DIÁLOGO CON ANTONIO ALTARRIBA / II
Antonio Altarriba (Zaragoza, 1952) es guionista de cómic y de fotografía, donde trabaja al alimón con su compañera Pilar Albjar, es novelista e historiador del cómic. Es autor con Kim de El arte de volar, Premio Nacional de Cómic en 2010, y El ala rota, donde cuenta la historia de sus padres; con Keko firmó Yo, loco, Yo, asesino, publicados los cuatro en Norma Editorial, y El perdón y la furia, también con Keko; este último lo editó y lo presentó el Museo del Prado.
¿Cómo está viviendo el confinamiento?
Estoy confinado en buenas condiciones. Solo, en un piso espacioso, con escasos pero muy amistosos contactos y con una buena reserva de lecturas.
¿Qué ha pensado en estos 50 días de reclusión? ¿Qué reflexiones se le han pasado por la cabeza?
En realidad, pocas reflexiones distintas a las habituales. Comparto esa línea de pensamiento por la que han transitado Pascal, Cyrano de Bergerac, La Rochefoucauld, Schopenhauer, Baudelaire, Beckett, Cioran… y que rebajan cualquier pretensión demiúrgica del ser humano. Así que estas circunstancias han venido a reforzar, en cierta medida a escenificar, todo aquello de la fragilidad humana, nuestra insignificancia ante el Universo y hasta el absurdo de la existencia. Han sido, pues, confirmaciones más que revelaciones. Naturalmente, esa sonrisa, estilo Oscar Wilde, para sobrellevar las miserias de la humana condición se me ha descompuesto un poco, pero, en lo sustancial, la pandemia no está cambiando mi visión del mundo ni de las personas.
¿En alguno de sus libros o sus cómics se le había ocurrido algo semejante?
No. Como recurso narrativo la epidemia está muy identificada con escenarios del pasado, las siete plagas de Egipto, la peste negra, la gripe española… Si buscamos escenarios apocalípticos, tendemos a explicarlos por conflicto nuclear, crisis climática, algo que tenga connotaciones más actuales. Soy hijo de la vacunación generalizada contra el sarampión, la polio, la viruela. Creíamos que la ciencia nos había liberado de estas infecciones universales y catastróficas. Sin embargo, exploré las posibilidades dramáticas de una situación de enclaustramiento. Hasta pensé en hacer mi tesis sobre este tema cuando nadie aceptaba dirigirme una tesis sobre cómic.
¿A dónde nos lleva el aislamiento?
El aislamiento por epidemia empuja a la ficción como demuestra Giovanni Bocaccio en su Decamerón. Además, como en este caso, a una ficción vital y gozosa. La vida con contacto es la mejor fórmula para exorcizar la muerte por contagio. Y es lo mismo que pasa hoy, que no paramos de intercambiarnos o suscribirnos a las más diversas ficciones. También investigué algunas obras literarias cuya historia se basa en las posibilidades y, sobre todo, las imposibilidades de un encierro. El existencialismo o el llamado “teatro del absurdo” ofrecen muchos ejemplos. A puerta cerrada de Sartre, La peste de Albert Camus, Esperando a Godot de Samuel Beckett… También hay películas magistrales que explotan este tema como El ángel exterminador de Luis Buñuel, Quién teme a Virginia Woolf de Mike Nichols, El sirviente de Joseph Losey o la reciente saga Saw, que ha tenido varios directores. Un grupo de personajes sin posibilidad de salida constituye un cóctel explosivo. Metes en la redoma del relato envidias, resentimientos, ambiciones, amores y frustraciones, lo agitas bien y casi siempre sale una historia intensa, a menudo desgarradora. Ni siquiera nos imaginamos la cantidad de situaciones dramáticas que se estarán viviendo estos días.
¿Qué es lo que le impresiona más: la psicosis general, la certeza de la fragilidad del ser humano, o que, en realidad, no somos los dueños del mundo?
El vacío, las ausencias, el silencio… Contemplar los espacios públicos sin público, todo lo que ha sido concebido para la cohabitación bulliciosa convertido en un desierto me tiene muy desconcertado. Hay una especie de “a-funcionalidad” surrealista, estilo Giorgio De Chirico, que me fascina. Y, como consecuencia colateral, escuchar los pájaros y sospechar que la naturaleza, sin nosotros, recuperaría rápidamente su feracidad planetaria.
Cuando pasan cosas así, ¿cabe pensar que nuestra libertad es un espejismo?
No hace falta que pasen cosas así para comprobar que nuestra libertad es un espejismo. Basta con desear algo con la suficiente intensidad para sentir los límites de la libertad, porque demasiado a menudo no conseguimos lo que deseamos. Nuestra vida está llena de frustraciones por la distancia entre lo que queremos y lo que podemos. La imposibilidad de lograrlo proviene casi siempre de nuestra falta de libertad, de prohibiciones o de sutiles bloqueos que, a veces, son circunstanciales y otras, esenciales. Luego o, al mismo tiempo, viene la resignación, la distracción o el simple entretenimiento que nos ayudan a desdramatizar esta permanente insatisfacción. Vienen, incluso, esas filosofías de la resiliencia y la autoayuda que, con una argumentación de juego malabar, nos convencen de que lo que tenemos es lo que queremos. Pero eso no son filosofías sino estrategias, a menudo muy estudiadas, para fomentar la alienación y extender el conformismo.
Algunos dicen que la pandemia es el fin del estado del bienestar, que saldremos de aquí hechos unos zorros, entre ERTES y recortes, más desamparados que nunca. ¿Cómo lo ve usted?
No creo que sea para tanto. Existen recursos y sobre todo políticas monetarias para paliar los daños. Al capitalismo le gusta mucho meter miedo. Y le funciona. Solo pensar en la posibilidad de perder lo poco que tenemos ya nos amedrenta. Hay muchos intereses económicos en juego y muchas voluntades decididas a que se mantengan. No creo que se vaya a producir una catástrofe. Tampoco creo que estemos aprendiendo la lección y que, como algunos vaticinan, se vayan a abrir las puertas del paraíso con la desaparición de la explotación, las injusticias y las desigualdades. Después de un periodo de crisis y reajustes volveremos a las andadas. Es lo que hemos hecho desde el comienzo de la historia y no creo que sepamos hacer otra cosa. Después de toda gran crisis surge un firme propósito de no volver a hacer lo que nos llevó a ello. Ninguno más firme que el de la sociedad de naciones después de la Primera Guerra Mundial. Todos estaban firmemente convencidos de que, después de semejante masacre, no habría más guerras. A los pocos años el propósito se diluyó y nunca ha dejado de haber guerras. Somos dóciles, olvidadizos y con una gran predisposición a dejarnos engañar, una y otra vez, con las mismas mentiras.
Pasar el virus en Vitoria, lejos de su compañera Pilar Albajar, ¿supone algo especial, más doloroso si cabe?
No. Somos una pareja que siempre hemos vivido nuestra relación con mucha libertad y con gran respeto de la individualidad del otro. De hecho, hace tiempo que vivimos separados. Esta es una modalidad de relación en auge en la sociedad actual. Quererse no tiene por qué obligar a compartir el mismo retrete. Mantenemos muy buena relación y estamos en contacto casi constantemente.
Algunos dicen “mi trabajo lo hago en reclusión, en soledad. O sea que esto es llevadero”. ¿También le sucede algo semejante?
No. Debería haber sido la realización del sueño de mi vida, abandonar todo compromiso social para ponerme al día en trabajos, proyectos, lecturas y otros deberes solitarios. Sin embargo, la terrible dimensión de lo que ocurre se infiltra en mi confortable cobijo y me desanima. Me siento desmotivado. Rindo poco. Me parece que hay demasiado dolor alrededor como para mantenerme imperturbable en mis tareas. Leo más, duermo más… Actividades pasivas, pero emprendo con gran dificultad las activas o creativas.
¿Qué se hace mal desde el Gobierno? ¿Se ha reaccionado tarde, se improvisa mucho o al final, como vemos en Italia, en Francia, en Estados Unidos y otros lugares? ¿Tan difícil es tomar decisiones?
No es fácil tomar decisiones en estas circunstancias. Tuvimos mala y tardía información de los orígenes de la pandemia y no reaccionamos con la suficiente rapidez. Vivimos en una época en la que cuesta dar malas noticias, aún más desde la política por el temor electoral, y eso, seguramente, también influyó. Ahora no queda otro remedio que improvisar vista la dudosa fiabilidad de cifras, la escasa experiencia y el desconocimiento científico. Pero no cabe duda de que algo se habrá hecho mal cuando España tiene la tasa de mortandad más alta del planeta. Eso, desde luego, no justifica las posturas del PP y mucho menos las mentiras de Vox y de sus granjas de ‘bots’.
¿Existiría en España algo que nos uniese a todos o estamos condenados a confirmar el verso de Gil de Biedma: “España, este país de todos los demonios”?
El fútbol. Eso es lo único, al menos lo que más, une a todos los españoles, salvo los pocos disidentes que quedamos. Pero no creo que esta escenificación constante del enfrentamiento político sea estructural, histórica e indefectiblemente arraigada en la sociedad. Hay quien se encarga de afilarlo y envenenarlo todos los días. Tenemos una oposición controlada ideológica y estratégicamente por FAES. José María Aznar ha sido una de las peores cosas que nos ha ocurrido en los últimos treinta años de vida política. Y sigue controlando el PP, ahora más que nunca. Aprendió que solo una sociedad en shock cambia de gobierno y no duda en mantenernos en la confrontación, aunque la situación sea tan difícil como la actual. Mientras dure su influencia, la política del PP alimentará la tensión. Distinto es el caso de Vox, que llevan el odio y el sometimiento ya de serie, desde los tiempos de Franco.
¿Cómo deben ser las críticas o las enmiendas de la oposición en situaciones como esta?
Naturalmente, deberían hacer una crítica más constructiva, dejar de pensar que todo sirve para ganar elecciones e impregnarse de la solidaridad requerida por una emergencia mundial como esta. Desafortunadamente, en los sectores más conservadores la lucha por el poder se impone por encima de cualquier noble renuncia.
¿Le ha sorprendido la reacción de los españoles: el aplauso a las ocho, los diálogos de ventana a ventana, la música, las corrientes de solidaridad, el torrente de actuaciones y lecturas en las redes sociales?
Sí. Y no solo para bien. Soy de poco escenificar y de más hacer. Se aplaude a los sanitarios desde muchos balcones que aún exhiben la bandera española de apoyo al PP en la crisis catalana, una crisis que sirvió de cortina de humo para ocultar corrupción y recortes, en sanidad de manera muy especial. No creo que los sanitarios quieran ser héroes sino profesionales bien equipados y amplia plantilla. En cuanto a la avalancha de recursos culturales “desinteresadamente” puestos on line, hay de todo. Hay alguna iniciativa interesante, pero también flagrante voluntad de recolocar productos desechables, que no quisimos consumir hace diez años. Para este tipo de males, enclaustramiento, aburrimiento, sufrimiento me parecen más eficaces las búsquedas personales, lamerse las heridas con recursos propios. Desde luego, mejor que buscando bálsamos ajenos. En el mejor de los casos pueden proporcionar distracción, pero no fuerza ni aprendizaje frente a la adversidad.
¿Cuál es el lugar de la cultura en un momento así?
La soledad, el tiempo libre, la voluntad de hacer es un magnífico caldo de cultivo para acercarse a la cultura. Pero siempre he entendido el acercamiento a la cultura como una pulsión individual, no como una consigna colectiva. En la mayor parte de sus modalidades funciona como placer solitario, no como distracción coyuntural para soportar, sin mucho trauma, un problema como este. En cualquier caso, plantearla como paliativo a la epidemia o a la desocupación no me parece buen punto de partida. De hecho, una buena parte de la efervescencia cultural que abunda hoy en las redes funciona más como acontecimiento social que como enriquecimiento cultural o estímulo de la inteligencia.
No sé si firmó el manifiesto de los Premios Nacionales. Usted lo fue de cómic en 2010 por El arte de volar, la impresionante historia de su padre que se arrojó al vacío. ¿Qué le ha parecido esa llamada de atención desde el mundo de la cultura?
No firmé. Nadie se puso en contacto conmigo para hacerlo. Pero me parece bien la iniciativa. La cultura está clamorosamente ausente del discurso político, incluso cuando se trata de salvar los muebles en una emergencia. Hay una incompatibilidad de fondo entre política y cultura. Y no lo digo solo por la evidente falta de formación de una buena parte de nuestros políticos. Consecuencia de la adquisición de cultura es el pensamiento crítico, la resistencia a la uniformidad ideológica, incluso la transgresión creadora. Y eso no suele gustar a la “autoridad competente”. De hecho y como puede comprobarse fácilmente, en España el PP la considera enemiga y la yugula cuando está en el poder y el PSOE le da mucha coba, pero pocos recursos.
¿Ha sido la cultura, la creación, la gran olvidada en el paquete de medidas? ¿De qué se queja y qué pediría usted?
Sí. Y así lo han tenido que reconocer. Ahora se apresuran a enmendar la pasividad del ministro del ramo. Las políticas culturales no se construyen a partir de la financiación de actos o de infraestructuras, iniciativas puntuales y casi siempre con pretensiones electoralistas. Se trata de crear un estado de opinión, una actitud generalizada de interés por la cultura. Eso es el resultado de unas políticas transversales, duraderas en el tiempo, que van desde los planes de estudios, una educación concebida no tan solo para la empleabilidad, apoyo de medios de comunicación que den cobertura a los actos culturales, discursos y prácticas políticas basadas en la argumentación, en el fomento del criterio y no en la descalificación o el vitoreo. Crear un circuito de difusión y una aureola de dignificación haría crecer la sed de cultura, que es un impulso (repito una vez más) individual y escaso en este país.
Ha escrito mucho de erotismo, fue galardonado en el Premio La Sonrisa Vertical. ¿Qué nos recomienda? ¿Es la reclusión la prueba del nueve para las parejas o puede ser el pretexto ideal para recuperar el tiempo perdido?
Puede que cuando dobleguemos la curva de infecciones, se dispare la de divorcios. Para las parejas que conviven en esta situación resultará una prueba importante. Les reforzará o les distanciará. En cualquier caso, estoy convencido de que, en este nivel sentimental-sensual, se están viviendo situaciones muy intensas. Dicen que el tiempo libre, incluso la proximidad de la muerte estimula la libido. Puede que algunas parejas hayan convertido el encierro en una orgía perpetua. Viéndolo desde el lado positivo, podemos tomarnos el tiempo y el placer de explorar una sexualidad con tendencia a la rutina, hasta descubrir alguna satisfactoria perversión, al menos una pequeña innovación. Hasta quienes pasamos el confinamiento en solitario podemos encontrar maneras distintas de darnos placer. Los Satisfyer ya estaban conociendo un auge de ventas antes de la epidemia. Ahora se han disparado. Desde la perspectiva contraria puede que contribuya a extender la creciente tendencia a la asexualidad.
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