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Antón Castro

Escritores

DIÁLOGO CON FERNANDO SANMARTÍN

DIÁLOGO CON FERNANDO SANMARTÍN

Fernando Sanmartín (Zaragoza, 1959) tiene alma de calígrafo y posee la tranquilidad del lanzador de cometas. Sus libros son como pequeños acontecimientos: vive mucho, interioriza emociones y lecturas, y publica. Sus novelas, sus poemas, sus viajes. El viaje, para él, es el principio de todo. También de ‘Días en Nueva York y otras noches’, que publica el editor Javier Castro Flórez en su sello Newcastle Ediciones. El libro lo presenta el viernes 1 de octubre, en el Paraninfo, en compañía del escritor y erudito José Luis Melero, a las 19.30.

Quiero escribir sobre lo que me ofrece la vida”, dice. ¿Qué le ofrece en esta larga travesía por Nueva York, Chicago, Jaca, Bruselas, Lovaina, París, Zaragoza y Jaca, de nuevo, una y otra vez? 

Viajar es conocer y conocer es comprender. Se lo escuché una vez a Javier Reverte. Me gustan las ciudades, son un gran invento. Y lo he pasado muy bien en Nueva York y París, lugares que nada tienen que ver con mi ciudad, sin duda, pero como dice José Luis Melero nos gusta tanto Zaragoza porque es aquí donde vive la mayor parte de la gente que queremos.

Anota que viajar es como tomar pastillas en un tratamiento. ¿De qué tiene que curarse o de qué debemos curarnos? 

    Tenemos que curarnos de la impostura, la pose y los disfraces. Viajar lo hace posible. Y a mí me sucede, como a mucha gente, que el viaje da una buena versión de quién soy.

¿Un libro de viajes es también un diario de pequeños y grandes accidentes y a la vez de la vida íntima? 

    Por supuesto que sí. Es un diario porque yo concibo la escritura como un espejo de la vida, y en ese concepto la intimidad, la observación y el autorretrato dan soporte a la escritura.

Escribir es una forma de mirar a los otros, añade. En su caso, ¿cuáles son las cosas, los personajes y los hechos que despiertan su interés? Pareces fijarse en lo extravagante o descubrir que vivir es una forma de extrañeza.  

    Me interesa lo cotidiano en los lugares a los que voy. Y las personas. Por eso tiene protagonismo en las páginas de mi libro la recepcionista de un hotel de Chicago, una muchacha de Jalisco que al ver mi pasaporte me contó que un día vino a Zaragoza para escuchar a Joaquín Sabina, que bebió vino y cogió un colocón. O el casero del estudio que alquilé en Nueva York, que me decía que cuando no trabaja hace músculo en el gimnasio y acude a clases de rumba.

¿En qué se parecen y se diferencian Chicago y Nueva York? 

    Son dos ciudades a las que el agua, el lago Míchigan en la primera, les da una personalidad singular. Son muy diferentes. Nueva York es la metrópolis por excelencia. Y su energía, su vitalidad, te desborda, no da respiro, como también te desborda la desigualdad social que hay en ella.

    ¿Qué puede hacer en Nueva York que no podría hacer en otro lugar del mundo? 

    Caminar por el puente de Brooklin y después tomarme una pizza en Grimaldi’s, que está debajo del puente, un restaurante al que iba Frank Sinatra, aquel cantante que decía “yo no vendo voz, sino que vendo estilo”.



¿Es el viajero, esencialmente, un solitario? Resulta conmovedora esa cita/frase de Dylan Thomas a su chica: “Te amo pero estoy solo”. 

Lo de Dylan Thomas es memorable. Su primera mujer, Caitlin MacNamara, dijo: “Lo nuestro no fue solo una historia de amor, fue también una historia de alcohol. Y a Liz Reitell, secretaria de un centro de poesía en la calle 92, le dijo esas cinco palabras que son descomunales: “Te amo pero estoy solo”. Ahora bien, tiene tela que sus últimas palabras fueron aquellas de “he bebido 18 whiskys seguidos y creo que es mi récord”.

Es un libro de breves autorretratos: “Soy un escritor que duda”. O “Soy frágil. Y no sigo a ningún telepredicador. Y me embarro con facilidad”. ¿Un viajero como usted también sale a buscarse? 

    Casi todos nos hemos perdido alguna vez. Y es entonces cuando pones más atención en orientarte. Eso es una búsqueda.

¿Qué le debes a Jaca y a París? 

    Son dos lugares en los que siempre he sido feliz. Pertenecen, para mí, al territorio de lo más valioso.

Una de las historias más impresionantes del libro es la de esa mujer que solo ansía estar bella, gustar en Instagram, y que muere pronto. Su marido dice una frase, no sé si terrible: “… en la vida es mejor que no haya misterios”. ¿Qué piensa el escritor? 

    Los misterios, como el agua de los balnearios, son recomendables. Y ese marido, aparte de la frase, no está a la altura de su mediocridad ni de su fracaso, ni a la altura de la mujer que tuvo a su lado.

Otro tema constante del libro es la conciencia de la escritura: las razones de la escritura, en qué consiste la literatura. “La literatura es, a veces, un balón al poste”. ¿Por qué se hace tantas veces esa pregunta, por qué ensaya tantas definiciones?¿Se queda con alguna? 

    Soy escritor y, a veces, soy un escritor pesado conmigo mismo, me repito preguntas y hasta llego a decirme: “Chico, ya está bien”. Escribir es igual que subir a un tren para que nos lleve lejos. Leer también es eso.

    La frase la escribe en el libro, y es de las más inolvidable. El libro también es una cita con muchos escritores. Dylan Thomas, Charles Simic, Kirmen Uribe, Adam Zagajewski, José María Conget, Bruce Chatwin… ¿Qué han signficado en su vida? 

    Adam Zagajewski dice que el alma se cierra a veces como un museo en un día de huelga. Decir algo así no está al alcance de cualquiera. Simic, en los artículos que publica en ‘The New York Review of Books’, transmite con su talento el placer que le produce comer un plato de espaguetis o lo que significa escribir una postal, algo que ya parece un anacronismo. Y Conget, que vivió muchos años en Nueva York, te puede contar una historia del Bronx y a continuación una vieja vivencia de Maleján o Borja, lugares de los que yo guardo días estupendos.

Por cierto, ¿se pasa miedo viajando o solo se siente curiosidad? 



    Nunca he tenido miedo. Sí recuerdo un episodio desagradable en El Cairo, de noche, con un bandido, algo que nos puede suceder en cualquier lugar.

    Recuerda al escritor Félix Romeo y anota una de las frases del libro. Al inaugurar su biblioteca, “todos llevábamos un vacío dentro de los bolsillos”. ¿Cómo podemos recordarlo en el décimo aniversario de su muerte, que es en estos días?

    Félix Romeo es imborrable. Era tremendamente generoso y permanecerá siempre en nosotros. Le cuento una cosa: le gustaba mucho el regaliz de palo y yo, si encuentro ese regaliz en los mercadillos de cualquier ciudad, sigo comprándolo para él. Nunca dejaré de hacerlo.

 

ALEJANDRO SIMÓN PARTAL HABLA DE 'LA PARCELA' (CABALLO DE TROYA)

Usted era poeta. ¿Qué he ha llevado a escribir una novela como ‘La parcela’ (Caballo de Troya)?  

La necesidad de contar esta historia que me habitaba desde hace tiempo y que solo podía ser contada desde la novela.

-Desde el punto de vista técnico y narrativo, ¿cómo se la planteó?  

No lo pensé demasiado. Simplemente necesitaba escribirla y me entregué a ese impulso. Me he dejado llevar por lo que aquí se cuenta, por lo que los personajes reclamaban. Sólo me planteé trabajar muchas horas, cada día, en un piso vació que me dejaron en el centro de Estepona.

-Ha elegido un personaje que conoce bien, y que quizá por aproximación podría parecerse a usted. ¿Nace la novela de una experiencia, del conocimiento de una zona del país, de la necesidad de crear una aventura posible?  

Cualquier ficción nace de la experiencia propia más profunda, y casi toda autobiografía tiene más ficción que verosimilitud. La novela nace de todo eso, pero sobre todo quería contar una historia de amor y adentrarme en las limitaciones y abundancias del ser humano. Mejor sentir que definir.

-¿Qué puede suceder en clase y por qué es tan importante Montaigne?  

El aula es un espacio sagrado. Si hay entendimiento, generosidad y consideración, puede ser el lugar más decisivo de la vida. El problema es que los profesores, ensimismados con nuestra carrera, solemos enseñar a competir y no tanto a mirar. En el aula ampliamos nuestra intimidad, tanto los alumnos como los docentes. Y las lecciones de Montaigne nos ayudan a recordarlo. En sus ‘Ensayos’ están las nociones más elementales de libertad e igualdad, que siguen siendo más modernas que muchos tratados de nuestros días.

-El libro es una historia de amor, una historia de amor desigual y en condiciones difíciles. ¿Por qué ha querido que ambos protagonistas estuvieran en dificultades, en pleno desgarro?  

Por honestidad con el amor en sí, que provoca tanto entusiasmo como desgarro o frustración, y eso lo veo en la gente que me rodea y en mí. El error más común es no entender el desamor como parte del amor, así como no entender la muerte como parte de la vida. Hace falta mucho trabajo para asimilar esa evidencia. El amor es nuestra mayor ocupación vital, a la que inevitablemente sigue la preocupación. Creo que esos extremos están reconciliados en la novela.

¿Es una novela social, política o, ante todo, una novela de personajes?  

No me parece que sea social, aunque lógicamente la historia gira en torno a un conflicto social como la crisis humanitaria que vivimos en Europa a finales del año 2015. Tampoco me gustaría que se entendiera como una novela política. La política es una etiqueta muy recurrente cuando no hay nada que decir. Defendería el libro como un libro de vida, que recorre casi todas las catarsis humanas y físicas, pero que aspira a una luz apaciguadora, lejos del fogonazo.

¿En qué medida también ha querido hacer una exaltación de la tolerancia y de la comunicación?

Esa exaltación no ha sido premeditada. Sí que creo que hay una denuncia velada de un modo de vida, de unas rigidices morales, que nos llevan a la insatisfacción perpetua.

La novela también es una indagación en la memoria familiar y en la enfermedad.

La familia es un tema inagotable y precioso. Quizá sea el gran tema de la literatura sin necesidad de estar escrito en ningún libro. Y la enfermedad es un asunto que me toca en mi mismo centro y del que no he podido dejar de escribir en los últimos años. Los enfermos son los elegidos de Dios, y todos queremos ocupar esa verdad, por mucho que duela o por mucho que descreamos.

¿Qué importancia, en estos tiempos difíciles, tiene el humor?  

Es fundamental pero no puede ser una decisión. Me suele caer mal la gente que reivindica el humor, también algunos humoristas que lo defienden como forma de comunicación cuando muchas veces solo linda con la estupidez y el desprecio. Me llena el humor que provoca amparo y alegría, y no el que supone oportunidad.

La parcela’, el mismo título, alude a la Jungla, el campo de refugiados, el lugar del origen y también a esa parcela de los afectos, de la intimidad. ¿Cómo y por qué se impuso ese título?  

Por su precisión y por lo que representa para mí. El título es de las primeras cosas que tuve claras. La parcela representa todo eso que usted apunta, además de ese espacio de nuestro centro más hondo donde acumulamos secretos, y el secreto nos humaniza, nos impone humildad. El escritor John Updike, que ha sido un referente, dijo en una entrevista que las buenas novelas tienen que tener secretos. Entiendo que la vida también debe tenerlos, secretos que no conozcan perversidad, sino que labren cobijo, porque ahí reside el misterio del ser humano, y lo que hacemos al escribir en rondar a ese misterio para al final crear más misterio.

Me ha parecido que el libro tiene diversas impugnaciones a los estados y a la enseñanza. ¿Es un libro contra alguien, es a favor de alguien?  

Es un libro a favor del amor radical y en contra de las demás estafas.

¿Qué le debe esta novela a tu condición de poeta, diría?

Mucho. Entiendo la poesía como una forma de estar en el mundo y no tanto como literatura. De hecho Juan Ramón Jiménez, nuestro poeta de una vez, no la consideraba literatura. La poesía está más cercana a la geografía o a la música, por ejemplo. Y esa manera de estar en el mundo me ha posibilitado contar esta historia.

¿Se escribió alguna parte de la narración en Etopia, donde ha investigado y ha vivido?

 

No, pero sí la dejé reposar, la pensé en los paseos por la Almozara, por ejemplo, que es tan importante como escribirla. Durante mis meses como residente en Etopia trabajé mucho y, a la vez, viví la ciudad con toda la intensidad que merece. Fue un tiempo decisivo para mí que no olvidaré. Allí continúan mis mejores amigos con los que sigo colaborando y aprendiendo. Allí asoma el futuro.

 

 

RAMÓN ROZAS: DE 'EL CAZADOR DE ÁNGELES'

Ramón Rozas, escritor y periodista de 'Diario de Pontevedra', sube a su web su generosa lectura de mi libro 'El cazador de ángeles' (Olifante), el poemario en verso y prosa que salió el pasado abril.

https://ramonrozas.blogspot.com/2021/09/la-luz-del-faro.html?fbclid=IwAR1WNiM7a6mi7M9pOC1J34Xbck1LLBu2eLdMMmA9Nj_F3ZeQeY5GqoIFkBw

EL VERANO Y SUS PASIONES / 15. FERRER LERÍN

EL VERANO Y SUS PASIONES / 15. FRANCISCO FERRER LERÍN

Ferrer Lerín: "No soy de conciertos, no soy de multitudes; la música necesito disfrutarla en soledad"

El escritor, filólogo y especialista en aves carroñeras desmitifica algunos rituales del verano

Ferrer Lerín en una foto insólita: el autor de 'Níquel' sonríe.Ferrer Lerín en una foto insólita: el autor de 'Níquel' sonríe.Archivo Ferrer Lerín.

Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942; lleva más de 30 años viviendo y escribiendo en Jaca), escritor, filólogo y especialista en aves carroñeras, gran jugador de póquer en su juventud, es una de las voces más personales de la literatura española. Maestro y compañero de los 'novísimos', es autor de numerosos poemarios, libros de relatos, bestiarios y de novelas, tal 'Familias como la mía', publicada por Tusquets. También es el teórico del arte casual, del que ha teorizado y realizado exposiciones. Ha sido en tres ocasiones, jurado del Premio Formentor, que este año se entregará a César Aira en Túnez. A propósito de la poesía, quizá su gran pasión literaria, ha dicho: "La poesía es, para mí, una reescritura. Una reescritura de lo normal, de la normalidad, ese estado carente de imaginación, de creatividad. La poesía es una reescritura de la estética imperante. La poesía es una reescritura del orden. Quizá la poesía podría definirse como eso, como una alteración del orden, o quizá, mejor, como una exaltación del ritmo, del ritmo responsable del fogonazo poético, de la transformación del significado y del comportamiento de las palabras". Aquí cuenta sus veranos, el veraneo y su propia biografía.

1. ¿Cómo será su verano tras la pandemia? ¿Tiene muchos viajes aplazados?

La pandemia no se ha ido, sigue entre nosotros con un atuendo menos siniestro al dirigirse ahora a un sector, la adolescencia, tradicionalmente considerado como menos proclive al descalabro total, y , por otra parte, aparecer como más respetuosa con los ancianos, a los que no empuja con violencia y celeridad a la fosa. El verano será, para mí, un verano más, un verano rutinario, a la espera de los desplazamientos propios de otoño, en este caso ya a comienzos de octubre a Madrid, a presentar un par de libros, y a Túnez para la entrega del Premio Formentor del que soy miembro del jurado; este año ha recaído en César Aira.

2. ¿Qué significa el verano para usted?

El verano es la estación deplorable en la que la miseria humana aflora con mayor virulencia, la miseria de los cuerpos no aptos para la exhibición y que se nos muestran a todas horas y en todas las situaciones. El verano es la estación del año en que mi reclusión es aún más severa; cierro a cal y canto puertas y ventanas para que no penetren dichos cuerpos tumefactos, esos muertos vivientes, y sus horrísonos sonidos.

3. ¿Dónde veranea? ¿Es de playa, de montaña, de ciudad o de pueblo?

Veraneé con intensidad durante mi infancia y adolescencia barcelonesas. Auténticos veraneos de tres meses en la casa estival, ese modelo de edificio grande y un tanto destartalado denominado 'torre', situado, en el caso de mi familia, en una población, llamada entonces Sardañola, en la que aun era posible rastrear la huella de la guerra civil; recuerdo, en el inmenso jardín, las ruinas de un cobertizo que alguien usaría como cochiquera y en el que, con mis primos, desenterramos un fusil en buen uso, un naranjero. Hoy, el veraneo, ya no tiene sentido, los desplazamientos son calamitosos y la estancia en la playa, constituye la mayor de las torturas al ser pisoteado y rebozado de arena de modo inmisericorde y constante por la turba irredenta de niños y otros salvajes. Además, es difícil mejorar los registros térmicos de Jaca y de sus estupendos enclaves, tan próximos y solitarios. Aunque es evidente que la mejor solución para esos meses catastróficos es permanecer inmóvil.

4. ¿Qué dicen o qué cantan los pájaros en verano?

En verano, el calor deja mudas a las aves, ya cumplido en primavera el ciclo reproductor, aunque siempre hay excepciones en especies que realizan más de una puesta o en las parejas en que esta se ha malogrado por algún percance meteorológico.

Ferrer Lerín, en Alicante, en 1966.
Ferrer Lerín, en Alicante, en 1966.Archivo Ferrer Lerín.

5. ¿Cuál ha sido el viaje de verano de su vida?

Nunca he realizado grandes viajes en verano, soy un tipo burgués que abomino de las incomodidades que otorgan el calor y las muchedumbres. Quizá estirando el término podría considerar como viaje el que realicé en mi moto, una Ossa 150, llevando de paquete a mi amigo Josemari Sabater, desde nuestro lugar de veraneo a otro algo alejado, Gelida, famoso años después por el rodaje del filme de Jaime Camino ‘Las largas vacaciones del 36’, para ‘ver’ a mi entonces novia, la suculenta Mary; tan suculenta que en el viaje de regreso se me nubló la vista en una curva y moto Ossa 150, Josemari Sabater y quien contesta a su cuestionario, rodaron barranco abajo lo que supuso no regresar a nuestro domicilio hasta la mañana del día siguiente con el lógico desespero de nuestra familias.

6. El verano está asociado a la infancia y a la adolescencia. Ritos de paso, revelaciones, amores. ¿Hay algo especial para recordar?

El veraneo, que no el verano, está asociado a la ejemplarización de lo leído en invierno, a la constatación de que aquellos maravillosos reptiles y anfibios de los libros de Historia Natural de la biblioteca de mi padre no eran entelequias. Un terrario de notables proporciones y buena ergonomía, encargado a un perplejo carpintero y colocado a la sombra de uno de los ciruelos que flanqueban la terraza de la parte posterior de la casa, permitió que aprendiera el comportamiento de lagartijas, luciones, culebras y sapos. Ese fue el activo principal de aquellos meses de calor y avispas.

7. ¿Qué lugar ocupa el verano en su obra y en sus fantasías?

Cierta literatura intimista, impostada y femenina, la de Ana María Matute, ‘Primera memoria’, por ejemplo, recreando la infancia y la ruralidad desde la óptica urbana, pudo servir de sustrato para la construcción de la mía propia, pero sin la existencia de la presencia directa del mundo natural que aportaba el verano y que obraba de eficaz correlato a mis ensoñaciones, nunca hubiera supuesto el motor de arranque de mis textos, alimentados, claro está, por una pasión entregada a los poemas de Saint-John Perse y a la hipérbole viajera de Camilo José Cela.

"Carezco de espíritu obrerista, quiero decir que para mí todos los días son iguales, no reclamo vacaciones, horas extras y jubilaciones, leo, escribo y salgo al campo a observar aves de modo profesional"

8. ¿Qué tipo de lecturas, u otras actividades, realiza estos días? ¿Hay un libro que encarne para usted el espíritu del verano?

Carezco de espíritu obrerista, quiero decir que para mí todos los días son iguales, no reclamo vacaciones, horas extras y jubilaciones, leo, escribo y salgo al campo a observar aves de modo profesional e incluso agotador a lo largo de todo el año desde que decidí olvidar otros oficios; los libros que atiendo son los que me aconsejan mis asesores y si, en este momento, he de destacar uno, recomendaría ‘El derrumbamiento’, de la uruguaya Armonía Somers (1914-1994), [Ediciones Contrabando], una prodigiosa poliantea de relatos entre los que sobresale el inicial, una delirante y rítmica ópera sacrílega que da título al volumen.

Ferrer Lerín con sus amigos:  Jacobo Cortines, Azúa, Javier Fernández de Castro, Ferrer Lerín y Alberto González Troyano en el Monte Oroel de Jaca, 2007.
Con sus amigos: Jacobo Cortines, Azúa, Javier Fernández de Castro, Ferrer Lerín y Alberto González Troyano en el Monte Oroel de Jaca, 2007.Archivo Ferrer Lerín.

9. ¿Qué película o películas están asociadas a un verano inolvidable?

Como respuesta obvia, ‘Verano del 42’ (Robert Mulligan, 1971), y como respuesta inteligente, ‘La última película’, de Peter Bogdanovich, también de ese año, que no está asociada directamente al verano pero sí a su característica fundamental, a su condición terminal, a algo que se escapa y que nos aboca a la cruda realidad, a la pérdida de la infancia, al final de la última etapa de ensoñación.

10. ¿Cuáles serían los discos y las canciones del verano para usted?

‘Canción del verano’ suena, y pido disculpas por el ramplón chiste, a gasolineras y góndolas con casetes de El Fari y Georgie Dann. Lo siento pero no tengo canciones asimilables a los periodos anuales.

"‘Canción del verano’ suena, y pido disculpas por el ramplón chiste, a gasolineras y góndolas con casetes de El Fari y Georgie Dann. Lo siento pero no tengo canciones asimilables a los periodos anuales"

11. ¿Cuál ha sido el gran personaje de esta época del año?

Tampoco soy capaz de responder a esta pregunta, quizá es que no la he entendido bien. ¿Los que han nacido o muerto en verano, los que han hecho algo importante para la humanidad en verano, los que han acertado la bonoloto en verano?

12. ¿Internet y los móviles han hecho mejores las vacaciones? ¿Las han cambiado de alguna manera?

Internet, los móviles, toda la tecnología, la investigación, la astrofísica, la filosofía, las artes, la ciencia en general, forman parte principal de lo que podríamos catalogar como grandes avances, lo que lleva a la población a distanciarse, aunque sea lentamente, del sumidero en el que campan aún a sus anchas los fantasmas del pasado, esa corte inmunda de supersticiones, prejuicios, odios y modos de regular la convivencia, esa corte inmunda que no necesita ser pormenorizada ya que está en la mente de cualquier espíritu despierto.

13. ¿Cuáles serían los conciertos de su vida?

No soy de conciertos, no soy de multitudes; la música necesito disfrutarla en soledad, ni siquiera con el acompañamiento solemne de una buena lectura; y ahí radica la dificultad, no me queda ya tiempo para descubrir, para repetir audiciones, para cualquier estado que exija disponer de un espacio temporal considerable.

14. ¿Cuál es la más extraña o sorprendente anécdota veraniega vinculada a su profesión?

En una conversación con el escritor Félix de Azúa en el Salón de Ciento del Ayuntamiento de Jaca, con motivo de una Feria del Libro, comencé a divagar (a veces no me controlo) acerca del origen de nuestra vieja amistad y me perdí en el análisis de unas genealogías, quizá inciertas, en las que el padre de Félix era el trapero que había confeccionado y mantenía en buen estado las liebres de trapo del barcelonés canódromo Meridiana, y mi padre el veterinario que tenía a su cargo la salud de los galgos. Parece ser, expliqué, con un Azúa con los ojos como platos, que algo ocurrió entre nosotros, sin duda por la diferencia de clases sociales, y el recuerdo de aquel choque empañó posteriores encuentros, por lo que creía llegado el momento de sentar las bases definitivas de la reconciliación. A la salida, ya en la calle Mayor, se me acercó un caballero que se identificó como expresidente del Colegio de Veterinarios de no recuerdo qué región, para ofrecerme su apoyo gremial por si mis palabras no hubieran sido suficientes para restañar la herida.

15. ¿Qué significa vivir en Jaca todo el año?

No vivo en Jaca todo el año, reparto mi tiempo, cada vez más, entre el Pirineo y Andalucía. Razones climáticas pero principalmente de la órbita de los sentimientos, y cierta disminución en la capacidad de emocionarme ante los paisajes septentrionales, me llevan a esa dicotomía que mantendré mientras pueda conducir el coche sin sobresaltos, y cuando no sea así deberé elegir.

EL VERANO Y SUS PASIONES / 7. CARLOS CASTÁN

EL VERANO Y SUS PASIONES / 7. CARLOS CASTÁN

Carlos Castán: "Los mejores besos han sucedido siempre en el verano"

El autor de ’Frío de vivir’ o ’Museo de la soledad’ explica sus pasiones, recuerda algunas aventuras y revela su odio a las piscinas

Retrato de Carlos Castán.Retrato de Carlos Castán.Archivo Castán.

El escritor Carlos Castán (Barcelona, 1960; vivió muchos años en Huesca, donde dio clases) -un maestro del cuento, ahí están libros como ‘Frío de vivir’ o ‘Museo de la soledad’, entre otros, recogidos en sus relatos completos de Páginas de Espuma-, recuerda algunos de sus veranos.

1. ¿Cómo será su verano tras la pandemia? ¿Tiene muchos viajes aplazados?

En realidad, muy parecido al del año pasado. Sin grandes viajes pero con una estancia larga y remolona en el Cabo de Gata y un par de escapadas más breves a Cádiz y Cantabria.

2. ¿Qué significa el verano para usted?

Calma, siesta, mar, libros. Me siento cómodo en esa legitimación colectiva de la pereza, tan mal vista el resto del año. Y, cómo no, libertad: posibilidad de ver a gente con la que durante el invierno me relaciono sólo a distancia.

3. ¿Dónde veranea? ¿Es de playa, de montaña, de ciudad o de pueblo?

No me gusta la playa, pero sí el mar. Paso la mayor parte del verano en un pueblecito marítimo relativamente tranquilo.

4. ¿Qué le dicen las piscinas?

Directamente, las odio. Hace siglos que no piso una y espero tardar mucho en volver a hacerlo.

5. ¿Cuál ha sido el viaje de verano de su vida?

Hay varios que recuerdo con mucho cariño: uno a Asturias, en auto stop con 17 años; un circuito por Centroeuropa, una escapada improvisada de Ordesa a La Coruña por carreteras secundarias.

6. El verano está asociado a la infancia y a la adolescencia, a los ritos de paso. ¿Hay algo especial para recordar?

Claro, el verano era como un tiempo, casi un país, fuera de la vida de uno, generalmente marcada por rutinas bastante fatigosas. En el verano el azar lo recombinaba todo añadiendo además sus aromas y un cielo estrellado. Los mejores besos han sucedido siempre en esa estación.

"Lo mejor del verano era llegar, de niño, con mi hermano al pueblo de mi padre con una eternidad por delante. Esa primera noche llena de planes en la que desde la cama oía ladridos lejanos y las ovejas balando en el corral de abajo"

7. ¿Cuál es su mejor recuerdo de vacaciones?

Llegar, de niño, con mi hermano al pueblo de mi padre con una eternidad por delante. Esa primera noche llena de planes en la que desde la cama oía ladridos lejanos y las ovejas balando en el corral de abajo.

8 ¿Qué tipo de lecturas, u otras actividades, realiza estos días?

Jamás me han gustado los libros llamados ligeros o de entretenimiento. Suelo seguir con lo que tenía entre manos.

Carlos Castán en la playa, en una foto reciente.
Carlos Castán mira a través de la ventana: la observación del autor lírico.Asís G. Ayerbe.

9. ¿Qué película está asociada a un verano inolvidable?

Recuerdo muy especialmente cuando vi ‘¿Arde París?’ en un cine de verano que había en Lavapiés, ya sabes, una silla de tijera sobre el suelo de grava y afuera la ciudad, esperándonos.

10. ¿El disco o la canción o las canciones de verano?

De niño, Marisol; de más mayor, Pepa Flores. Esa es la voz por excelencia de todos mis veranos.

11. ¿Cuál ha sido el gran personaje de esta época del año?

"Recuerdo con mucho cariño los conciertos de Ramoncín a mediados de los ochenta. Y Rod Stewart en el campo del Rayo. Con todo, desde el punto de vista de la emoción, sigo pensando que no hay nada como escuchar a Sabina en Las Ventas"
Carlos Castán, en la playa.
Carlos Castán, en la playa.Archivo Castán.

Diría que mi abuela Patro en los veranos de mi infancia, en Biscarrués. Y uno de mis hermanos, con el que éramos uña y carne. Pero es que luego ha habido muchos con el devenir de la vida: compañeros de viaje, grandes amores y los personajes de todos los libros que leía.

12. ¿Internet y los móviles han hecho mejor mejores las vacaciones? ¿Las han cambiado de alguna manera?

Han cambiado un poco todo, desde luego, pero en mi caso no de una manera significativa, aunque con ellos se aminora un poco esa sensación, tan sana, de estar desaparecido para el mundo.

13. ¿Cuáles serían los conciertos de su vida?

La primera vez que pude ver a Leonard Cohen, ni más ni menos que en Binéfar. Y Bob Dylan en la plaza de toros de Huesca, magistral, inolvidable. Recuerdo con mucho cariño los de Ramoncín a mediados de los ochenta. Y Rod Stewart en el campo del Rayo. Con todo, desde el punto de vista de la emoción, sigo pensando que no hay nada como escuchar a Sabina en Las Ventas. 

14. ¿Cuál es la más extraña o sorprendente anécdota veraniega vinculada a su profesión?

Quizá cuando en Munster me reconocieron en una librería (jamás me había pasado en España) y me hicieron firmar todos los ejemplares que tenían de ‘Gern ein Rebell’, que era la versión alemana de ‘Frío de vivir’.

"En Munster me reconocieron en una librería (jamás me había pasado en España) y me hicieron firmar todos los ejemplares que tenían de ‘Gern ein Rebell’, que era la versión alemana de ‘Frío de vivir’"

15. ¿Cuál es la más bella o inverosímil aventura de sus veranos?

Recuerdo una carrera bajo un tormenta tremenda durante un campamento en el Pirineo, en bañador, por los senderos de un bosque, con la misión de cerrar las tiendas de campaña de los pequeños para que no se inundasen. El agua a cántaros sobre la piel desnuda, la velocidad, los truenos. Sigo relacionando la libertad con aquel conjunto de sensaciones.

*MAÑANA: ELISA ARGUILÉ. ILUSTRADORA.

EL VERANO Y SUS PASIONES / 4. ANA ALCOLEA

Ana Alcolea (Zaragoza, 1962) es profesora, especialista en el teatro de Antonio Gala y escritora. Debutó con ‘El medallón perdido’ en 2005 y desde entonces no ha parado, con un ritmo en ocasiones de dos y hasta tres libros al año. Uno de sus libros más redondos, pensado para un público juvenil, es ‘La noche más oscura’ (Anaya). Es autora de novelas para adultos como ‘Postales coloreadas’ (Contraseña) y ‘El brindis de Margarita’ (Harper Collins). En 2020 recibió el Premio de las Letras Aragonesas de 2019 y acaba de publicar un cuento ilustrado sobre Manuela Sancho, ilustrado por Coco Escribano. Coordina el proyecto ‘Los abrazos perdidos’ del Gobierno de Aragón.

1. ¿Cómo será su verano tras la pandemia? ¿Tiene muchos viajes aplazados?

Todavía no lo sé. La pandemia nos ha enseñado, entre otras cosas, que no se puede programar nada con demasiada antelación. Lo primero va a ser visitar el día 10 de julio el pueblo de Plenas, donde la ilustradores Coco Escribano y yo vamos a presentar el libro que ha editado la Comarca de Belchite sobre Manuela Sancho, que nació en la localidad.  También quiero ir a Monzón, donde me honraron con un monolito en su Paseo de Las Letras, que todavía no he podido ver. AsÍ que espero que sea un verano muy aragonés, después de tanto tiempo sin pisar mi tierra.

2. ¿Qué significa el verano para usted?

Cambio. Mar. Montaña. Reencuentros. Encuentros con personas que cambian tu vida sin que lleguen a sospecharlo siquiera. 

3. ¿Dónde veranea? ¿Es de playa, de montaña, de ciudad o de pueblo?

No tengo un sitio concreto para veranear. Habitualmente voy a Noruega, donde tenemos una cabaña en las montañas, pero solemos combinar ese lugar con algún viaje a otro país. El mundo es muy grande, somos curiosos y nos gusta conocer, observar y vivir otros espacios. Soy más de ciudad que de pueblo. Pero como contraste, me gustan los lugares aislados que me hacen sentir la naturaleza en estado puro. 

4. ¿Qué le dicen las piscinas?

Hace años que no voy a piscinas, solo las de algún hotel si el agua está calentita... De niña era diferente: era socia del  Stadium Venecia, y era un lugar para socializarse, para hacer deporte y para conocer chicos. Pero ahora no me gustan especialmente. No me gustan los veranos con demasiado ruido, y en las piscinas hay mucho ruido.

5. ¿Cuál ha sido el viaje de verano de su vida?

 

Me resulta difícil elegir porque he hecho viajes muy interesantes y diferentes. Pero quizás el último gran viaje que hicimos con mi padre: fue a China y caminamos juntos por la muralla, que era una ilusión que tenía él desde pequeño. Fue precioso poder hacerlo juntos.
6. El verano está asociado a la infancia y a la adolescencia. ¿Hay algo especial para recordar?

Algún que otro enamoramiento en aquellos veranos de adolescencia, desde luego: del camarero del hotel, que por supuesto se fijaba en las chicas más mayores y más guapas; del vecino de mi tía en el pueblo, alguna que otra verbena. Pero sobre todo, la primera vez que estuve en un país diferente, en el que había cosas que aquí no había, se hablaba otra lengua, se comía diferente, y había muchas flores, ardillas y  muchos bosques de avellanas. De repente, todo era distinto y me di cuenta de que el mundo era muy grande y diverso. Era yo muy pequeña, pero lo entendí enseguida.

7. ¿Cuál es su mejor recuerdo de vacaciones?

También hay muchos. Hubo años en los que mi marido y yo cruzábamos Europa desde Noruega a España o viceversa en coche. Leíamos los mapas y elegíamos lugares por sus nombres. Nunca trazábamos rutas previas. Afortunadamente no había GPS, y gracias a eso conocimos lugares bellísimos cargados de historia y de arte: Karsbad, Bled, Monpazier... Nos sentíamos libres. No teníamos prisa en llegar a destino. El viaje era lo más importante.

8 ¿Qué tipo de lecturas, u otras actividades, realiza estos días?

Leo los últimos libros de Carmen Santos, ‘Flor de Arrabal’, y de Joaquín Berges, ‘Peregrinas’, así como el último poemario de José Ramón Ayllón Guerrero, Premio Blas de Otero de 2020 y ‘Mi familia y otros animales’, de Gerald Durrell, que aún no lo había leído. 

9. Impresionante la serie ‘Los Durrell’. ¿Qué película está asociada a un verano inolvidable?

¡Creo que en los veranos inolvidables no veíamos películas! Acaso, tengo un recuerdo especial de ‘La túnica sagrada’, que la ponían en un cine en Barcelona y entramos mis padres y yo a verla para hacer tiempo antes de subirnos al barco que nos llevaba de vacaciones a Italia. Habíamos llegado a mediodía a la estación de Francia de Barcelona y hasta las siete o las ocho de la tarde no se podía embarcar, así que vimos aquella película de romanos en la que me enamoré de Richard Burton sin remedio. 

10. ¿El disco o la canción o las canciones de verano?

Claramente ‘Marguerita’ de Richard Cocciante es mi canción de verano. Del verano del 85 en Nervi, Liguria. La cantaba con un amigo que tocaba una guitarra de doce cuerdas y que conseguía que yo la pudiera cantar en mi tono. Aquel fue un verano muy especial, y siempre que vuelvo a esa región, me gusta pasear por aquel paseo marítimo en el que tantas veces canté aquella canción. 

11. ¿Cuál ha sido el gran personaje de esta época del año?

Dos mujeres muy importantes en mi vida: mi tía abuela Pilar, que vivía en Biota, y con la que pasé algún verano de infancia y de adolescencia. Una mujer libre y poco convencional, que era muy querida en el pueblo. Cuando se ponía malita, sus vecinas, maravillosas, le pasaban comida y la cuidaban porque sus sobrinas estábamos todas lejos. Mi madrina Anna, con la que pasé veranos maravillosos en Italia, y que me hizo descubrir que el mundo era grande y hermoso: ella fue mi "Grand Tour" particular. 

12. ¿Internet y los móviles han hecho mejor mejores las vacaciones? ¿Las han cambiado de alguna manera?

No sé si mejores, pero sí diferentes. Antes mi marido y yo nos íbamos a nuestras cabaña aislada en las montañas y no podíamos llamar a nadie y recibir mensajes, ni nada de eso. Estábamos en la naturaleza, y éramos una parte de ella. Ahora eso ya no es posible. A cualquier hora entra un mensaje, que puede ser interesante o cargante. A través del móvil me siento a veces invadida por el mundo que quiero dejar cuando estoy de vacaciones.

13. ¿Cuáles serían los conciertos de su vida?

No soy de conciertos multitudinarios. No lo he sido jamás. A mí los conciertos me gustan en un teatro, en un auditorio, o en un espacio amable. Recuerdo dos grandes conciertos en sendas plazas de toros: el de Franco Battiato en Huesca creo que fue en el 86. Y en el 83, el de MIkis Theodorakis en Zaragoza, interpretando con su orquesta el ‘Canto General’, de Pablo Neruda, que fue algo muy extraordinario.

14. ¿Cuál es la más extraña o sorprendente anécdota veraniega vinculada a su profesión?

Pues no sé si extraña o sorprendente, pero siempre que viajo lo hago con un cuaderno donde voy tomando notas de lo que veo, siento, pienso ante los espacios. Y muchas de esas notas se han convertido después en novelas. Por ejemplo, un visita a un faro en medio del mar en Noruega, con mi cuaderno y mi observación, culminó en la escritura de ‘La noche más oscura’, o un tapiz que compré a una señora en Guatemala me inspiró para escribir ‘El secreto del colibrí dorado’, porque yo a los espacios y a los objetos les pregunto cosas. Y los lugares y los objetos son tan generosos que me cuentan novelas...

15. ¿Cuál es la más bella o inverosímil aventura de sus veranos?

Estar remando en el lago de Bled, en Eslovenia, hacia una pequeña isla en la que hay un viejo monasterio, y que de pronto todo oscurezca porque hay un eclipse de sol, y como no veíamos las noticias, no nos habíamos enterado. Fue sobrecogedor. 

 

 

'TURIA' RECUERDA A JIMÉNEZ LOZANO

'TURIA' RECUERDA A JIMÉNEZ LOZANO

JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO, UN PREMIO CERVANTES SIN CARNET, PROTAGONIZA LA REVISTA “TURIA”

 

 

  • La revista dedica un atractivo monográfico a uno de los autores más originales y libres de las letras españolas del siglo XX.

 

  • TURIA publica, además, textos inéditos de Claudio Magris, Antonio Colinas, Gustavo Martín Garzo, Sergio del Molino y Adolfo García Ortega. Cuando se cumple poco más de un año de su muerte, la revista cultural TURIA ha querido rendir homenaje a un escritor esencial y con personalidad propia en el panorama de las letras españolas de las últimas décadas. Fue José Jiménez Lozano un Premio Cervantes sin carnet, un escritor ético con inequívocas y arraigadas convicciones, que siempre buscó la libertad y que mantuvo que la literatura es levantar la vida con palabras. De ahí que no le gustase la palabra escritor, que sentía demasiado cargada de orgullos personalistas y que prefiriera denominarse escribidor.

 

Según Guadalupe Arbona, coordinadora junto a Enrique Andrés Ruiz del atractivo monográfico que TURIA le dedica, la obra de Jiménez Lozano testimonia y da la medida de una mirada única en nuestra literatura. La de un autor que muestra “la alegría porque las cosas sean y la compasión por los dolores del mundo” y que siempre comprendió que “de la conversación sobre lo que se ve y se escucha se llega al juicio y a la escritura”.

 

A través de un cuidado dossier que contiene 150 páginas de textos inéditos, TURIA contribuye a fomentar la lectura de la obra de José Jiménez Lozano (Langa, Ávila, 1930 - Valladolid, 2020). Para conseguirlo, además de publicar diversos trabajos originales que analizan las claves de su labor intelectual y sus libros principales, la revista ofrece un fragmento de una amplia y muy reveladora entrevista inédita que tiene carácter póstumo por cuanto es fruto de las conversaciones mantenidas entre 2016 y 2018 con el periodista cultural Fernando del Val. En ella se habla del mundo de ayer desde el mundo de hoy y Jiménez Lozano muestra sus opiniones con claridad y contundencia. Así, por ejemplo, reconoce que “la posteridad es peor que la actualidad” o que “hay que aceptar con agrado, si es posible, la diferencia”.

 

Por otra parte, el monográfico de TURIA sobre José Jiménez Lozano se integra en un sumario de cerca de 500 páginas del que participan varios de los mejores autores de distintas generaciones, castellano-leoneses y/o radicados en Castilla y León. Así, un total de treinta y dos escritores vinculados a esta Comunidad Autónoma se distribuyen por las secciones de narrativa, poesía, entrevistas y crítica literaria de la revista. Su presencia permite obtener una panorámica representativa de la literatura que se escribe actualmente en Castilla y León.



TURIA es una revista de periodicidad cuatrimestral que tiene una edición en papel y otra digital (web y Facebook). Con casi 40 años de trayectoria, está publicada por el Instituto de Estudios Turolenses de la Diputación de Teruel, el Ayuntamiento de Teruel y el Gobierno de Aragón. Este número dedicado a José Jiménez Lozano sido posible gracias al apoyo de la Junta de Castilla y León. En reconocimiento a su labor, el Gobierno de España le concedió el Premio Nacional al Fomento de la Lectura.

 

UN SUMARIO REPLETO DE TEXTOS INÉDITOS Y AUTORES DE INTERÉS

 

Además del atractivo y completo monográfico dedicado a José Jiménez Lozano, el nuevo número de TURIA brinda un sumario repleto de lecturas y autores de interés. Así, las páginas de la revista se enriquecen con textos originales de importantes autores internacionales. Entre ellos, citar una primicia en español: el anticipo del libro de Claudio Magris, premio Príncipe de Asturias y uno de los grandes intelectuales europeos actuales. Bajo el título de “Tiempo curvo en Krems”, este volumen reúne cinco relatos conectados sutilmente por algunos temas compartidos: la vejez, la evocación del pasado, el tiempo que adquiere una dimensión no lineal y una sensación de desplazamiento, de extrañamiento que de un modo u otro acompaña a los personajes.

 

Otros protagonistas de la nueva entrega de TURIA son autores como Carmen Laforet, Francisco Umbral y Karmelo Iribarren, sobre cuya obra se publican artículos originales de José Teruel, Manuel Llorente y Rafael Morales Barba.



También TURIA da a conocer narraciones inéditas de Gustavo Martín Garzo, José María Conget, Sergio del Molino y Adolfo García Ortega. También, entre otros contenidos relevantes, el nuevo número de TURIA invita a leer de nuevo a Francisco Umbral, uno de los escritores y columnistas españoles más originales y populares de las últimas décadas del siglo pasado y primeros años del siglo XXI. TURIA rescata tres textos de Umbral fechados en 1968 y que titula “El dólar, la democracia y todo lo demás” y en los que ya se aprecia su inimitable y brillante estilo.



La revista ofrece igualmente a los lectores poemas inéditos de, entre otros, Antonio Colinas, Amalia Iglesias, Carlos Ortega, Yolanda Castaño, Esperanza Ortega, Miguel Casado, Verónica Aranda, Raquel Vázquez y David Refoyo.



En la sección que TURIA dedica a Pensamiento, sobresale el texto titulado “J.L. Rodríguez García, escritura y verdad”, del profesor Luis Beltrán Almería. Como se dice en el artículo, “La obra de José Luis Rodríguez García (León, 1949) fluye entre dos orillas: la filosofía y la literatura. Su más reciente ensayo, Postutopía, conecta esas dos orillas, pero también



conecta el origen de esa obra con su devenir actual. Tiene por ello cierto aire testamental, aunque se trate todavía de un testamento abierto. La obra de Rodríguez García es muy amplia. Consta de más de treinta libros y cultiva géneros literarios como la novela, el cuento, la poesía, el ensayo, el teatro y, por supuesto, el ensayo académico. También ha cultivado la pintura.

 

ENTREVISTAS EXCLUSIVAS CON ANTONIO COLINAS E IRENE VALLEJO

 

Los lectores del nuevo número de la revista TURIA, que se distribuye este mes de junio, podrán disfrutar de dos entrevistas a fondo con protagonistas inolvidables: Antonio Colinas, uno de los poetas mas carismáticos y de más sólida trayectoria de la literatura española contemporánea y con la filóloga y escritora Irene Vallejo, una de las autoras del momento debido al arrollador éxito de su libro sobre libros “El infinito en un junco”.



Fiel a la fusión entre la experiencia de vivir y la experiencia de escribir, entre poesía y vida, la obra del leonés Antonio Colinas no se podría explicar sin sus largas estancias en aquellos lugares que han marcado su trayectoria y con los que ha mantenido una relación intensa tanto a nivel personal como creativo: Córdoba, Madrid, Milán, Ibiza o Salamanca. Si tenemos en cuenta que sus primeros libros publicados datan de 1967, puede afirmarse que son casi ya 55 años de poesía vivida y vida ensoñada. Una brillante y fecunda labor que se ha extendido también a los campos del ensayo, la traducción y la crítica literaria.

 

Por su parte, la autora aragonesa Irene Vallejo ha sido capaz de obrar el milagro de convertir un libro de ensayo y de calidad indiscutible, predestinado en principio a un público lector minoritario, en un fenómeno de multitudes. Y es que hay libros que pueden cambiar una vida. Bien lo sabe Irene Vallejo, para quien la escritura y publicación en Siruela de “El infinito en un junco” ha llegado como un tsunami y revolucionado su cotidianidad como sólo suele suceder cuando el éxito arrollador viene acompañado por la sorpresa.

 

LAS PALABRAS DE UN ESCRIBIDOR ÉTICO

 

Una aproximación plural y rigurosa a la personalidad y la obra de José Jiménez Lozano es lo que realiza la revista cultural TURIA en su amplia sección monográfica denominada Cartapacio. Un conjunto de trabajos ensayísticos, que aúnan análisis y divulgación, en los que encontraremos como principal protagonista a uno de los más sugerentes autores españoles de las últimas décadas. Un escritor de enorme cultura y con opiniones propias sobre casi todo, que bien merecería seguir gozando, más allá de las modas, del favor de los buenos lectores. Porque la literatura no es un juego de clasificaciones sino algo mucho más serio, porque como él mismo escribió, “la literatura, y ella sola, puede parar la historia entera”.

 

Y es que este cristiano impaciente y en rebeldía, como podría definírsele, fue autor de miles de páginas en periódicos y revistas así como de libros fundamentales como su “Meditación española sobre la libertad religiosa”, su opúsculo “Nosotros los judíos”, en el que reivindica el origen judío de nuestro ser y cultura, o el ensayo titulado “El ateísmo”. No en vano, como subraya Guadalupe Arbona, “fruto de sus lecturas, de sus conversaciones con escritores, pensadores, teólogos y artistas europeos, americanos y orientales y en diálogo continuo con ellos fue fraguando un pensamiento propio y original, caracterizado por la libertad”. Conviene recordar, sin embargo, recordar que el género que más cultivó Jiménez Lozano fue el de la novela, aunque a veces sea difícil aglutinar bajo esa etiqueta textos muy diferentes.

 

De gran calado es el texto que Enrique Andrés Ruiz dedica en TURIA a Jiménez Lozano. En el se subraya “la coloración cultural y política que divide su obra en dos” y se pregunta si esa circunstancia “tuvo más bien un carácter reactivo a los cambios producidos en el entorno del que se vio rodeado”. También se indica a la literatura como espacio de expresión de esa autenticidad existencial –de “los adentros”, como gustaba de escribir Jiménez Lozano.

 

Considera Enrique Andrés Ruiz que ese Jiménez Lozano “cristiano en rebeldía”, autor de una primera y mejor novela, “Historia de un otoño”, ese autor de doliente y mordiente intimidad, “se convertirá en una de las más profundas y singulares personalidades intelectuales de la España contemporánea, la última, quizá, para la cual España fue una preocupación”.

 

No obstante, y como bien argumenta Enrique Andrés Ruiz en TURIA, durante sus últimos veinte años fue “un escritor extraterritorial, al menos para el sistema de contraseñas vigentes en los debates de opinión”. Y así, justo es decirlo, interpreta que “el nervio crítico y la profundidad alcanzada por la obra de José Jiménez Lozano, pongamos que de 1965 a 1990, no fueron los de después”.

 

Sobre sus logros como poeta, no cabe sino estar de acuerdo con Antonio Martínez Illán cuando escribe en TURIA que “José Jiménez Lozano nos ofrece su mirada sobre el mundo y ese ofrecimiento espolea al lector y le obliga a detener su mirada en lo aparentemente nimio, efímero, conscientes de que solo eso, que no vale a los ojos del mundo, es lo más valioso. Este es el legado de José Jiménez Lozano, su mirada sobre el mundo, su sabiduría y la conciencia de que la responsabilidad última del escritor es escribir bien y esto se juega en la verdad de las palabras, desnudas luchando por levantar la niebla del mundo, sin más certeza que la del intento una y mil veces repetido de nombrar el mundo. Vivió siempre fiel a la incertidumbre que conlleva toda escritura verdadera”.

 

La profesora Guadalupe Arbona y el escritor Enrique Andrés Ruiz, dos de los mayores estudiosos de su obra, han coordinado este magnífico y completo monográfico sobre José Jiménez Lozano. También participan con artículos inéditos autores y especialistas como Alfonso Armada (“¡Y lo arquitectas!. Pepe Jiménez Lozano en tres o cuatro brochazos con pincel fino”), Julia Escobar (“Los adentros de José Jiménez Lozano”), José Ramón González (“Resignificación de Castilla: en torno a la ‘Guía espiritual de Castilla’ de José Jiménez Lozano”), Antonio Martínez Illán (De cómo envejece el humus: José Jiménez Lozano poeta”), J.Á. González Sáinz (“La patita del clérigo –vivir con el diferente-“), Fermín Herrero (“Palabra de escribidor”), Juan Andrés García Román (“Una batalla en un tendedero – A propósito de un prólogo-), José Bernardo San Juan (“Jiménez Lozano o el tortuoso camino de la fe”), Raúl Asencio Navarro (“Liber Scriptus, un libro contra la historia”), Eva Aladro Vico (José Jiménez Lozano: llevando la poesía pura española a los pies del siglo XXI”), Rocío Solís (“Las huellas de Port-Royal en la biografía de José Jiménez Lozano”). Además, se publica la entrevista inédita realizada por Fernando del Val: “José Jiménez Lozano: nadie te debe un premio”. Cierra el Cartapacio, una completa “Biocronología” elaborada por Guadalupe Arbona y Antonio Martínez Illán.

 

LA GUIRNALDA DE JULIA”, POEMAS INÉDITOS DE JIMÉNEZ LOZANO

 

Destaca especialmente que TURIA publique un conjunto de poemas inéditos del propio José Jiménez Lozano que pertenecen a un libro manuscrito e ilustrado titulado “La guirnalda de Julia”. El autor consideró esta obra un boceto de una historia de ambiente nórdico y protestante. Los

 

 

protagonistas son la muchacha Sollitya y su novio Gunnar Bensi, un joven pastor kierkegaardiano. A este le llaman para que predique en una aldea del norte. Bensi pronuncia una serie de sermones a los muertos, mientras Sollitya hace una guirnalda: una cuidadosa enumeración de flores que ordena según su floración de enero a diciembre, e imagina sermones sobre mujeres bíblicas. En el texto se alterna el griego, el latín, el francés, el español y los nombres del norte.

 

De esta obra dijo el autor: “son notas para una narración en ese ambiente nórdico y protestante, nombres de personas y de pagos incluso y algún esquema, y no es que la sirva para nada, sino que la informa de que hubo un tiempo en que me interesó  -y me interesan, mucho, estos pensares y vivires-, pero claro está que, como diría Santayana, uno está cautivo de la claridad católica y papista”.

 

Estos poemas se publican en TURIA gracias a la gentileza de los herederos de José Jiménez Lozano. En su transcripción han trabajado Raúl Asencio y Guadalupe Arbona, a la que el escritor regaló el libro en 2012.

 

 

NADIE TE DEBE UN PREMIO”, UNA CONVERSACIÓN REVELADORA Y DESCONOCIDA

 

Un contenido clave de este monográfico de TURIA es el extenso e ilustrativo fragmento que se publica de las conversaciones mantenidas José Jiménez Lozano y Fernando del Val. Llevado a cabo entre 2016 y 2018, ese diálogo iba a constituir un libro y son declaraciones que, leídas hoy, resultan muy reveladoras del pensamiento último de quien “hablaba como escribía, con la punta fina del alma”.

 

Entre otras argumentaciones, en la entrevista Jiménez Lozano afirma que “lo que hay que defender es que nadie obligue ni prohíba”. También considera que “las culturas pasadas fueron más libres que la actual” o que “el medievo fue más armónico de lo que se nos quiere hacer creer”.

 

Sobre los problemas de la educación actual se muestra concluyente: “el profesor es un payaso y la educación no existe” o “sólo puedo achacar que estemos como estamos a la liquidación de la educación”.

 

 

Sobre sus gustos literarios, defiende la concesión del premio Nobel a Svetlana Aleksiévich (“es formidable”) y a Bob Dylan y asegura que “Delibes ha escrito mejor que la mitad de premiados con el Nobel en las dos últimas décadas”.

 

TURIA” REIVINDICA A MIGUEL LABORDETA EN CENTENARIO DE SU NACIMIENTO

Con rigor, capacidad de análisis y divulgativa, así como con un evidente compromiso en la necesaria tarea de fomentar la lectura de Miguel Labordeta, la revista TURIA contribuye a la celebración de la efemérides del centenario del nacimiento (16 de julio de 1921 – 1 de agosto de 1969) del poeta aragonés con un excelente artículo reivindicativo que ratifica la validez e interés actual de su trabajo creativo.

 

 

 

Alfredo Saldaña y Antonio Pérez Lasheras, expertos conocedores de la obra literaria de Miguel Labordeta, tienen muy claro los muchos méritos de “una poesía radicalmente desarraigada de sus propias circunstancias coyunturales de escritura, aunque nunca se desentendiera de ellas. Sine die, sin fecha, sin día, sin plazo, sin tiempo ni lugar marcados, esas podrían ser las coordenadas de una poesía que podría haberse escrito hoy, una poesía que, antes que dar prueba de una determinada realidad o testimonio de un tiempo y un espacio concretos, emerge y nos interpela como evidencia o augurio de la posibilidad”.

 

Resulta controvertido e injusto comprobar que, si bien Miguel Labordeta ha continuado siendo objeto de atención editorial durante los años transcurridos desde su muerte, su escritura “no acaba de formar parte del canon poético español contemporáneo, que no termina de cuajar como una obra de valor y de referencia de dicho canon”.

 

Por otra parte, TURIA avanza el contenido del nuevo y definitivo libro sobre la batalla de Teruel que ha elaborado Alfonso Casas Ologaray. Tras décadas de estudio sobre los diversos episodios ocurridos en torno a la guerra civil en nuestra provincia, ahora verá la luz una obra que culmina años de investigación y análisis de lo sucedido en el invierno del año 1937, cuando el nombre de Teruel ocupó las portadas de los periódicos de todo el mundo.

Estos dos trabajos citados se integran, respectivamente, en las secciones “Sobre Aragón” y “Cuadernos Turolenses” de la revista.

 

Completan el sumario de TURIA, las secciones “La isla” (que contiene fragmentos del diario de Raúl Carlos Maícas ilustrados por Isidro Ferrer) y “La Torre de Babel” (una cuidada y amplia sección de crítica de libros, en la que se analizan las más interesantes novedades editoriales en el ámbito de la narrativa, el ensayo y la poesía).


ILUSTRACIONES DE CRISTINA HUARTE

 

Una serie de once obras inéditas de la artista Cristina Huarte (Zaragoza, 1988) se encargan de enriquecer gráficamente el nuevo número de TURIA. Licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Salamanca en 2011, está considerada una de las artistas aragonesas de mayor interés y proyección de nuestros días. Resulta, por tanto evidente que nadie mejor que ella para vincular a nivel artístico Aragón y Castilla y León. Posee una brillante trayectoria creativa, premiada en 2019 por “Heraldo de Aragón” y ha realizado estancias en Berlín y Perú. Entre 2015 y 2018 obtuvo una beca de producción artística del Gobierno de Aragón.

UN FRAGMENTO DE LA ENTREVISTA INÉDITA A JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO

 

Entre los muchos tesoros literarios que contiene el monográfico de TURIA sobre José Jiménez Lozano, sobresale un fragmento de las conversaciones mantenidas entre dicho autor y el periodista Fernando del Val entre 2016 y 2018. El propósito era elaborar un libro que hablase del mundo de ayer desde el mundo de hoy. Eran siempre encuentros que discurrían en Alcazarén, Valladolid, “a la hora de costumbre”, las cinco de la tarde; indistintamente en invierno y en verano.

 

 

Tres horas sin descanso que finalizaban con un paseo. A continuación, ofrecemos una pequeña pero significativa muestra de esas conversaciones que TURIA reproduce:

 

 

EN EL MUNDO MODERNO NO SABEMOS LO QUE ES LA LIBERTAD”

 

- El islam no tiene que ver con el terrorismo, pero el terrorismo que está habiendo es de origen islámico, hay mucho escrito. Repasando El mudejarillo, encontré el término salamilla. Fui a su significado concreto y di con un artículo suyo de 2002 en el que defendía el derecho de las mujeres a llevar velo.

 

- En el mundo moderno no sabemos lo que es la libertad. Decían Chateaubriand y Dostoievksi que la libertad es cosa de aristócratas.

 

- Y Nietzsche, me suena.

 

- Puede ser. También se ha dicho que el ateísmo es aristocrático, pero eso viene de Robespierre. Pues no. La libertad no tiene que ver con la clase, es una cosa de vida antigua. Puede que la igualdad sea de demócratas, pero la libertad no es de aristócratas. La salamilla no es más que un velo, el mantón célebre de toda la cuenca mediterránea. ¿Y por qué la salamilla? Primero, porque el valor erótico, hablando claro, era la blancura. Fueron los americanos los que trajeron el moreno como signo de riqueza -o sea, de estar todo el día al sol-. Nadie dio importancia a la salamilla. Es más: hay una disposición del alcalde de Arévalo -le hablo de tiempos de don Juan II-, en la que éste avisa de que llega el calor, va a ser mayo y, respaldado por el imán, pide que nadie tenga escrúpulos en quitarse el velo. No es verdad que sea una imposición religiosa, es una costumbre del que vive en el campo. En Marruecos, la salamilla continúa en las zonas rurales, no en la ciudad. Son los europeos los que le dan importancia a esta prenda y hablan del dominio sobre las mujeres.

 

- Concediendo que pueda haber uso político, ¿no algo de sumisión?

 

- Si sumisión igual hay. ¿Y qué? De la mujer insumisa no hablamos. Que puede serlo y llevar velo. La cosa es no ser sumiso. Tampoco un hombre debe serlo con otro hombre. Está de moda hablar del velo y de los delitos de odio. Que no me vengan con ésas, por favor. ¿Cómo yo puedo evitar odiar una cosa? Y cómo, por odiar, voy a cometer un delito. Si es…

 

- … ¿humano?

 

- ¡Humano de primer orden! Tengo que odiar cosas.

 

- ¿Igual que amar, odiar?

 

- Pues claro. En el momento en el que apartamos la racionalidad, queda un mundo distorsionado.



 

DIÁLOGO CON ANTONIO ITURBE SOBRE 'LA PLAYA INFINITA'

DIÁLOGO CON ANTONIO ITURBE SOBRE 'LA PLAYA INFINITA'

Acabas de publicar 'La playa infinita' (Seix Barral). ¿Por qué se escriben novelas?

Para fijar el momento que se va a ir entre los dedos en un papel, igual que se prenden con un alfiler mariposas muertas sobre un corcho. Sabemos que parar el tiempo sobre una hoja es una tentativa condenada al fracaso, pero intentarlo nos llena de esperanza.

Dice un personaje que… Es cuando publicas, que dejas de ser escritor

Porque escribir es un acto íntimo, es solo escribir. La industria, que viene muy bien para pagar en la caja del supermercado y a la que estoy muy agradecido, es otra cosa.

-Venías de dos libros sobre otros: La Bibliotecaria de Auschwitz y Antoine de Saint-Exupery. ¿Por qué una novela que rastrea tu infancia y juventud y la huella de tus padres?

Surgió así. La literatura para mí no es un acto planificado. Así ha sido siempre.

-Creo que al principio esta era una novela sobre tu padre, camarero en la Barceloneta. ¿El protagonista, Iturbe, también podría ser un alter ego de él?

LA VERDAD ES QUE NO ME PLANTEÉ NUNCA QUE FUERA UN LIBRO SOBRE MI PADRE. Es una historia sobre la posibilidad del retorno a ese refugio mental que es el lugar donde crecimos, hicimos los primeros amigos, nos enamoramos y lloramos por primera vez. La figura de mi padre joven se cruzó porque forma parte de ese tiempo.

 -¿Qué te ha contado tu madre, de Casetas, de su emigración, del traslado a Barcelona? ¿Fue gozoso, traumático, se supera alguna vez?

Mis padres montaron un bar en Casetas, el Bar Español, y el negocio fue mal. Mi padre, que era camarero, se quedó sin trabajo y vino a Barcelona para tomar el ferry y hacer la temporada en Mallorca, pero encontró empleo en un restaurante de la Barceloneta. Y nos vinimos mi madre, mi hermano, mi abuelo y yo, a un pisito minúsculo, un quinto sin ascensor. No fue fácil, pero trabajando mucho mis padres, nos fuimos situando mejor, sin dejar nunca de ser una familia obrera.

-La novela tiene muchos registros: uno, casi genérico, es la memoria del mar y de los pescadores…

La Barceloneta es el barrio portuario de Barcelona que nació extramuros de la ciudad. Unas calles de pescadores y operarios del puerto con sus propios códigos.

 -Otro el histórico. ¿Qué significaron para Barcelona personajes como Cervantes, Albert Einstein o Carmen Amaya?

Todos ellos, tan distintos y de procedencias tan distantes muestran que Barcelona fue siempre una playa a la que el viento traía gente de todas partes, un lugar que acogía todas las voces. Barcelona es de todos los que han pisado alguna vez La Ramblas, no es de nadie.

 -Otro registro es el de espacio físico y sentimental del crecimiento. ¿Qué te ha dado a ti la Barceloneta, cómo te ha construido?

Aprendí a respetar ciertos códigos. En la Barceloneta cuando venía una autoridad preguntando algo, allí nadie había visto nada y nadie había oído nada. Existía una ley propia. Había muchos mangantes, pero nunca robaban a la gente del barrio, eso era sagrado. 

-Naciste en Casetas. Que también es un barrio. Dices: “El barrio es el mundo”. ¿En qué sentido?

Casetas también vive lejos de Zaragoza, física y mentalmente; en eso es muy parecido a la Barceloneta. En Casetas todo el mundo dice: “voy a Zaragoza”. Igual que en la Barceloneta una o dos veces al año, mi madre nos decía “vamos a Barcelona”, cuando había que ir a un médico de pago. Son universos en sí mimos donde está todo el abanico de fuerzas, las del bien y las del mal, y donde la lejanía de los despachos de la ciudad hace que la gente se organice a su manera.

-¿Qué le debe esta novela a Juan Marsé?

A Marsé muchos lectores le debemos mucho. Nos enseñó que la melancolía no tiene por qué ser ñoña.

 -El libro, en muchas de sus páginas, es la búsqueda de un compañero de la infancia y la historia de un gran amor soñado: Silvia Minerva. ¿Qué lugar ocupan en nuestra vida y en nuestra memoria el primer amor?

Con los años yo me he vuelto más mezquino, más materialista y más cabrón. Esos primeros amores no consumados y no consumidos son un pequeño depósito de reserva de inocencia. 

-Sin ahondar en ello, reflexionas sobre el independentismo. Y vienes a decir que todas las banderas son una forma de odio...

Lo son. Una bandera nos dice que hay un “nosotros” (los de la bandera), y eso implica que hay un “ellos” (los que no son de la bandera). Y ese abismo de soberbia que trazamos entre nosotros y ellos, como si las personas no fuésemos todas tan fallidas en todas partes, solo trae dolor.

 -¿Cómo vive un aragonés en Cataluña? ¿Qué errores cometemos los que somos críticos con el nacionalismo catalán, hay algo que no entendemos?

Ese es el problema: que se quiere entender. El nacionalismo -el catalán, el español, el alemán, el rumano…- no tiene nada que ver con la razón. Es algo más atávico, más cercano a la religión. El nacionalista cree en su patria en un acto de fe, como el que cree en Dios o Alá. Nadie los ha visto, pero se cree en ellos sin resquicio de duda. Nadie ha visto nunca una patria, si te subes a un avión y observas, abajo verás montañas y ríos, pero no patrias. Sin embargo, la gente está dispuesta a matar por esa ficción. A mí me parece incomprensible, pero es así.

 

 

-En la contraportada, se recuerda que tu novela ‘La bibliotecaria de Auschwitz’ se ha traducido a más de 30 lenguas. Ahora se publica en Estados Unidos. ¿Eso da vértigo, te deja dormir por la noche o no hay nada en este oficio que te robe el sueño?

Lo que te quita el sueño es no poder pagar las facturas o el alquiler, como por desgracia le pasa a mucha gente en España. Yo, con la modestia del oficio de juntar palabras, salgo adelante, así que me siento muy afortunado.

 -Acabas de regresar a Aragón y en particular a Zaragoza: Veruela, Casetas… ¿Qué te sigue diciendo la ciudad?

En los recuerdos de niño, Casetas me parecía una ciudad extensísima en la que te podías extraviar. Pensaba que la base estaba lejísimos del centro y ahora veo que está ahí mismo. Aunque para mí el Casetas de mi recuerdo es el horno de la calle de la Parra, que era un universo en sí mismo, con su bomba manual de agua en el patio, la leña apilada y el olor a mantecados recién hechos, mientras sonaba el rock’n’roll de los ensayos de Pedro Botero a todo meter. Se me hizo raro pasar por delante y ver que ahora es un bloque de pisos, pero así es la vida.