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Se muestran los artículos pertenecientes a Noviembre de 2004.

FORZOSO DESCANSO

Querido amigos que frecuentáis este blog: tardaré algunos días en volver a escribir. Me encuentro sin ordenador y estoy a la espera de comprarme uno nuevo. Por ahora ni he tenido tiempo ni tengo claro lo que debo hacer. Ya veis que soy completamente inútil en materia de ordenadores, pero prometo hacer cursillos para mejorar. Un abrazo a los amigos visitantes.
05/11/2004 12:13 Enlace permanente. sin tema Hay 7 comentarios.

CARTA A SOL Y KATIA ACÍN MONRÁS

El próximo doce de diciembre se va a colorar en la Casa de Ena, donde vivieron Ramón Acín y Conchita Monrás, una placa que recuerda que allí forjaron un ámbito especial de convivencia y de creación, desde la pasión por la vida, por la modernidad y por Huesca.

Carta a Sol y a Katia Acín Monrás

Queridas Sol (pájaro libre en su cielo) y Katia Acín Monrás:
Éramos, somos muchos los que amamos y admiramos a vuestros padres, asesinados en Huesca, su ciudad del paraíso, en agosto de 1936. Somos muchos los que hemos aprendido los secretos de la convivencia, de la democracia y de la creación descubriendo, día a día, el plural magisterio de ambos: Conchita, vuestra madre, tenista en sus inicios, pianista y mujer de una sensibilidad incomparable, y Ramón, un hombre de su tiempo, un ángel luminoso en constante rebeldía que repudió la violencia. Somos muchos los que, con la llegada de la democracia y, sobre todo, a partir de la gran exposición de 1988, pudimos acceder a un universo emocionante presidido por el amor, la modernidad, la modestia y una dulzura radical.
Siempre recordaré mi primer encuentro con Sol Acín: nos encontramos en un restaurante, abrimos el hielo y el fuego de tantos recuerdos silenciados; más tarde, en su casa de Asín y Palacios, en Zaragoza, Sol abrió (abriste Sol, con tus textos secretos, tu corazón agigantado) sus álbumes de fotos y esparció sobre la mesa y en el ámbito íntimo del salón la esquizofrenia de una existencia que la había obligado a callar, casi a ser otra mientras pugnaba por ser ella, la niña que había sido desde 1923 hasta 1936 en aquella casa que tenía algo de edén de ideales definitivos. En las fotos estabais todos y todo: la familia al completo, armoniosa en medio de la tempestad, los latidos de una creación fértil que lo mismo abarcaba la escultura, la pintura, el dibujo, el periodismo (siempre recordaré los elogios que recibió el diáfano estilo de Ramón Acín), la enseñanza y la política, entendida como una práctica dialéctica necesaria y saludable. Ramón hablaba con el otro, dialogaba sin temor a la discrepancia, lejos del odio o del menosprecio. Y sobre la mesa se estremecía el material humano del arte y de la afirmación de la vida.
Años después, ganado para siempre para la causa de Ramón y Concha, me encontré con Katia Acín (contigo Katia, que reiventaste tu fogoso espíritu juvenil tras la jubilación y te reencontraste con tu padre en la tinta del grabado. Sé por Víctor Juan que el 23 se inaugura una exposición tuya; me alegro enormemente y te agradezco aquel magnífico grabado que me enviaste desde Altafulla), ahora en un restaurante oscense, poco antes de conocer ese piso donde se encuentran los muebles, una porción de cuadros y dibujos, y otras fotos. Fue como penetrar en un sagrado recinto, en un aire habitado de sombras y de resplandores. Katia hablaba sin parar de aquellos días inolvidables, recordaba una carta ilustrada con palomas que les había enviado su padre desde la cárcel, recordaba dos cuentos ilustrados de Ramón Gómez de la Serna que habían llegado desde Madrid, recordaba el amor inviolable de sus progenitores, entre objetos que debían conformar el Museo Etnológico de Huesca algún día. Y recordaba, cómo no, ese momento fatal de la leva hacia la cárcel. Todo ese mundo ha sido recogido por Emilio Casanova y Jesús Lou, entre otros, en el DVD "La línea sentida", que se presentó la pasada primavera en Albarracín, en medio de un torrente de admiración unánime.
Estos días, vuestros padres vuelven a estar con nosotros. En realidad, no se habían ido. Serán homenajeados el doce de diciembre con una placa en la mítica Casa de Ena, donde jugabais, donde aprendisteis a sospechar del enloquecido cierzo en el Hortal que gemía un desorden de presagios. La placa es un gesto necesario, un símbolo y la corrección de un error u olvido que se ha ido sucediendo en la democracia: ¿cómo era posible que Huesca no recordase a vuestros padres, que se sintieron oscenses hasta la médula? Un grupo de amigos -Víctor Pardo, Manuel Benito, Víctor Juan Borroy, y tantos otros- ha tenido este detalle que también es una manera de homenajearos a vosotras, semilla de la semilla, hijas de un sueño de libertad en el que nos miramos a diario. Y al hacerlo, nos sentimos mejores.
22/11/2004 20:55 Enlace permanente. sin tema Hay 8 comentarios.

"DÍAS SIN DÍA" DE JULIO JOSÉ ORDOVÁS

Xordica anuncia que el nuevo libro “Días sin día” de Julio José Ordovás dará mucho que hablar en los círculos zaragozanos. Tal vez reabra algunas viejas heridas –es crítico, ferozmente crítico y sarcástico, con un narrador bien conocido y un cantautor, cuyo nombre no se cita; es amable con Ana María Navales y Juan Domínguez; evocador, con Miguel Labordeta y con Julio Antonio Gómez, con quienes sueña el autor un encuentro en el Café Niké-, pero aquí hay un narrador, un dietarista, un lector voraz, que igual habla de viajes, de impresiones y paisajes de su Zaragoza –casi resulta incómoda e injusta esa insistencia en “las provincias”: un diario de provincias...-, que de estancias en diversos lugares de Europa o de viajes apasionados a librerías, de donde sale como “El nuevo periodismo” de Tom Wolfe o de una traducción de Dereck Walcott de José Carlos Llop, otro célebre. He visitado hace un rato, gracias a la web-almacén del mundo de Mariano Gistaín, la weblog del estupendo escritor Fernando Iwasaki, al que también cita. “Días sin día”, cite a quien cite, es un libro de esto y de aquello, es la prosa de un observador que escribe en secreto una novela, un libro ameno, divertido en ocasiones, satírico en otras (lean esa diatriba contra los críticos de provincias que en ocasiones no están a la altura de los libros que reseñan y practican el arte de la escalada social e intelectual, o contra los escritores-funcionarios y escritores profesores), de amor y de sexo, más bien, y con elementos de desesperación o fatiga íntima, casi desgarradora, en todas sus páginas. Es también el libro de un cazador de aforismos o de frases felices. Y el libro de un hermano mayor que desea contagiar su pasión por las palabras al hermano menor, tan sabio ya, tan pragmático con sólo catorce años.

Julio José Ordovás muestra aquí un perfil duro, cínico y lírico, reflexivo y hondo. Como dice Fernando Sanmartín, de viva voz, aquí hay un escritor. Sus palabras de contrasolapa recuerdan que estamos ante un viajero y ante un narrador. “Días sin día”, que toma el título de un verso de Juan Ramón Jiménez, dará que hablar, desordenará la calma chicha de las letras aragonesas, pero sobre todo cosechará lectores por su calidad, su vivencia sincera de la literatura, su pasión por los libros ajenos y su ubicación inmediata en un género que frecuentan García Martín, también citado, Fernando Sanmartín, Trapiello, Llop, Joseph Pla, entre otros miles. Xordica, que cumple diez años, ha vuelto a acertar en su apuesta: la edición es espléndida, la portada de Andrés Ferrer habla de una cierta melancolía de la ciudad que desaparece (Julio José Ordovás también alude una y otra vez a las imágenes de la infancia, al niño que se ha perdido en las secuencias del viaje, y habla del gozo que supone volver a Zaragoza), y un texto más, mucho más que prometedor.
22/11/2004 09:33 Enlace permanente. sin tema Hay 2 comentarios.

ANTONIO ARTERO: CON NOSOTROS PARA SIEMPRE Y DE VIVA VOZ

El pasado sábado fallecía en Madrid, de un enfisema pulmonar, Antonio Artero Coduras, un hombre entrañable, divertido, iconoclasta, de humor zumbón en ocasiones, apasionado del Arenas y de Miguel Labordeta. Recuerdo varios encuentros con él, en Zaragoza y en Madrid, en su segunda casa, el Café Gijón. Uno de nuestros encuentros más dilatados fue para la serie "Los raros", una colección de entrevistas que apareció en "El Periódico de Aragón". Ese diálogo, en su casa, rodeado de libros, de objetos cinematográficos y del humo constante de sus cigarrillos, aparece en el libro "Vidas de cine" (Ibercaja y otros. "Biblioteca Aragonesa de Cultura". 2002). Son sus palabras, su vida, casi dos horas de conversación, el eco de su vida y de sus sueños. Incorporo aquí aquella entrevista a un hombre inolvidable, intenso, que nunca se plegó al cine comercial, que no supo ni quiso hacerlo.

Antonio Artero fue de niño el hijo de la repartidora del pan. Su padre murió un poco antes de su nacimiento y él nunca conoció los secretos de una familia convencional. Ni siquiera estaba bautizado, lo que lo llevó a vivir con cierto disimulo. “Ella era republicana y muy antifranquista, claro”. De ahí brota su primer recuerdo: cuando tenía tres o cuatro años iba –con una familia de verduleros que lo había recogido- a visitar a su madre que estuvo presa durante seis meses en la cárcel de mujeres de la calle Manifestación y siempre le llevaban naranjas. El verdadero tesoro de su niñez, además del libro Corazón de Edmundo de Amicis que le regaló una profesora a los siete u ocho años, era aquel cine que Artero hacía con sus amigos en casa o en la calle, con tiras de los tebeos de Roberto Alcázar y Pedrín o El guerrero del antifaz.
-Cogíamos un tebeo, lo recortábamos y lo íbamos pegando en tiras, a veces incluso por atrás. Y luego lo enrollábamos en dos palos de polo de helado. Y a la caja le hacíamos un rectángulo, a modo de pantalla. Metíamos los palos por el interior de la caja y los íbamos haciendo rodar. Así le podíamos dar continuidad a la aventura. Al final, mi madre viendo mi gran afición, con diez u once años me compró un cine Nic con proyector y un buen puñado de películas más bien absurdas.
La vocación cinéfila de Antonio Artero había nacido en las tardes del Iris o del Monumental, en aquellas sesiones infantiles de cine del oeste.
-Vinieron unos amigos republicanos de mi madre de Barcelona, que habían sido represaliados y desterrados en Zaragoza, y el día de Navidad nos llevaron a mí y a mis amigos al elegante El Dorado a ver la primera película de Walt Disney, Blancanieves y los siete enanitos, a mediados de los años 40. Aquella cinta me golpeó mucho: era una película de terror absoluto que me provocó pesadillas. Por su color, por aquella madrastra tan mala. Pero en realidad, yo llegué al cine más bien por los tebeos porque el cine estaba muy lejano, luego aquel lío de las toleradas y no toleradas, y sobre todo por el juego de la caja de zapatos.
Una vez acabado el bachillerato, trabajó de botones en una oficina, luego en laboratorios Ártica de papillas y finalmente en el Banco de Bilbao. Sus inquietudes artísticas iban en aumento, de tal forma que frecuentaba una tertulia en el café Baviera con otros amigos como Ángel Azpeitia.

-Éramos víctimas de las ironías de Miguel Labordeta, que nos llamaba La Deposición. Nosotros surgimos por oposición al café Niké, del que decíamos que lo formaba un grupo de dinosaurios. Fundamos un teatro de cámara, el Cigarral. A Niké lo considerábamos lo establecido, el orden. En esa época estrené mi primer corto, La Herradura, sobre la Base Aérea Americana y lo presentó con valentía Guillermo Fatás Ojuel en el Cineclub de Zaragoza.

Artero acabaría pasándose a la tertulia DEL Niké, pero por aquellos días, en que ya se empezaba a pedir en la taberna la botella de vino con cacahuetes, veía a José Luis Borau que hacía peña vespertina en Casa Félix con José Pérez Gállego y Eduardo Fauquié, o iniciaba su amistad con José Luis Pomarón.
-Pomarón fue esencial para mí. De él aprendí técnica, aprendí a manipular una cámara. Era un técnico estupendo y un gran artesano. Yo creo que es el Hombre del cine en Zaragoza y apostó muy fuerte con Moncayo Films. ¿Víctor Monreal? Creo que son incomparables. Era un buen fotógrafo, un excelente profesional, pero no tenía el talento creador de Pomarón. Yo trabajé con éste como actor en El deseo de cristal. Algo más tarde, gané el premio de guiones Club Cinemundo. Te daban un dinero con el que podías hacer tu primera película, que fue Lunes, donde abordaba un timo de pisos que había vivido muy de cerca en la Zaragoza de los 50. En esa época ya me había pasado a Niké.

-Agregue su particular visión a la leyenda del café.
-Niké era un lugar de encuentro sin declaración alguna, sin programa. Los que andábamos por allí teníamos el estigma del marginado. Éramos sospechosos: sospechosos políticos, sospechosos poéticos, sospechosos sexuales, sospechosos pictóricos. Todos estábamos bajo sospecha. Y no es que el Niké fuera unitario, salvo en lo que concernía al rechazo al régimen. ¿Cuál fue la suerte del Niké? Pues que hasta el actual Rey, que también era un sospechoso iba allí casi todas las tardes a tomarse su té con pastas. Iba y se sentaba en la misma silla en que lo hacía Julio Antonio Gómez. Siempre nos lo contaba el camarero Ernesto, que era muy entrañable y muy alcahuete, “ha estado esta tarde con su hermana la ciega”, nos decía.

-Ha hablado de Julio Antonio Gómez...
-Sí. Qué puedo decirle. Murió de amor. Era la inmensidad, un hombre muy inefable. Todos conocemos su vida exterior; su vida íntima era infinita, era como una zambullida en el abismo.

-¿Qué relación mantuvo con Miguel Labordeta?
-Miguel Labordeta era cualquier cosa menos el poeta provinciano que algunos creen. Él nos traía esos poetas desconocidos y despreciados como Vladimir Maiakovski o César Vallejo. Sabía antes que nadie lo que estaba pasando en Europa o en el mundo en la poesía. Fue un magisterio continuo para mí, como lo fueron Manuel Rotellar, el citado Pomarón o Eduardo Faquié. Le dediqué a finales de los 80 una Biografía interior en TVE en la que intervenían su hermano José Antonio Labordeta, su hija y sobrina de Miguel Ana.

Artero ya estaba inmerso en la vorágine de la curiosidad, de las artes y del compromiso. Y eso le llevaba a frecuentar París siempre que podía. Visitaba a los exilados o la Cinemateca.
-Yo quería cambiar el mundo. Son esas cosas absurdas y maravillosas de los 18 años, aunque sigo pensando lo mismo. Empecé escribiendo una obra de teatro que envié al premio Lope de Vega, pero pensé que el cine podía llegar a más gente y ser más eficaz. Mi madre solía decirme: “Hijo mío, juegas contra los americanos y no tienes nada que hacer. Vas a perder”. Pero el cine me apasionaba cada vez más y me había propuesto estar en el mundo a través del cine.
El paso siguiente, en los primeros 60, fue dejar el Banco y trasladarse a Madrid, a la Escuela Oficial de Cine. Allí coincidió con Berlanga, Saura, Borau, Claudio Guerín, Pilar Miró. Volvió a dar muestras de su inconformismo, de su heterodoxia pertinaz.
-Realicé, entre otros trabajos, el corto Doña Rosita la soltera, que me cortó Fraga. Yo quise meter unas cuñas que situasen aquel drama, una crítica de la educación sentimental condicionada por la I Guerra Mundial, las famosas huelgas, la Semana Trágica de Barcelona. La obra es muy necrofílica. Pues bien, quise meterle unos apuntes del No-Do y de un documental de Fernández Cuesta, Vivir en Madrid, realizado por oposición al de Fredéric Rossif Morir en Madrid, pero Fraga cercenó esas cuñas.

-Borau tuvo un detalle muy hermoso con usted...
-Tengo una muy buena relación con él. Él mandaba una crítica para la última página del Heraldo de Aragón y a veces me encargaba a mí que la hiciese yo y firmaba Interino. Pero no sólo eso: cuando iba a pagar mi matrícula en la Escuela, siempre me decían: “Su matrícula ya la ha pagado el Señor Borau”. Él sabía de mis apuros económicos. Borau es una persona muy delicada y exquisita, de una bondad indescriptible. Siempre he sentido agradecimiento. Ni siquiera tienes que humillarte ni él deja que te humilles. Hay una cosa curiosa: Borau y yo fuimos los únicos que terminamos la carrera en tres años en la Escuela, que por otra parte era como una especie de espejo deformado del Niké, otro lugar de encuentro de marginados y sospechosos que solían cometer barbaridades. Y terminé la carrera porque necesitaba méritos para empezar a trabajar y ganar algún dinero. Estaba acuciado por el hambre, esa es la verdad.

Y para que no faltase la polémica que siempre acompañó su trayectoria, Artero era vigilado de cerca por el coronel Fernández Posada, del Servicio de Investigación Militar, quien descubrió que al joven cineasta le habían falsificado (y regalado) en Zaragoza el certificado de Reválida. Le hicieron un juicio en Zaragoza y fue expulsado, aunque cuando se hizo efectiva la sentencia ya había terminado los tres años de estudios en la Escuela, con espléndido aprovechamiento. Paradojas de la vida: su buen rendimiento académico le hizo acreedor de una beca para ir al festival de Cannes. Serrano de Osma, que era el decano, lo llamó al despacho y le dijo: “Con mucho dolor de corazón, no nos queda más remedio que darle la beca a usted, Artero. Pero no diga usted nada, que lo conocemos”. Y él, dulce e iconoclasta, lo decía todo.
-¿Cómo iban a amordazarme? Me preguntaban en Cannes cómo estaba el cine en España. “¿Cómo va a estar?”, les contestaba. “Está fatal, terrible. ¿Qué puede dar el franquismo en cine o en nada? La gente está luchando contra eso. Y lo que hay es el producto de la lucha a muerte contra el franquismo”. Claro, ya la había armado. Pero había muchos compañeros que me apoyaban. En la Escuela iba haciendo cosas: Trabajos de adolescente con una referencia explícita al fusilamiento de Grimau, que fue por entonces, Viaje de bodas, basado en un texto de Cesare Pavese. Yo creo que era un terrorista conceptual y sigo siéndolo todavía. Y empezaron a llamarme los productores y así pude hacer mi primera película, El tesoro del capitán Tornado, que me estropeó la censura. Era un filme infantil de gánsters y piratas. Ya no existe porque el Ministerio, con un aragonés al frente, Pascual Cebollada, lo destrozó. Cebollada ejercía el terrorismo de estado, era el censor máximo sobre todo del cine infantil. Ordenó un remontaje y yo saqué mi firma del filme. Al final hubo una pequeña traición de otro aragonés, Raúl Artigot, y él asumió la cinta como suya. Hizo mal en colocar su firma y no decirme nada, pero eso ya pasó hace años y no tiene importancia.
Unos meses más tarde, en la reunión de los Clubs de Cine que se celebró en Sitges, Artero insistió en su apuesta por un cine más radical –de allí saldría una especie de manifiesto “por un cine más independiente, al margen de las estructuras sindicales, estatales e incluso industriales, y por la absoluta libertad en la expresión cinematográfica”- que iba a cristalizar en Blanco sobre blanco (una proyección sin película en una pantalla completamente blanca) y en Del tres al once, un cortometraje hecho con las guías de proyección de dos rollos que le había regalado Pablo del Amo.
-El primero era una reflexión del cine, qué son las sombras chinescas y también sobre la destrucción del discurso representativo del cine. El segundo era una meditación sobre lo que no se ve, lo que se escamotea al espectador. Yo recuerdo que en el viejo Iris daba saltos de alegría cuando veía aquellos inicios de la película con colas, con números, con rayas. Decía: ¡Qué bonito! Esa experiencia cristalizó en el documental Monegros, cuando se decía aquello de “Atención, atención”.

-Monegros fue muy elogiado. ¿Qué pretendió hacer?
-El documental no es un documento. Siempre hay una mediación, que es la cámara. Yo cogí una realidad arquetipada y, a diferencia de lo que hizo Buñuel en Las Hurdes, quise ofrecer una negación de la realidad. Yo creo que al cineasta le es imposible dar la realidad. Con Monegros quise negar la existencia del documental.
Pero desde entonces, Artero ha seguido trabajando con pausas, con problemas de producción y con la misma osadía. Ahí están Trágala perro (1981) con Amparo Muñoz, un filme acerca de la apariencia y la superchería a través de la figura de Sor Sulpicio, y su última cinta, Cartas desde Huesca, con Fernando Fernán Gómez y Myriam Mezieres.
-Es una película que partió de Los papeles de Aspern de Henry James, en el que quise expresar el rechazo a la cultura como mercancía. El viejo anarquista se suicida antes de entregar los poemas póstumos al editor y después de haberlos quemado. Fue un homenaje a los viejos anarquistas y quise ofrecer una visión anarquista de la cultura, de la que me siento muy cerca. Odio la cultura como escaparate.

-Lo habíamos detectado. ¿Qué le queda por hacer?
-Mi gran sueño es el Pedro Saputo de Foz, del que ya hice un fragmento en fabla en Pleito a lo sol. Es un libro que me emociona y que me descubrió Rafael Gastón, el padre de Emilio, el abogado, político y ex Justicia de Aragón. Y compañero de las noches del Niké.

--Celebramos un siglo de cine. ¿Cuál es el balance de un heterodoxo?
-Yo creo que hace cien años que se murió el cine. Cuando nació el cine hubo dos fenómenos: los Lumière, que eran el documento, la realidad. Y Méliès, que era la magia, el discurso destructivo. Ya ve quién ha ganado: los Lumière.

--¿Por qué es Aragón tierra de cineastas?
-Yo creo que Aragón es más rabelesiana que cervantina, más de imágenes que conceptual.¿Quiere decir eso que el aragonés tenga un ojo especial? Hombre, sería un ojo muy terrible.

-Sin embargo, usted parece que ha rodado poco y que se ajusta al cliché de vanguardista y maldito.
-No creo que haya rodado poco. Estoy contento en la medida de lo posible con lo que he hecho. Ahora bien, en los últimos años ha surgido la figura del director-productor, y yo intento aprovechar las pocas rendijas que me deja el sistema. No me queda más remedio que aceptar esos epítetos, muy a mi pesar. Pero yo no sé porque el cine ha tenido que desarrollar el discurso de la novela del siglo XIX: chico encuentra chica, chico pasa dificultades, chico se enamora de la chica. ¿Es que todo tiene que ser asó? El cine es específicamente un cine más temporal que narrativo. Y yo cuanto más narrativo veo el discurso, menos cine encuentro en la película.

--¿Cuál es su camino o su sueño de cine?
He tenido mis dudas acerca del cine que quiero realizar. A mí me encantaría que el cine fuese como el big bang: todo es según el lugar que ocupa el observador en el espacio y en el tiempo. Me encantaría hacer una película que fuese al revés, que empezase en la tumba y que terminase en el vientre de la madre del protagonista.

--Háblenos de sus pasiones privadas: de películas y directores.
-Carl T. Dreyer, Tarkovski. Arthur Ripstein, de los de ahora; Bresson, Godard, que me ha enseñado mucho cine, Sträub, y Rosellini, por supuesto. ¿Mis películas? Francesco, juglar de Dios de Rosellini, La Gertru de Dreyer, Crónica de Ana Magdalena Bach de Staüb o La zona de Tarkovski.

-¿Actores?
No he pensado nunca en ello. Quizá, por mitología, me quedaría con Michel Simon de El Atalante de Jean Vigo, el joven Marlon Brando y Louise Brooks.

--¿Cuál es su película ideal?
-La película que me hubiera gustado hacer es Crónica de Ana Magdalena Bach, de Staüb, porque es de lo más cinematográfico. Son las fugas de Bach contadas por su hija. No hay estructura narrativa, tiene una estructura temporal más cercana a la música que a la literatura.
23/11/2004 12:02 Enlace permanente. sin tema No hay comentarios. Comentar.

CAAMAÑO, UN GALLEGO EN ARAGÓN

Mi biblioteca es un puro desconcierto. A los amigos que alguna vez vienen por casa –estos días estuvo Javier Burbano, días atrás José Mari “Cuchi” Gómez, antes Alfredo Castellón, hasta hace algún tiempo Félix Romeo era un asiduo comensal…- les prohíbo que hablen del caos de libros arracimados. La prohibición no alcanza ni los tres kilómetros o tres días de silencio. Es lógico. Extravío los volúmenes, los recortes de periódico, las revistas, las carpetas temáticas que abro todos los días con portadillas como éstas: “Javier Marías”, “historias de pintores”, “los fotógrafos”, “reportajes de fútbol”, “historias reales para cuentos ficticios”, “crímenes extraordinarios”… El sábado anduve por allí buscando cosas para un libro de artículos y para una historia muy personal del Real Zaragoza, que no sé bien si acabaré algún día, más que acabarla, no sé si sabré reunir o escoger entre las más de mil páginas que he escrito. Y me encontré con volúmenes de fotógrafos locales, a los que soy tan aficionado; especialmente me quedé con dos monografías que tengo de Ramón Caamaño (que estuvo en Aragón y me dijo que había conocido, en el santuario de A Virxe da Barca a un fotógrafo aragonés cojo de una pierna que hacía un reportaje sobre ballenas, aparecido en “El Ideal Gallego” hacia 1956 ó 1957). En una de las páginas, además de varios recortes de “La Voz de Galicia” sobre la caza de ballenas en Galicia, dirigida por cierto por un japonés, encontré este texto:

Hasta hace muy poco si el viajero al atardecer decidía buscar la Costa de la Muerte, allá en A Coruña, y visitaba ese mundo de playas, acantilados y faros azotados por un viento que zumba, en Muxía se encontraba con un fotógrafo menudo y simpático, Ramón Caamaño, que había colocado un puesto de fotos, álbumes y recuerdos. Iglesias, equipos de fútbol, lanchas, mariscadoras y marinos poblaban el tenderete, pero lo mejor era conversar con él. Recordaba su historia personal: decía que siendo niño le retrató una viajera norteamericana, Ruth M. Anderson, y que con sus objetivos había captado casi todos los naufragios del lugar. Había un instante en que contaba cómo pasaba las máquinas de cine ambulante por el océano, también fue proyectista, y evocaba su estancia en Aragón durante la Guerra Civil. Primero estuvo en Zaragoza, atravesó el Ebro con su compañía por un puente de madera alzado sobre toneles de vino, e hizo una temeraria foto ante el cartel de Magallón, que estuvo a punto de costarle un consejo de guerra; luego se trasladó a Huesca, solía decir que “era una ciudad bellísima, rodeada por una muralla”, y más tarde se desplazó a Teruel, siempre como agregado a los laboratorios de fotografía que retrataba las posiciones republicanas que bombardearía la aviación nacional. Solía hacer retratos de sus compañeros por una peseta y revelaba en las trincheras tapadas con ramas. No volvió jamás a Aragón, pero lo perfilaba una y otra vez con su prodigiosa memoria mientras el mar se encabrita y se deshace en olas grandiosas, de casi 20 metros, en la Costa de la Muerte.
23/11/2004 12:05 Enlace permanente. sin tema No hay comentarios. Comentar.

SARA, KATIA ACIN, MIGUEL LOBERA Y JESÚS MONCADA

1.Sara, cinco años para seis de inmediato, no ha ido hoy al colegio. Tiene enfriamiento, algo de fiebre y esos mimos especiales de quien un día se escabulle del colegio. Hoy no llorará al entrar, no me exigirá subir hasta su clase, y el conserje no tendrá que llamarme la atención recordándome que no se puede subir al aula. Es tan estricto el caballero que no le importan las penas o los mimos de los niños. Sin embargo, sabiendo que hoy no irá a su aula de primero de EGB, ha cogido un cuaderno de vacaciones, “Secretos y misterios de las Witch (Will, Irma, Taranee, Cornelia y Hay Lin)” y contesta a las preguntas, hace dibujos, me pregunta constantemente. Por ejemplo, hay una pregunta sobre la música que ha oído este verano, y contesta Melendi, el disco de las Witch (sonaba, con ese falseamiento tan especial de las nuevas tecnologías, en los bosques de Muxía) y Bunbury. Desde el fondo de la casa, pregunta: “¿Cómo se escribe Bunbury, con v o con b?”. Su canción favorita, revela, es “Los restos del naufragio”, y la entona. Y luego pregunta también si diciembre es con v o con b, y así se pasa la mañana, ya está el fuego encendido, mientras también dice que se le caen los dientes. Dos o tres que le temblequean y que van a sumarse al que se le cayó semanas atrás. Y de repente, cuando le he dicho que tenemos que pasear a la perra Noa por la explanada de nieblas y a comprar la prensa, murmura: “Tenía que haber ido al colegio porque no me apetece salir a la calle”. Escribe el nombre de Aloma, y le sale una ele muy larga y comenta: “Mira, cuántos puentes le he hecho a esta ele. Tengo que escribirla de nuevo”.

2.Llamé anoche a Víctor Pardo Lancina para saber cómo había ido la exposición de Katia Acín en La Carbonería, la galería que dirige esa mujer tan laboriosa, emprendedora y sensible que es María Jesús Buil, con quien tanto queremos. Estupendamente. Se congregó allí un círculo íntimo de amigos, embrujados con Katia, con su pasión torrencial por vivir y por crear, de Huesca (José Domingo Dueñas, las hijas de Katia, etc.) y de Zaragoza, un puñado de amigos verdaderos: Notivol (recuerden ese maravilloso libro titulado “Autos de choque”, uno de mis favoritos de los últimos tiempos con “Manila” de Santaigo Gascón y “La novia parapente” de Cristina Grande), Pepe Melero, Eloy Fernández,Mari Burges, Javier Torres, José María “Cuchi” Gómez, cinéfilo, taurófilo y agente inmobiliario, o Víctor Juan. Ese fotógrafo extraordinario que es “el señor de la pedagogía” de Garrapinillos (es tan privilegiado que ya tiene en sus manso el libro sobre el colegio Costa) reproduce hoy, en su web, algunas fotos. El mundo de Katia, en blanco y negro casi siempre, cercano al de su propio padre, cercano en ocasiones al mejor Castelao, original y bello: el trazo y la sugerencia, la conmoción de verdad íntima, colgados de la pared, estampados con los trallazos del alma que pugna ahora contra el dolor, contra el torbellino oscuro del destino en Pamplona, tan lejos y tan cerca de Huesca, la ciudad del paraíso.

3.Mañana, en Montal (plaza de San Felipe), Miguel Lobera presenta su documental “La Torre Nueva, la caída del tiempo”, una obra de autor que dura algo más de 30 minutos en la que el cineasta (que deslumbró por cierto a mi bellísima compañera Elena Gracia, dulce ángel de oro), que ayer presentó uno de sus últimos trabajos en Soria, cuenta la historia de este edificio que se inició en agosto de 1504 y concluyó hacia 1512. Su reloj pautaba la vida de Zaragoza y sus campanas saludaban la llegada de príncipes o reyes, o despedían con sones agoniosos a un monarca difunto. Fue en 1741 cuando empezó a suscitarse alguna polémica en torno al peligro de su inclinación, que sobresalía alrededor de 2.67 de la perpendicular. Ejemplo de edificio civil mudéjar, cuyas obras dirigieron Gabriel Gombao y Juan de Sariñena, además de un hebreo y dos moriscos, tenía planta octogonal y medía 80.60 metros de altura y 10.10 en su base, algo más con los elementos de protección. En 1849 comenzaron ya las disputas ciudadanas en torno a la idea de demolición. Hubo un constante y dilatado cruce de informes y de proyectos (intervinieron, entre otros, Yarza, Félix Navarro, Ricardo Magdalena o Julio Bravo), y en 1892 fue demolida. Antes, la gente subió a contemplar la ciudad desde arriba a cambio de un patacón: se atrevieron a hacerlo más de 10.000 personas. La Torre Nueva tenía un fantasma, así lo han documentado Alberto Serrano o Rafael Montal en sendas monografías. José Laborda Yneva publica estos días, en dos volúmenes, en la Institución Fernando el Católico el largo proceso de siglo y medio de debates, informes técnicos y disputas ciudadanas que acabó con su desplome, con aquella pérdida. El programa “El Paseo” de RTVA ofrecerá el martes, a las 22 horas, un monográfico sobre esta historia con la iconografía conocida (no podemos olvidar a Juan Bautista el Mazo, Doré, la saga Coyne, Mora Insa o Jean Laurent), con algunas aproximaciones de artistas tan distintos como Manuel Lahoz, Fernández Molina, Pilar Nicolás, Eduardo Salavera, y con la emisión de algunos fragmentos de la película de Miguel Lobera, que ha reconstruido con infografía el hermoso y maldito monumento, y la eleva por los aires entre nubes borrascosas de gasa.

4. El Premio de las Letras Aragonesas recayó en Jesús Moncada (Mequinenza, 1941). Estaba feliz. Merecido premio, sin duda, que honra además las letras catalanas o las letras aragonesas en catalán. La democracia debiera haber sido la fiesta de las lenguas y la pluralidad. Moncada, formado al arrimo de Miguel Labordeta, Rosendo Tello y Manuel Berdún, el autor de “Destierro 6”, aparecido en Coso Aragonés del Ingenio, es un escritor indiscutible: divertido, irónico, sensual, laborioso y perfeccionista hasta la extenuación, un enamorado de la palabra y la literatura desde que se levanta. Hace algo más de dos años remató una auténtica proeza, la traducción de 1700 páginas de Alejandro Dumas; ha inventado un montón de seudónimos de traductor para los libros eróticos o galantes que vierte al catalán, y nos ha dado magníficas novelas, especialmente “Camí de sirga”, traducida a 25 idiomas, entre ellos al gallego por Xavier Rodríguez Baixeras, que conservo y releo a menudo. El maestro Moncada dedica sus libros con un cocodrilo del Ebro porque es un excelente dibujante y pintor que, en sus inicios, hasta de que se encontrase con el gran Pere Calders en Montaner y Simón (motivo de su próxima novela, según me contó anoche, hacia las diez), llegó a realizar varias exposiciones individuales y colectivas. Yo defendí el pasado año la candidatura de Soledad Puértolas, porque me parecía que estaba muy poco premiada en Aragón y que había sido uno de los impulsos de lo que se dio en llamar la “nueva narrativa española”, pero el galardón de Moncada –defendido también el pasado año por otros miembros del jurado- me parece incuestionable y me llena de alegría. Enhorabuena.

5. Veo a Pascual Blanco, que ilustra la portada de "Artes & Letras" con un motivo personal y a la vez cervantino. Al principio estaba asustado, pero la tentativa es hermosa por su propuesta, la mezcla de colores, el ámbito onírico que envuelve a las figuras -Rocinante, un Sancho muy sugestivo y el escorzo de don Quijote- y porque es muy suyo. Pascual Blanco va a ser objeto de una exposición de grabados en una galería de Roma, y entre marzo y abril, el Palacio de Sástago ofrecerá una retrospectiva de toda su obra. La comisaria es la crítica e historiadora del arte Cristina Giménez.
24/11/2004 13:44 Enlace permanente. sin tema No hay comentarios. Comentar.

ANTONIO MAENZA. EL MALDITO MODERNO

El escritor, productor, guionista, crítico y realizador de cine Augusto M. Torres publica en Huerga & Fierro un libro sobre “Directores españoles malditos”, entre los cuales figuran los aragoneses Antonio Artero y Adolfo Aznar, pero también Adolfo Marsillach, Iván Zulueta, Félix Rotaeta, Antonio Drove, Jesús Fernández Santos, Claudio Guerín (que falleció por cierto en un accidente, mientras rodaba en Noia, A Coruña) o él mismo, pero también Azucena Rodríguez, Vicente Molina Foix, Antonio Betancor (autor de “Valentina” o “1919”, inspiradas en “Crónica del alba” de Sender, o “Mararía”), José Luis Guerín (que obtuvo un gran éxito con “En construcción”), Fernando Méndez-Leite, Miguel Picazo o Armand Guerra, cuya “Carne de fieras” (1936) restauró la Filmoteca de Zaragoza. Dice Torres, en una advertencia al lector, que el libro aborda los directores españoles “que, a pesar del interés de una o varias de sus películas, nunca han triunfado en el terreno del cine, a los que denomino malditos porque es una palabra que me gusta y que, además, los editores consideran muy comercial”. Recuerda que quiere ser una “obra de consulta” que nace de la casualidad. Lo más sorprendente es que en el volumen, de 376 páginas, no se incluya a un auténtico maldito como Antonio Maenza, el realizador turolense que rodó “El lobby contra el cordero”. Maenza y Artero, Artero y Maenza, son nuestros malditos por excelencia. Por ello, a modo de complemento y de recuerdo de ese “moderno maldito”, incorporamos al blog un breve recuerdo de Antonio Maenza, bien estudiado entre nosotros por Javier Hernández y Pablo Pérez.

Aragón también ha tenido cineastas vanguardistas, de vida fugaz y una imaginación atropellada, que lo mismo descubrían la música moderna, la canción de autor, el estructuralismo, la poesía europea más experimental o complejas filosofías. Uno de los ejemplos más claros es Antonio Maenza, nacido en Teruel en 1948 y fallecido en 1979 envuelto en circunstancias misteriosas: parece ser que se arrojó por la ventana de su casa con funestas consecuencias. Aquel acto -hay conjeturas acerca de que pudo ser defenestrado o de una venganza entre homosexuales, con lo cual estaríamos hablando de un crimen sin paliativos-, ponía final a una existencia convulsa y maldita de universitario inquieto e inquietante, de cineasta incipiente, de moderno paranoico y crítico; no en vano, Antonio Maenza, víctima de inestabilidades emocionales, había estado en psiquiátricos y a veces su compañía recordaba el cuento de “El perseguidor” de Julio Cortázar. Él, que se sentía acosado e intimidado e incomprendido, era un auténtico perseguidor de los otros por su genialidad tempestuosa, por sus ganas de hacer cosas, por su aparente locura, por su vehemencia, por las muchas cosas que hacía: escribió poemas, una novela fragmentaria y un tanto ilegible, “Séptimo medio indisponible” (Mira, 1997), que rescataron Javier Hernández y Pablo Pérez, y realizó al menos tres películas: “El lobby contra el cordero” (1969), que rodó en Zaragoza, en los ámbitos universitarios, y en Barcelona; “Orfeo filmando en el campo de batalla”, que rodó algo después en Valencia, donde frecuentó al editor de Pre-Textos Manuel Borrás y al joven poeta suicida Manuel Hervás, y “Hortensia”, otro largometraje cuyo copión estaba desde 1969 en los archivos del productor y amigo suyo Pere Portabella.
La obra de Maenza, como la de tantos otros, había pasado al olvido. Se había quedado en la cripta de la vanguardia superada, pero en 1991 aparecieron unos materiales fílmicos en Barcelona, que eran sus proyectos. El estudio de su figura cristalizó en un volumen, “Maenza filmando en el campo de batalla” (1997) de Javier Hernández y Pablo Pérez. En distintos momentos, ya se habían acercado a su trayectoria y a su modesta leyenda gente vinculada al mundo del cine, y amigos suyos, como Agustín Sánchez Vidal, Alejo Lorén, Víctor Lope, Javier Lacruz o Paco Martín. Unos y otros han acabado de fijar una personalidad incómoda y radical, bastante pintoresca, que sentía de vez en cuando inclinaciones por la ropa ajena, como recordó hace no demasiado Enrique Vila-Matas, que lo conoció cuando los dos trabajaban con la joven actriz Emma Cohen. Según ha declarado Vila-Matas (que le dijo un día a Marsé: “Yo seré un día director de cine”), “Hortensia”, también llamada “Beance”, iba a durar diez horas y eso es lo que hay grabado. “Antonio Maenza, que murió joven, fue un personaje de una extraña genialidad. Un día le dijo a Emma Cohen: ‘Quiero que en menos de un minuto me hagas las cinco vocales de Rimbaud’”, ha señalado Vila-Matas.
Dos jóvenes realizadores aragoneses, Graciela Torres y Fernando Plou, se sintieron literalmente subyugados por su mundo, recogido no sólo por Pérez & Hernández, sino también por Riambau & Torreiro en su libro “La Escuela de Barcelona: el cine de la ‘gauche divine’?” (Anagrama, 1999), y le han dedicado un documental de 50 minutos. Su trabajo fue uno de los tres seleccionados, en 2000, en las ayudas a la producción “La lotería de Ramón Acín” de la Diputación de Zaragoza. En el documental recrean la vida y la obra de Maenza, y son los amigos, algunos actores, las gentes cercanas quienes le recuerdan: desde Alejo Lorén y su hermana Maribel, el poeta y profesor Fernando Villacampa, el periodista y profesor Juan María Marín, Suso Navarrete, Alberto Sánchez, la madre de los Lorén, Víctor Lope, Javier Lacruz, que ha estudiado a la perfección el grupo Trama, que pertenecía a una atmósfera paralela en muchas direcciones. La obra es de cuidada factura -interpretada por José Miguel Franco, Fernando Villacampa y Miguel Labordeta, entre otros. Está llena de fascinantes imágenes de Zaragoza- lo cual aún engrandece el esfuerzo de Torres & Plou, que han apostado por un asunto oportuno, con gran rigor, y no dudan en divulgar su poesía.
25/11/2004 11:59 Enlace permanente. sin tema Hay 3 comentarios.

EL ARTE Y LA VIDA DE KATIA ACÍN. ENTREVISTA

*Hace un par de años, en la UNED de Barbastro se produjo en reencuentro simbólico, en la memoria y en el arte, de Ramón Acín Aquilué y su hija Katia Acín Monrás. Conversé con ella entonces, en Huesca y en Barbastro, y ahora que Katia expone de nuevo en Huesca y que está enferma en Pamplona, quiero rescatar este texto que es una forma de testimoniarle de nuevo mi afecto, mi solidaridad y toda mi admiración, que sé que es compartida por los amigos que de vez en cuando entráis en este blog.

Katia Acín: “Nadie me vio llorar por mis padres”*

--Cierre los ojos por un momento. ¿Cuál es el primer recuerdo que le acude a la cabeza?
--Quizá la casa de Ena, donde vivíamos. Era acogedora y misteriosa, y al mismo tiempo entrañable, curiosa y ¡tan bonita! Mi padre la había convertido en un museo: iba de aquí para allá en busca de objetos para el futuro Museo de Oficios del Alto Aragón que soñaba. Mientras mi hermana Sol estaba muy pegada a mi madre, yo me sentía próxima a mi padre. Me llevaba a las bibliotecas, a los pueblos, a ver aleros de casas. Creo que estaba muy ilusionado conmigo: dibujaba muy bien y era muy reflexiva.
--¿En qué era tan reflexiva?
--Me gustaba pensar por mi cuenta. Recuerdo que, ya en la posguerra, la profesora recitó una vez el poema de Santa Teresa de Jesús, “Vivo sin vivir en mí”, y yo dije de golpe: “Qué bonito si pudiera creérmelo”. Se quedó estupefacta. Con mi hermana hacíamos teatro en un teatrillo de títeres que nos había regalado papá. Representamos “La doma de la bravía” de Shakespeare, entonces se llamaba así, hoy es “La fierecilla domada”, y “El mercader de Venecia”. Hacíamos entradas y se las vendíamos a toda la familia y vecinos, la función era en el estudio grande de mi padre.
--Díganos cómo era esa casa encantada.
--Sí, sí, estaba encantada. Vivíamos con una sensación de libertad grande. En el estudio de mi padre había una gran estufa de hierro y una gran alambrada alrededor. Había sillones tapizados, la librería era un altar barroco con un San Miguel grande; teníamos una esfera armilar y otra esfera universal. Mi padre conservaba libros antiguos, de vidas de santos, de Ciencia, de narrativa. Yo recuerdo que nosotras teníamos unos libros grandes de Julio Verne, ilustrados con dibujos negros, que luego han desaparecido. Mi padre era un renacentista, le interesaba todo y escribía muy bien. Era un auténtico manitas. Por casa venían muchos amigos...
--Sorprende la gran cantidad de amigos que tenía su padre, el entusiasmo y el respeto que parecía despertar en la ciudad.
--Era de la CNT y, por lo tanto, el garbanzo negro de los conservadores, pero sí tenía amigos: Silvio Kossti acudía por las tardes, era guapísimo, nos traía caramelos rellenos; Rafael Sánchez Ventura, que nos prometía que nos iba a regalar un burro enano que llegaría de Egipto; Honorio García Condoy, que venía desde Zaragoza. O Ricardo Compairé: juntos salieron a hacer fotos, y Compairé le pedía año tras año que le preparase el escaparate de la farmacia para un concurso, que ganó varios años. Y también venía gente del cine. Recuerdo que a mi padre le hicieron una película: él entraba y salía, pintaba, paseaba entre los armarios y los libros, se asomaba a la calle del Aire o al jardín. No sé si sería Luis Buñuel.
--¿Llegó a conocerlo de niña?
--Muy poco. Nos enteramos de la ayuda de la lotería, con que se financió “Las Hurdes. Tierra sin pan” y todo eso. Fue verdad que a mi padre le tocó la lotería. En torno a 50.000 pesetas, creo. Años después, cuando Buñuel vino a España, a principios de los 60, hablamos y me dijo: “¿Es verdad que te has casado con un falangista y tu hermana Sol con un militar?”. Le dije: “Yo me he casado con un abogado y mi hermana con un músico alemán”. Volvió a recibirme otro día y me dio 60.000 pesetas, que eran como los derechos de autor o la devolución del préstamo de mi padre. Fue todo un gesto. Volvimos a verlo alguna otra vez en Madrid.
--Ramón Gómez de la Serna fue invitado por su padre a impartir una conferencia en Huesca...
--Lo conocimos. Éramos muy pequeñas. Nos regaló a mi hermana y a mí dos cuentos escritos y dibujados por él: “El gorro de Andrés” y “El marquesito del circo”. El clima de mi casa era ideal: teníamos una inmensa sensación de tolerancia, de alegría, de cariño. Mi padre, cuando estuvo en la cárcel en los años 30, nos enviaba sus cartas con palomas dibujadas, cartas de esperanza, como si soñase con un mundo nuevo para todos.
--Hablemos de su madre Conchita Monrás. Las fotos revelan una gran personalidad...
--La tenía y a mí me parecía hermosa. Tocaba el piano; había estudiado con las monjas de Santa Rosa. Antes de irnos a la cama, siempre nos interpretaba a Mozart, Granados o Chopin. Era una mujer muy moderna: jugaba muy bien al tenis. Mi abuelo Joaquín Monrás, catedrático de literatura, fue quien trajo el fútbol a Huesca.
--En las fotos siempre se percibe un clima de afecto entre sus padres, como algo especial.
--Se lo puedo decir, y creo no estoy mitificando nada. Mis padres vivían un enamoramiento absoluto. Por eso se murió mi madre: cuando vinieron a buscar a mi padre, ella se fue detrás. Mi padre le dijo: “Quédate con las nenas. No las dejes”. No le hizo caso. A mi padre lo mataron en la tapia del cementerio el seis de agosto de 1936 y a ella unos días después. Muchos años después nos enteramos que mi madre le había dicho a una vecina: “Dales un beso a las niñas por mí”. Ese debió ser su último pensamiento, pero nunca nos dijeron nada. La compenetración entre mi padre y mi madre era total. Jamás les oí una palabra más alta que otra.
--¿Intuía usted que su padre andaba metido en política?
--De alguna manera sí. Alguna vez lo habían venido a buscar, pero no lo encontraron. Tenía una especie de escondrijo en la casa.
--Su padre siempre sale en las fotos triste. ¿Era así?
--Es cierto, pero era alegre. Cuando los mataron, mis tíos nos dijeron que había caído una bomba en la cárcel, que se había incendiado, y que mi padre y mi madre se habían quemado. “¿Tú te lo crees?”, le dije a mi hermana. “No, claro que no”. Le diré una cosa: a mí nadie me vio llorar nunca por mis padres. No quería que me viesen: me iba al sótano o un cuarto donde nadie me viese y allí me desahogaba, lejos del mundo.
--¿Les sería muy difícil asumir el espanto, la pérdida?
--Lo fue. Yo me callaba, no contestaba, pero me sentía muy orgullosa de mis padres. Transigía, me dejaba ir. Mi cabeza estaba en otro sitio. Tenías que vivir y vivir, y reías y hacías teatro como los demás que te ocultaban lo que había sucedido. E hice lo indecible por recuperar íntimamente lo que había perdido, lo que había sido: aquel ambiente de libertad. Piense que nosotras no fuimos al colegio hasta el Bachillerato. Me hizo mucha ilusión meter los libros en una caja de madera.
--¿Cómo fue su vida, la suya y la de su hermana, tras el asesinato de sus padres?
--Inicialmente estuvimos en Jaca con mis primas, y luego ya nos quedamos a vivir con mi tío Santos Acín y su mujer Rosa Solano. Santos era todo lo contrario que mi padre: conservador, creyente, muy católico, 20 años mayor que mi padre. Pero ambos nos trataron con cariño, no tengo más que palabras de gratitud. Nos cambiaron el nombre, nos vestimos de luto; yo pasé a ser Ana María Acín y mi hermana Marisol. Tuvimos que hacer la primera comunión y todo eso. Y pudimos estudiar: yo hice Historia Medieval y mi hermana Filosofía y Letras. No queríamos que nadie tuviese compasión de nosotras.
--¿Era eso lo que percibían: compasión?
--Yo creo que sí. En Huesca se nos miraba con compasión, con paternalismo, con tristeza. Nadie se metió con nosotros. Al fin y al cabo, la nuestra era una historia demasiado terrible. Yo también sabía que cuando iban a fusilar a personas como mis padres, la gente salió a aplaudir al balcón y a la ventana. He intentado olvidar, no consumirme en el rencor.

Historia de una artista

La historia de Katia impresiona y provoca admiración. Se casó con el abogado y secretario de ayuntamiento Federico García Bragado, parió cinco hijos y con 40 años, una vez que se le había negado una y cien veces la posibilidad de una interinidad, se presentó a las oposiciones libres. Pidió ayuda a la Divina Providencia, que se colaba en casa entre los chiquillos y le ayudaba a estudiar hasta diez o doce horas al día. Aprobó la oposición y se marchó de profesora a Binéfar, al instituto, del que fue directora; estuvo en Zaragoza, en Huesca. Cuando se acercaba a la jubilación, viuda ya, decidió emprender otra travesía: se marchó a Canarias un año. Siempre fue una aventurera, igual que lo era de niña cuando se subía a los árboles e imitaba las aventuras de Tarzán, o incendió la hierba del Hortal, el jardín que tenía en su casa. Su madre se quemó hasta las cejas para apagarlo.
De vuelta, no se conformó. Recobró algo que siempre había soñado: su aplazada condición de pintora, de dibujante. Y no se le ocurrió otra cosa, en 1988, que ingresar en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Barcelona, y se especializó en grabado. Realiza una obra próxima a la inspiración de su padre, dominada por la figura humana, no exenta de dolor, desgarro y melancolía. Algunas de sus piezas ya han sido adquiridas en Alemania, han ilustrado publicaciones como “Claves” o “Turia”, y ahora figuran en Barbastro –con las pruebas de artista— en una emocionante muestra en la UNED de Barbastro. Katia pasa a la sala contigua y se encuentra con la obra de su padre, la misma que veía a diario en su hechizada Casa de la Ena, antes de que apareciese el relámpago de la barbarie.

RECUERDOS

El cine. “De niña, iba mucho al cine Olimpia. Me encantaba. Mi padre era amigo del que pasaba las películas, que estaba casado con una sobrina suya. Iba a ver el pase en privado y luego nos autorizaba a asistir o no”, recuerda Katia.
Fermín Galán. “Mis padres le querían muchísimo. Tenían retratos suyos en casa. Cuando fue fusilado, en 1930, mi madre iba con la madre de Fermín Galán a contratar a la catedral de Huesca una misa, coincidiendo con el aniversario de su muerte. Lo hacía por cariño, respeto y caridad. A veces, íbamos con la señora, mi madre, mi hermana Sol y yo hacia la colina de las afueras, ‘Las montañas’, donde lo habían enterrado. Mi madre colocaba un redondel de piedras en torno a la tumba, y luego volvíamos. Era un rito emocionante. Mi padre estuvo implicado en la sublevación de Jaca. Se marchó a Francia para que no lo pillasen, y cuando volvió fue aclamado y aplaudido en Barbastro y Jaca”.
Ramón José Sender. “Un hermano de mi madre se casó con la hermana mayor de Sender, Amparo. A mí me dio clases su hermana Sunny. Mi padre y Sender no se llevaban muy bien. A veces, las dos familias coincidíamos veraneando en Saqués, en el valle de Tena. Recuerdo una tremenda discusión del escritor y mi padre de política, recién llegado Sender de Rusia. Nunca había oído gritar tanto a mi padre. En cambio con Manolo se entendían muy bien. Lo fusilaron, como a mi padre, iniciada la guerra civil. Había sido alcalde republicano de Huesca”.
Memoria. “Mi emociona exponer con mi padre [se refería a la exposición que les organizó a ambos, en Barbastro, María Jesús Buil, responsable ahora del homenaje en La Carbonería de Huesca]. Él era un artista total, yo una artesana. Era un idealista, generoso y desprendido. No puedo quedarme sola en la exposición porque me emociono. Se me hace irresistible”.
25/11/2004 22:45 Enlace permanente. sin tema Hay 2 comentarios.

75 AÑOS DEL COLEGIO COSTA

Ese personaje, cada vez más irrepetible, que es Javier Torres, el maestro del móvil, aparece por Garrapinillos con dos obsequios: el libro catálogo de Víctor Mira sobre su trabajo “África” y el “disparate” goyesco que hizo para Fuendetodos (donde se exponen ambos proyectos) poco antes de morir, todo ello tirado por Ignasi Aguirre, y el precioso volumen “Grupo Escolar Joaquín Costa. 75 aniversario (1929-2004)2, coordinado por Víctor Juan Borroy y Encarnación Visús Pardo. Ambos escriben casi medio libro, hablan de esto y de aquello, de la arquitectura (en particular de Miguel Ángel Navarro, a punto de ser fusilado en la Guerra Civil, tal como recuerda Amparo Martínez), de profesores como Mercedes Lasala, de cursos concretos, de los ex alumnos y de esa aroma especial de laicismo. Pero además hay varios textos de Eloy Fernández Clemente, de Ramón Acín Aquilué (datado en 1916), de Carlos Miragaya, hermano de Víctor Mira, de José Manuel Broto (“este edificio exacto y necesario se resistió, con éxito, a sucumbir a la modorra nacional obligatoria. Y desafiante nos inculcó una cierta idea de independencia. Ese es mi recuerdo emocionado”, dice), la actriz Mercedes Lezcano, viuda de Adolfo Marsillach, el poeta y narrador Joaquín Sánchez Valles, o el ya citado Javier Torres, que arranca su evocación de manera definitiva: “Eran años en los que los palos llovían con más frecuencia que las palabras”. Un libro para entrar en él, por el comedor o la piscina, y quedarse bien adentro, a la sombra de tantos que por allí han pasado y del inolvidable Pedro Arnal Cavero.
27/11/2004 20:09 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

NOTAS SOBRE UN DOMINGO TACITURNO

En los últimos he perdido tanto el hábito de escribir que me siento seco, como si me hubiese olvidado de las palabras y del sabor de las historias. Atravieso uno de esos periodos extraños en que no tengo ni una sola idea, ni un solo tema, vivo sin vivir en mí, ausente, fatigado de no se qué, extraviado y sin ambiciones, con esa sensación de que el lenguaje me ha abandonado para siempre. Leo a Javier Marías, releo sus libros, sus entrevistas porque tengo que entrevistarlo en el Paraninfo el próximo martes y me habita una sensación de timidez y de miedo. Intento disfrutar de su prosa envolvente, y repaso también los textos de María Zambrano, de la cual tengo que escribir una doble página. Me sorprende de “Baile y sueño” de Marías ese estilo tan personal, ese discurso que trenza, página a página, en ese libro que no quiere contar más que la narración del pensamiento, la prosa casi laberíntica de los sueños y de las obsesiones, emplazada ahora en una meditación sobre la violencia y el miedo, el nuevo universo de Deza. María Zambrano es la pensadora errante: iba, tras dejar España, de aquí para allá con su hermana Araceli y sus trece gatos. Escribía siempre, impartía charlas, redactaba artículos de casi todo, y forjaba día a día una visión del pensamiento europeo, en conexión con los grandes filósofos de Occidente, sin desdeñar una mirada a Oriente. Fue su primo y su primer amor quien le habló de los sufíes, del pensamiento budista, de la obra de Tanizaki, y resulta conmovedora su trayectoria vital: su estancia en Chile y México, donde fue maltratada, luego en La Habana (muchas veces en La Habana, donde frecuentó a su gran amigo José Lezama Lima, pero también a Fina García Maruz, Virgilio Piñera, Cintio Vitier), más tarde en Roma, en una localidad de Suiza, en París, en Ginebra. Recibía visitas constantes: de Alfredo Castellón, de Cortázar, de José Ángel Valente, y ella se sabía moradora irremediable de la patria sin patria que es el exilio. Amó al citado Miguel Pizarro, a Alfonso Rodríguez (que fue su marido), a Pittaluga, y luego le confesó a Rosa Chacel en una carta que llevaba años sin amor salvo una escultura que veía a diario en los alrededores de Via Appia y que presentaba a sus amigos como su verdadero amante.

Domingo taciturno. Aún tengo resaca de un mal partido de infantiles en Andorra (Jorge jugó un buen primer tiempo y se diluyó en el segundo, como el San Gregorio; Diego pugnó con dos medios centros enormes, recibió muchos palos, pero provocó la admiración de su hermana Aloma, que, con la pasión renovada de quien vuelve de París, dice que “ese niño menudo sabe a lo que juega y que trabaja hasta la extenuación”. Resultado: el Garripinillos perdió en casa con el líder por 2-3) de la derrota inesperada del Zaragoza, del empate del Deportivo, y todo se vuelca y se amontona en una impresión de fastidio y de melancolía. Veo las grises botas Nike en el baño, veo los libros acumulados, los recortes de periódico, el fuego en la chimenea. Y yo ando por ahí, errante, entre las pequeñas cosas, los desórdenes de un atardecer de domingo como un náufrago, como un exiliado que no sabe bien adonde pertenece, o si pertenece a algo, a alguien, a algún lugar. El ordenador van tan lento, tan lento, que parece mustio, débil, como a punto de extinguirse.

He leído la entrevista en “El país” de Marisa Paredes: ese acto de desnudez, de revelación sobre la pobreza de su familia y la historia de la complicidad con su madre. Y el artículo de Marías sobre cómo el presente de convierte en pasado de inmediato, como un ardid de los que ahuyentan sus errores sin tener la entereza de asumirlos. El PP, por ejemplo, de nuevo. Alargo la mano y me encuentro con dos libros admirables: “500 Autorretratos”, desde El Greco, Durero (tan seductor, tan moderno), Manet, Rubens, o Walker Evans, captado por sí mismo en cuatro imágenes en forma de silueta, o Cindy Sherman, que parece salida de un cuadro de Vermeer. Así hasta quinientos de todas las épocas y todas las disciplinas de creación plástica. Y “El factor Borges” de Alan Pauls, el autor de “El Pasado” (Anagrama) compone un manual para adentrarse en la obra de Borges, mediante dos niveles de lectura, o mediante un conjunto de impresiones de lector y una suerte de diccionario personal, en letra más menuda, de acercamiento al autor de “Ficciones”, “El Aleph” e “Historia universal de la infamia”, reeditados estos días en bellas ediciones por Destino. Tengo en la mesilla el último tomo y he releído estos días la narración del suplantador: ese impostor inverosímil llamado Tom Castro.
28/11/2004 20:33 Enlace permanente. sin tema Hay 3 comentarios.

EL MAQUINISTA Y "EL PAÍS"

Me ha ocurrido esta mañana, en la explanada donde paseo a Noa, una cosa casi increíble. Había ido a comprar el pan y los periódicos. Dejé "La Vanguardia" en casa y salí con "El País". Andaba por allí y de repente el maquinista de la excavadora me dijo: "Me deja ver la portada de ese periódico. Ah, pero si es "El País". Este periódico miente en todas sus páginas". Repasó un momento la portada, sólo la portada, y añadió: "Fíjese, ya miente en la noticia más grande. Este es el periódico del gobierno. Lo hacen Zapatero y los de Prisa". No supe qué decir: era demasiado temprano para responder a algo así. Agregó: "¿Conoce usted "El Mundo"? Ese es mi periódico, aunque no siempre estamos de acuerdo en todo. Ellos están contra la guerra y yo defiendo la guerra. La guerra de Irak, claro. He leído a Montesquieu y Maquiavelo y ellos explican muy bien la necesidad de las guerras".
Me devolvió "El País" y recordó de nuevo su defensa de la guerra y elogió a Pedro J. Ramírez. Noa andaba lejos y la llamé. Miré la excavadora y a su maquinista. En una ventanilla lateral, había un cartel a máquina donde se recordaba que hacían trabajos de excavación. El sol, a lo lejos, alzaba el vuelo como una araña luminosa y gigante. Noa gruñó.
29/11/2004 16:23 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

ATAR LOS CORDONES

Uno nunca debe quejarse de nada. Y menos de manera tan pública. Un blog como este tiene algo de exhibición, de deuda constante con uno mismo y acaso con alguien que se sospecha o se intuye que puede estar al otro lado. Hay desahogos que deben ser tan personales e íntimos que no debieran salir de uno mismo. Ni un gesto desabrido más, ni una queja: la discreción es un reino secreto tal vez ideal. Contar sí, contar sin buscar la compasión, contar por el deleite de decir, de acariciar el ánima de las palabras y pulsar su música. Contar sin zaherir
Por esas cosas bellas que tiene la vida, que son lecciones de dulzura, regates admirables del destino que te sitúan ante la prepotencia de sentirte desdichado en algún momento y de estar harto de la literatura, de los suplementos (debes reiventarte: empezar de nuevo, humillar la cerviz como si nunca hubieras hecho nada, con el desparpajo de quien empieza), te encuentras con Javier Hernández, un admirable periodista deportivo, un auténtico sabio, sensible y curioso, que escribe los artículos con los pies, que coge el teléfono con los dedos de los pies, que llama el ordenador con un golpe de frente y que escribe con sensatez, emoción y hondura. Javier no tiene manos, tiene una pierna más grande que otra y es capaz de jugar al fútbol como si nada. Hoy me ha pedido que si le podía atar los zapatos, seguramente acababa de hacer una crónica limpia y exacta. Me pareció un detalle tan humano, tan confiado, tan sencillo, que me hizo sentir culpable de que existan domingos taciturnos. O de que te invada ese antiguo “spleen” que tanto alimentó la literatura de Charles Baudelaire.
30/11/2004 02:32 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

EL ANCIANO Y SU GEMELO

CUENTOS DE MARTÍN MORMENEO / 2

Martín Mormeneo oyó en el kiosco de Oliverio Melús que se había muerto alguien a las cinco de la mañana. Es la noticia ingrata del día. Una conmoción invisible se instala en la panadería, en el estanco, en las tabernas o en el parque donde los ancianos bisbisean. Uno, que todavía monta en bicicleta y recorre sus campos, dice: “Un día nos tocará a nosotros como a cualquier carnuz. Mientras, fumemos”. Y fuman con parsimonia, sobre el banco de hormigón, como lagartos que apuran el último sol del verano. Es una mañana tibia y monótona en este barrio de las afueras, sacudido una y otra vez por el ruido de los aviones. Martín Mormeneo ya ha comprado los periódicos y el pan, y enfila hacia casa. Se encuentra con otro anciano de ojos azules, con el que charla a menudo cuando pasea a su perra Eloísa, y le pregunta quién se ha muerto. “El antiguo practicante. Era de aquí y valía más que todos esos médicos de ahora”. Mormeneo quiere saber algo más de él. “No le importaba levantarse a cualquier hora, lloviese a cántaros, hiciese cierzo o nevase –agrega el anciano-. Lo mismo te pinchaba, que te curaba o te recomendaba una pastilla. Aquí todos lo conocíamos. Qué hombre: seco, alto y muy hablador. Seguro que lo ha visto. En la iglesia ya han escrito su nombre: Segundo Cayuela, quinto mío del 44. Al terminar su trabajo, pedía un vaso de vino. O dos. Era su único defecto”.
Martín Mormeneo sigue andando y piensa que aquello no era un defecto, sino una forma de relación con la alegría. Coge una de sus cámaras, una Canon convencional, y regresa a la plaza. Enfoca la portalada de la iglesia, comprueba a través del visor que se leen las letras del nombre del difunto, Segundo Cayuela Miravete, y dispara. En ésas, sale el sacerdote de la taberna Casa Indalecio y lo observa un instante. “Esa foto no le servirá de nada –le dice-. Es falsa. El muerto es otro: su hermano gemelo, Abelardo, que se dedicaba a la cría de caballos en Torremedina. Acaba de llamarme Segundo y me lo ha dicho: ‘No me mate antes de tiempo, señor cura, aunque es bonito saber que la gente me aprecia’. Jamás me había pasado algo así”. El sacerdote, José Aniés, sólo lleva dos meses en la parroquia.
El anciano de los ojos azules tampoco le había dicho a Martín Mormeneo que Segundo Cayuela es un formidable bromista, capaz de inventarse su propia muerte. O de inventarse un hermano gemelo.
30/11/2004 13:11 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

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