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Antón Castro

CELA: HISTORIA DE UNA DEDICATORIA

CELA: HISTORIA DE UNA DEDICATORIA

CELA O LA PRECISIÓN DE LAS DEDICATORIAS*

 

He conocido a unos cuantos escritores consagrados, que eran generosos, afectuosos, que cuidaban los detalles. Cees Nooteboom, Manuel Andújar, Francisco Ayala, Juan Eduardo Zúñiga, Antonio Gamoneda, Ildefonso-Manuel Gil, José Luis Sampedro... O Miguel Delibes, seco, austero, y a la vez capaz de recordarte al arquero Andrés Lerín en una carta o de hablar de su pasión por la naturaleza y de algunos hermosos recuerdos de su mujer, Angelines Castro. Camilo José Cela (1916-2002; estamos en el centenario de su nacimiento) era un hueso duro de roer: tenía ese punto de seguridad en sí mismo que le hacía ser entre displicente y borde, burlón. Rara vez sonreía. O eso me pareció a mí. Dicho lo cual, era un formidable escritor. Manejaba el castellano como pocos y tiene libros espléndidos en diversas direcciones: el tremendismo y la crónica de posguerra, ‘La familia de Pascual Duarte’ y ‘La colmena’; la novela del duelo y de la evocación más dolorosa, ‘Mrs. Caldwell habla con su hijo’; los ecos de la Guerra Civil y el flujo de la conciencia, ‘San Camilo 1936’; la reflexión sobre el arte de escribir, ‘Oficio de tinieblas 5’; la mirada sudamericana, ‘La catira’, pero también hay en él a un escritor de libros de viajes, ‘Del Miño al Bidasoa’ o ‘Viaje a la Alcarria’, entre otros. Sin olvidarnos de esas novelas de la fragmentación y de la exhibición metafórica del tipo ‘Mazurca para dos muertos’ (reeditada ahora por Ediciones del Viento) y ‘Madera de boj’, ambas muy gallegas y personalísimas. Hace pocas semanas, Jesús Jiménez de Fórcola publicaba un libro suyo sobre su maestro Baroja.

Cela fundó Alfaguara, fue director de ‘Papeles de Son Armadans’ y un apasionado coleccionista de revistas, trabajó mucho en prensa, como se vio en ‘Conversaciones españoles’, donde destacan su entrevista minimalista a Azorín o su formidable retrato de Picasso. En ‘Interviú’ dialogó en los años 80 con Pablo Serrano. Era un gran conocedor y estudioso de nuestro siglo de Oro, sobre todo de la picaresca y de Quevedo.

En 1989, en el Hotel Corona de Argón, tras la presentación de ‘Aragón, pueblo a pueblo’ de Alfonso Zapater, escritor y periodista inolvidable de HERALDO, tuve la ocasión de conversar con él a solas. Todo fue mal desde el principio. Había preparado la entrevista con meticulosidad con la idea de viajar a través de su trayectoria. Fue imposible, tanto que a los diez minutos yo ya sudaba y solo oía monosílabos, el consabido “Mire, usted” o la invitación a otra pregunta. Cela no quería entrar en casi nada: ni en sus fuentes, ni en la huella de la picaresca o la estética carpetovetónica, ni en sus personajes, ni en su modo de trabajar el español, ni siquiera en sus métodos artesanales: escribía a mano, llevaba cuadernos y era muy sistemático y profesional. “La inspiración, si existe, que me coja trabajando, como decía Dostoievski”, dijo con idéntica porción de firmeza y rutina.

Al cabo de quince o veinte minutos, yo acababa de cumplir treinta años, vi que la charla había llegado al final. No me había dado bola: todo había sido un desastre. Algunas semanas después, Juan Domínguez Lasierra publicaba una bella entrevista en la revista Turia. Creo que Cela, con su silencio desdeñoso, me había querido decir que no tenía paciencia para periodistas petulantes, con ánimo de profundidad o de originalidad. Solo le pedí que me dedicase un libro: ‘La familia de Pascual Duarte’, que había publicado Círculo de Lectores con ilustraciones de Antonio Saura, a quien acababa de entrevistar en Huesca. Se lo dije, elogié la edición; Cela me miraba como si viera llover. Me pidió que le dijera mi nombre. “Hombre, no puede llamarse Antón Castro. Haga el favor de decirme cómo se llama usted”. Le dije, de nuevo: “Antón Castro”. “Creo que no le voy a poder dedicar el libro. Ese es un nombre inventado y aquí el escritor soy yo”. Insistí en vano dos o tres veces. Nada. Y al final tuve que decirle: “Me bautizaron Antonio Rodríguez Castro por poderes y en Montevideo”, agregué, pero eso no le interesó. “Ya lo sabía yo”, concluyó. Y dedicó el libro, en gallego, a Antón Rodríguez Castro.

Algún tiempo después, una organización benéfica, quizá fuese Payasos sin fronteras, me pidió si podía donar un libro importante para mí, especial para un buen lector, para subastarlo con fines filantrópicos. Pensé que ‘La familia de Pascual Duarte’, dedicado, era el volumen ideal para el evento. Cela acababa de ganar el Premio Nobel y bailar a sus anchas con Marina Castaño. Y lo cedí. Alguien me dijo que se había subastado con un precio de salida de 5.000 pesetas de las de entonces, alrededor de 30 euros, pero que aquella edición cuidadísima, de expresionismo dramático, con espléndidas fotos y una magnífica maquetación, no se había vendido. Nunca supe qué pasó con el libro.

Años después, en otro diario, ‘El Periódico de Aragón’, en el suplemento cultural le dedicamos una portada o contraportada a Cela. Para entonces el escritor ya residía en Guadalajara. La crítica iba acompañada de una caricatura de Antonio Postigo. Llamó a la redacción y pidió hablar con el director Miguel Ángel Liso. Éste pensó que era un chiste e hizo un ademán de colgarle. “Que soy Cela, coño. Y querría saber si me podíais mandar esa caricatura”. Se le mandó, claro, firmada por su autor. También agradecía el texto.

Le escribí una carta y le remití un ejemplar de ‘Conversaciones españolas’ (Plaza & Janés, 1987) con un ruego: un sobrino mío se estaba planteando estudiar periodismo o arquitectura y quería condicionar su elección con “ese libro que tanto me ha gustado siempre”. Le dije que mi sobrino se llamaba Antón Castro y que vivía en La Coruña; le agradecería mucho que me lo devolviese dedicado. Metí el paquete con sello y sobre de retorno. Al cabo de tres semanas recibí el volumen. Lo abrí y pude leer: “Para Antón Rodríguez Castro, con el mejor recuerdo de una conversación imposible en el Corona de Aragón, en Zaragoza. Abrazos de su viejo amigo y paisano, Camilo”. Cela, entre otros títulos, publicó un delicioso y entrañable libro de dedicatorias.

 

 

*Este artículo apareció el pasado jueves en mi sección, Cromos de Letras /3. de 'Artes & Letras'.

1 comentario

jmj -

Me ha encantado, y si es tal y como lo cuentas, Rodríguez incluido, es otra evidencia más de la celebrada inteligencia del malencarado y genial Don Camilo.