RETRATO DE WILLIAM SHAKESPEARE
William Shakespeare (1564-1616) es, probablemente, el autor más enigmático de todos los tiempos. Parece un escritor imposible que ha cosechado tantos elogios como incertidumbres ha despertado a su alrededor. Algunos siguen empeñados en ver detrás de él máscaras o figuras ocultas: los escritores Christopher Marlowe, que falleció joven en una reyerta de taberna y según algunos su desaparición habría sido una impostura, Ben Johnson, Francis Bacon, Edward de Vere, algunos poetas menores, etc. Para Jorge Luis Borges, Shakespeare es el menos británico de los escritores ingleses; afirma que “la hipérbole, el exceso y el esplendor son típicos de Shakespeare”. El premio Nobel y editor Thomas Stearns Eliot observó: “Nunca un hombre sacó tanto provecho de tan escaso conocimiento”. Jacob Burckhardt, autor de 'La cultura del Renacimiento en Italia', le dedica una intuición genial: “Una mente así es el más raro de los dones del cielo”.
Harold Bloom, que publicó la extensa monografía 'Shakespeare' y más de 700 páginas de 'El canon occidental', ambos editados en España por Anagrama, afirmó que “William Shakespeare es el hombre que, en esencia, inventó la personalidad humana”, en alusión a la frondosidad y hondura de sus personajes, a los pliegues y repliegues de su domino de la conciencia. Bloom precisó que él y Dante son los más grandes autores de todos los tiempos. Quizá lo más correcto sea desmentir un poco al sabio y recordar que el auténtico par literario de Shakespeare es Miguel de Cervantes, autor del Quijote, y que es probable que ambos murieran el mismo día: el 23 de abril de 1616, aunque eso en el caso del británico no es fácil tenerlo claro. Es decir, de Shakespeare y de Cervantes se cumplen en 2016 400 años de su muerte. Y otro gran lector del 'Bardo de Avon' como Oscar Wilde abrió otra espita a la interpretación: “Solo fue un esclavo de la belleza”, escribió.
Para los anglosajones, Shakespeare es Dios. El personaje más popular del milenio, el creador que lo ha inspirado casi todo y que sigue inspirándolo, y no hay más que seguir el discurrir de algunas teleseries que parecen exaltar a diario su capacidad de crear acciones y personajes. Nació en Stratford-on-Avon el 26 de abril de 1564, era hijo de un comerciante venido a menos, estudió poco y al parecer dominó, gracias a un afanoso profesor, el latín, algo de lo que hablaría años después en una de sus piezas. No cursó estudios universitarios, lo cual abona el terreno de la perplejidad. ¿Cómo podía haber acumulado tanta información y tantos conocimientos alguien cuya fuente principal de información fueron las 'Chronicles of England, Scotland and Ireland' (1577) de Raphael Holinshed, algunas crónicas italianas y el propio Lope de Vega. Quizá realizase sus primeros pinitos en el teatro; muy joven aún conoció y amó a Anne Hathaway y se casaron en noviembre de 1582. Ella, que procedía de un pueblo vecino y de una familia de mayor elevada condición social, estaba embarazada de tres meses. Tendrían tres hijos: Susannah y los mellizos Judith y Hamneth, que murió con once años hacia 1594. No tardaron en distanciarse, aunque nunca se separaron; él sería cruel con ella en su testamento.
A principios de 1590, William Shakespeare ya estaba en Londres y había firmado 'Los dos caballeros de Verona' y 'Enrique III', que aún siguen disputándose la condición de ser la primera pieza, 'La fierecilla domada, 'Ricardo III' o dos poemas como 'Venus y Adonis' y 'La violación de Lucrecia'. Desde muy pronto, hacia 1590, se enroló en la compañía Lord Chamberlain's Men y permaneció en ella hasta 1610. No tardará en empezar a triunfar en diversos teatros, aunque la fama le llegará con El Globo, que se inauguró en 1599. En 1613, el edificio sufriría un incendio y se quemarían muchos de sus manuscritos, entre ellos 'Cardenio', inspirado al parecer en 'Don Quijote de la Mancha', lo cual vincula al genio español y al genio británico. En el fondo, el dramaturgo y actor en ocasiones era un asalariado de los teatros y de su compañía y la autoría pasaba un tanto inadvertida. Poco a poco empezaría a redactar piezas impresionantes, que renovaron el teatro isabelino: 'Romeo y Julieta' (1895), una de sus dramas de trasfondo romántico donde el amor intenta vencer al odio; 'El mercader de Venecia' (1596), una pieza sobre la codicia; ‘Julio César’ (1599), una amarga reflexión sobre la soledad del poder, que es uno de sus grandes asuntos; ‘Hamlet’ (1601), el inventario de la duda, de la fragilidad y quizá la visión de un héroe que aún hoy nos resulta muy contemporáneo; ‘Otelo’ (1603-1604), el relato de los celos y de la traición por envidia y de la perversidad; 'El Rey Lear' (1605-1606), una espeluznante historia de la locura, de amistad y de un conflictivo amor paterno filial; ‘Macbeth’ (1606), una de las piezas más redondas y sangrientas sobre la ambición política de la que ahora Luis Alberto de Cuenca y José Fernández Bueno acaban de publicar una nueva traducción en un admirable libro editado por Reino de Cordelia con espectaculares ilustraciones de Raúl Arias.
En casi todos sus dramas, que carecen de mirada moral o de juicio sumarísimo a las actitudes más abominables, se impone una idea: la muerte de los inocentes. Ahí están Julieta, Desdémona en 'Otelo', Ofelia en 'Hamlet', 'Cordelia' en 'El Rey Lear'. Conmueven esa visión y esa obsesión. Y sorprende y deslumbra su gran capacidad para crear historias que parecen nuevas de hechos que muchos conocen o que figuran en los libros. Shakespeare tenía el don de la originalidad y de la complejidad y de la síntesis. Todo lo que tocaba lo convertía en oro. O en arte. Sorprende la variedad y la riqueza de su lenguaje, la variedad de sus matices, su sentido poético, la seguridad de sus metáforas. En todos sus libros hay aforismos de un pensador. Si abrimos la edición bilingüe de 'Macbeth' de Reino de Cordelia podemos leer: “La vida es una sombra que pasa, un pobre cómico / que se luce y se agita por un rato en esena / y no vuelve a salir; es un cuento contado / por un idiota, lleno de sonido y de furia, / que nada significa”. Hay otros rasgos que no pueden pasar inadvertidos: es el creador por excelencia del arquetipo y, además, sabe crear formidables personajes secundarios que le confieren muchos matices a sus obras, donde se mezclan varios niveles de significados y matices: lo cómico, lo satírico, lo poético y lo patético, lo vulgar, lo sublime o la desmesura.
La vida de William no está exenta de romanticismo. Se sospecha que, más allá de su cada vez más inequívoca bisexualidad, amó a varios hombres (o eso se sospecha), a los que les dedicó sus sonetos de amor con las iniciales W. H.: el conde de Southampton, Henry Wiothesley, el actor William Hughes, el conde de Pembroke o incluso a la 'Dama Oscura' de la que se sabe poco y a la que alude en algunos de sus composiciones. Sus sonetos han tenido muchos traductores y tienen varias ediciones: Luis Astrana Marín, Eduardo Marquina, Agustín García Calvo, Manuel Mújica Láinez o Antonio Rivero Taravillo, entre otros. [El Instituto Shakespeare de Manuel Ángel Conejero ha traducido su obra y la ha editado en diversos volúmenes en bilingüe; Shakespeare tiene muchos y excelentes traductores.] A propósito de la pasión, anotó: “El amor pedido es bueno, pero el que se da sin que haya habido petición, es mejor”.
William Shakespeare falleció tras una noche de parranda y borrachera. Recientemente varios investigadores han encontrado otras pruebas: habría muerto de un tumor en un ojo. Imaginó este epitafio, entre sombrío e irónico: “Buen amigo, por Jesús, abstente / de cavar el polvo aquí encerrado. / Bendito sea el hombre que respete estas piedras / y maldito el que remueva mis huesos”.
*El retrato de Cobbe.
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