DOS POEMAS DE ELENA PALLARÉS
TIEMPO SIN CORAZÓN
A Helena Santolaya
Y la muerte de blanco soltará sus jaurías
Pere Gimferrer
Una clara mañana
sopló un viento del sur, no sé, del norte.
Suave corrió un aliento,
un airecillo apenas,
poco más que un suspiro
de tristeza, no sé, de gozo.
Vino no sé de dónde una mañana clara.
Fue revoloteando por la alcoba
hasta elegir, no sé por qué, aquel sitio
en el que te gustaba latir a contratiempo
y esa brisa ligera
que enloqueció de amor nada más verte
—¡cómo no iba a entenderlo si me pasó lo mismo!—
tomó tu corazón de abrevadero.
Los cuchillos del día cayendo sobre ti
—¡qué bien sabes matar a una mujer
de pena, mala estrella!—
escribieron la historia a sangre y fuego.
Y vi tu corazón entre sus garras
pintado de amapolas
cuando el viento del norte,
no sé, del sur,
salió por la ventana
bajo forma de pájaro.
La sombra de su ala oscureció el paisaje
y aún le vi recorrer las lejanías
y arrojar su botín en un mañana
donde habita el miedo
mientras tú, insistente,
escucha, escucha, escucha,
te habla mi corazón y no mi boca.
De todas las palabras que dijiste
sólo recuerdo la palabra
adiós y el gesto de tu mano.
Tiempo de corazón, no sé,
tiempo sin corazón.
***
VENUS Y ADONIS
A María Jesús Lacarra y Juan Manuel Cacho
tú te repartes como el lenguaje espacio dios descuartizado
Octavio Paz
I
Fusilaron los hombres a los pájaros
y el cielo se llenó de pétalos heridos.
Anochece la carne de los días, dijiste,
y flotan en el aire partículas de muerte.
¡Había tanto adiós aquella noche
en nuestra alcoba!
Llameaba en los parques tu tristeza
—cuando llameas tú llamea el universo—,
llamada era de amor tu vuelo azul,
tus ayes y tus llamas, corazón,
mientras caías
del encendido cuerpo al nombre calcinado
como ahora caes, rebelde ángel de fuego,
sobre esta línea en que al nombrarte
arde la línea y arde el nombre.
De noche, sentenciabas, arden todos los nombres.
Hubo después unánime caída
de palabras y pájaros
indeclinables.
II
¡Tu tránsito a la rosa!
Igual que por la tarde se hunde el día
tras de los horizontes
para volver a renacer mañana,
en mitad del jardín de mi escritura
cada noche, amor mío, resucitas
salvado en una rosa casi muerta
de tantas muertes tuyas escritas en sus hojas
ahora color de mar de sangre o vino.
Y son los mismos hombres
que arriba asesinaban a los pájaros
—yo vi llenarse el cielo de picos y de alas—
los que hoy van al banquete de tu cuerpo
y se toman tu nombre en copas de mentira.
III
Yo soy la sed del peregrino,
déjame que en tus pétalos abreve
— de desierto en desierto
cuelgan pasos de arena
del árbol de la errancia,
de duna en duna—,
yo soy el hambre de la llama viva
—pétalos son incendio, son infierno,
son horno crematorio en donde arde inmortal
la carne de que habré de alimentarme,
pétalos son teatro de las resurrecciones—,
soy el deseo de la zarza ardiente
— de desierto en desierto
colgué mi corazón
del árbol del exilio,
de duna en duna—,
déjame que en tus pétalos abreve,
ya conocen mis labios la lengua del destierro.
IV
Ya no estás en la línea, estás inscrito
en un paisaje por venir
como un pretexto de existencia
más que como una huella de tu paso.
Apenas queda llama sobre llama,
unas brasas de letras ilegibles
de tu carnet de identidad hechas cenizas.
Tú ya no tienes nombre, amor.
No sé cómo llamarte.
Adónde.
V
Me paró la serpiente en medio del camino.
Tu nombre, me ofrecía, la llave al otro lado
de este río, esta noche, este dolor:
El nombre es el reverso de la muerte,
dijo, la cara oculta de la caducidad.
¡Me vendí al diablo
por cuatro promesas al aire!
Ahora estás al alcance de mi boca,
dije dando un mordisco a la manzana.
Y después no hubo nada. O hubo tanto.
VI
¿Ya no me reconoces?
No me llames amor, llámame sombra,
dime espejismo.
Soy la mujer de tierra,
soy la mujer sin tierra,
el ave pasajera que no cuelga su nido,
los horizontes del deseo
una estrella fugaz que reescribe la historia,
los horizontes del deseo,
lo vagabundo.
Yo, la viajera
—la extranjera me dicen donde vaya—,
soy aquella que corre
tras el amado muerto en flor
como corren las otras viudas
por las arquitecturas de la ausencia
cuando buscando al hombre
—escultura de arena en las playas del aire—
suben calvarios
y en su lugar encuentran
sangre de dios
y un nombre.
*Los poemas pertenecen a su poemario ’Mala estrella’.
VII
El vendedor de vida
me ofrecía tu sangre en una taza de té.
Al apurar tu nombre
—dije tomando un sorbo ceremoniosamente—,
estallan en mi pecho las bodas de la sangre
—mira mi nombre hecho tu nombre,
mira dos corazones hechos un corazón—
y aletea en mis venas tu latido.*
Sobre los mostradores del lenguaje
extendía la noche tu carne imaginaria
que parten y reparten cuchillos de teatro
en letras, letras, letras… ¡Tú eras todas las letras
en los abecedarios del amor!
Y cuando al fin tu nombre deletreo
—A-m-o-r, A-m-o-r, A-m-o-r, conjuro—
floreces en mis días y en mis páginas
y yo atrapo el milagro
al vuelo.
mientras te me comulgo, amor, te me comulgo.
Suenan en la campana voces de anunciación.
Y entonces llegas tú aunque no tú.
O te inventa el poema.
* Latido es la promesa de días venideros.
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