LLAMAZARES VUELVE A AINIELLE
JULIO LLAMAZARES SIEMPRE VUELVE A AINIELLE
El escritor visita el territorio del Sobrepuerto oscense donde sucede 'La lluvia amarilla', que cumple 30 años de su publicación en Seix Barral
Ainielle es un territorio de la literatura universal. Es un lugar imaginario, gracias a ‘La lluvia amarilla’ de Julio Llamazares, que se publicó en Seix Barral hace ahora 30 años, y es un enclave real, físico, como una concavidad de piedra, tierra y fronda entre Escartín, Oliván y Susín, en el Sobrepuerto de Huesca, que parece “una inmensa caracola de resonancias” como escribió Miguel Torga de sus paisajes de Tras-os-Montes. Aludimos a este autor porque es uno de los escritores más amados por el autor leonés (o más bien aragoleonés), que acude a otra frase que explica el éxito de la novela sobre el último habitante, imaginario, del Ainielle: “Lo universal es lo local sin paredes”. El autor de ‘Las lágrimas de San Lorenzo’ y ‘Las rosas de piedra’, también acude a otro narrador luso, Antonio Lobo Antunes: “La literatura es la memoria fermentada”. “Esa frase también me define a mí. Todos tenemos trastornos emocionales que nos persiguen, que nos asedian, y que acaban convirtiéndose en novelas, merced a la palabra y a la destilación de la memoria”, dice julio Llamazares.
Julio Llamazares acaba de regresar a Ainielle. Son las once de la mañana del miércoles 23 de mayo. “En los últimos 30 años habré estado aquí más de 20 veces. La última vez fue en 2016, en esa suerte de peregrinación ritual que se hace aquí el primer domingo de octubre, que se llama ‘La senda amarilla’. Vienen entre 250 y 500 personas. Yo solo escribí una novela, no he escrito ‘La Biblia’. ‘La lluvia amarilla’ has sido importante para mucha gente, capital incluso, y a veces me siento como responsable porque para mucha gente se ha convertido en un libro sagrado”, decía el miércoles. Volvió a Ainielle con un equipo de cine, capitaneado por el realizador zaragozano Javier Calvo, el productor y fotógrafo Ernesto Tejedor (autor de la galería de este reportaje) y el operador de cámara José Carlos Ruiz, para revivir la historia de la novela y, en el fondo, la historia de su propia existencia, su biografía de escritor.
El escritor había participado el martes, en Huesca, en la presentación de un documental de Eduardo de la Cruz sobre Ainielle, acompañado por el director y por el etnógrafo Enrique Satué Oliván. En el palac
Orígenes de una novela sagrada
“Tras la publicación de ‘Luna de lobos’, una novela sobre la memoria histórica, los maquis y el paisaje, una novela de acción, que también tenía su lirismo, empecé a interesarme por los pueblos abandonados de España. Y entre 1985 y 1988 di muchas vueltas. Anduve por pueblos de Lugo, de Guadalajara, de Teruel y de Soria. Mis libros nacen de las preguntas que me hago. Creo que recordar que fue en Sarnago (Soria), ante la desolación general, ante esa soledad que casi te asusta, que pensé: “¿Cómo viviría el último habitante del pueblo?”. Así nació la novela. No lo recuerdo muy bien, pero más tarde, en un pueblo de Guadajalara, o viajando por carreteras secundarias, se me apareció la frase: ‘La lluvia amarilla’. Para escribir necesito una voz, un escenario y un tiempo verbal”. Y, por supuesto, un título tan contundente y polisémico como este.
Julio Llamazares cuenta ante la escuela de Ainielle, que tuvo de profesoras a María, Eulalia y Leonor, entre otras, que al principio la protagonista de ‘La lluvia amarilla’ no era Andrés, sino su mujer, Sabina, que se ahorcará con una soga en el molino del pueblo, el único edificio restaurado y el único que se mantiene en pie. “El término ‘La lluvia amarilla’ es una metáfora y las metáforas tienen muchos significados. Por ejemplo, alude a las cosas, el polvo y los cuadernos que amarillean, alude al paso del tiempo, alude al otoño, alude al desamparo. ¡Quién sabe!”, dice. Y desmiente que “sea una novela escrita en estado de gracia, si lo fue no era consciente”. Lo que parece claro es que es un libro que evoca el paraíso perdido, que contiene drama y evocación, que habla de la muerte y del miedo, que también es un símbolo de la despoblación y quizá de la ecología.
“¿Sabe cómo escribí el libro? En la calle Gravina de Madrid, en el barrio de Chueca, sobre una sala de fiestas, Madrid la Nuit, donde la apoteosis era una canción de Sara Montiel, ‘Mi hombre’. Yo lograba concentrarme y, poco a poco, a lo largo de dos años salió el libro”. Inmerso en su redacción, salía a diversos lugares, como si fuera un cineasta (el director de cine zaragozano, con ecos riojanos y donostiarras, se reía) que iba a localizar. Y por indicación de un amigo jacetano dio con el libro ‘El Pirineo abandonado’ de Enrique Satué, que hablaba de Ainielle, donde había vivido su familia hasta finales de los años 50. Ainielle le gustó por casi todo y antes, muchos antes de visitar la localidad, -“antes incluso de haber estado en él; lo vi desde lejos y escribí la novela antes de haberlo visitado”, confiesa el escritor-, decidió que allí sucedería la acción de su novela, de su monólogo dramático. “Soy un escritor intuitivo, trabajo sin mapas, sin planos. Todo lo que pasó luego se me escapó de las manos. Ni en el mejor de los sueños, te pasa algo así”.
Con Rosalía, de Casa Juan, y Ángel, de Casa Botero
Las novelas hacen milagros. Y eso se ve en el interior de la iglesia destejada y ruinosa. Allí, Enrique Satué Oliván - “fue muy generoso conmigo, siempre, de los que más me han ayudado, y el auténtico especialista de Ainielle, como probó de nuevo ‘La memoria amarilla’”, dice Llamazares- suele poner cuadernos donde la gente va dejando sus mensajes: frases, dedicatorias, recuerdos, dibujos o acuarelas. Los hay de niñas que se llaman Ainielle, de gentes de Francia, Barcelona, Madrid, Albacete. “El libro en castellano ha tenido más de 50 ediciones y ha sido traducido a más de 25 lenguas. Y me pasan cosas curiosas todo el tiempo”. Hay muchos fanáticos de Ainielle y del espíritu del libro. El fotógrafo y naturalista Eduardo Viñuales Cobos recordaba hace unos días: “Tras la aparición de la novela, fui hasta siete veces y me quedaba a dormir. Me impresionaba aquella atmósfera”.
Rosalía Ramón Azón, de 82 años, de Casa Juan, y Ángel Azón Miranda, de 81, de Casa Botero, acompañaron al autor en su viaje a Ainielle. Ahora residen en Sabiñánigo. Rosalía partió del pueblo en 1959; Ángel, en 1948. “Creo que lloré al irme, claro, y que he llorado alguna vez al volver. Ainielle significa mucho. ¡Son tantos recuerdos! Los días de nieve, los juegos en las calles, las vacas, las cabras, la matacía y el mondongo”, dice Rosalía, que se acerca al cementerio y acaricia la lápida de su madre, Jovita Azón, y asiente Ángel. “Nos bautizaron el mismo día, hemos vivido en diversos pueblos, nos casamos, y de vez en cuando nos reencontramos aquí. Yo he leído la novela de Julio Llamazares dos veces. Ha colocado a un lugar tan humilde como este en el mundo”, matiza Ángel.
El fin del mundo y las ruinas
Julio Llamazares dice que avanzan las ruinas cada vez más. “El paso del tiempo hace de las suyas y es como si la naturaleza volviese a dominarlo todo. Ya no queda ningún edificio en pie salvo el molino. El pueblo no da miedo, exactamente, aquí la mejor línea de fuga es el cielo. Estamos en el fin del mundo, con esa música de la corriente. Lo que da miedo de veras son esos pueblos donde parece que la gente acaba de irse, que las camas están recién hechas. Es como si desde las ventanas un montón de ojos te mirasen”, dice. Con todo, Ainielle, de flora variada y fascinante, tiene algo de región espectral, donde conviven los pájaros, los murciélagos, los saúcos del olvido y las palabras.
Allí, si cierran bien los ojos, parece oírse: “Cuando lleguen al alto de Sobrepuerto estará, seguramente, comenzando a anochecer. Sombras espesas avanzarán como olas por las montañas, y el sol, turbio y deshecho, se arrastrará ante ellas...”. Es decir, el inicio de ‘La lluvia amarilla’ que suena maravillosamente en la voz del actor José Sacristán en la película 'Ainielle' de Eduardo de la Cruz.
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