensar que cuando algún raro Melero del futuro estudie esta época de Zaragoza, su nombre y el mío, junto al de tantos amigos como estáis hoy aquí, saldrán muchas veces juntos. Me gusta que, al final, la vida sirva para vivir momentos como éstos.
José Luis Melero
*Fernando Sanmartín, en una foto de Columna Villarroya, reciente, y en otra antigua de Patricio Julve.
3 comentarios
Alicia -
Miguel Ortiz -
Felicidades a todos y un abrazo
Miguel
ana a. -