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Antón Castro

DOS POEMAS DE ELENA PALLARÉS

TIEMPO SIN CORAZÓN

 

A Helena Santolaya

 

Y la muerte de blanco soltará sus jaurías

Pere Gimferrer

 

 

 

Una clara mañana

sopló un viento del sur, no sé, del norte.

Suave corrió un aliento,

un airecillo apenas,

poco más que un suspiro

de tristeza, no sé, de gozo.

 

Vino no sé de dónde una mañana clara.

Fue revoloteando por la alcoba

hasta elegir, no sé por qué, aquel sitio

en el que te gustaba latir a contratiempo

y esa brisa ligera

que enloqueció de amor nada más verte

—¡cómo no iba a entenderlo si me pasó lo mismo!—

tomó tu corazón de abrevadero.

 

Los cuchillos del día cayendo sobre ti

—¡qué bien sabes matar a una mujer

de pena, mala estrella!—

escribieron la historia a sangre y fuego.

Y vi tu corazón entre sus garras

pintado de amapolas

cuando el viento del norte,

no sé, del sur,

salió por la ventana

bajo forma de pájaro.

 

La sombra de su ala oscureció el paisaje

y aún le vi recorrer las lejanías

y arrojar su botín en un mañana

donde habita el miedo

mientras tú, insistente,

escucha, escucha, escucha,

te habla mi corazón y no mi boca.

 

De todas las palabras que dijiste

sólo recuerdo la palabra

adiós y el gesto de tu mano.

 

Tiempo de corazón, no sé,

tiempo sin corazón.

 

 ***

 

VENUS Y ADONIS

 

A María Jesús Lacarra y Juan Manuel Cacho

 

tú te repartes como el lenguaje espacio dios descuartizado

Octavio Paz

 

 

 

 

I

 

Fusilaron los hombres a los pájaros

y el cielo se llenó de pétalos heridos.

 

Anochece la carne de los días, dijiste,

y flotan en el aire partículas de muerte.

¡Había tanto adiós aquella noche

en nuestra alcoba!

 

Llameaba en los parques tu tristeza

—cuando llameas tú llamea el universo—,

llamada era de amor tu vuelo azul,

tus ayes y tus llamas, corazón,

mientras caías

del encendido cuerpo al nombre calcinado

como ahora caes, rebelde ángel de fuego,

sobre esta línea en que al nombrarte

arde la línea y arde el nombre.

 

De noche, sentenciabas, arden todos los nombres.

 

Hubo después unánime caída

de palabras y pájaros

indeclinables.

 

II

 

¡Tu tránsito a la rosa!

 

Igual que por la tarde se hunde el día

tras de los horizontes

para volver a renacer mañana,

en mitad del jardín de mi escritura

cada noche, amor mío, resucitas

salvado en una rosa casi muerta

de tantas muertes tuyas escritas en sus hojas

ahora color de mar de sangre o vino.

 

Y son los mismos hombres

que arriba asesinaban a los pájaros

—yo vi llenarse el cielo de picos y de alas—

los que hoy van al banquete de tu cuerpo

y se toman tu nombre en copas de mentira.

 

III

 

Yo soy la sed del peregrino,

déjame que en tus pétalos abreve

 

— de desierto en desierto

cuelgan pasos de arena

del árbol de la errancia,

de duna en duna—,

 

yo soy el hambre de la llama viva

 

—pétalos son incendio, son infierno,

son horno crematorio en donde arde inmortal

la carne de que habré de alimentarme,

pétalos son teatro de las resurrecciones—,

 

soy el deseo de la zarza ardiente

 

— de desierto en desierto

colgué mi corazón

del árbol del exilio,

de duna en duna—,

 

déjame que en tus pétalos abreve,

ya conocen mis labios la lengua del destierro.

 

IV

 

Ya no estás en la línea, estás inscrito

en un paisaje por venir

como un pretexto de existencia

más que como una huella de tu paso.

Apenas queda llama sobre llama,

unas brasas de letras ilegibles

de tu carnet de identidad hechas cenizas.

Tú ya no tienes nombre, amor.

No sé cómo llamarte.

Adónde.

 

V

 

Me paró la serpiente en medio del camino.

Tu nombre, me ofrecía, la llave al otro lado

de este río, esta noche, este dolor:

 

El nombre es el reverso de la muerte,

dijo, la cara oculta de la caducidad.

 

¡Me vendí al diablo

por cuatro promesas al aire!

 

Ahora estás al alcance de mi boca,

dije dando un mordisco a la manzana.

 

Y después no hubo nada. O hubo tanto.

 

VI

 

¿Ya no me reconoces?

No me llames amor, llámame sombra,

dime espejismo.

Soy la mujer de tierra,

soy la mujer sin tierra,

el ave pasajera que no cuelga su nido,

los horizontes del deseo

una estrella fugaz que reescribe la historia,

los horizontes del deseo,

lo vagabundo.

 

Yo, la viajera

—la extranjera me dicen donde vaya—,

soy aquella que corre

tras el amado muerto en flor

como corren las otras viudas

por las arquitecturas de la ausencia

cuando buscando al hombre

—escultura de arena en las playas del aire—

suben calvarios

y en su lugar encuentran

sangre de dios

y un nombre.

 

 

*Los poemas pertenecen a su poemario ’Mala estrella’.

https://www.heraldo.es/noticias/ocio-cultura/2019/02/07/elena-pallares-canta-amor-libro-donde-palabra-vence-muerte-1291479-1361024.html

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VII

 

El vendedor de vida

me ofrecía tu sangre en una taza de té.

 

Al apurar tu nombre

—dije tomando un sorbo ceremoniosamente—,

estallan en mi pecho las bodas de la sangre

—mira mi nombre hecho tu nombre,

mira dos corazones hechos un corazón—

y aletea en mis venas tu latido.*

 

Sobre los mostradores del lenguaje

extendía la noche tu carne imaginaria

que parten y reparten cuchillos de teatro

en letras, letras, letras… ¡Tú eras todas las letras

en los abecedarios del amor!

 

Y cuando al fin tu nombre deletreo

—A-m-o-r, A-m-o-r, A-m-o-r, conjuro—

floreces en mis días y en mis páginas

y yo atrapo el milagro

al vuelo.

mientras te me comulgo, amor, te me comulgo.

 

Suenan en la campana voces de anunciación.

Y entonces llegas tú aunque no tú.

O te inventa el poema.

 

 

 

* Latido es la promesa de días venideros.

 

 



 

 

 

 

 

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