Se muestran los artículos pertenecientes a Abril de 2007.
CARTA DE OURENSE CON POEMA (RAMÓN ACÍN)

[Desposis de algúns meses de non saber nada do poeta Gustavo Peaguda, recibo esta fermosa carta, que narra a feliz casualidade de terse atopado cunha mostra de Ramón Acín, o gran intelectual, mestre, político, pintor e escultor oscense. Sen dicirlle nada o poeta Gustavo, que mora en Santiago de Compostela, deixo aquí a súa carta e o seu poema. E envíolle unha aperta].
Estimado Anton:
Despois de quince días sin ir por Ourense, tiven unha agradable sorpresa. Cando ía camiñando polas ruas vin un cartel no que anunciaba unha exposicion cun titulo fermoso " el volumen inapropiado". Fun a vela. Ali encontrei cas esculturas dun home o que soamente coñecía polos teus escritos. Ese home era Ramon Acin. Que fermosas sobretodo esa feitas chapa de ferro recortada.
De volta a casa recupei este poema meu que tiña gardado:
FUXIDE
“ Por vostede estabamos agradando, tolo, romántico, lunático”
Antón Tovar
A Antón Castro, o mariñeiro de Aragon
1936
¡Ramon Acin!.
¡Ernesto Gomez del Valle!.
Fuxide,
Fuxide
que o lobo famento
anda a preguntar por vós.
2005
¡Ramon Acin!.
¡Ernesto Gomez del Valle!.
Fuxide,
Fuxide
que o lobo
disfrazouse de esquecemento.
Unha forte aperta dende Ourense
[Ramón Acín e Conchita Monrás, na súa casa, sentados diante da gaiola coa paxariña dentro].
CON LOS CLEMENTE EN MONZÓN / Cuaderno de apuntes, 3

DIARIO. 75 AÑOS DEL REAL ZARAGOZA
Hacia las nueve y media de la mañana de ayer sábado salimos de Garrapinillos hacia Monzón. Ángel Aznar, expresidente del Real Zaragoza e historiador del club, conducía. Me encanta descubrir paisajes, absorber la luz inédita, las imágenes del horizonte, las casas a lo lejos, una edificación que se alza entre los alcores. Me encanta realizar esta ruta: Huesca, las tres Sorores a lo lejos, tocadas de nieve, los Pirineos entrevistos como una costalada del universo, el castillo de Montearagón, siempre lejano y solo, siempre espectral a cualquier hora del día, y luego las tierras de Alquézar, Barbastro y sus montes y viñedos, Monzón que se abre ante los ojos con su imponente Azucarera. Ángel Aznar es un gran conversador. Está entusiasmado con los 75 años del club, con los jugadores (saludó, entre otros, a Rubén Sosa, que trajo él), con la historia, con esos personajes que forman parte de la leyenda. Curiosamente, parece intrigado por esos futbolistas casi desconocidos que sólo han jugado una vez o dos con el equipo. Y cada vez que descubre a uno nuevo, le toma una foto. Es como retratar a un fantasma. Es como si le tocase la lotería.
Allí, en Monzón, hacia las once y media, nos esperaban Miguel Ángel y Javier Clemente, que poseen posiblemente la mejor colección del Real Zaragoza. No sólo son forofos acérrimos, que llevan medio siglo reuniendo cosas (Javier algo menos; sólo tiene 48 años; Miguel Ángel tiene 52 y se recuerda a la sombra de su padre, “tomate”, embrujado por el equipo), aman al equipo como si fuese la sustancia central del aire que precisan para vivir. Una prolongación de la familia más íntima. Estaban encantados con nuestra visita. Han ampliado el museo hacia una habitación lateral, que compartirán con uno de los hijos de Miguel Ángel (especializado en sonido; el menor, se inclina hacia la literatura y la Filología Hispánica), y allí lo tienen casi todo. Incluso ese gran escudo, de casi un metro de alto, del equipo, realizado en forja.
Esa casa habitación es como un gran laberinto del Real Zaragoza. Tienen de todo y en abundancia: los periódicos y revistas, catálogos, folletos y libros de historia que afectan al club, y eso quiere decir publicaciones como “Amanecer”, “El Noticiero”, “Torneo”, “Heraldo” (aquellas hojas inmensas, como sábanas, con espléndidos reportajes a toda plana), “Marca”, “Dicen”, “AS”, cualquier publicación que se nos puede antojar. Han tenido la paciencia y el buen gusto de recoger los pósters de todas las épocas, enmarcarlos y tapizar las paredes con las alineaciones históricas, en particular desde “Los Cinco Magníficos” hasta ahora. Por cierto, incluso poseen un póster de la revista erótica Lib, con una alineación del Real Zaragoza, en gran formato; como es de imaginar, al lado de los jugadores, en un montaje, hay una mujer desnuda de opulentos senos. No es la única imagen de ese tiempo. Otra revista, creo que era la satírica “Barrabás”, publicó otro cartel grande con el equipo que descendió en la temporada 1976-1977 con otra chica bien parecida y en paños menores, y una leyenda que decía: “Qué zalbajada”.
Además, tienen colecciones completas de álbumes de cromos, fotos y caricaturas, desde “Los Alifantes hasta ahora”, carteles maravillosos, bufandas, banderines de club y de intercambio, insignias (muchos de los clubes que se enfrentaban al Real Zaragoza en competiciones europeas se las enviaban), camisetas (la última fue firmada por Alberto; otra de Agustín Aranzábal, otra, con el once a la espalda, de Paquete Higuera), cajas de cerillas, mecanos, juegos, pequeños recuerdos, botellas, copas, piezas de cerámica, desde los años 60 hasta ahora. Por tener tienen hasta colecciones completas de fotos y postales de La Romareda, desde su inauguración en septiembre de 1957. Y cientos de entradas y carnés de socios. Y muchas más cosas. Esa casa es como un cofre de tesoros del Real Zaragoza.
En las últimas semanas he conocido a varios coleccionistas del Real Zaragoza: a Juanjo, coleccionista de entradas que me abrió las puertas a otros especialistas. A Juanjo García Oliván, coleccionista de casi todo (me mostró una espléndida colección de camisetas, entre otras muchas cosas) y conserje de portería. A Beni Díaz, que también se está haciendo un impresionante fondo documental gracias a su curiosidad y a los movimientos constantes de piezas que se producen en internet, que sigue con mucha atención. Ángel Aznar posee un archivo digitalizado de 20.000 piezas y aún sigue buscando e intentando documentar la historia de los jugadores... Miguel Ángel y Javier escriben a diario su autobiografía zaragocista. En su museo poseen unas estupendas fotos de los años 60: en una de ellas se ve a Miguel Ángel en La Romareda vacía, toda para él. Es su campo de sueños. Y quizá por ello, está terminando una reproducción en forja del campo, un trabajo laborioso, increíble, minucioso, que le exige rectificaciones, acotación, la máxima pulcritud. Y está quedando estupendo.
Antes de ir a comer, bajamos a ver ese campo y nos quedamos maravillados. Había una luz especial, una luz que iba y venía con sus fogonazos de sombra, una atmósfera de trabajo e intensidad, de orfebrería. Al final y al cabo estábamos en Forja Ferrocle, galardonada tres veces con premios nacionales, sin duda los grandes forjadores de Monzón, y uno de los mejores de Huesca. Comimos y seguimos hablando de fútbol, de jugadores (Miguel estaba muy interesado en conocer mejor la historia de “Los millonarios”, aquel conjunto de Rosendo Hernández, Noguera, Chaves, Baila...), de directivos, de la historia de las piezas, de los desvelos, de la ansiedad. Javier y Miguel Ángel, Miguel Ángel y Félix, sueñan con una gran exposición en el Palacio de Sástago. Están implicados al máximo. Como otros coleccionistas. Los Ferrocle sienten al Real Zaragoza como algo muy suyo que comparten con muchísimas personas. El Real Zaragoza, lo compruebo día tras día, es un patrimonio sentimental bastante unánime. O mayoritario.
[De vuelta, aún pude ver a mi hijo Diego, que jugaba en los campos de la Federación contra el Picasso. Estaban ocho, y perdieron 4-0; Diego, que acaba de volver de un viaje de casi una semana por París, jugó lesionado, con un tirón que le impedía moverse a gusto. Esta semana se va a Lloret de Mar a participar en un torneo en el que intervendrán equipos de toda España, y de Europa como el Ajax. Jorge jugó con el infantil de Utebo la segunda parte completa. Jorge no se desanima, y ayer jugó bien (eso me dijo, y lo creo) y asistió a Mario en un pase que acabó en gol.]
*Miguel Ángel y Javier Clemente acaban de recibir de Ricardo Lapetra una fotografía de Carlos Lapetra alzando el título de la Copa del Generalísimo parecida a ésta, desde otra perspectiva.
ENRIQUE CEBRIÁN ESCRIBE DE ISMAEL GRASA*

*Ismael Grasa, Trescientos días de sol, Zaragoza, Xordica, 2007
Enrique Cebrián Zazurca
Anunciando la primavera próxima vino Ismael Grasa a habitar de nuevo los días de sol –¿tantos?– que anuncia el título de su último libro, sin por ello impedir que en este clima suyo –nuestro– se cuele de rondón la boira, la cercera (dígase cierzera) y hasta algunos perdidos copos de nieve en los huesos de los habitantes de estos relatos, de este lugar.
Trescientos días de sol nos habla de personajes tan raros y tan normales a un tiempo que podríamos ser tú o yo, tu primo o la vecina que espías por la ventana. Y eso inquieta. Inquieta verse tan del montón, como inquieta saberse carne de frenopático. El hilo conductor de estas historias es –como dice la propia contraportada del libro– el delito o, al menos, la posibilidad de éste. La tentación del mal, cifrado en ceder a un impulso, en contravenir una norma social, el morbo de ser más animal, si quieres. El delito –cumplido o no– como introspección, como el modo de conocerse mejor y ser más libre en un mundo en el que, paradójicamente, la soledad y los tiempos muertos ante un botellín de cerveza no dejan a estos personajes pensar, pensar en ellos, pensarse, agobiados quizás como están por una maquinaria parece que perfecta y terminada y en la que sólo son piezas sobrantes, con suerte sólo repuestos esperando que algún día el engranaje falle y entren ellos.
El delito como símbolo se ve enfrentado a la pureza, al símbolo del agua que limpia, y que Grasa utiliza en varios de los relatos. El camino a la ducha, el deseo de estar bajo el chorro, es el deseo y el camino del hijo pródigo que vuelve a la casa del padre, arrepentido por la curiosidad de saber qué había al otro lado de la puerta, al otro lado de la ley que nos dimos para protegernos.
La vecina y tu primo y tú y yo somos el que ansía apretar el gatillo y somos también el que ve sus lágrimas confundidas con las gotas bajo la alcachofa del baño. Y eso inquieta.
La prosa de Ismael Grasa en este libro es una prosa certera pero sugerente, una sucesión de flashes que dan un cierto tono cinematográfico a la obra y que la dejan con la ropa suficiente para no pasar frío, tampoco desnuda.Por la escritura y los ambientes las historias recuerdan a las de su Nueva California. La referencia a Von Gloeden en el relato “Algo provisional” nos remite a lo que Ismael Grasa escribió acerca de este pintor y fotógrafo romántico en su literaria estampa de Taormina en Sicilia.
Existe, por último –y esto tampoco es nuevo en Grasa–, en los escenarios, en los términos utilizados, en los personajes, etcétera, la voluntad de dejar constancia de que quien escribe es un escritor de Aragón, un escritor de Aragón nacido en Huesca que vive en Zaragoza, un escritor que sabe lo que eran los tiones y que sabe también las barras de los bares de la capital donde beben de noche los ecuatorianos y los guineanos de este nuevo Aragón. Si se observan los doce relatos de este libro (los doce cuentan con un escenario aragonés), se ve que esta actitud deviene casi en militancia.
Trescientos días de sol es, en definitiva, un libro que habla de nada y de todo, del deseo de vencer la soledad, de las cosas que se hacen o se dejan de hacer cuando uno está aburrido, de la curiosidad y de la culpa, un libro que habla de nadie y de nosotros: ya sabes, de ti, de mí, del pesado de tu primo, de la vecina desnuda saliendo de la ducha…
*Portada del libro concebida por Elisa Arguilé. Enrique asomó al blog, pegó su comentario, pero me parece tan estupendo y certero que creo que debe estar en el escritorio.
JUAN LUIS BUÑUEL, GUINDA, MORENO GISTAÍN, EN BORRADORES

El programa “Borradores” recibe este martes, 3 de abril, a las 24 horas, a los pianistas Juan Fernando y José Enrique Moreno Gistaín, que interpretarán, a cuatro manos, dos obras de Manuel de Falla. Los dos intérpretes y profesores, nacidos en Barbastro, explicarán su trayectoria y algunos de sus últimos conciertos para la Orquesta de RTVE o en la Fundación March. El programa, además, recibirá a Ángel Guinda, que acaba de publicar “El mundo del poeta. El poeta en el mundo” (Olifante) y a la actriz y rapsoda Tachia Quintanar, a quien García Márquez dedicó la edición francesa de “Cien años de soledad”. Guinda y Tachia Quintanar presentan el libro en la Diputación de Zaragoza el mismo martes a las 20.00 horas. Y otra invitada en el plató será la actriz Blanca Resano, que estrena esta semana en el Teatro Principal su versión de “El perro del hortelano” de Lope de Vega. Además, “Borradores” conversará con Juan Luis Buñuel, que retorna 40 años después a Calanda para realizar un nuevo documental, con el narrador aragonés, residente en Barcelona, Antonio Cardiel, autor de “Un Rembrandt en la basura” y visitará la librería Cálamo para oír algunas recomendaciones de libros de viajes. Antonio Gala leerá uno de sus sonetos.
*Ángel Guinda, durante su estancia en "La Casa del Poeta" (Trasmoz), donde redactó el libro "El mundo del poeta. El poeta en el mundo" (Olifante). Cortesía de la editorial de Trinidad Ruiz-Marcellán.
ÁNGEL GUINDA: VISIONES, AFORISMOS, PENSAMIENTOS, MANIFIESTOS*

Odiseas Elytis, en Antes que nada la poesía, se refiere al yo poético con esta consideración: “No es el Poeta quien se conforma en el mundo, es el mundo el que se conforma en el Poeta.”
El ser del poeta es el de un niño adultado, también el de un anciano infantil. El mundo es, para su mundo, un gran laboratorio de experimentación hacia la experiencia.
En medio de ese viaje a la oscuridad en que consiste la aventura del ser humano, el poeta es un condenado a la claridad y al canto. Canto a la materia desde la clarividencia del espíritu.
El poeta es un inadaptado. Su inadaptación al mundo real se manifiesta en una vertiginosa evasión hacia dentro que consolida su distintivo lírico y acarrea el riesgo del ensimismamiento.
El poeta posee hipersensibilidad sensorial. Vista, oído, olfato, gusto y tacto funcionan en él como radares de absoluta precisión. No así su sentido común. Cuando sus percepciones son llevadas al filo de lo real o se radicalizan hasta el tuétano del caos más armónico, el poeta roza la visión y genera sinestesias o confusiones sensitivas: así ve voces o escucha sombras.
La mirada del poeta no se queda en las cosas por sus ojos miradas, admiradas; las atraviesa y sigue: continuidad de un viaje, extático, camino del misterio.
El poeta es el sí rotundo de todo el universo.
Ante la belleza, el poeta es la boca de la sed. No tiene ojos para tanta luz, no tiene brazos para tanto aire, no tiene oído para tanta música, no tiene pecho para tanto amor, no tiene vida para tanta muerte.
Las manos del poeta son llamarada, llamada, acercamiento entre su mundo y el mundo de las cosas. Manos que son la piel de la caricia, acogedor anticipo del abrazo.
El alma del poeta es como su palabra: una casa en la que habita la realidad otra, el mundo otro que su mundo ha creado.
El poeta atesora una extraordinaria capacidad para el asombro, frontera de la sublimación, cómplice del prodigio.
El poeta se atreve con la belleza, con el silencio, con el grito, consigo mismo, con las multitudes, con la soledad, con el abismo, con el imposible, con el sol sangrante, con las tinieblas, con la libertad.
Vivimos inmersos en una época de consumismo hostil que puede convertir la poesía en mercancía y al poeta en mercenario. Aun a pesar de que la poesía como producto de mercado no es un bien de alto consumo, no tienta a quien la edita y menos a quien la escribe por el beneficio económico que pueda generar; y acaso sea éste uno de los motivos del frecuente transfuguismo desde dicho género hacia la narrativa entre nuestros escritores.
Para una mayor y más asequible difusión de la poesía hacia quienes no la leen, proponemos, más allá del poema estático en soporte libro o en cartel, la aparición súbita, intencionadamente casual, del poema cinético caminando en pantalla-cinta instalada en calles, parques, transportes públicos, centros comerciales.
Antes que la nada la poesía.
[*Trinidad Ruiz-Marcellán me envía fragmendos de "El Poeta en el mundo. El mundo del del poeta" (Olifante). Selecciono algunos y le busco una foto adecuada. Ángel Guinda lleva 22 días sin fumar. Me ha gustado mucho esta foto de Ilse Bing, y aquí se la cuelgo a los textos de Ángel, tan fieramente humano].
AITANA SÁNCHEZ-GIJÓN CONVERSA CON LUIS ALEGRE*

Luis Alegre entrevista esta noche, en "El reservado" (Aragón Televisión, 23.30) a la actriz Aitana Sánchez-Gijón. Una mujer tan inteligente como hermosa, tan dulce como espléndida actriz. La vemos en la función literario-dramática que interpretó con Mario Vargas Llosa.
GABY MILITO VISITA HOY AVISPAS Y TOMATES

En sus tiempos de Independiente, donde era una figura absoluta en la zaga, alguien lo bautizó como “El mariscal”. Gabriel Alejandro Milito, pese a su insultante juventud, destacaba por su colocación, su capacidad de marcaje, la rapidez y su innata disposición al ataque. Era un líbero que se erigía en el catalizador del juego: frenaba al rival, aseaba el balón, lo acomodaba a su izquierda e iniciaba el ataque, con un pase en largo o con una combinación en corto que le permitía avanzar y asistir, e incluso buscar el remate de cabeza. Poseía ya entonces una incuestionable madurez y una técnica infrecuente para un defensor. Tendríamos que pensar en Cacho Heredia, en Trésor, en Beckenbauer, en esos jugadores que juegan atrás porque saben leer los partidos, saben destilar el sacrificio y el sudor de sus centrales, saben fajarse sin descoser el equipaje ni su elegancia natural. Esta carrera que se presumía meteórica, sufrió dos parones a causa de una lesión de rodilla. Pareció que el gran futuro se desvanecía de golpe.
Pero Gaby Milito volvió a su territorio ideal de operaciones. El ex jugador Américo Gallego le otorgó confianza en la selección, y el Zaragoza, en agosto de 2003, lo fichó. Se encontró con el tipo de futbolista que había soñado: fiable, seguro de sí mismo, sacrificado, peleón, un zaguero más bien inusual que exhibe un aire de suficiencia y de majestuosidad, un defensa que no maltrata el balón y que no pierde con facilidad el sitio. Gabriel Milito es uno de esos jugadores que otorgan confianza a sus compañeros, que les hacen sentir mejores porque es protector, competitivo, casi desafiante. Y tiene ese don no siempre frecuente: su presencia confiere equilibrio a la zaga. Equilibrio y soberanía. Gaby Milito es mandón, no se arruga, no se amilana. Su solvencia explica algunos de los grandes momentos del equipo: la Copa del Rey ante el Real Madrid en Montjuic en 2004, donde impartió una lección de seguridad, de entrega y de madurez; la Supercopa ante el Valencia en 2005; en la gran campaña del pasado año que condujo a la final, de nuevo, de la Copa del Rey tras tumbar, en las mejores eliminatorias de la historia probablemente, al Atlético de Madrid, al Real Madrid y al Barcelona, su participación fue definitiva: Ewerthon y Diego Milito fueron el arco y la flecha, pero él fue la empalizada.
Ahora suele lucir el brazalete de capitán. Le sienta bien: se acompasa rítmicamente bajo sus rizos de oro y tiembla de emoción y contundencia en sus tensos bíceps. Gaby Milito jugó el Mundial de Alemania y demostró lo que ya sabíamos: es un defensa con recursos, con personalidad, consciente de que la pelota no quema. La pelota no quema, no, y es el instrumento que busca y sueña un verdadero mariscal de campo como él.
[Avispas y Tomates. A las 21.30 horas. Presentación: Juan Martínez. Dirección: Javier Gil. Aragón Televisión. Lunes, 2 de abril.]
zARAGOZA CON LA POESÍA ESPAÑOLA

Del 13 al 19 de Abril. Biblioteca de Aragón. C/ Doctor Cerrada, 2. Zaragoza. Coordinación: Manuel Vilas
PROGRAMA.
Lecturas y debates.
Mes de ABRIL
Viernes 13
19 h. Luis Antonio de Villena (inauguración-conferencia)
20 h. Luis Muñoz, Lorenzo Oliván y Pablo García Casado
Lunes 16
19 h. Eva Vaz, Ángel Gracia y Martín López Vega
20 h. José Luis Piquero, Dolan Mor y Carlos Pardo
Martes 17
19 h. Octavio Gómez y Gabriel Sopeña
20 h. Elena Medel, Jesús Jiménez y David Mayor
Jueves 19
19 h. Javier Rodríguez Marcos, Aurora Luque y Carmen Ruiz.
20 h. Antonio Orihuela, David González y Sergio Algora.
POEMA
Guardo tres recuerdos tuyos:
las calcomanías en la pared,
las pinturas de la habitaicón,
y cuando fuimos a encargar tu lápida blanca.
El resto son fotos de baños vespertinos
del único verano que viviste.
No volví a jugar contigo.
Carmen Ruiz. De "Música para perros" (Chorrito de plata, 2006). La foto es de Michel Comte.
LOS HERMANOS MORENO GISTAÍN, EN BORRADORES

MÚSICA EN DIRECTO Y ENTREVISTA: LOS PIANISTAS J. F.Y J.E. MORENO GISTAÍN
PLATÓ: ÁNGEL GUINDA, TACHIA QUINTANAR, BLANCA RESANO
REPORTAJES: JUAN LUIS BUÑUEL (Entrevista en Calanda), ANTONIO CARDIEL (escritor) y RAÚL MARTÍN SEVILLANO
LIBROS DE VIAJES: RECOMENDACIÓN DE CÁLAMO.
POEMA: SONETO DE ANTONIO GALA
El programa “Borradores” recibe hoy martes, 3 de abril, a las 24 horas, a los pianistas Juan Fernando y José Enrique Moreno Gistaín, que interpretarán, a cuatro manos, dos obras de Manuel de Falla. Los dos intérpretes y profesores, nacidos en Barbastro, explicarán su trayectoria y algunos de sus últimos conciertos para la Orquesta de RTVE o en la Fundación March. El programa, además, recibirá a Ángel Guinda, que acaba de publicar “El Mundo del Poeta. El Poeta en el mundo” (Olifante) y a la actriz y rapsoda Tachia Quintanar, a quien García Márquez dedicó la edición francesa de “Cien años de soledad”. Guinda y Tachia Quintanar presentan el libro en la Diputación de Zaragoza el esta tarde, en el Salón del Trono, a las 20.00 horas. Y otra invitada en el plató será la actriz Blanca Resano, que estrena esta semana en el Teatro Principal su versión de “El perro del hortelano” de Lope de Vega. Además, “Borradores” conversará con Juan Luis Buñuel, que retorna 40 años después a Calanda para realizar un nuevo documental y exhibe una selección de un centenar de fotografías; y conversará con el narrador aragonés, residente en Barcelona, Antonio Cardiel, autor de “Un Rembrandt en la basura” y visitará la librería Cálamo para oír algunas recomendaciones de libros de viajes. Otro de los reportajes que se emitirán esta noche es sobre Raúl Martín Sevillano, diseñador, constructor, armonizador y afinador de clavicémbalos, clavicordios y espinetas. Antonio Gala leerá uno de sus sonetos.
*El blog de "Aragón en el medio" (www.aragonenelmedio.com), siempre tan atento, recoge esta espléndida fotografía de los hermanos Moreno Gistaín.
UN POEMA DE TOMÁS SEGOVIA*

MIENTRAS
Mientras no quiera el tiempo
Dejarme de su mano
Saldré cada mañana
A buscar con la misma reverencia
Mi diaria salvación por la palabra.
*Tomás Segovia (Valencia, 1927) acaba de publicar “Llegar” (Pre-Textos, 2007), un espléndido y personalísimo poemario. Me ha gustado especialmente este poema. Mi hijo Daniel, Daniel Gascón (se ha puesto el apellido de su madre; yo he hecho lo mismo), cumplía hoy 26 años, y busca todos los días-escribiendo ficciones, traduciendo- esa salvación por la palabra. La foto es de M. Tucker.
RECUERDO DE RAFAEL DIESTE DESDE VENEZUELA

[Javier Díaz, desde Mas de las Matas, es como un centinela de la cultura y la historia, y alimenta los Cuadernos de Cazarabet. Conoce las debilidades de cada uno y algunas de las mías. Por eso, esta mañana, al abrir el correo, he visto esta nota suya acerca de un artículo, aparecido en una publicación de Venezuela, y cito: (http://www.analitica.com/va/sociedad/articulos/8552518.asp), de Francisco Arias, sobre mi amado Rafael Dieste, autor de varios de mis libros más amados: “Dos arquivos do trasno”, “A fiestra valdeira” e “Historias e invenciones de Félix Muriel”. Era pedagogo, narrador, poeta, ensayista, matemático, músico (tocaba muy bien el piano) y contaba las historias eternas como nadie. Por cierto, a modo de resumen urgente, entrevisté a su mujer Carmen Muñoz Manzano, maestra, en su casa de A Coruña, una década después de la muerte de su marido, ante dos espectaculares retratos de Luis Seoane. Mil gracias, Javier. Mil gracias, Francisco.]
Rafael Dieste (1899-1981)
Francisco Arias Solis
Miércoles, 4 de abril de 2007
“Este mar no es cualquier mar ni sólo el mar en proyecto, es el mar que viste y amas con olas en tus recuerdos.”
Rafael Dieste
LA VOZ DE LA EJEMPLAR DIGNIDAD
Rafael Dieste era un verdadero maestro, con una enorme autoridad moral que procedía de la ejemplar dignidad de su trayectoria personal, una dignidad por la que tuvo que pagar un precio histórico tan alto como el exilio y la marginación. Pocos escritos valen más que los libros y menos aún para los escritores verdaderos que permanecen leales a un proyecto de dignidad colectiva y mantienen con ejemplar dignidad ideas y convicciones en su vida y en su obra.
Rafael Dieste nace en Rianxo (La Coruña) en 1899. Poeta, ensayista, autor teatral, periodista y crítico. Después de una fecunda etapa de periodismo en Vigo, entró a formar parte de las Misiones Pedagógicas como creador y director -por indicación de Pedro Salinas- del Teatro Guiñol de las Misiones. Durante la guerra civil participó en la Alianza de Intelectuales Antifascistas, y fue el inspirador y cofundador -con Antonio Sánchez Barbudo, Ramón Gaya y Juan Gil-Albert de la revista Hora de España, cuyo primer número se publicó en Valencia, en enero de 1937. A mediados de ese año, se unieron a ellos María Zambrano y Arturo Serrano Plaja. El poeta malagueño Moreno Villa recuerda en su obra Vida en claro: “Unos literatos jóvenes, Gil-Albert-, Dieste, Gaya y Barbudo me pidieron que fuese a ver al Director de Propaganda para hacer otra revista... Así se fundó Hora de España, donde tantas cosas buenas publicó Antonio Machado”. Dieste que escribía en gallego y castellano – “a dos carrillos” diría Enrique Díez-Canedo-, era ya autor, de Dos arquivos do Trasno, A fiestra valdeira, Viaje y fin de Don Frontán, Quebranto de Doña Luparia y otras farsas y La vieja piel del mundo.
El 19 de octubre de 1936 se estrena en el Teatro Español de Madrid, con magníficos actores, Al amanecer. Dieste también fue director de Nova Galiza, revista bilingüe en gallego y castellano que se publicaba en Barcelona. En 1939 abandonó España residiendo en Buenos Aires, principalmente y también en Montevideo, París, Cambridge y Monterrey (México). En 1961 regresó a Rianxo, donde murió el 15 de octubre de 1981. Dieste fue un verdadero “misionero” de la cultura popular española.
En el estilo literario de este gran escritor se conjugan virtudes como la hondura, la claridad, la cordialidad, la honestidad integral, el rigor, la ecuanimidad de juicio, el sentido galaico del humor, virtudes de forma y espíritu que alcanzan acaso en la correspondencia con María Zambrano su expresión más clara y compleja, esto es más diestana. A María Zambrano le escribe con frecuencia y en una de sus cartas le invita a su Galicia. “Y a ti misma -le escribe-, andaluza, ¿no te vendría bien (¡claro que sí!) darte una vuelta por Galicia? Tiempo al tiempo, decía mi padre, y todo se andará; etc. Te sentirás en tu casa -o en una de tus casas, pues hay sin duda varias por el mundo con esa virtud-.” Se hace menester valorar con justicia la obra cultural y literaria de Rafael Dieste, inspirador de la revista Hora de España, desde la cual España, en el campo de la libertad, se expresó con claridad. Y como dijo el poeta: “En donde te quedaste ha florecido / el árbol de tu nombre, de tu gloria, / en una incalculable primavera. / Esa flor de tu nombre nos repite / tu amoroso recuerdo eternamente”.
aarias@arrakis.es
PREMIO PARA SPECTRUM*

LA GALERÍA SPECTRUM SOTOS RECIBE EL PREMIO “3 DE ABRIL” EN LA CATEGORIA DE CULTURALa galería zaragozana Spectrum Sotos recibió ayer el Premio 3 de Abril en el apartado de cultura entregado por la Asociación de Exconcejales Democráticos del Ayuntamiento de Zaragoza. Los galardones, que reconocen la labor realizada en el mundo de la cultura, del urbanismo y del trabajo social, se entregaron ayer en el transcurso de una cena en el hotel Boston. También fueron premiados José Manuel Pérez Latorre, en la categoría de Urbanismo y Arquitectura por el edificio de Paseo Sagasta número 35, y Felisa Rodríguez de la Asociación de Enfermos de Alzheimer por su labor social.Las tres candidaturas finalistas en Cultura, que el jurado valoró en la tercera edición de estos premios, han sido El Periódico de Aragón por la edición junto con Aragón Televisión del libro “Al levantar la vista”, con el CD y DVD del concierto “Cantautores aragoneses”; el VI Encuentro de Investigadores sobre el franquismo, organizado por CCOO y la Universidad de Zaragoza, y la galería y taller fotográfico Spectrum Sotos, que finalmente obtuvo el reconocimiento del jurado, precisamente en el año en que Spectrum celebra su treinta aniversario.Los Premios 3 de Abril se han convertido en un símbolo de reconocimiento ante la sociedad zaragozana del trabajo destacado en la difusión de los valores ciudadanos y democráticos a lo largo del último año, y se representan en la figura un león, como los cuatro que presiden el puente de Piedra, realizados por el escultor Francisco Rallo, fallecido este mismo año, a quien asimismo se rindió un caluroso homenaje durante la gala.El director de la galería y escuela de Fotografía Spectrum Sotos, Julio Álvarez, comentó al recibir el galardón que se sentía orgulloso de poder contribuir a la difusión del arte y de la cultura, y sobre todo de hacer ciudad desde una galería modesta.
*Julio Álvarez Sotos celebra estos días los 30 años de su galería con dos exposiciones, en su galería y en Ainzón. Recibo esta nota de su galería. Y le pongo aquí una foto de Nicole Kidman, que da vida a Diane Arbus en una película que veremos pronto en España. De Diane Arbus me ha hablado mucho siempre Julio Alvarez. Nunca esta mujer fantástica, enérgica, indómita y brutalmente frágil, fue tan bella.
EL CUENTO DE LOS NIÑOS LIBRES*

Este mismo lunes, alguien, como si fuese un aparecido envuelto en lluvia, se acercó a mi casa y dejó un paquete. Era “El libro de los escolares de Plasencia del Monte”, una pequeña joya literaria y de la memoria educativa que publica el Gobierno de Aragón y el Ayuntamiento de Huesca, bajo la iniciativa del Museo Pedagógico de Aragón y de su director Víctor Juan Borroy. Este volumen, tal como recuerda la consejera Eva Almunia, refleja “una escuela abierta, participativa, alegre. Una escuela moderna y ejemplar y, sin embargo, una escuela de hace más de 70 años”. Detrás de este rescate incompleto (es una edición en facsímil de un libro escolar de 1936 compuesto e impreso siguiente el método Freinet, y ha perdido algunas páginas en el camino del tiempo) hay muchas personas, un concepto educativo, un modo de entender y de fomentar el conocimiento.
El libro lo redactaron los alumnos de Simeón Omella, en los años que precedieron a la Guerra Civil, aunque fue impreso en 1936 por una imprenta artesanal y escolar. Era un trabajo que estaba inspirado en los trabajos de Celestin Freinet (1886-1966): un extraordinario pedagogo francés que fue pastor de niño en los Alpes Marítimos y combatiente herido en la Primera Guerra Mundial. Dejó al mundo un gran legado: una serie de ideas e ideales teóricos que acompañó “de técnicas e instrumentos para el trabajo escolar”. El maestro quedaba en un segundo plano y todo el trabajo escolar giraba en torno al hecho de que “los escolares expresen lo que piensen y lo que sienten sin inhibiciones de ninguna especie”, tal como recuerda el investigador y prologuista mexicano Fernando Jiménez Mier y Terán. Y así surgirán los famosos “textos libres”, que serán recogidos, ordenados, escritos, maquetados e impresos mediante “la prensa escolar o imprenta Freinet”. Esa forma de trabajar la heredó, entre otros, el inspector escolar Herminio Almendros, padre del director de fotografía Néstor Almendros, que la inició en Lérida varios años y debió transmitírsela a Simeón Omella en el único curso en que estuvo en Huesca. Omella, republicano, moderno y condenado posteriormente al exilio y al olvido, la puso en práctica en un libro que no llegó a divulgarse apenas porque estalló el conflicto bélico.
Los padres de Elena Ruiz Gallán guardaron aquel libro. Y lo depositaron junto a otros en la falsa de su casa. Y allí, en las “tardes lluviosas o tediosas”, subía a leerlo Elena. Dice: “Era un libro especial, diferente a los demás y sobre todo totalmente diferente a los de mi escuela. Para empezar, explicaba cosas de mi pueblo y estaba escrito por los niños de entonces que ahora conocía como hombres hechos y derechos, vecinos míos. Yo estaba fascinada con las cosas que me mostraba: historias antiguas, cómo se vivía antes de la guerra y hasta mucho antes, cuentos, historietas absurdas como sólo los niños escriben y entienden. Por él supe quién había sido ‘Cucaracha’, oí hablar por primera vez de las guerras carlistas”. Los niños tenían entre 8 y 12 años. Hablaban con la gente, investigaban, visitaban lugares (por ejemplo, cuentan, asistieron al Aero Club de Huesca para ver los vuelos sin motor y fueron invitados para que concurriesen con un aparato suyo), entraban en contacto con la naturaleza, observaban los animales y vaciaban un libro de ciencia para resumir las características de “La abeja caucásica”. O recordaban que el médico don Demetrio Laguna había entregado 450 pesetas a Simeón Omella para sus fines educativos.
He aquí un libro extraordinario. Un fragmento de memoria. Una invitación a replantearse la educación. Y, sobre todo, el elogio de la creatividad de los niños, estimulada por un hombre de acción y pedagogía como Simeón Omella.
*Todos los viernes, publico un artículo en la edición de Heraldo de Huesca. El de hoy es éste, dedicado a “EL LIBRO de los escolares de Plasencia del Monte”. Edición facsímil. Textos de Eva Almunia, Víctor Juan Borroy, Elena Ruiz Gallán, Fernando Jiménez Mier y Terán, y los alumnos de Simeón Omella. Edita: Gobierno de Aragón y Ayuntamiento de Huesca.(La foto corresponde a Herminio Almendros y la he tomado del blog de Herminio Lafoz Rabaza, el gran historiador del siglo XIX en Aragón,en particular de la Guerra de la Independencia).
CRISTINA PERI ROSSI: EL AMOR, EL DESEO, EL SEXO Y LA SOLEDAD

AMOR CONTRARIADO
Cuando a las dos de la mañana
te llamo por teléfono
desesperadamente
para decirte que haría el amor hasta morir
detesto que como un reloj cucú me des la hora
me preguntes
si he tomado la pastilla para dormir
si he ido al médico
si he entregado por fin
el artículo del periódico
si he cenado
bajo en colesterol.
Si hubiera hecho todas esas tonterías
estaría igualmente insatisfecha
y además
considera
que no será nada frecuente
en la poca vida que te queda
que alguien te llame a las dos de la mañana
para decirte que haría el amor hasta morir
porque a los cincuenta nadie tiene ganas de hacer el amor hasta morir
(prefieren morir de cosas normales como cánceres
tumores infartos cerebrales)
A los cincuentaya nadie es romántico
todo el mundo ha aceptado el fracaso
la hipotecae
l matrimonio vulgar
gay o hetero
lo mismo da
Sólo algunos locos se pierden en el mar
en una barca solitaria
sólo algunos locos escriben libros
sólo algunos locos se emborrachan
de alcoholes interiores
Sólo algunas locas
llaman a las dos de la mañana para decir
haría el amor hasta morir
y sin preservativo.
[Leí ya hace varias días, tal vez varias semanas, el poemario “Habitación de hotel” de Cristina Peri Rossi (Plaza & Janés), que es un cántico exultante al amor con todos sus apéndices: el deseo, las citas sexuales, la provocación, los encuentros carnales en el ámbito urbano, el desgarro y la soledad. Es un libro muy narrativo, directo, que tiene algo de confesión, de grito o de petición de más amor. Y tiene también mucha ironía, ternura, estancias condenadas y lujuriosas en los hoteles. Hace años era un asiduo lector de esta mujer menuda y enérgica que pone el sexo y la ansiedad por bandera. La foto corresponde a Sita Mae Edwards, de California].
CORTAZAR, VISTO POR SERGIO DEL MOLINO

[Durante algunos años, Julio Cortázar fue mi autor favorito. Conocía todos sus cuentos, los contaba, se los leía a mis hijos de seis, siete u ocho años. El verano de 1987 en Camarena de la Sierra les hablaba de “La noche boca arriba”, “La caricia más profunda”, “Carta de una señorita de París” o “Circe”, uno de mis predilectos con “Las armas secretas” y “Continuidad de los parques”, dos páginas de vértigo. Compraba cuanto encontraba de él y por aquella pasión amplié el campo de mis aficiones a la radio, al jazz, al boxeo, a la música, a las ciudades, a los autores que a él le gustaban como la danesa Isak Dinesen o la belga Marguerite Yourcenar. El día que se murió Cortázar entré en la librería Pórtico y me gasté más de 20.000 pesetas, casi la mitad de lo que ganaba en el bingo. Ahora, Cortázar ya me cae lejos, y me gusta el Cortázar que escribe de Keats, el que recuerda a su madre pegada a la radio mientras boxea Luis Firpo, el traductor de Gide, Yourcenar o Poe. Apenas lo leo, pero me sigue conmoviendo. Uno de los grandes cortazarianos de Aragón es el periodista y escritor Sergio del Molino, que tiene en Juan Aguirre (la mitad de Amaral) a un fan absoluto. Sergio le ha dedicado varios artículos a Cortázar. Copio éste aquí por las vinculaciones con Galicia, a través de la excelente traductora Aurora Bernárdez, y con Aragón que tiene el texto de Sergio, que apura novela, un libro de relatos y un relato periodístico muy bien ilustrado sobre los alemanes en Aragón.]
DICE SERGIO DEL MOLINO
Siento ser tan pelma, pero me veo obligado a seguir hablando de Cortázar porque vengo de ver una exposición que creo que ya se exhibió en Madrid, pero que hasta el 30 de marzo puede verse en la Maison de l'Amerique Latine y en el Instituto Cervantes de París: Cortázar, le voyage infini (Cortázar, el viaje infinito). Una nueva vuelta de tuerca a la mitomanía que nos subyuga a algunos.Lo que se expone en las salas es parte del legado que Aurora Bernárdez, viuda de Julio, cedió el año pasado a la Xunta de Galicia (ya que ella es hija de emigrantes gallegos) y que ahora se pasea por varias ciudades europeas antes de reposar en un centro que el gobierno gallego habilitará para ello. Son fotos, cartas, documentos, objetos personales y algunas películas locas y absurdas rodadas en Super 8 durante algunos de sus viajes. La reseña que ha hecho Le Monde de la exposición es muy poco complaciente (de hecho, la pone a parir en tres párrafos), pero se comprende la crítica, porque la verdad es que los comisarios no la han adaptado al público local: ninguna carta ni documento está traducido al francés, y los audiovisuales (entre ellos, una crucial entrevista que concedió a TVE en 1977) no están ni subtitulados ni doblados. Vamos, que si no sabes español, no te enteras de nada, porque las explicaciones en francés de los paneles son mínimas. Y es una pena, la verdad, porque, al fin y al cabo, Julio era también un parisino.
Es una muestra para fans muy fans (como es mi caso). Están las fotos que Carol Dunlop hizo para Los autonautas de la cosmopista. Están las gafas, la pipa y la máquina de escribir. Está la citadísima carta de agradecimiento (Cortázar siempre guardaba una copia de todas las cartas que enviaba, y eso ha permitido reconstruir todo su epistolario) que mandó a su editor, Francisco Porrúa, cuando recibió por correo desde Buenos Aires un ejemplar de la primera edición de Rayuela (que, por cierto, en el mercado anticuario se cotizan ya a 300 y 400 euros la unidad) en la que le reprocha elegantemente lo rácano que ha sido con el grosor del papel y en la que anuncia: "Pronto cumpliré 50 años. Será hora de que empiece a dedicarme a algo serio". Está la carta que envió a Luis Buñuel cuando éste se interesó por adaptar uno de sus cuentos. Están las primeras fotos que envió a su madre desde París, con unos párrafos llenos de entusiasmo. Otra carta donde confiesa su admiración por Alejandra Pizarnik. Está también su pasaporte y el visado consular de su madre.
Hay también una serie de fotos absurda y cronopial en la que coloca a una muñeca en varias posturas pornográficas. Hay un vídeo en el que él y Octavio Paz aparecen bailando con unos niños en la India, en la época en la que Paz era diplomático allí e invitó a Julio y Aurora. Hay también muchos cronopios, pero ningún fama. También han puesto un rincón donde te puedes sentar a escuchar el jazz que le gustaba y del que tanto escribió. Hay tura, pura tura, y hay himperfecciones himportantes, habsurdas y hortográficas y esa-picazón-que-sientes-en-la-nuca-cuando-te-quedas-mirando-fijo-el-cielo-raso. Podría parecer un panteón, pero es Julio. Es juego, es divertido. Aurora Bernárdez, que sigue como loba celosa el papel de guardiana de la memoria del que siempre fue su gran amor, lo está haciendo muy bien, dosificando con elegancia y manteniendo viva la versión que Cortázar quiso dar de sí mismo. Chapeau.
Julio Cortázar con su última compañera Carol Dunlop. Cortázar murió por un contagio de sangre de infectada de sida.
NICOLE KIDMAN COMO DIANE ARBUS / 1

NICOLE KIDMAN COMO DIANE ARBUS / 2

Foto en blanco y negro de Nicole Kidman dando vida a Diane Arbus, de joven.
AMY ARBUS, TRAS LA ESTELA DE SU MADRE

Amy Arbus, hija de Diane Arbus, es una excelente fotógrafa: de niños (bebés), de tribus urbanas de Nueva York, de cantantes como Madonna. También tiene un lado un tanto marginal y transgresor, próximo a la estética de su madre. Esta foto, realizada en 1981, en gelatina de plata, se titula "The Clash".
AMY ARBUS / 2

Otra espléndida foto de Amy Arbus, datada en 1989, y titulada Key Dress. Vestido de llaves.
VICENTE PASCUAL, EN LA GALERÍA PEPE REBOLLO

VICENTE PASCUAL
a la Vida, a la Muerte y a mi Bienamada
11 de Abril – 12 de Mayo de 2007
La galería Pepe Rebollo se complace en anunciar la exposición a la Vida, a la Muerte y a mi Bienamada que permite contemplar un total de 19 pinturas recientes de Vicente Pascual, uno de los artistas aragoneses contemporáneos más prestigiosos de la actualidad. Vicente Pascual (Zaragoza, 1955) formó en 1970 con su hermano Ángel la "Hermandad Pictórica" bajo cuya denominación presentó su obra hasta 1989. En 1976, tras una larga estancia en oriente, descubrió los escritos de F. Schuon, S. H. Nasr y A. K. Coomaraswamy cuya perspectiva filosófica influyó de manera definitiva en su concepto de la práctica creativa.
En 1992, tras más de una década trabajando en Mallorca, trasladó su estudio a EE.UU. --Bloomington, IN. al comienzo y Washington DC. después-- donde su obra sufrió una severa transformación al abandonar la forma de paisaje reconocible para concentrarse en el estudio de los ritmos constantes en la naturaleza, dando paso, a partir de 2000, a un trabajo en el que las formas geométricas fueron reducidas a los mínimos fundamentales y el color a su expresión más austera. A mediados de 2003 regresó a España.
La pintura de Vicente Pascual mantiene afinidades con otras representaciones simbólicas, como la cartografía, la jardinería o la arquitectura. En un mundo como el contemporáneo, saturado de imágenes ruidosas, su pintura nos sitúa, a través de mínimas referencias, en un punto adecuado para la contemplación y la meditación, una salida fuera del espacio y del tiempo. La serie a la Vida, a la Muerte y a mi Bienamada se caracteriza por la exploración de la vibración musical que subyace en las formas geométricas más simples. La geometría, en estas obras está severamente simplificada y representa lo último y más riguroso en la serie de normas que Vicente Pascual comenzó a imponerse cuando dejó atrás la figuración. Dentro de este terreno tan restringido, el artista va a la búsqueda de una libertad en la disciplina que se opone a la licencia. El simbolismo del círculo que es, a la vez, centro del que todo parte y al que todo retorna, y totalidad protectora que abarca y excluye; el significado del cuadrado que nos muestra los confines que limitan y sitúan, que dispensan estabilidad activa donde no habría sino movilidad pasiva. Que manifiesta las direcciones en el interior y en el exterior, que da nombre a la extensión y que permite el equilibrio.
La forma crucial, en la que tiempo y espacio coinciden con no-tiempo y no-espacio. Y el triángulo en el que lo múltiple --lo que sube y lo que baja, lo que va y lo que viene-- es ya sólo uno. Rigor y música. Pascual ha realizado cerca de un centenar de exposiciones personales estando su obra presente en numerosos museos y colecciones públicas tales como el Museu d'Art Modern i Contemporani de Palma; Indiana University Art Museum, Bloomington, IN.; La Caixa, Barcelona.; Museo Pablo Serrano, Zaragoza; Inter-American Development Bank Art Collection en Washington, DC.; la Real Calcografía Nacional, Madrid o The Hispanic Society of America Museum, Nueva York. La peculiaridad de su trayectoria ha dado lugar a una bibliografía muy extensa. Recientemente el Gobierno de Aragón en colaboración con Olifante-Ediciones de Poesía y el CDAN/Fundación Beulas, ha publicado su libro de poemas: “Las 100 vistas del Monte Interior”.
INAUGURACION: Miércoles 11 de Abril de 2007, a las 7 de la tarde.
FECHAS: 11 de Abril – 12 de Mayo de 2007
Horario: de 17 a 21 h. de martes a sábado
LUGAR: C/ María Lostal 5 - 50008 Zaragoza. 34 - 976 301 433
DANIEL GASCÓN, UN CUESTIONARIO PROUST*

1. ¿Cuál es su idea de la felicidad perfecta?
Cenar con amigos, ver una película, leer, risas, sexo. Y un partido de fútbol con mis hermanos.
2. ¿Cuál es, para usted, el colmo de la desdicha?
La pérdida de los seres queridos.
3. ¿Quién le habría gustado ser?
Yo mismo, pero mejor.
4. Lo mejor y lo peor de su carácter
Lo peor: la indecisión y la facilidad para ahogarme en un vaso de agua. Todavía no sé qué es lo mejor.
5. ¿Cuál es su personaje histórico favorito?
Sócrates. Miguel Servet. George Orwell.
6. Sus escritores preferidos
Chéjov, Philip Roth, Cristina Grande, Saul Bellow, Martínez de Pisón.
7. Las cualidades que admira en un hombre
La inteligencia y el sentido del humor.
8. Lo que más le atrae de las mujeres
Depende de la mujer.
9. Sus músicos imprescindibles
Leonard Cohen, Nick Cave, Bob Dylan, Bunbury.
10. ¿Qué le impulsa a levantarse por las mañanas?La curiosidad.
11. ¿Cuál es el defecto propio que más deplora?
La procrastinación.
12. ¿Y de los ajenos?
La hipocresía y los dobles raseros.
13. ¿Cuál es su estado mental más común?
Una mezcla de melancolía y entusiasmo. Y una mirada divertida sobre esa mezcla.
14. ¿Su mayor extravagancia?
Leer biografías montado en una bicicleta estática.
15. ¿De qué sería o ha sido capaz por amor?
De engañar al Estado. De aprender a conducir. De madrugar.
16. Su ocupación ideal
Leer, ir al cine, cenar fuera de casa, beber gintonics.
17. ¿Qué palabras o frases usa más?
Según mis hermanos, “eso no es verdad”. Según mi padre, “todo el tiempo”. Según mi chica, “¿te acuerdas de dónde dejé...?”.
18. ¿Cuál es su mayor miedo?
La muerte.
19. ¿Y su mayor remordimiento?
Cuando pienso en las veces que no supe apreciar el afecto de los demás o las cosas buenas de la vida.
20. ¿Cuál es la virtud más sobrevalorada socialmente?
La normalidad.
21. Sus pintores favoritos
Goya, Manet, Hopper, Cerdá.
22. ¿Cuál es su mayor logro?
Meterme en situaciones ridículas y salir sano y salvo. Algunos buenos amigos.
23. ¿Cuándo y donde ha sido más feliz?
Muchas veces, en muchos sitios: en Zaragoza, en Inglaterra, en Madrid. Pero siempre espero que esta tarde o esta mañana o esta noche sean igualmente (o más) felices.
24. ¿Qué talento desearía tener
Talento musical.
25. ¿Cómo le gustaría morir?
Preferiría no hacerlo.
*La Asociación Cultural Guayente, que coordina esa mujer inagotable y laboriosa, cálida y simpática que es Lola Aventín, acaba de publicar en una de sus revistas este cuestionario con Daniel Gascón(Zaragoza, 1981), uno de las debilidades de este blog por sus libros: "La edad del pavo" (Xordica) y "El fumador pasivo" (Xordica). No hay nada tan incondicional y tan ciego como el cariño. Logro hacerme con las respuestas y las publico aquí. Por cierto, Daniel Gascón entrevista esta semana a Montxo Armendáriz en "Conversaciones en la Aljafería" (Jueves, 12, a las 20 horas; en compañía del guionista y productor Kike Mora), a la misma hora que yo presento en Cálamo a Almudena Grandes y su novela "El corazón helado". La foto es de la artista y fotógrafa neozelandesa Philippa Susan Tetley.
THE VIBRANTS, VILAS, DAVID MAYOR, PERIFÉRICA: BORRADORES

El grupo zaragozano The Vibrants, que acaba de publicar un disco de música surf, actuará esta noche en “Borradores”, y hablará de su álbum compuesto en inglés. The Vibrants está formado por Sergio Joven, Manuel Villuendas, Alan Roy Schenk y Enrique Moreno. También acudirán al plató los poetas Manuel Vilas y David Mayor, coordinador y participante, respectivamente, del ciclo “La poesía es cosa de chicos. I Semana de la Poesía Última”, y el editor Julián Rodríguez, responsable de la editorial Periférica, y el autor chileno Carlos Labbé, que presenta su novela “Navidad y matanza” en la librería Los Portadores de Sueños. Además, “Borradores” ofrecerá reportajes sobre la exposición de diseñadores de Escuela Superior de Diseño de Aragón, que incluye entrevistas con Jesús Moreno, Isabel Biscarri, Jaime Ángel Canellas y Arriazú; sobre la muestra del arquitecto y dibujante José Borobio, que se expone en el palacio de Montemuzo bajo la coordinación de Mónica Vázquez Astorga, y sobre el ceramista Javier Fanlo, que rinde tribujo a la cerámica de molde y a la arqueología en una propuesta sumamente delicada. Desde la librería Central se recomiendan libros de cine, y se completará el programa con un poema de Roger Wolfe.
Borradores. Aragón Televisión, martes, a las 0.00 horas. Redacción: Ana Catalá Roca. Ayudante de dirección: Yolanda Liesa. Producción ejecutiva: Gaizka Urresti. Realización: Teresa Lázaro.
JUAN LUIS BUÑUEL, UNA ENTREVISTA

Calanda. Parece el lunes del fin del mundo: llueve a mares en la calle Luis Buñuel. En el interior de la iglesia, bajo algunos focos, Juan Luis Buñuel (París, 1934), con su aspecto de obispo laico o de goliardo de ojos claros que sale a la aventura, conversa con un primo lejano, de rostro filoso, que es el sacerdote. Juan Luis Buñuel lo hace casi todo: pinta y esculpe (el próximo 24 de abril presenta una exposición en París), realiza fotografías y redacta guiones, y dirige películas. Películas de ficción con Catherine Deneuve o Brigitte Bardot, series de televisión o documentales sobre Guanajato, el mayo del 68, el movimiento de los Blackis Powers, los años del cambio en Chile o Gaudí, al que rindió homenaje en un documental muy imaginativo y un tanto surrealista. Juan Luis Buñuel ha vuelto a la tierra de sus antepasados para grabar un nuevo documental, 40 años después de su “Calanda” de 1966, sobre la población que producirán Imval, con Gaizka Urresti a la cabeza, con Aragón Televisión, y la colaboración de la Diputación General de Aragón y el Ayuntamiento de Calanda. Juan Luis Buñuel también presenta una selección de sus fotografías, revisadas y seleccionadas por Javier Espada, director del Centro Buñuel de Calanda.
Antes de que empiece el rodaje, Juan Luis Buñuel dice que el gran escultor Alexander Calder ha sido muy importante en la vida de los Buñuel y en su faceta de escultor.
¿Alexander Calder? Aparece en una de sus fotos. Es uno de los grandes escultores del siglo XX con Henry Moore, Constantin Brancusi, Pablo Gargallo, Julio González...
-Así lo creo. Era un gran artista y una magnífica persona. Yo nací en París en 1934. Tras la Guerra Civil nos trasladamos a Estados Unidos. Apenas recuerdo nada de esto, pero tuvimos muchas dificultades. Recuerdo que teníamos que alquilar por una cantidad muy elevada un apartamento muy pequeño. Mi padre le pidió dinero a Salvador Dalí. Éste le dijo: “Nunca se le debe dejar dinero a los amigos”, y agregó que estaba muy contento con la victoria de Franco en España. Luego, ya sabe, denunció a mi padre por comunista y ateo, con lo que aquello significaba en Estados Unidos, y mi padre tuvo que marcharse. Creo recordar que el apartamento era tan pequeño que la cama de matrimonio salía de un armario y mi hermano Rafael y yo dormíamos en el sofá.
-¿Y dónde intervino Alexander Calder?
-Cuando Dalí le dijo a mi padre que no le dejaba dinero, contactó con él. Nos ofreció su casa, y vivimos un tiempo con él y con su familia. Yo lo recuerdo vagamente, y luego coincidimos en mis trabajos con la escultura y me echó una mano.
-Es una anécdota muy bonita. ¿Qué le parece si nos acercamos a su primer viaje a Calanda?
-Vine aquí con mi familia en 1959. Vine con mis primos y una tía, y vi Calanda por primera vez. Era un pueblo medieval, tal como lo había descrito mi padre en sus memorias: “Mi último suspiro”. Fue lo me interesó primero en el cine para un proyecto personal, hice mi primera película aquí. En el cine hay que buscar cosas que no sean caras. Y para hacer una película se empleaban poco más de 24 horas de filmación, lo cual resulta muy barato. Rodé con una cámara, bueno, en realidad tuve dos cámaras.
La película fue galardonada con el César de 1967.
Tuvo bastante éxito como documental, pero nunca se vio en los cines comerciales. Ganó el César, que es el nombre de los premios de cine en Francia. También fue al festival de Londres, a otro de Nueva York, y a otros. Yo miro esa película con emoción. Pero, ya le digo, no tuvo ningún recorrido comercial.
Había imágenes muy emocionantes. Por ejemplo, se veía a su tía Conchita, con sus ojos claros, tocando el tambor. ¿Cómo va a ser la película de ahora, “Calanda 40 años después”?
-El mundo ha cambiado mucho en cuarenta años y también Calanda. Aquella Calanda era la Edad Media, exagero un poco, pero era la Edad Media: había melocotón y aceitunas y nada más. Ahora hay fábricas, hay trabajadores inmigrantes. Hay de todo. Ahora Calanda es una ciudad del siglo XXI europea. De repente me dije: “Sería interesante hacer Calanda 40 años después”. Y aquí estoy, encantado. Montaremos en el Centro Buñuel de Calanda.
-Para un hombre que hace tantas cosas, ¿cuál es la importancia del cine en su vida?
-Llegué al cine de casualidad. Mi camino iba hacia otro sitio. Había estudiado en Ohio. En casa, a pesar de que éste era el oficio al que pertenecía mi padre, no se hablaba de cine apenas. Se hablaba de los exiliados, de la Guerra Civil. Y de repente, porque sabía español, me llamó la productora de Orson Welles para que trabajase en su “Don Quijote”. Quería que fuese asistente de dirección. E hice lo que me pidieron. Incluso tomé algunas fotos. No tenía ni idea de fotografía, pero me salieron tomas muy bonitas. Alguien le había puesto a la cámara un filtro rojo, yo no tenía ni idea de hacer fotos, y me salió un cielo muy contrastado y dramático. Luego, hice muchas películas México, en Buenos Aires, cerca de Patagonia, en Venezuela, en España, en Inglaterra.
-Su cine tiene una veta fantástica, de pesadilla gótica en ocasiones. Pienso en títulos como “Leonor”, “Fantomas”, “La mujer de las botas rojas”.
-He hecho casi todos los géneros para cine y televisión. Y he rodado también muchos documentales. Lo importante del cine es la técnica. Cada director, bueno o malo, tiene su técnica. Orson Welles, a quien conocí bien y estaba siempre muy preocupado por el tamaño de su nariz, decía que hay tres cosas importantes en el cine: el guión, el guión y el guión. El resto es técnica, que es más fácil. Escribir un buen guión es muy difícil.
El guión es una de las claves de Luis Buñuel, ¿no?
-Pienso que mi padre sabía escribir un guión. Ahora, no lo hacía en dos días, ni en dos semanas, tiempo en el que podía rodar una película. Hay guiones de sus películas en México muy simples, pero para escribirlos podía tardar un año, ocho meses. De ahí deriva la fuerza, creo, de su cine. Y la simplicidad de la filmación, es decir, su maestría de la técnica. Preparaba muy bien el montaje y rodaba. A él le hubiera gustado tener cuatro semanas, y sólo tenía dos. Como dicen muchos, y yo también lo pienso, todas las películas de mi padre, menos “Robinson Crusoe” tal vez, se parecen. Son la misma película: unos burgueses alrededor de una mesa discutiendo, eso es El ángel exterminador, El discreto encanto de la burguesía...
-Usted ha recordado una y mil veces la anécdota de su padre con Nicholas Ray, director de “Esplendor en la hierba” o “Johnny Guitar”, entre otros títulos. Éste le decía que Buñuel era un hombre libre, que hacía lo que quería.
-Fue en una comida. Se encontraron Nicholas Ray y mi padre, y le preguntó: "Buñuel, tú eres el único que hace lo que quiere en el cine, ¿cómo lo consigues?". Mi padre dijo: “Es muy simple: no pido más de 50.000 dólares por película". Tampoco cobraba 50.000 dólares por película; después sí, pero al comienzo mucho menos. Creo que por “Los olvidados” cobró 2000 dólares.
“Los olvidados” es una de las grandes películas de su padre. Ha sido reconocida como “Memoria del Mundo” por la UNESCO.
Quién nos iba a decir que iba a pasar lo que pasó: que una película pequeñita, dura, rodada en muy pocos días, contando lo que cuenta, iba a tener la repercusión que ha tenido.
-¿Qué le parece el Centro Buñuel de Calanda?
No me gusta nada. Ni a mi padre tampoco le habría gustado este culto a su persona. Entiéndame: está muy bien, hace un servicio muy importante, es maravilloso y moderno, pero me da vergüenza. Y seguro que a mi padre mucho más. Él era todo lo contrario.
Disculpe. A mí me parece muy acorde con el espíritu de las películas de su padre. Estos días se estrena allí una exposición suya de 98 fotos.
Siempre he tomado fotos. Mi primera cámara la tuve hacia los once, doce o trece, años. Fui asistente de dirección durante doce años. Trabajé con muchos directores de la Nouvelle Vague, como Louis Malle en “Viva María”, donde coincidí con Brigitte Bardot y Jeanne Moreau. He sido asistente de mi padre en “La joven”, “Viridiana” o “Ese oscuro objeto del deseo”. De ahí que haya captado a tanta gente: Catherine Deneuve, Gerard Phillipe, Fernando Rey, Jack Lemmon, Anthony Quinn, Ingrid Thulin, bueno, toda esa gente importante. Me encanta Brigitte Bardot. Me pareció siempre una mujer preciosa, más bella y fascinante al natural que en el cine. Pero vamos, éstas son fotos de amateur que tomé con cámaras grandes, pequeñas, de todos los formatos. Y he ido guardándolo todo. A mí me gusta casi todo: pintar, dibujar y hacer esculturas. Una película se hace con equipos y una escultura, solo.
-He oído que piensa rodar una versión de “Mi último suspiro”.
No creo que pueda decirse eso así. A lo mejor, con Jean-Claude Carriére, hago un documental inspirado en la vida de mi padre y en los lugares en que él estuvo. Estamos en ello.
*Foto de Nueva York hacia 1940. Luis Buñuel y Jeanne Rucar con su hijo Juan Luis, que tenía seis años.
DOS POEMAS DE JESÚS JIMÉNEZ*

El hombre que habla con Buda
y trepa a los árboles
buscando la flor del udumbara,
escribe perdido entre las ramas:
El viento es un bosque dentro del bosque;
su sombra cambia, es sabia e infinita.
Antes que la Flor brote
en la rama del Tiempo,
mi corazón se habrá cerrado
en el tallo del hombre.
“Confusión es una palabra que hemos inventado para un orden que no se entiende.” Henry Miller
Soplaste en mis heridas y éstas se despegaron de mí.
Acostadas en el viento, rodando por valles y veranos,
tiernas aún, fueron a adherirse a la corteza de un árbol,
se posaron en el lago, echaron venas en otros cuerpos.
Encamado, hoy el mundo en su lengua nos maldice:
El bosque pierde pájaros, el agua escapa del agua
y el mañana es una mula que carga con sacos rotos.
Y así, cada cosa es una hemorragia, cada cosa está fuera
de cada cosa, es todas las demás menos ella misma.
Mujer que velas los amotinados límites de mi cuerpo:
Nunca borres con tu boca la boca de un misterio.
La verdad es una grieta que abre una ruta hacia el abismo.
La contradicción un país secreto del que siempre se regresa
con un beso en la espalda y una puñalada en los labios.
*Jesús Jiménez Domínguez (Zaragoza, 1970) alterna el relato con la poesía. Publicó en el año 2000 en Olifante el poemario: "Fermentaciones / Diario de la anemia". Ha ganado importantes premios de relato corto. Es uno de los participantes del ciclo "Los chicos están bien. I Semana de Poesía Última". Le he pedido que me envíe un par de poemas y él, tan gentil, aquí me los ha remitido.
CITAS: LA SILLA, ALMUDENA, DIÁLOGOS EN GARRAPINILLOS

Esta mañana, a las 12.15, en el Palafox se hace un pase de “La silla de Fernando” de David Trueba y Luis Alegre. Estoy seguro de que va a ser todo un acontecimiento de cariño y admiración hacia Fernando Fernán Gómez, David Trueba y Luis Alegre. Luis Alegre, tenga negros o no (Luis es uno y multitud: Luis es la multitud), es un trabajador infatigable y siempre está detrás de muchos proyectos de los que no presume y de los proyectos y los sueños de los amigos. Estoy intentando terminar una entrevista para el domingo con Marta Navarro, hija, nieta y bisnieta de arquitectos, gastrónoma apasionada, y me va a resultar imposible acudir a la presentación. Y bien que lo siento, porque sé que va a ser una gran fiesta de amigos. Luis es el embajador laborioso de cariño y de talento. Como un hermano maravilloso que te regala la vida a diario. ¡Enhorabuena!
Ayer tuve un día muy ajetreado, grabamos a Almudena Grandes para “Borradores” y estuve con ella en Cálamo, donde presentó su estupenda y ambiciosa novela “El corazón helado”. Cada día admiro más que trabajo: su rigor, su pasión, su intensidad, su convicción en el arte de la novela. Paco Goyanes tuvo el bello gesto de traer sendos libros para Teresa Lázaro, nuestra realizadora, y para Luis, nuestro operador de cámara.
Llegué a casa cansado, bastante defraudado de mí mismo, y encontré un bonito mensaje de una excelente amiga de Huesca que ha pasado por una mala época de enfermedades y de forzosa reclusión en su casa. Esta amiga, P. A., dice lo siguiente sobre mi libro “Golpes de mar” (Destino, 2006): “Te escribo solamente para decirte que he disfrutado muchísimo leyendo ‘Golpes de mar’. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto con un libro. Muchas gracias porque has conseguido hacerme un poco más llevadero este encierro”.
Ayer inauguraba exposición José Luis Gamboa en la Escuela de Arte: una colección de retratos donde están José Antonio Labordeta, Luis Alegre, Manu Azcona, los Violadores del Verso, José Ramón Marcuello, Carmen París... José Luis Gamboa ilustró ayer la portada del suplemento de “Artes & Letras”. Me fue imposible pasarme por compromisos previos y por asuntos de hijos. Tampoco pude ir a la entrevista de Daniel en la Aljafería con Montxo Armendráriz, que fue presentado por Kike Mora.
Esta tarde, a las 19.30, he sido invitado a hablar de mis libros en la biblioteca José Ramón Arana de Garrapinillos. Me produce mucha ilusión por ser la biblioteca de mi barrio, por llevar ese nombre y porque siempre agrada mucho conocer a nuevos lectores y reencontrarte con los vecinos, en un espacio tan estupendo como el que dirige Teresa Aznar.
*Luis Alegre y David Trueba.
SIRI HUSDVEDT: POESÍA EN ESPAÑOL*

Él escribía un párrafo en una página amarilla. Sucedía en Nueva York, no en París. Si no fuera porque aún me estaba despertando habría podido ver algo más que el rectángulo del párrafo y la foto encima de su mesa, junto a la ventana. Iba a ser una carta. ¿Las llaman cartas de amor incluso si la palabra “amor” no aparece o aparece sólo al final? También a mí me atrae la idea de una carta de amor y de un océano en el que permanecer de pie para siempre, como ellos; o al menos tanto tiempo como dura la foto, que probablemente sea mucho tiempo. Mientras tanto alguien podría morir. Puede que yo tenga una hija o un hijo mientras tanto. Quizás él se vaya de Nueva York, donde vimos la basura por primera vez, después de estar tres días sin salir de casa. Ninguno dijo entonces la palabra “amor” pero fue entonces cuando pudo haberse dicho. Se escribió en enero. Él se fue en julio y cuando le preguntaban por ella decía: “Su ropa sucia todavía sigue con la mía, si te refieres a eso”. Y mi cara todavía sigue sin arrugas y algunos dicen que guapa. Él dijo guapa. Todo el invierno. Yo pensaba en la nieve y en el rosa que destiñó la colada. Sólo aparecían ellos dos en la foto pero debía de haber un carrete y más de ese océano y quizás otros y otros carretes.
*Ese activista imparable de la poesía que es Pepo Paz acaba de publicar el único poemario de la escritora Siri Husdvedt, publicada España por Circe, sobre todo. Este es un fragmento de la serie "Cuadrados", que traducen para Bartleby Julia Piera y Chiara Merino. Siri Husdvedt (la foto está tomada de www.nwemoon.no/portrett) es la compañera de Paul Auster y madre de Sophie Auster. Pepo Paz envía esta nota:
CUADRADOS: OTRO POEMA DE SIRI HUSTVEDT*

En Minnesota el maíz sobrepasa mi cabeza en agosto y el tractor Modelo A estuvo allí durante años hasta que se lo llevaron. Había mucho sitio para él bajo el cielo. Mi padre desmontó el viejo granero con mis tíos y el tractor sigue allí. Nunca se mueve y en verano la hierba le crece en las ruedas. El cielo está pequeño y recortado sólo en la foto y mis abuelos se sientan en el centro como si todo ese espacio plano no estuviera detrás de ellos, como si la casa blanca no fuera como un enano bajo el cielo. Nunca vi al padre de mi madre a las faldas de la colina. Antes de que ella se fuera a la cárcel, al principio de la guerra, fue a verlo. Trepó la colina por la que él había corrido tantas veces pero ya no podía hacerlo. Después él estuvo enfermo y sé que ella recuerda claramente ese paseo y se acuerda de él allí y también de cuando nadaba en abril en el océano. El océano y las playas tenían otro significado para mi padre. Ama los lagos, pero nunca utiliza esa palabra. Recuerda la guerra en las playas y la paz en los lagos. No hay fotos de mi madre y la guerra o de mi padre, pero la cámara fijó sus caras en aquellos años y, años después, vi mi cara en sus rasgos cuando miré la foto a través del cristal. En su oficina dibujábamos en papel amarillo y hacíamos preguntas. Preguntábamos sobre las cámaras y cómo funcionan: rotan la imagen al revés para que aparezca correctamente en la impresión. No había muchas cartas pero “amor” aparecía al final de alguna de ellas y eran cartas de amor por eso. Mucho antes de nacer yo, una mujer escribió a casa desde el territorio de las Dakotas. Creo que era el cielo y la tierra plana lo que la afligía. Yo leí cartas que ella escribía a la casa en las montañas donde hablaba de la pradera y de los saltamontes y de la nieve y del cielo. “¿Dónde está mi océano?”
*Fragmento de "Cuadrados", de Bartleby, traducido por Julio Piera y Chiara Merino. La foto es de Minnesota en 1972.
UN POEMA DE JOAN MARGARIT

Anoche me acosté con un magnífico poemario de amor entre las manos: La hora azul (Visor, 2007) de Josefa Parra, un libro de amor y desamor, de evocación y de búsqueda, de celebración del amado, de la palabra y de la poesía. Y esta mañana, abrí otro poemario, Casa de misericordia (Visor, 2007) de Joan Margarit. He leído varios poemas, es un libro que tiene algo de confidencia y autobiografía, de sueño y de refugio. Las casas de misericordia era una forma de combatir la intemperie física y afectiva y la de la vejez que se asoma, y a menudo un laboratorio de convivencia donde estallaba alguna forma de poesía. Joan Margarit estuvo hace poco en Zaragoza, en las Conversaciones en la Aljafería, con el poeta y profesor Lorenzo Oliván y la editora Trinidad Ruiz-Marcellán. Son muchos los poemas que me han gustado, pero copio este que ha traducido el propio poeta.
LUZ DE MI VIDA
Yo era un chico que oía por la radio
las canciones de amor, y nada me gustaba
tanto como mirar a las mujeres.
Cuánta felicidad
la niebla de sus cuerpos por las calles
y tantos sueños donde desnudarlas.
Recuerdo todavía la brutal erección
de un chico abandonado entre la lluvia,
una premonición del viejo que ahora soy.
Me gusta recordar el cuerpo de la chica
que se quedó a mi lado. Todavía
creo escuchar su voz en el teléfono:
Da la cena a los niños. Regresaré más tarde...
Probablemente, nunca regresó,
pero ahora, ya viejos, nos da igual.
*Una de las espléndidas fotos de Joan Colom tomadas en el Raval.
HISTORIA DE UN ÚLTIMO AMOR*

HISTORIA DE UN ÚLTIMO AMOR
Mi abuelo llevaba varios meses postrado en una cama sufriendo una asepsis, una de esas enfermedades que van destruyéndote poco a poco hasta borrar todos los recuerdos que tienes. Mi madre llevaba semanas diciéndome que iba a morir y yo, en cierto modo, me negaba a aceptarlo pero, en realidad, sabía que era verdad. Mi abuelo contaba con mi abuela que le quería con locura y le miraba con una ternura maravillosa: sus ojos claros se llenaban de vida, la pupila se le dilataba y lucía una sonrisa conmovedora. Mi abuela intentaba convencer a Servando, mi abuelo, de que luchara, pero ella sabía que no le quedaba mucho tiempo. Y en la tarde del 17 de enero murió. Mi hermano contaba que había muerto luchando, como quería morir.
Yo, esa tarde había ido a buscar a mi hermana al colegio, y cuando llegamos a casa vimos a mi madre en el salón, estaba melancólica, mis primas miraban sin comprender lo que pasaba pero yo adiviné al instante lo que ocurría. Mi abuelo había muerto. Durante varios días no pude dormir porque no me había despedido de mi abuelo y en el entierro, al que acudieron más de 100 personas, no paré de llorar.
Servando sufrió poleomelitis de pequeño y siempre, o al menos desde que lo conocí, llevó muletas. Pero vi fotos de la boda de mis abuelos y ahí andaba cojeando pero sin muletas. Era un luchador, montó la primera casa de mis padres, hizo los planos y ordenó a mi padre y a mi tío llevar las herramientas necesarias para el trabajo. De lo demás se encargó él. Mi padre y mi abuelo se llevaban de maravilla. Yo disfrutaba viéndolos juntos, leyendo poemas o recitándolos en medio de la comida. Mi abuelo llamaba a mi padre romancero y Carmen, mi abuela, reía, pues más de una vez Servando había hecho poemas para ella. Mi padre siempre decía que Servando era el padre que nunca tuvo, y el día en que Servando murió fue la única vez que lloró en su vida. Mi abuelo era aquel que cuidaba siempre de sus hijos y nietos, aquel que era capaz de reírse de si mismo, aquel que te reñía por correr en el pasillo y a los dos minutos te pedía perdón.
Servando era un hombre que contaba leyendas en la comida sobre su pueblo: Ejulve, odiaba a los políticos y a Carmen Sevilla. Amaba al Real Zaragoza, mi hermano cuenta que a punto estuvo de romperse la pierna al celebrar el gol de Nayim en La Recopa, y no paró de insultar durante una semana a Mejuto González por pitar un penalti inexistente al Real Madrid cuando jugaba frente al Zaragoza. Mi madre contaba que durante su época en el instituto le mandaron construir un barómetro, mi abuelo le ayudó y el barómetro quedó tan bien que la profesora suspendió a mi madre porque creía que lo había comprado en la tienda de la esquina, Carmen ordenó a Servando que fuese a reclamar el aprobado a mi madre y mi abuelo fue. Al final mi madre tuvo un sobresaliente. Servando quería a sus hijos y les mimaba mucho, tanto como a sus nietos. Siempre nos regañaba y a los diez minutos nos pedía perdón y se sentía culpable. La primera pregunta que le hizo a mi padre fue si era creyente, eso el día en que se conocieron, mi padre respondió que no. No sé cual fue la reacción de mi abuelo pero sé que mi familia siempre había sido muy religiosa. Mi abuela tenía un collar de Jesucristo crucificado, lucía el mismo emblema en la pared de su habitación y nos hacía esperar en nochebuena para abrir los regalos por ir a la misa del gallo. Mi abuela había sido siempre fiel a Dios, aunque no tanto como a mi abuelo pues en los últimos días de Servando se saltaba todas las misas por cuidar a su marido; mi tía, que siempre había creído en la brujería, decía que por eso dios había matado a Servando, porque Carmen había preferido a mi abuelo antes que a él. En mi familia todos creían que mi tía estaba loca.
Mi abuela cayó en una depresión durante unos tres meses tras la muerte de Servando decidió que cada mes, cada día 17, escribiría una carta a mi abuelo. Se iba al cuarto de mi hermana pequeña y escribía. Nadie sabía donde guardaba mi abuela aquellas cartas.En uno de esos 17 creo que era en Marzo llamó Mariano. Yo había caído en una de mis jaquecas y estaba en casa por la mañana. Mariano era el mejor amigo de Servando y nos visitaba muchos días. Mi abuela conversó con él durante horas, yo, cotilla por naturaleza, me puse al lado de la puerta e intenté oír algo de lo que decían, hablaban de un terreno y de cartas. Mi abuela salió de la habitación y me preguntó qué tal estaba, le dije que mejor. Durante toda la mañana nos entretuvimos descubriendo a qué especie pertenecían los pájaros que llegaban a nuestro jardín, vino un ave marrón con un pico muy elegante y una especie de cresta, bastante pequeña, en la cabeza. Tras buscar durante toda la mañana y compararlo con otras especies descubrimos que era un Carricero Tordal. Pero la distracción de ir mirando pájaros no fue suficiente y no paré de pensar en la llamada de Mariano, no tenía ni idea de lo que ocurría y me extrañaba que mi abuela se comportase así; mi abuela, pensé, que siempre había sabido manejarse en todo tipo de situaciones.
Los meses pasaron y de vez en cuando llamaba Mariano: mi abuela decía que estaba empeorando bastante de salud. Carmen estaba muy pensativa esos días, antes de acostarse, y no se dormía hasta tarde. Yo la observaba y no le comenté a nadie lo de las llamadas de Mariano. Una mañana, en la que padecía una de mis jaquecas, llamó de nuevo Mariano, corrí al Estudio y cogí el teléfono, solo oí como se despidieron y dijeron algo sobre un terreno llamado Pistolo. Descolgué el teléfono y fui a hablar con mi abuela, le iba a contar lo que sabía y lo que había oído por teléfono, incluso llegué a pensar que tenía un rollo. Le conté todo y miró al suelo.
-Cada vez te pareces más a tu abuelo, el siempre fue un poquito cotilla, pero lo que te voy a contar no debes decírselo a nadie hasta que yo te diga cuando puedes hacerlo. ¿Vale, cariño?-dijo mi abuela con tono de complicidad.
-Vale, abuela.
-Antes de morir, el abuelo le entregó unas cartas a Mariano y le pidió que se las enterrara en un terreno que tenemos al lado de Ejulve. Le dijo que hablará conmigo y las desenterrásemos pero Mariano se ha puesto muy enfermo y necesitamos ayuda. -Abuela, ¿puedo ir yo?
-Habla con tu madre, dile que vamos de viaje a ver a tus amigos del pueblo.
Y así lo hice, me sentí mal por haber pensado que mi abuela podía tener un rollo con Mariano, y más porque le había dicho a Carmen lo que pensaba acerca de un posible lío entre los dos.
Una mañana me despertó mi abuela, había convencido a mi madre y fui con ella. Cogimos el autobús y nos acercamos a casa de Mariano, nos llevó su hijo.
Durante el trayecto Mariano no paró de hablar con mi abuela por lo bajo. Seguía sin tener un gran presentimiento de sus intenciones, en realidad jamás me cayó demasiado bien. Llegamos a un terreno bastante grande, y al lado de una cueva rodeada por un pequeño estanque había una gigantesca cruz.
-Aquí es- dijo Mariano, tosiendo.El hijo de Mariano y yo no paramos de cavar hasta que tocamos con una caja de porcelana dorada y negra bastante hermosa en mi opinión. Se la di a mi abuela y la abrió, había muchas cartas, todas para cada uno de los miembros de su familia.
Mi abuela leyó la suya:
“Para Carmen. Querido amor, cuando leas esto yo ya estaré muerto pero quiero que sepas que no ha pasado un sólo día de mi vida en el que no te haya amado tan locamente como el día de nuestra boda. Cuando éramos jóvenes recuerdo que tenía dos proposiciones de matrimonio: la tuya y la de la tú mejor amiga, he de decirte que te elegí a ti por tu hermosura y porque tu mejor amiga habló mal de ti para casarse conmigo y yo le dije que jamás escogería a una mujer que traiciona a su mejor amiga por un hombre. Y ahora te digo que tras tantos años juntos jamás me he arrepentido de elegirte a ti”-. Mi abuela rompió a llorar.
Leí la mía e hice lo mismo. Nos llevamos las cartas a casa para dárselas a todos los familiares. En la caja de porcelana mi abuela dejó todas las cartas que había escrito y yo dejé una en la que por fin me despedía de mi abuelo. Así al menos, me sentí mejor. Mi abuela me cogió del brazo y enterré el cofre.
-Siento haber pensado mal de ti, abuela, soy un imbécil-le dije .
-No pasa nada, hijo mío, no pasa nada. Venga vamos a casa-dijo entre sollozos.
Al llegar a casa entregamos las cartas y contamos lo ocurrido.
Desde aquel día, creo que un vivo puede amar a un muerto y si desde algún lugar mi abuelo ve a mi abuela la seguirá amando como el primer día.
Por Jorge Rodríguez Gascón. 3ºB
*Mi hijo Jorge, 14 años, extremo izquierda del Utebo de cadetes, estudiante de 3º de la ESO en el Instituto de Miralbueno, ha escrito este cuento, que ha sido galardonado en su colegio con un premio literario y con un mp3. Es un cuento donde rinde homenaje a su abuelo Leoncio, creo yo, al que aquí nombra por Servando, y a su abuela Isabel, a la que aquí designa por Carmen. La foto es de Robert Doisneau.
BELÉN REYES, UNA POETA EN OLIFANTE*

MUERE LA TARDE DETRÁS DE MI VENTANA
Suena y sus ruidos me hablan de Madrid.
Temo a la noche que ronda esquizofrénica,
Como un sereno loco que no me quiere abrir.
Los coches muy sumisos como perros de chapa,
Esperan a sus dueños dispuestos a vivir.
El camino de siempre, el recorrido idiota,
De la casa al trabajo... (Hoy me acuerdo de ti).
Tengo un dolor muy nuevo que va estrenando heridas.
Mi cerebro, una esponja. Mi corazón, un clip
Que sujeta mi cuerpo y lo arrastra a tu vida.
Tengo un nudo en los ojos de enredarlos en ti.
*De "Atrévete a olvidarme" (Olifante), poemario de la madrileña Belén Reyes que se presenta el viernes 20 de abril, a las 19.30 en la Biblioteca de Aragón. Intervienen: Belén Reyes (Autora), Eva Martínez (Directora del Instituto Aragonés de la Mujer) y Trinidad Ruiz Marcellán (Editora). Lectura: Ana Esteban y Geraldine Hill. Bailarina: Isabel Pérez.
UN MOÑACO DE ALBERTO CALVO

ALBERTO CALVO Y DOS POEMAS DE JOSEFA PARRA
Alberto Calvo, el gran artista de lo gráfico y lo telúrico, me envía en esta media tarde de sol (acaba de perder el Real Zaragoza, ¿era posible?) este “moñaco”, este rostro femenino, tocado de colores y de trazos, de lianas de fuego y rosas. Y yo a cambio, abro el poemario La hora azul (Visor, 2007) de Josefa Parra, que tanto me ha gustado, y copio este poema, “Cuando el presente”, este elogio del carpe diem en la vida y en la pasión, en la pura fugacidad del existir aquí y ahora. Y tampoco me resisto a incluir otro sobre el deseo de poesía, una forma especial de erotismo inevitable. Se titula “Razón de amor”, como el soberbio poemario de Pedro Salinas.
CUANDO EL PRESENTE
Cuando el presente ocupa tanto espacio,
es fácil olvidar cuanto has tenido;
es urgente vivir, es tan urgente,tan necesario hundirse en el ahora,
que el tiempo se sujete y se resume
en el solo minuto que te habita.
No hay puentes que te lleven al que eras
ni al que serás después si sobrevives.
Ni detrás ni delante hay más que abismo.
RAZÓN DE AMOR
He visto la poesía
creciéndote en los muslos.
He visto por tu carne
el eje de mi voz, y las palabras
tatuando tu cintura.
Ahora comprendo, porque está tan claro,
que nunca dejaré de desearte.
VÍCTOR JUAN BORROY SE ESTRENA COMO NARRADOR*

"Ramón Acín no pudo resistir la imagen que construía con los sonidos que llegaban desde la habitación de al lado. No hay sufrimiento más cruel que el sufrimiento imaginado. Y salió de su refugio. Allí, en el pequeño habitáculo que le había servido de escondite, quedaron, esparcidos en el suelo, papeles de distintos tamaños con las últimas palabras, con los últimos apuntes que hizo durante los días que estuvo escondido. Y junto a los últimos apuntes, en el suelo, quedó la última pajarita que fabricó, una pajarica que sus dedos hicieron maquinalmente, doblando y desdoblando distraídamente una hoja de papel mientras en su cabeza sonaba La última rosa del verano, la hermosa melodía que acompañaba los giros de la pajarita de la caja de música que encandilaba a Katia y a Sol. Aquella música mezclaba la ternura y la tristeza, la tristeza de la separación y la ternura de los últimos besos. Era una melodía que retrataba la belleza de lo efímero, la necesidad de aprovechar el momento porque todo se pasa casi sin sentir, y porque la belleza es siempre demasiado breve. Era la misma canción que le acompañó durante su exilio del año treinta, tras el fracaso de la sublevación de Jaca, cuando se instaló en París. Tarareaba esta canción cuando al atardecer paseaba por le bois de Boulogne, por los jardines des Tuillèries o sentado en uno de los bancos junto al Sena, en le Quartier Latin, a la sombra de la catedral de Nôtre Dame, cuando acudía a visitar a alguno de sus amigos pintores que se habían instalado allí o cuando dedicaba la tarde a curiosear entre los puestos de los libreros de lance. Ramón Acín miraba el agua mansa del río e imaginaba a Katia y a Sol jugando con la caja de música. Imaginaba sus ojos abiertos y su sonrisa, mientras la pajarica bailaba una danza infinita. Era la misma melodía que le acompañó en aquella celda que compartía con otros cuarenta y siete hombres cuando escribía una carta dirigida a sus hijas, una carta en la que dibujó una palomica que salvaba las rejas de la ventana de la prisión y volaba libre, llevando un mensaje de amor para Katia y para Sol.Somos la música que escuchamos y Ramón Acín proyectaba esa doble mirada sobre la realidad, una mirada melancólica y tierna. Anidaban en su interior la ternura de sus manos acostumbradas a dar vida al barro, al papel, al lienzo, a la piedra y al hierro, y la melancolía, la misma melancolía que despertaba en él el baile de la pajarica al compás de La última rosa del verano. La última.
Cuando vieron aparecer a Ramón Acín en la sala, se abalanzaron sobre él, apenas le dejaron respirar. Llevaba puesta una chaqueta de pijama. Por el bolsillo asomaban los lápices de colores que le acompañaban permanentemente, unos lápices que eran sus herramientas y sus únicas armas. No dejó de mirar a Conchita ni un instante, a pesar de los golpes, a pesar de los insultos. La miraba como si ella pudiera leer su mirada y él pensaba que nunca la había amado tanto.
Los vecinos que presenciaron cómo sacaron a Ramón Acín y a Concha Monrás de su casa no pudieron olvidar, mientras vivieron, los estremecedores gritos y el llanto de Sol y Katia. No pudieron olvidar su propio miedo, un miedo amargo que atenazaba sus gargantas y les robaba la voluntad. Y tampoco pudieron olvidar su vergüenza al escuchar algunos aplausos, insultos y abucheos. Eran “los buenos vecinos de Huesca” que escribiría Max Aub en La gallina ciega, que celebraban la detención de Ramón Acín.
Aquella misma noche del 6 de agosto fue asesinado. Indefenso, solo, apaleado, maniatado, destrozado por el llanto y los gritos de Conchita y de las niñas, mutilados los sueños, sin palabras, con la boca seca y la cabeza a punto de estallarle. Se enfrentó en solitario al grupo de asesinos que lo llevaron a las tapias del cementerio de Huesca. Conocía a todos aquellos hombres convertidos en bestias. Después de tanto dolor, sólo conservaba la dignidad de su mirada. Sonaron los disparos y la sangre se mezcló en la tierra. Se apagó la luz y las manos creadoras se quedaron para siempre quietas y los labios inertes y la mirada rota...
Concha Monrás fue fusilada, junto a otros 97 republicanos oscenses, el día 23 de agosto de 1936.Algunos años más tarde, el sepulturero indicó a la familia el lugar preciso donde estaba enterrado Ramón Acín. Cuando exhumaron sus restos encontraron la camisa de pijama que llevaba puesta cuando lo arrancaron de su casa. Por uno de los bolsillos asomaban los lapiceros de colores que eran sus herramientas y sus únicas armas".
*Fragmento de la novela Por escribir sus nombres que edita Prames en su colección Las Tres Sorores. Esta es una de mis fotos preferidas de Ramón Acín y Concha Monrás. Presumo que éste será uno de los libros de la Feria del Libro. Prames también publica otro texto en prosa de Ángel Gracia, Pastoral.
LUIS ALEGRE Y DAVID TRUEBA EN LA BUENA ESTRELLA

[Luis Antonio de Alarcón nos recuerda el coloquio con David Trueba y Luis Alegre a propósito de “La silla de Fernando”]
David Trueba y Luis Alegre protagonizan hoy jueves, 19 de abril, una nueva sesión del ciclo de coloquios "La buena estrella"
David Trueba y Luis Alegre, codirectores de “La silla de Fernando”, serán los invitados hoy, jueves 19 de abril, de “La buena estrella”, el ciclo de coloquios organizado por el Vicerrectorado de Proyección Social y Cultural y Relaciones Institucionales de la Universidad de Zaragoza. Al día siguiente, el viernes 20 de abril, “La silla de Fernando” se estrenará en las salas Palafox de Zaragoza.
El coloquio se celebrará a las ocho de la tarde en el salón de actos de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales (Gran Vía 2) de la Universidad de Zaragoza. “La silla de Fernando”, una película-conversación con Fernando Fernán Gómez, se presentó el pasado mes de septiembre en el Festival de Cine de San Sebastián, donde recibió una estupenda acogida del público y unas críticas excelentes. El 29 de noviembre la película se estrenó comercialmente en Madrid y Barcelona y luego fue candidata en los Premios Goya y en las Medallas del Círculo de Escritores Cinematográficos (C.E.C) al mejor documental del año.
Después de Madrid y Barcelona, Zaragoza es la tercera ciudad española donde “La silla de Fernando” se estrena en las salas comerciales. Además de en San Sebastián, la película también se ha exhibido en los festivales de Nantes, Jaén y Lérida.
“La silla de Fernando” no es un documental convencional alrededor de la vida y la obra de Fernán-Gómez. Con esta película los directores aspiran a compartir con los espectadores su deslumbramiento por el arte para la charla y por el modo de entender la vida y estar en el mundo de un ser humano tan libre, divertido y genial.
http://cinegoza.blogspot.com/
JOSÉ IGNACIO IGUARBE: UNA CITA ANTE EL EBRO

El gran Javier Torres, al cual hace meses que no veo, recoge en su blog esta noticia acerca de uno de los fotógrafos que más admiro por su pasión por las localidades de ribera, el Ebro y la belleza del color y de la luz sobre el paisaje: José Ignacio Iguarbe, al que entrevisté para la sección dominical de “Clásicos y modernos”. Recojo el texto del viejo amigo Javier Torres y cuelgo también aquella entrevista.
[José Ignacio Iguarbe, el gran fotógrafo de Alagón, nos da muestra de su trabajo una vez más con otra bella publicación.
Todo el río Ebro, un álbum de preciosas fotografías -muchas de ellas panorámicas a doble página- con el río Ebro como protagonista, desde el nacimiento hasta la desembocadura.
Partir con varios objetivos: los de sus cámaras, y el de atrapar en imágenes el sinuoso recorrido del río Ebro buscando esa perspectiva diferente y desconocida a veces, arriesgada otras muchas, y dejar pasar el tiempo sin prisa para jugar con la luz y encontrar un celaje cómplice, un fulgor aliado que dé un valor añadido a cada una de las fotografías que muestra en sus casi cien páginas.
Un excelente trabajo... ¡enhorabuena José Ignacio! ]
DIÁLOGO CON JOSÉ IGNACIO IGUARBE:
LA LUZ Y LA LEYENDA DEL EBRO
José Ignacio Iguarbe (Alagón, Zaragoza, 1954) lleva más de un lustro dedicado a captar la Ribera Alta del río Ebro. Hasta ahora ha publicado ocho monografías, auténticos libros de fotos, sobre Alagón, Alcalá de Ebro, Pradilla, Gallur, Remolinos, Pedrola y Figueruelas, en los que recoge todo: la naturaleza exuberante, teñida de luces sorprendentes, las aves, los edificios, las gentes, instantáneas que son como “pretenden congelar el tiempo, robarle un segundo al tiempo y devolvérselo luego a la gente en forma de foto. Cada pueblo es diferente, rico, variado; en cuanto empiezas a mirar captas la variedad, la gama de matices. Todos viven de forma muy diferente la presencia del río”. Iguarbe, que ejerce de fotógrafo, escritor y editor, ha fotografiado el Ebro desde su nacimiento hasta su desembocadura, y trabaja en un ambicioso proyecto visual en torno al río.
-De entrada, el Ebro ha debido ser un compañero de juegos en su niñez. Usted es de Alagón…
-Soy de Alagón, y mi madre es de Alcalá. He pasado allí muchas horas, muchos veranos, y siempre tenías el río en medio. Mi madre me decía, no decía a mis hermanos y a mí: “No vayáis ahí, alejaos del río”. Y quizá porque era algo prohibido, nos atraía más. Yo me preguntaba: “¿Qué hay ahí, qué misterio esconde?”.
-¿Por qué le decían eso?
-De entrada por la protección de una madre hacia sus hijos. El Ebro era peligroso. Todos los años había algún ahogado. Entonces, las orillas del Ebro eran las playas rurales. No es que no hubiera playas como ahora, pero no se tenía la costumbre de ir. Y el río estaba siempre ahí, con sus riberas, con sus arboledas. Además, hay otro detalle muy bonita: delante de la casa de mi abuela, en la propia puerta, estaba el pontón. Cuando crecía el Ebro se le inundaba la casa. Nosotros hemos cruzado muchas veces el río en el pontón.
-Alcalá de Ebro está identificado con la Ínsula Barataria. ¿Se hablaba de eso?
-Ya se hablaba de eso en mi infancia. Mi madre me contó que antes de casarse y antes de haber nacido yo se celebró una gran fiesta en Alcalá en honor de Cervantes. Vinieron autoridades, hubo mucha fiesta. José Antonio Labordeta me dijo que él había estado en ese acto representando una pieza de teatro.
-¿Qué le contaba su padre?
-Mi padre era campesino. Era un gran conocedor de la huerta, y también contaba historias del río. Me dijo una vez que mi abuelo se había caído, lo sacaron y le tuvieron que cortar los pantalones porque salieron congelados, literalmente, del agua. -¿Desde cuándo le interesa la fotografía?-Desde muy joven. Me ha llamado la atención siempre. Cursé estudios en Spectrum y allí, entre otros, tuve de profesor a Pedro Avellaned. Fue él quien me enseñó a ver la foto como algo artístico, me decía que era algo más que técnica. Me invitó a mirar con otros ojos. Pero en realidad, soy un poco autodidacta. Experimento siempre, es lento el proceso de aprendizaje, cometes errores, pero también es una aventura.
-¿Cómo surgió su primer libro: “Alagón, lugares de encuentro” (2003)?
-En Spectrum. Nos pidieron que hiciésemos un trabajo sobre un edificio para un catálogo, e hice varios edificios porque me animó Ernesto Azofra, el párroco de Alagón: las iglesisas de San Pedro, San Antonio, San Juan, y laVirgen del Castillo. A mí me encanta el arte, especialmente la pintura.Y creo que hay algunos homenajes explícitos a ella en mis libros: he creído ver algunos atardeceres de El Greco en Alcalá, he intentado utilizar las luces, lo digo con un punto de exageración, a la manera de Caravaggio y sus claroscuros. De alguna manera, la pintura es el principio de la pintura, o cuando menos una fuente principal de inspiración. La foto te ofrece la posibilidad de ofrecer mayor realismo a las imágenes. Me habría gustado pintar, pero carezco de paciencia. Con la foto, con la luz y el encuadre, me siento a veces pintor.
-¿Qué destaca de Alagón, localidad a la que le dedicó más tarde otro libro: “Alagón, entre luces y sombras”?
-Con estos libros he aprendido que cada pueblo es distinto, rico, sorprendente. Entras en ellos, y de golpe empiezas a conocer a sus gentes, la historia, sus parajes, y te das cuenta de que existe una riqueza impresionante en la que no habías reparado en profundidad. Y Alagón, que era mi pueblo, me gustó muchísimo en cuanto empecé a mirar de otro modo: realicé más de 2.000 fotos para un libro de 200 y trabajé alrededor de ocho meses.
-¿Cuál es su método de trabajo?
-Primero trabajo en la biblioteca. He trabajado mucho en la Biblioteca de Aragón: buscó todo lo que hay, luego me dirijo al ayuntamiento, hablo con la gente, recojo tradiciones, investigo el paisaje y ya me pongo a trabajar. Uso mucho las luces del alba y del atardecer; las luces del mediodía no me gustan mucho, las sombras resultan muy fuertes y agresivas. También son muy interesantes las de días nublados: los cielos con nubes ayudan mucho al color, y suele haber gamas muy amplias.
-Sigamos con otros proyectos: hablemos de “La ínsula de Sancho Panza: Alcalá de Ebro”, prologado por José Antonio Labordeta.
-Me gusta mucho la gente, que es auténticamente de pueblo, y lo digo en el sentido más noble del término: le gusta salir de noche, tomar la fresca, conversar. Los niños pueden ir y venir sin preocupación. Es un pueblo que tiene todo él un aire de familia. -¿Qué nos diría de Gallur?-Me impresionó. Lo tenía ahí, al lado, y era un gran desconocido para mí. Está en medio del río y del Canal Imperial de Aragón, y es la localidad más alta de la zona. Lo que más me gusta son sus huertos. Ya no se ve algo así: se sigue cultivando las hortalizas y las verduras para la casa. Son huertos familiares, pequeños, ordenados, limpios, con las judías siempre bien encañadas.
-¿Y de Pradilla?
-Es el pueblo al que el río afecta con más brusquedad.Igual que puede suceder en Alcalá. Pradilla se extiende a lo largo del Ebro, y lo que destaca es su verdor, sus paisajes. De una parte, está el Canal de Tauste y de otro el Ebro.
-Ya se ve que Remolinos le ha impactado.
-Desde luego. Esas minas de sal hacen soñar a cualquiera. La mina María del Carmen tiene un kilómetro cuadrado, que se dice pronto, y había 54 en total. Se explota desde hace dos mil años. A otra, como la Real, la conocen como El Infierno, los techos han cedido, es desordenada, es fácil perderte en su interior. También me han enseñado minas que han dejado de funcionar ya en el siglo XVII, pero que siguen estando ahí en los subterráneos, acumulando leyendas.
-Por cierto, ¿le han contado muchas leyendas, muchas historias de pescaderos y de pontoneros?
-Desde luego. Precisamente en Remolinos me contaron una historia de almadieros o navateros. A finales del siglo XIX y a principios del XX casi todos los días pasaba un hombre con sus troncos por el río, y se encontraba con una lavandera. Al final de tanto verse, hablaron, se gustaron y acabaron casándose. Y en Remolinos la barca de sirga fue decisiva hasta el año 63 o 64, en que se construyó la carretera. Había un barquero, vivía al lado y me han contado muchas historias de él.
-¿Cuál es el relato que más le impactó?
-Quizá fuese del joven nadador de Alagón. Había al parecer un chico joven y pobre que vivía sólo de la pesca. Como se pasaba la vida en el río se convirtió en un gran nadador. Un día lo retaron unos señoritos: a ver quién llegaba primero a Zaragoza: ellos a caballo o él a nado por el río. Y llegó él; desde entonces fue conocido como Benito, el rey del Ebro. Historias fantásticas de este tipo hay varias.
-Ha hecho libros, además, de Pedrola o de Figueruelas. ¿Cómo reacciona la gente?
-Hacemos tiradas cortas, de unos 500 ejemplares. Los presentamos, se venden o se quedan en depósito en el los ayuntamientos. Una de las cosas más bellas me ocurrió tras una de las presentaciones. Me llamó un señor que vivía lejos de su pueblo desde hacía muchos años. Había visto uno de los libros, y se le saltaron las lágrimas. Me llamó emocionado. Yo tengo clara una cosa: intento robar un instante al tiempo, pero es un instante cargado de todo: de emociones, de sentimientos, de memoria, de poesía. Y luego cuando un paisano recupera con una foto ese instante, se emociona. En el fondo la tarea del fotógrafo es congelar un segundo o un instante para siempre.
-Ahora ya trabaja usted sólo con cámara digital.
-Desde luego. Durante años, el color final lo controlaban en el laboratorio. Ahora hago yo lo que quiero. Me siento más libre y más responsable de mi trabajo. Manipulo allí donde quiero, a mi antojo.
-¿Quiénes son sus fotógrafos de referencia?
-Ricardo Vila. Es un paisajista buenísimo. Me gusta como trabaja el color, con esa inclinación hacia los tonos fuertes. Es un gran fotógrafo de animales.
-En muchos de sus libros hay sugestivas cigüeñas…
-Me habría gustado captar más cigüeñas y aves, pero no tengo la paciencia de Ricardo Vila. De todas formas, intento seguir los consejos de un profesor de Spectrum: “Sigue tu camino, haz tus propias fotos porque sólo así tendrás una mirada personal”.
-¿Cómo definiría la idiosincrasia de la Ribera Alta del Ebro?
-Destaca el carácter de la gente: una persona que vaya a cualquiera de los pueblos no se sentirá extraño. El río le da unidad, y también existe una gastronomía semejante, pero se sorprenderá de la variedad. Hace poco realicé una navegación en una Zodiac y me llamó la atención que existen tramos del río de una calma absoluta, y en otros se revela violento e irascible. Una de las imágenes más bellas la vi entonces: en los terraplenes, en los cortados de tierra del cauce había un montón de agujeros clavados en la tierra. Eran nidos de pájaros. En esta zona se internas en el campo y te olvidas de que existe el tiempo. Es una de las sensaciones más maravillosas del mundo.
*La foto, de José Ignacio Iguarbe, corresponde al meandro de Sástago y la recoge Javier Torres en su estupendo blog de telefonólogo y de mejor persona.
MISTERIOS DE GAMONEDA PARA EL CERVANTES

Sólo tres días antes de recibir de manos del Rey el Premio Cervantes 2006 en la Universidad de Alcalá (Madrid), Antonio Gamoneda ha acudido a la sede central del Instituto Cervantes para depositar un legado secreto en la caja de seguridad número 1.001 de la antigua cámara acorazada del edificio. “Los poetas somos profesionalmente pobres, así que no traigo joyas ni grandes cosas valiosas”, ha dicho. “Pero tenemos nuestros pequeños misterios, y algo de eso es lo que ha quedado encerrado.”
Acompañado por sus hijas Ángeles y Amelia (una magnífica traductora de Mallarmé, entre otros), Gamoneda ha calificado este acto como “un hito muy grato y emocionante para mí, ya que anda por medio una vieja amistad”, en referencia al también poeta César Antonio Molina. Éste ha destacado su sincera admiración por la persona y la obra de Antonio Gamoneda, “un viejo amigo y maestro de 30 años”, ha declarado.
La “Caja de las Letras” del Instituto Cervantes es un espacio dedicado a la memoria cultural de la lengua española. Fue inaugurada el pasado mes de febrero por el escritor y premio Cervantes Francisco Ayala, cuyo legado se dará a conocer dentro de 50 años. Diversos escritores, cineastas, músicos, artistas, científicos y arquitectos depositarán en ella manuscritos, grabaciones, bocetos y otros documentos en los próximos meses.
*La nota es un comunicado del Instituto Cervantes, que dirige César Antonio Molina. Y la fotografía es de Sonia Pérez Marco.
JORGE Y DIEGO: DOBLE VICTORIA

Ha llegado la hora de acostarme. Han jugado Jorge y Diego. Diego, con el Garrapinillos de juveniles, venció 4-7 al Cristo Rey bajo el sol de justicia que se prolongó desde las cuatro y media a las seis y media. El partido no fue bueno, pero Diego jugó un buen partido: recuperó muchos balones, corrió muchos kilómetros y hasta se permitió marcar el tercer gol, que rompía el empate a dos y desatascaba un choque lleno de confusión, de mal juego, de cansancio. El Garrapinillos formó con Sergio; Alfredo, Marcos, Quique e Isaac; Mario Calvera, Diego, Mario Martín; Francho, Luisito Salas y Óscar. Luego entró Néstor.
Jorge volvió al campo de la Azucarera, esta vez de visitante con el Utebo. Jugó un estupendo partido: trabajó mucho, llegó a la línea de fondo, desbordó y acabó con la cara como un tomate. El Utebo venció 2-3. El míster Rafa Blasco retiró a Jorge del campo mediada la segunda parte. Creo que éste ha sido uno de los partidos más completos que ha hecho en la segunda vuelta. El Utebo formó con Gato; Oscar, Marcos, Adrián, Rafa; Ángel, Christian y Sergio Guillén; Remón, Aarón y Jorge Rodríguez.
Antes de retirarme, quería dejar aquí un poema de “Blues castellano” de Antonio Gamoneda. Pepo Paz, el gran editor de Bartleby, meacaba de enviar una nueva edición de ese espléndido. Se titula “Amor”:
AMOR
Mi manera de amarte ese sencilla:
te aprieto a mí
como si hubiera un poco de justicia en mi corazón
y yo te la pudiese dar con el cuerpo.
Cuando revuelvo tus cabellos
algo hermoso se forma entre mis manos.
Y casi no sé más. Yo sólo aspiro
a estar contigo en paz y a estar en paz
con un deber desconocido
que a veces pesa también en mi corazón.
*Esta preciosa foto es de Jonvelle.
FERNANDO FERRERÓ, UN DIÁLOGO, TODA UNA VIDA

Fernando Ferreró (Zaragoza, 1927) es poeta, pintor y escultor. Y acaso uno de los hombres más misteriosos del llamado grupo Niké. Ha publicado diez poemarios y ha realizado varias exposiciones. Hace algunas semanas aparecía su libro “Secuencias y escenarios” (La Gruta de las Palabras. PUZ), y el pasado lunes José Antonio Labordeta y Fernando Sanmartín, director de la colección de poesía La Gruta de las palabras,presentaban el libro en lal librería Los Portadores de Sueños. Fernando Ferreró se mostró emocionado y agradecido.
-Sabemos muy poco de usted. Siempre ha sido como escurridizo, discreto, tímido.
-Nací en Zaragoza en diciembre de 1927. Acabo de estrenar los 79 años. Mi padre, Ángel Ferreró, era de Valjunquera, pero tenía tierras en Fórnoles (Teruel). Era maestro, había estudiado Pedagogía y había asistido a cursos específicos en Madrid de Ortega y Gasset y María de Maeztu, entre otros. Daba clases en el colegio Ramón y Cajal y tuvo de alumno a Manuel Alvar, del cual fui muy amigo, igual que de su hermano.
¿Julio Alvar, dibujante, antropólogo...?
Sí, recuerdo que con él y con José Luis Pomarón nos íbamos de tabernas de cuando en cuando. Nos poníamos a dibujar, luego dábamos los dibujos al dueño y él nos regalaba la merienda. Mi madre, Paulina Gloria Tolosa, era maestra en el Buen Pastor, y nosotros vivíamos en la plaza de San Cayetano.
-¿Cómo fue su infancia?
Estuvo marcada por la Guerra Civil, por una accidentada preguerra y por mi carácter. Piense usted que estábamos cerca del Mercado Central, que era zona problemática, una zona de frontera. Hacia un sitio estaba la revolución; hacia el otro, la vida burguesa y apacible. Siempre había escaramuzas, manifestaciones, huelgas. En la puerta de mi casa, hubo un piquete de soldados con ametralladora. Mis padres vivían en el colegio del Buen Pastor. Más tarde, nos trasladaríamos a la calle Ramón y Cajal, donde están ahora los bomberos.
-Señala, también, que de su carácter derivó su desdicha inicial. ¿Qué quiere decir?
Yo era un niño inclinado hacia la melancolía. Yo distingo entre temperamento y carácter. El primero nace contigo, forma parte de ti, y el carácter lo vas moldeando tú. Yo creo que logré cierta superación de la melancolía, y esa superación también se percibe en mi poesía. Yo me siento optimista, alegre, vital en muchos momentos, aunque siempre sea de una manera sesgada.
¿Sesgada?
Soy un hombre que no me comprometo nunca demasiado. Pero también pienso que la poesía puede acabar en sí misma, que no es imprescindible que tenga una proyección social.
-¿Por qué nunca se compromete?
-El gato escaldado del agua fría huye. Pues yo igual. He tenido algunas experiencias amargas. Quizá Pío Baroja tenga una parte de culpa: he sido un gran lector suyo y me contagió su desconfianza. Parecía estar escarmentado del mundo, con desagrado, como si estuviera mal hecho.
¿Halló remedio a la melancolía?
-Sí, creo que sí. Con el tiempo, con un poco de sentido común, y con algunos libros. Primero descubrí, con diez años, “Platero y yo” de Juan Ramón Jiménez y me conmovió. Yo estudié en Corazonistas y un año en el colegio de Santo Tomás. Allí descubrí un poema de Bécquer que me trastornó: “Cuando ves en el azul horizonte...”. Tenía trece años. Empecé a escribir poemas, algunos malísimos. Durante la Guerra Civil recibí clases en mi casa.
-¿Cómo le fue en el colegio de Santo Tomás?
Muy bien. Allí coincidí con Miguel Labordeta y con Ildefonso-Manuel Gil, entre otros, que me abrieron los caminos de la literatura. A Miguel ya lo conocía del barrio. Nos habíamos criado juntos casi, puerta con puerta. Él era seis años mayor que yo. Y más de una vez me había llevado en el sillín o en el asiento trasero de su bicicleta a dar vueltas por la plaza de San Cayetano.
¿Y luego?
-Hice Letras aquí, con profesores como Francisco Ynduráin y Eugenio Frutos. A la vez colaboraba en revistas y escribía algunos poemas. Teníamos una tertulia en el café Levante, organizada por el periódico “Domingo”. Estábamos, entre otros, el crítico de cine Manuel Rotellar, el poeta y anticuario Fermín Otín, etc. De Zaragoza marché a Salamanca, donde permanecí tres años. Y allí me empapé de la poesía del 27, de la de la generación de los años 40... En uno de los cursos estuve pensionado, en el verano, en Perugia. Y descubrí al gran poeta Eugenio Montale, en quien sigo hallando una afinidad y una sintonía con mi poesía.
-¿Tuvo un significado especial la estancia en Salamanca?
Significó un encuentro más profesional con la poesía y la literatura. Los compañeros casi todos eran chicas, así que fui un estudiante perpetuamente enamorado. Me identifiqué con Castilla por amor a la Generación del 98. Hice el doctorado, pero no llegué a realizar la tesis. Fui auxiliar de Gustavo Bueno y de Fernando Lázaro Carreter, que siempre me trataba de usted, a pesar de que ambos éramos de Zaragoza y de una edad parecida.
-He leído que dio clases en el colegio de Santo Tomás de los Labordeta.
-Di clases de filosofía un curso. Dos horas a la semana. Miguel tenía un trato de favor hacia mí. Recuerdo que me regaló su primer poemario: “Sumido 25”. Luego trabajé como ayudante de Eugenio Frutos, pero descubrí que yo tenía una vocación de enseñar literatura para basureros, para la gente llana, para el pueblo. No era un especialista, y veía que la enseñanza literaria estaba demasiado sujeta a la investigación y a la erudición.
Y consiguió una plaza de profesor de Literatura en Benicarló.
Sí. Permanecí seis cursos. Entre 1955 y 1960. Aquello supuso el descubrimiento del Mediterráneo, otro tipo de vida, una nueva sensualidad, otra luz. Colaboraba en algunas revistas como “Orejudín” y “El molino de papel”. Un día José Antonio Labordeta, de quien era muy amigo, me pidió un libro para su editorial, y le di “Acerca de lo oscuro” (1959). Y al año siguiente, me llamó Joaquín Mateo Blanco y me pidió otro para Coso Aragonés del Ingenio, y le entregué “Hacia tu llanto ahogado” (1960).
¿Cómo era esa poesía?
Acusaba la falta de formación. Yo no tenía una visión clara de la lírica. Se veía el influjo de Juan Ramón Jiménez, Rainer Maria Rilke y Pedro Salinas. Creo que eran libros un poco ininteligibles.
Entonces, ya frecuentaba el café Niké, ¿no?
Sí, sí, claro. Venía los fines de semana y me integraba. En vacaciones, casi todos los días. Nos instalábamos al fondo, y hablábamos de todo menos de poesía. Había jóvenes poetas que sólo acudían el sábado y el domingo, y para ellos era muy importante. A veces se leían poemas, pocas veces, y se oía una voz al fondo que decía: “¡Vaya mierda!”. Miguel Labordeta venía los sábados por la noche: hablábamos, reíamos, y al final salíamos a pasear por la ciudad a las tres o las cuatro de la mañana. Aquella era una vida alegre.
He oído decir que durante el noviazgo de José Antonio Labordeta y el de Juana Grandes usted hacía casi de carabina.
Éramos grandes amigos, sí. A la madre de José Antonio le gastaron la broma de decir que para la luna de miel ya habíamos sacado los billetes para los tres. Los acompañaba a la playa en Tarragona, también venía Miguel. Era una relación muy entrañable. Por cierto, en su libro “Poetas aragoneses del grupo del Niké”, Lorenzo de Blancas lo elogia y alude a “la curación de todos sus psicológicos males”.
¿Qué quiere decir?
-Siempre pensaba que me pasaba algo malo. Un día pensé que tenía leucemia. Tenías las manos amarillas, y me asusté. Era porque me había puesto unos guantes amarillos, ja, ja, ja. Para entonces ya vivía en Alfaro. Obtuve allí una plaza de profesor y permanecí hasta 1975.
Allí descubrió el amor definitivo.
-Llevaba una vida somática, placentera, de campo. Jugaba mucho al dominó, iba al café, paseaba, disfrutaba de buenas merendolas. Y de nada de ello me arrepiento. Y además pintaba, algo que he hecho toda la vida. Y además empecé a hacer escultura. He pasado por distintas fases: el expresionismo, el cubismo abstracto, el arte naïf, el arte bruto.
-Hablemos de amor.
-Conocí allí a una joven profesora de Zaragoza, 20 años más joven que yo, y me enamoré. Fue un noviazgo largo e intermitente, que me llevó a cometer algunas locuras. Me casé con 50 años. He conducido literalmente de pie para no dormirme, cantaba, berreaba, abría las ventanas. No creo que me lleven a la cárcel por esto: una noche volvía a Alfaro y me pasé en la autopista, un kilómetro exactamente. Eran las tres de la mañana, y regresé a la salida marcha atrás. Hice un kilómetro completo. No venía nadie, eso sí.
-Regresó a Zaragoza, trabajó de profesor de Lengua y Literatura en un instituto y recuperó su carrera poética.
-Estuve más de 20 años sin publicar nada. En 1982 recogí y rescribí mis dos primeros libros, con nuevos poemas, en “De la cuestión y el gesto” (1982). Pero mi carrera literaria empezó de verdad en “La densidad implícita” (1988), que se completó con “El texto mínimo y Perfiles” (1988) y “El paisaje continuo” (1989)”. Entonces ya conocía bien a los expresionistas alemanes como Paul Celan. Estaba más al día, y vaciaba lo que estaba dentro de mí.
-¿Para quién ha escrito?
No he hecho una poesía asequible, es verdad. En mi poesía, hay una descripción de lo que veo y de lo que hay en mí. La mía es una poesía en drama y una escritura seca: siempre hay una lucha con el ámbito, con una serie de elementos que dialogan entre sí, que tienen sus sentimientos, sus opiniones y sus esperanzas. Su obra plástica es muy diferente a su obra poética.
¿Por qué?
Soy un hombre escindido. Pero he visto que no hay tanta diferencia. Mis libros se van organizando mediante fragmentos con un sentido claro en la estructura. Y en la obra plástica me ocurre algo semejante: encuentro cosas, utilizo fragmentos acabados e independientes y los voy uniendo en un todo. Mis objetos son construcciones como mis poemas. Camina hacia los 80 años.
¿Que desearía?
Vivir más. Estoy satisfecho de la vida. Soy moderadamente feliz y Zaragoza me encanta, incluso creo que ha mejorado el clima. No tengo resentimiento hacia nada ni hacia nadie. La música clásica me llena, paseo con mis amigos, escribo. Soy completamente anárquico. ¿Una retrospectiva de mi obra artística? Ni lo pienso. Soy demasiado perezoso, salvo que me lo dieran todo hecho... Tampoco soy tan vanidoso. Tengo la sensación de que a medida que envejezco la vida se hace más rica.
*No tengo fotos de Fernando Ferreró ni tampoco del café Niké. Por eso pongo aquí esta maravillosa "Vista de Zaragoza" de Juan José Gárate, realizada en 1908.
JESÚS MONCADA DE NIÑO

En "Siempre Mequinenza", el libro que se presentó el pasado sábado la localidad del narrador Jesús Moncada, José Ramón Marcuello incorpora algunas fotos espléndidas. Ésta de Jesús Moncada, el niño que está en la proa del barco Ebro, mano sobre mano, es una de las más sugerentes. Pertenece a la colección familiar del escritor fallecido en 2005. José Ramón Marcuello (que cumple 60 años y acaba de ser abuelo) ha invertido varios años en la redacción del libro, y ha contado con varios colaboradores: Ramón Acín (hace el retrato de Moncada), José Luis Acín, Javier Barreiro, Mario Sasot, entre otros.
FIRMAS DE GOLPES DE MAR EN CÁLAMO Y PARÍS

Diez años después vuelvo a firmar en el Día del Libro. Paco Goyanes de Librería Cálamo me ha invitado a su local, de la plaza de San Franscico, por la mañana, de 12.30 a 14 horas. Y Pablo y César Muñío me han llamado para que pase por la tarde, de 18 a 21 horas, por el puesto de la Librería París para firmar "Golpes de mar" (Destino), el libro de mi vida como escritor y con "Vida infame de Tristán Fortesende" (Destino, 1995, 2000) mi mejor libro.
No he podido colgar en la página de "Golpes de mar" este cariñoso y generoso texto de José Luis Gracia Mosteo, que publicó en "Turia" . Lo pego aquí por si el libro fuese de interés de alguien que se acerce por aquí.
Antón Castro (Santa Mariñas de Lañas, Arteixo, A Coruña, 1959) es un narrador de estilo cervantino (llaneza y ninguna afectación) y mirada veraz pero a un tiempo mágica; un escritor que ha dado a las prensas narraciones como Mitologías (1987), Los pasajeros del estío (1990) o El testamento de amor de Patricio Julve (1991), y novelas como El álbum del solitario (1999), entre otras muchas obras. Con una prosa limpia, una sintaxis eurítmica y un vocabulario generoso, su gran mérito, como en su día escribiera Baudelaire de Goya, es “hacer verosímil lo monstruoso” es decir, creíbles las fábulas, leyendas, sueños y pesadillas que pueblan sus libros, pero también inventar personajes, ambientes y tramas que parecen escapados del inconsciente colectivo y por tanto son rápidamente absorbidos por éste.
Golpes de mar es buen ejemplo de ello. Con sólo subir al velero de la portada, el lector arribará a un mundo cercano aunque extraño como un coral e increíblemente verosímil; una tierra, que el autor denomina Baladouro, donde aún parece posible el paraíso miltoniano; un edén brumoso pero iconográfico, que un golpe de mar puede convertir en un infierno; un mundo al margen del tiempo y sus designios pero bordeado por el mar y sus fantasmas; una lugar poblado por personajes prosopopeicos (el viento, la lluvia, las olas, la costa...) tan tangibles como los personajes humanos (Delfín Gobantes, Outono Buxán, Pacucha Esmorís o Gomersende Padín...); un territorio envuelto en la niebla de lo extraordinario donde sin embargo caben el humor y el amor más hilarantes y apasionados; un universo de playas, pazos, acantilados, islas o cementerios marinos, donde nada es imposible; un libro sensorial donde el olor del mar, la humedad de la arena o la brisa del océano parecen acariciarnos; una colección de relatos (dieciséis) que es también un álbum de retratos de almas; un fresco donde caben niños que escriben al más allá, mujeres que esperan que el mar les devuelva a sus maridos naufragados o ladrones de caballos; un espacio panteísta que hace de los elementos, personas, y de las personas, seres mágicos.
Con una fantasía desbordante, un desprecio por esa mentira que llamamos realismo y un lirismo conmovedor, he aquí una colección de prodigios fijados en la polaroid del relato; un estudio en clave de ficción de las morfologías fluctuantes del más aquí y del más allá; un repertorio de historias entre lo medieval, lo romántico y lo contemporáneo; un libro que, como El testamento de amor de Patricio Julve (sin duda lo mejor, con éste, de su autor), es una obra por encima de las modas; una gavilla de historias galaicas pero veteadas de esa barbarie tan querida a la literatura aragonesa; un libro para los que aman el mar y la buena literatura. Desde en la extraordinaria Ornia, con algo de leyenda céltica, hasta la borgiana Alba de Deus, con el destino como personaje principal, pasando por el irónico ajuste de cuentas con las letras titulado Ballenas; por la maravillosa Memoria de Elba, que entronca con Tennyson; por Airas Padín, donde el himeneo entre mar y más allá roza la perfección; por El paseo de la viuda, donde océano y montaña, presente y pasado, memoria y porvenir, convergen; por El jardín después de la lluvia, con sus vidas paralelas no al estilo de Herodoto sino de Poe; o por la apasionada historia de la Vida infame de Tristán Fortesende…, Antón Castro demuestra ser más que un escritor al uso, un bardo de aquellos que deambulaban por la Galicia antigua pero también por Irlanda, Gales o por el país de los bretones; un marinero que ha acabado varado en la literatura; un druida oral que cuece sus historias en casas de piedra verdecida o en pallozas de techo ennegrecido por las pipas de los marinos; un autor que pertenece a la tradición de Cunqueiro, J. Conrad, S. T. Coleridge o H. Melville; un escritor de esos que gustan de acodarse en las tabernas portuarias para escuchar, contar o inventar historias mientras los ojos se le llenan de lágrimas y recuerdos; un cantor del azul y de la fatalidad, es decir, de los marinos y sus mujeres, siempre engañadas por el mar. Es por eso que apenas terminamos este libro, sabemos que hemos leído algo inolvidable.
Escribió Robert Louis Stevenson: “Que pongáis sobre mi tumba os pido estos versos: / Aquí yace donde quiso yacer; / de vuelta del mar está el marinero, / de vuelta del monte está el cazador.” Estos relatos recogen lo que pudo contar ese marinero, lo que pudo sentir la mujer que esperaba.
Antón Castro, Golpes de mar, Editorial Destino, Barcelona, 2006, 256 páginas.
*La foto es del estupendo fotógrafo José Antonio Melendo, y corresponde a la semana pasada durante la presentación en Cálamo de la novela "El corazón helado" de Almudena Grandes.
ROMÁN LEDO: ADIÓS CON UN LIBRO EL DÍA DEL LIBRO

José Antonio Román Ledo (Huesca, 1943) era hijo de funcionario de Correos, y la familia residió en la capital altoaragonesa hasta 1950. Vivió una infancia de niño enfermo de bronquitis crónica, y en esa época se dio un atracón de lecturas: prospectos farmacológicos, cajas de cerillas, hojas de galletas Artiach, con un personaje de cómic como Chiquilín, y los autores clásicos: Julio Verne y Emilio Salgari, pero también devoraba tebeos. Una de sus primeras bibliotecas fue la llamada “casita de Blancanieves”, en el parque, muy cerca de las pajaritas de Ramón Acín. Y tenía una abuela que le arrojaba cuentos clásicos en su cerebro como un sortilegio con personajes irrepetibles.
Esa experiencia le llevaba a decir: “Me encanta contar historias y que me las cuenten. Yo tuve una abuela que me contaba historias sin cesar. La tradición oral es eterna”. Reconoce como referencias a Cervantes, el maestro de cajas chinas, o de cuento dentro del cuento dentro del cuento, Julio Cortázar, Augusto Monterroso, el primer Cela, Valle-Inclán, Poe, Lovecraft, el “Mendoza más divertido” y Francisco de Quevedo. Lo más curioso es que un libro como “Repertorio de engaños” (Huerga & Fierro, 2003) se había desgajado de un proyecto totalizador de más de 600 páginas, “El Encyclopaedion”, que narra la historia de seis personajes que se refugian en una bodega vinícola en el Moncayo –del cual el narrador ha escrito una guía para Júcar en 1995-, ante la inminente amenaza de ataque nuclear, y se entretienen contando historias, un total de 120 cuentos. Quizá por ello, Román Ledo (autor del volumen “La serpiente multicolor” (IFC, 1999), declare “letraherido que no escribe libros sensatos”. José Antonio Román Ledo fue biógrafo de Julio Alejandro de Castro, al que conoció al pie del Moncayo, entre Bulbuente y Veruela. Allí conversó con él horas y horas, y le entregó un bellísimo texto para un libro que aún no había escrito. Román Ledo lo colocó en su libro.
José Antonio Román era técnico cultural de la Diputación de Zaragoza. Hace dos años, se le descubrió un tumor de estómago. El 23 de abril, Día de Aragón, Día del Libro, a las ocho de la mañana, el autor de “Yogur griego” (Certeza, 2007; el libro que inaugura un nuevo diseño de la colección Cantela que dirige Javier Aguirre), cerraba los ojos para siempre. El pasado miércoles, Javier me traía un ejemplar y descubrí que me había dedicado el último capítulo de esa especie de “Decamerón” personal, breve y antojadizo donde habla de todo lo que le interesa: la vida y la literatura, la literatura que era su forma de ser libre en la vida.
*La foto es de José Miguel Marco, fotógrafo de "Heraldo".
HOY, A MEDIANOCHE, BORRADORES

Esta noche, a las 0.00, en Borradores actuará el grupo aragonés Pecker, con el cual conversaremos de su disco “2 y las nadadoras”. Acuden al plató José Ramón Marcuello, que publica un libro sobre Mequinenza, “Siempre Mequinenza”, y otro sobre el Ebro, y la profesora Carmen Carramiñana y el escritor Gonzalo Moure. Carramiñana y Mercedes Caballud (que al final no podrá acudir) han sido premiadas por su difusión de la Lectura y coordinadoras de un ambicioso proyecto de Difusión de la Lectura que se celebra del 26 al 28 en Ballobar (Huesca). Y ofrecemos entrevistas grabadas con Juan Manuel de Prada, autor de "El séptimo velo" (Seix Barral), con el que ha ganado el premio Biblioteca Breve; Enrique Joven, autor de "El castillo de las estrellas" (Roca Editorial), un novelista aragonés que se dedica a la astrofísica en Santa Cruz de Tenerife; con Luis Antonio de Villena, que inauguró el ciclo “I Semana de la Poesía Última”, que coordinó Manuel Vilas, y con David Trueba y Luis Alegre, que recrean a su manera algunas de las respuestas de “La silla de Fernando”, la película-conversación que acaba de estrenarse en el cine Palafox. Oiremos las recomendaciones de Antígona y el poeta que recita hoy es Lorenzo Oliván, premio Loewe.
*David Trueba y Ariadna Gil, codirector y productora de "La silla de Fernando".
Borradores. Aragón Televisión. Emisión: 0.00 horas. Producción: CHIP: Productor ejecutivo: Gaizka Urresti. Redacción: Ana Catalá Roca. Ayudante de realización: Yolanda Liesa. Realización: Teresa Lázaro.
PEPE CERDÁ: SIEMPRE NOS QUEDARÁ UN PARAÍSO*

EL PRINCIPIO Y EL FIN DE UN VIAJE
Asocio a Pepe Cerdá con los viajes. La última vez que lo llamé, hará tres o cuatro días, andaba exangüe, casi sin aliento, escalando montañas y cruzando valles en algún lugar de Francia. La última vez que lo vi, hace poco más de dos semanas, contaba uno de sus últimos viajes por Los Monegros junto a su inseparable José Luis Ona: ambos, expedicionarios en fuga, viajeros de lo interior y lo exterior, siempre están descubriendo caminos y encrucijadas. Pepe, con la cámara al hombro, mira el horizonte, contempla la floresta, absorbe el celaje y tira fotos. O, si le apetece, inicia una acuarela en su cuaderno de viaje, aunque quizá no deba decirse que sea Pepe Cerdá un pintor del natural. Es un observador de la naturaleza, un paseante, un ladrón de luces y de atmósferas. Interioriza lo que ve y luego, en la placidez de su estudio, mientras suena su cantante favorito (Joaquín Sabina, por ejemplo), le da salida. Inventa lo recuerda, pinta lo que aún tiembla en su cerebro con la excitación de las cosas del campo.
Algunos de los mejores viajes de mi vida los he hecho con Pepe Cerdá. Nunca podré olvidar uno de 1990 a Venecia: entonces, desdibujado por la leyenda del pintor de caballitos de feria, era Pepe un pintor esbelto y sigiloso, abrazado a una mujer hermosa, que hablaba lo justo y se movía a sus anchas en el arte conceptual y las veladuras. No tuve oportunidad de asistir a una de sus grandes virtudes: la del portentoso narrador oral. En realidad, parecía ensimismado en el fuego romántico de una pasión veneciana. Más tarde, una década después, haría otros viajes con él a Cantavieja y Albarracín siempre con motivos pictóricos de fondo.
El mejor viaje de todos fue el que hicimos a París con muchos amigos, entre ellos Carlos Gil de la Parra. Pasamos más de doce horas de conversación, a la ida y a la vuelta, en un ámbito ideal. Hablamos de todo, discutimos de arte, evocó sus años en París y en la Casa de Velázquez, reveló sus artistas preferidos. En aquel viaje, Pepe Cerdá me (nos) enseñó a amar a Joaquín Sorolla y a Giorgio Morandi y a Marín Bagüés, y a muchos de los artistas del siglo XIX español: Beruete, Pinazo, Pradilla, Moreno Carbonero, Fortuny, Ramón Casas. La lista sería inagotable, e incluía a muy pocos artistas abstractos. Aquella expedición entre amigos resultó excepcional: Pepe Cerdá se reveló como una enciclopedia del arte de vivir, como un muestrario inacabable de experiencias y de recuerdos inventados. Y, sobre todo, como un coleccionista de paisajes que había encontrado solaz e inspiración en un entorno muy concreto: Villamayor y alrededores, las veredas que van y vienen hacia Los Monegros, algunos lugares más o menos secretos y exuberantes de Los Pirineos. Sin embargo, a modo de refresco, el pintor que se había recluido en el sosiego de la aldea necesitaba salir, ir a las ferias de arte contemporáneo, recorrer kilómetros, pasear con su furgoneta por los puentes de París, a orillas del Sena. En aquel viaje a París, Pepe Cerdá lo recuperó todo: un pasado reciente que era una semilla de incitaciones que abonaba a cada instante el futuro que empieza en el aquí y ahora. Para Pepe Cerdá París era como su casa: contenía el plano más íntimo de sus emociones. Era una reserva de energías y de curiosidad: otra forma de renovarse en vida.
Aún hice otro viaje inolvidable con Pepe Cerdá a Monzón. Con él y con Ana Bendicho. Llevábamos la cámara de fotos, y Pepe se conmovía constantemente con los colores del paisaje. Le pedía a Ana que captase un tono especial, rosado o naranja, a la altura de los picos de Las Tres Sorores. Rogaba una toma, y dos, y tres, al pasar ante el castillo de Montearagón. Incluso se equivocó en una de las salidas quizá con premeditación: tuvo que rodear el perímetro de Huesca y pidió a sus acompañantes que siguiésemos disparando. Ahí, en esas tonalidades, con la luz tamizada y herida de oro agónico en la piedra de la catedral, había una espléndida acuarela. O un lienzo de grandes proporciones. O la espiral de un fulgor estremecido.
El pintor Pepe Cerdá ha cambiado mucho. Desde hace una década o así dejó de ser un pintor conceptual para ser un pintor pintor, un clásico moderno que reivindica la emoción inmediata, la untuosidad, el mono manchado y en desorden, una forma perenne de belleza y de diálogo con lo inmediato. Con lo que ha vivido. Con lo fotográfico. Con la memoria exacta del mundo que percibe. El viraje de Pepe se inició en “Los últimos modernos”, se prolongó en las series “Pintura de Historia”, se consolidó en aquellos retratos de amigos, figurativos y de acento expresionista, que presentó en la Casa de Velázquez. Y en los últimos tiempos, ha encontrado un registro en el que se halla cómodo. La pintura de paisajes. La interpretación de la naturaleza más cercana. El traslado al lienzo o al papel de esas noches cargadas de misterio y de luces entrevistas en las que sale de paseo o vuelve a casa en su coche, alucinado de alcohol y de insomnio como Vincent Van Gogh.
Esta exposición de Pepe Cerdá tiene algo de síntesis de algunas experiencias recientes y de casi todos sus viajes, que son el viaje, la travesía hacia uno mismo, la odisea con amigos. Aquí están los ecos de los apuntes del natural que expuso en Benasque, las acuarelas con texto que exhibió en el palacio de Montemuzo, su viaje por el camino de Santiago con un bloc bajo el brazo. Y, sobre todo, la gran exposición que presentó en la sala Luzán de la CAI, basada en la urdimbre de su territorio de artista, que tiene su epicentro físico en Villamayor. En su libro “Pintor, pinta y calla” (Zaragoza, 2006), afirma que “el gesto de enviar al mundo un mensaje en una botella, como el náufrago, era sólo posible desde un sitio como Villamayor. En donde el tiempo pasa más lentamente, en donde se siente en la carne”. Aquí está Pepe en todas sus dimensiones: el pintor del fogonazo y de los pequeños formatos, el pintor de despliegue en grandes lienzos, el hombre que dialoga con la materia y con la intuición, el artista incesante que sólo piensa en movimiento, con un brochazo, con la inspiración inagotable del amanuense. El paisajista. El residente en la tierra, bajo la herida luminosa y cárdena de la noche. El sembrador de estrellas. El pintor que se atreve con la ciudad y sus semáforos. Él, sin complejo alguno, “refleja el tormento de ser de aquí y pintar aquí”. Más que el tormento en sí mismo, frase que aplicó a su idolatrado Marín Bagüés, la obra de Pepe Cerdá refleja el amor a la pintura de quien se reconoce pintor por encima de todo. Un pintor feliz que tiene los ojos entre los campos y los surcos de Villamayor y las luces de Zaragoza. Por eso dice: “Cuando anochece, Zaragoza refulge al fondo, en lo hondo, y sirve como la estrella polar a los marinos, como guía para volver a casa”.
Cada cuadro de Pepe Cerdá es un regreso a casa. El principio y el fin de un viaje.
*Pepe Cerdá inaugura exposición en la sala de Carlos Gil de la Parra la semana que viene. Éste es uno de los textos que acompañarán el catálogo. Uno nocturno de Pepe en la zona de Juslibol.
SOLEDAD ARAGÓN Y EL MISTERIO DE LOS OLIVOS

LA MORADA Y EL ESCALOFRÍO:
VISIONES DE SOLEDAD ARAGÓN
1
Ha llegado a mis manos el último libro Tomás Segovia (Valencia, 1927), Llegar (Pre-Textos, 2007), y he descubierto algunos versos que parecen pensados para Soledad Aragón. Escribe: “Más allá y más arriba de la espesa arboleda // Se abre un enorme espacio transparente”. Y agrega, a modo de conclusión, que “este gran palacio aéreo // Cuyo suelo habitamos // Está todo él tejido de llamadas”. Soledad Aragón percibió desde muy niña una llamada: como si oyese la música de las esferas, solía cobijarse en el interior de un olivo grande, copioso de espesura, y miraba a través de él: veía pasar las nubes, los pájaros, permanecía allí, algo alejada de sus padres que vareaban las olivas, en una guarida, recogida y enroscada en un centro íntimo, como si fuera la centinela de sus propias sensaciones. O como si atendiese a lo que veía fuera, allá arriba, en el enorme espacio transparente de las nubes viajeras, y al temblor de emoción y pálpito inefable que experimentaba dentro de ella. Miraba fuera para hallar dentro; se estremecía dentro para vislumbrar los secretos del exterior. Hay algo más muy sugestivo en esta imagen: el olivo mismo, que es un árbol tejido de misterio, de resistencia indómita, un árbol de adentro que resiste el furor de los vendavales y encarna una idea de paz.
Soledad Aragón trabaja en una casa con vistas. Su estudio está lleno de dibujos, de proyectos, de fotografías que evocan las promesas de la piel, la danza del cuerpo. Hay una ventana que le permite ver los campos, los suaves montes; desde ella, intenta distinguir la invisible melena del viento, la espalda de la luz de cualquier hora. Un día reapareció en su cabeza aquella imagen del pasado. Se sintió inerme, incapaz de oponer resistencia a un recuerdo tan poderoso. Y creyó que debía entregarse de nuevo a la naturaleza y al refugio del olivo. Empezó a caminar, a pasear, a reconocer las huellas de sus propios pasos. Cada día era una aventura distinta: se internaba entre los árboles, oía la melodía del aire, hundía más o menos los pies sobre la grama. Resucitaba la incansable perfección de la memoria. Unos días captaba lo que veía con la cámara fotográfica digital; otros días se dejaba llevar por el cierzo enfurecido como si fuese un fauno improvisado. En ese momento, casi le era imposible mantenerse en lo alto de una colina. Vio los almendros en flor, la fronda de los olivos y el tránsito de las nubes por el mar nítido del cielo. Y fue entonces cuando concibió definitivamente la instalación “Mi reino, un olivo”, que era un fragmento, la página de un libro mayor que se titula Las arquitecturas oníricas. La forjó en su cabeza, la trasvasó a su piel incendiada de sensaciones y buscó otro milagro del paisaje. El soplo de la libertad. Con la cámara de vídeo se colocó en el interior del olivo y miró al cielo. Como cuando era niña, y se alejaba de los padres y del rumor de las varas, para evitar cualquier signo de dispersión. Realizó grabaciones durante dos meses. Intuía que tarde o temprano debería producirse ese instante decisivo, ese lapso en que se fijan todas las mudanzas: hay una paulatina transformación de luces y de texturas celestes, un cambio de agitación del viento entre las ramas, las nubes van y vienen y se atropellan como aves peregrinas, un ritmo de pentagrama no escrito. Y en un mediodía de diciembre Soledad Aragón pensó que ese momento era especial, irrepetible, y lo fijó en su cámara.
2
Cruzamos el primer umbral y rebasamos la cortina negra. Es como si entrásemos en el cine. La instalación consiste en una gran caja blanca por fuera y completamente negra por dentro, una estructura de madera en cuyo techo, a guisa de claraboya, vemos una grabación: las hojas del olivo se bambolean con el viento y arriba percibimos la mansedumbre de las nubes que pasan, su nitidez lejana, el aleteo fugaz, como una centella, de un pájaro. Hay que fijarse bien porque su vuelo es todo un sinvivir o la caligrafía del vértigo. ¿Habrá pasado el pájaro, lo habré soñado, no sería una mota incómoda en el objetivo? El pájaro atraviesa el aire, pero antes tenemos mucho que mirar, mucho que oír, mucho que sentir. Todo está en íntima conexión: las ramas del olivo son zarandeadas una y otra vez, se agitan, tiemblan como seres vivos. Las luces cambian, suavemente, y modifican el cielo. Las nubes se fingen inmensas aves de nata o de espuma. Hay un ritmo, un sosiego, una espera. El espectador, como antes Soledad Aragón, percibe una sensación especial: está en un refugio, lejos del mundo y cerca del cielo, desarrolla una espiral del yo. Parece estar constreñido en ese espacio, en esa suerte de mortaja que es la caja negra, una tumba de contemplación y de meditación en vida, y a la vez percibe el vuelo de libertad allá arriba. Ahí sitúa Soledad Aragón una paradoja y un deseo: el ser humano se mueve entre los límites, la acotación de su propio habitáculo vital y emotivo (la casa, un centro de intimidad, una vivienda), y la necesidad de libertad, de transformarse en el aire desordenado y libre de afuera que peina los olivos. Esta primera estancia es una morada y es un reencuentro con nuestras emociones, una conciencia del cuerpo, una aproximación al temor: temor al encierro y temor al propio albedrío.
3
La segunda estancia exige vencer otro umbral. Como Alicia. Exige abrir otra puerta. Y al hacerlo descubrimos un nuevo territorio: un camino hacia alguna parte, un camino polvoriento y sembrado de cantos rodados, piedras diminutas, de otras huellas. Es un nuevo itinerario que ofrece todas las posibilidades y acaso un espejismo: el sendero continúa bajo un cielo aplacado, contra un horizonte en expansión. Un horizonte de fugas y extravío que impone la marcha, el silencio, el candor, la entrega, la conciencia del explorador. El caminante, el espectador que lleva un nuevo ritmo y otra música de aire en el alma, halla una salida de sí mismo y una entrada a la intemperie. Leo otro verso de Tomás Segovia, que podría haber dictado Soledad Aragón mientras desarrollaba esta obra: “No es que hable yo dentro de mí // Es que la vida y yo con ella en su intemperie // Hablamos fuera”.
Soledad Aragón manufactura el escalofrío.
*Este es un texto para un montaje de la artista navarra, que visita asiduamente Zaragoza, Soledad Aragón. La foto es de Aoi Tsutsumi.
CON MARÍA ROSARIO DE PARADA, EN EL CORTE INGLÉS

María Rosario de Parada (Zaragoza, 1921) es una de las pioneras del periodismo en Zaragoza. Licenciada en Ciencias de la Información, vivió varios años en la Argentina, donde conoció a una mujer especial, de origen italiano, Erminda Borgheti, que fue su colaboradora en un tiempo en que ella se esforzaba en sacar adelante a sus hijos con la máquina de tricotar y el esfuerzo indesmayable de Hernán Palacio, su marido, aquel hombre bueno que se parecía a Don Quijote y que aprendió los oficios de la encuadernación.
María Rosario de Parada, con dificultades de visión, es una mujer indómita, un monumento dulce a la vitalidad y al entusiasmo. Ha sido siempre una mujer con increíble clase, bella, hacendosa, con una fuerza de voluntad casi sobrehumana. Ha publicado varios libros: una historia del Canfranc y una especie de guía histórica de Santa Cruz de la Serós, donde tiene su paraíso y una casa llena de recuerdos que mira hacia San Juan de la Peña. Allí sitúa su novela de amor y desamor, “Entre dos fuegos” (Certeza, 1995). También es autora de unas “Conversaciones con Pedro Laín Entralgo” (1994) y de varios libros de viajes por Bulgaria e Israel, e incluso, creo recordar, de una historia de los gitanos.
Esta tarde, a las 19.30, María Rosario de Palacio presentará la nueva edición de “Erminda Borgheti”, que tiene algo de novela de su vida en Argentina. El poeta Gerardo Alquézar ha cuidado la edición con un cariño inusual, como si fuera suya. A mí me ha corresponderá el honor de glosar esta novela que habla de amor y desamor, de la política argentina, de Eva Perón, de la complicidad entre las mujeres, y de una última quimera: a veces, cuando todo parece perdido, puede ocurrir que aparezca un joven marino y te ofrezca toda la luz y toda la sal de la vida. Aunque eso tal vez sea sólo un sueño.
"Erminda Borgheti". María Rosario de Parada. Presentación esta tarde, a las 19.30 horas en El Corte Inglés. La acompaña Antón Castro. Esta espectacular foto es de Eva Duarte, que aparece en la novela.
MITO Y RESURRECCIÓN DE GERDA TARO

Fernando Olmeda es un periodista muy activo. Es autor de “El látigo y la pluma”, una historia de los agobios y persecuciones que sufrieron los homosexuales durante el franquismo, y acaba de debutar como novelista con “Contraseñas íntimas”. Y hace algo menos de dos meses aparecía otro libro suyo, muy trabajado, que glosa la personalidad, los trabajos y los días, y el mito de Gerta Pohorylle, la hija de Heinrich, un modesto vendedor de huevos, y Gisela, dos judíos alejados de todo “fervor nacionalista”. Quizá ese nombre no diga mucho, pero en cuanto se añade Gerda Taro ya parece estar todo dicho. Sí, es ella, es la niña nacida en Sttutgart en 1910, que vivió en Leipzig y Berlín, que se trasladó a París y que formó una sociedad de artistas y artesanos de la fotografía y una pareja de amantes convulsos con André o Endre Friedmann, Robert Capa. Gerda Taro fue una de las grandes reporteras de la Guerra Civil española, y acaso podemos decir que fue de las más fugaces: llegó en agosto de 1936 y murió, aplastada por una tanqueta de varias toneladas de peso, en Brunete el 26 de julio de 1937. Esos casi doce meses marcan su esplendor y abonan su leyenda, aunque hubo un periodo anterior en que forjó su personalidad indómita, su gusto por la vida y la aventura, su pasión por los hombres.
Fernando Olmeda escribe algo más que la biografía de Gerda Taro. Realiza una aproximación que tiene otros flujos de información y de interés, y en algunos casos de obsesión, como puede ser el caso de Constancia de la Mora, de la que echa mano muy a menudo Olmeda, con razones de peso. Presenta el ambiente familiar, el temor de aquellos judíos al nuevo orden nazi y la evolución de un joven con carácter, que ya en 1925 parecía decir: “Tengo planes de futuro”. La fotografía no formaba parte de sus inclinaciones iniciales: prefería usar bonita ropa, aparentar que era más alto de lo que era y disfrutar de sus primeras conquistas, como Pieter Bote. Vivió y estudió en Lausana, donde descubrió la belleza de la prosa de Herman Hesse, y prefería ser retratada de nadadora que fotografiar ella. En aquellos días, que aún no serían tan desapacibles y tortuosos, emulaba a algunas divas del cine mudo, cuando empezaba a sobresalir la joven Greta Gustafson. Olmeda explica la importancia que va adquiriendo la fotografía, los artesanos empiezan a darse cuenta de su condición esencial para “documentar los grandes acontecimientos de la historia”. Recuerda el autor al aparición de la Leica I, ligera y rápida, en 1925 en Leipzig, la Ermanox, de 1924, y la Rollei Flex, de 1929. En ese año, entra en acción aquel joven húngaro Endre que arrojaba piedras a “los fascistas en Budapest”, y entran en juego otros personajes con Moholy-Nagy o Kati Horna, otra reportera de guerra de origen húngaro que estuvo en España, en Teruel, en la plaza del Torico, en Huesca. Endre o André Friedmann, huyendo de la represión, se marchó a Berlín y allí tomó decidido contacto con la fotografía al trabajar, entre otros, con el gran Felix H. Man. Más tarde, viendo las orejas de lobo del nazismo, partió a París, donde se encontraría con aquella joven rubia y menuda, una gran seductora, experimentada en las lides del amor, y comprometida con los sufren.
Entonces París era ya una fiesta. Un fiesta, una orgía, una revuelta de amor y desamor. Man Ray se convertía en un gran fotógrafo y un artista de la experimentación que había perdido la cabeza por la bellísima Lee Miller; Picasso acababa de descubrir a la poderosa Dora Maar; Martha Gelhorn, futura esposa de Hemingway, ya lucía galones en el periodismo. Y ya empezaban a publicar sus primeras obras fotógrafos como Henri Cartier-Bresson. André Friedmann cambió en nombre y pasó a llamarse Robert Capa y Gerta pasó a ser Gerda Taro, que tendría la lucidez suficiente para inventar a un fotógrafo norteamericano, de gran personalidad, al que colocaba en el disparadero del éxito. Capa fue una invención de Gerda Taro, la que urdió la estrategia de reclamo con aquel presunto éxito en Estados Unidos, se entiende. Y luego ambos, juntos y por separado, conquistarían la gloria en la Guerra Civil española. Olmeda recuerda que Gerda Taro estuvo cinco veces en España, tres con Capa y dos sola. Y más bien sola (no insiste Olmeda en algunas veleidades amorosas y sexuales de Gerda, en las que abundan otros autores) murió. Con Capa estuvo en el Frente de Aragón, en Huesca, en Tardienta, en Leciñena; por cierto, por allí coincidió con la pintora y escultora de 32 años, Felicia Browne. Hubo más aventuras: Olmeda habla de su relación con España, de sus contactos con María Teresa León y Alberti, de su sentido de la responsabilidad, de sus fotos eclipsadas por las de Capa, habla de su infausto final. Alguna vez, anticipó que la muerte iba a su encuentro.
La importancia de España y de Aragón es fundamental, sobre todo en el segundo capítulo. El volumen es ameno e incluye un interesante y extenso tercer capítulo sobre “Periodismo de guerra en la era digital” que empieza de este modo: “Gerda Taro está viva”. Un modo muy prometedor y bastante real, en el fondo. Gerda Taro empezó a vivir después de la muerte.
Gerda Taro. Fernando Olmeda. Debate. Barcelona, 2007.
ALMUDENA GRANDES: ACTA DE UNA ENTREVISTA EN ZARAGOZA

Uno nunca sabe cuándo empieza la historia de una vocación. La de Almudena Grandes (Madrid, 1960) tal vez se remonte a finales de los años 60 y a una versión abreviada de Homero que le regaló su abuelo durante su primera comunión. Luego, se hizo escritora bajo la sombra de Benito Pérez Galdós, al que reivindica sin parar (“algún día escribiré mis ‘Episodios Nacionales”, dice), Marcel Proust, Jane Austen, “Mujercitas” (de este libro sentimental extrajo uno de sus credos: “Escribe de lo que conoces”) o de novelas que siempre recomienda como “Bella del Señor” de Albert Cohen. Libro a libro, Almudena Grandes se ha convertido en una narradora poderosa, casi apabullante, con un mundo propio que aspira “a ser coherente”. Declara una y otra que le encantan los folletones decimonónicos, las grandes historias de amor, la ambientación meticulosa, esos personajes complejos y trabajados en su psicología. Se siente ante todo “una contadora de historias”, alguien que posee auténtica pasión por el lenguaje, por las palabras y sus matices, por la vida, de ahí que diga que “tengo una inclinación espontánea al desparrame. Y eso lo he percibido más que nunca en ‘El corazón helado’. Tenía tantas cosas que contar, había tantas historias y personajes que si no me hubiera contenido, si no me hubiera sujetado, me habrían salido más de 3.000 páginas. Eso sí que me preocupaba durante la escritura. Habrían sido demasiadas páginas”.
Almudena Grandes mira al editor de Tusquets, Juan Cerezo, y sonríe como ella lo hace: derramándose, con picardía y vitalidad, con esa carcajada y sonora que lo invade todo. Las más de 900 páginas de “El corazón helado” (Tusquets) seducen a miles de lectores. Revela: “El corazón helado’ me ha llevado más de cuatro años de trabajo. Estuve documentándome durante año y medio. Leí libros de casi todo: de la Guerra Civil, de la II República, de la División Azul, y no sólo a los historiadores y especialistas que cito, sino muchas memorias y autobiografía que se publicaban en pequeños ayuntamientos, también aragoneses, porque ahí veía historias humanas maravillosas y emocionantes, y eso es algo que me interesa mucho. Y luego empleé dos años y medio más en la escritura. Eso sí, cuando me pongo a escribir ya sé cómo va a ser todo. Conozco todas las escenas, todos los personajes, como si fuese un plano de arquitectura. La estructura es muy importante en mis libros, y aquí era compleja por muchas razones”.
Almudena Grandes es reflexiva y torrencial a la vez. Vive tanto sus libros, habla tanto de ellos, que parece tenerlos muy claros. Se asoma a sus ficciones como quien se inclina sobre un río diáfano y se refleja con nitidez en todos sus rasgos y pliegues, con las subtramas más íntimas de la invención. “Yo no quería hacer una novela histórica, aunque la historia de España sea muy importante aquí. Ésta es una novela sobre la memoria sentimental de España, una novela del presente cuyos personajes, para resolver y acotar mejor el momento en que viven, indagan en el pasado –subraya-. Entiendo que es una novela sobre la memoria, no es una novela política y mucho menos un panfleto. Lo tengo muy claro. No es por tanto una novela de la Guerra Civil española, o de la II República, o del exilio, o de las peripecias de la División Azul. Todo está ahí, forma parte de la vida de los personajes, pero yo creo que mi novela es sobre todo una historia de amor que se desarrolla en 2005”. Los dos personajes centrales, Álvaro y Raquel, indagan en los secretos de familia, desempolvan recuerdos, álbumes, fotos viejas, que es algo que me resulta muy atractivo. Álvaro, el protagonista, pregunta, “necesita saber quién era su padre, y esa necesidad de saber es uno de los elementos novelescos fundamentales del libro”. También la escritora investigó en algunos secretos de su propia familia: la historia de su abuelo materno, capitán de Ingeniería, que se sumó a los golpistas del 18 de julio. “Una vez concluida la guerra, lo mandaron a Regiones Devastadas. Y estuvo allí un tiempo, pero un día, sin que se supiera la razón, dimitió de su cargo, abandonó el ejército y se marchó a trabajar a la empresa privada. Yo siempre he pensado que no pudo superar la corrupción que vio, la indecencia. Mi abuelo ha inspirado la creación del personaje Eugenio Sánchez Delgado”.
Recuerda la autora que otro tema fundamental de su novela es algo que denunció José Ortega y Gasset cuando volvió a España: “La indecencia generalizada. La corrupción”. Almudena Grandes explica que ella no quería volver al tema de preguntarse quiénes eran los buenos y los malos. “Me molesta que algunos escritores contemporáneos se acerquen a la Guerra Civil con la mentalidad de hoy. Quieren aplicar la visión contemporánea de lo políticamente correcto y crean personajes que no se daban en la época, y acaben concluyendo que ‘todos fuimos culpables de la Guerra Civil’. Yo tengo clarísimo quiénes eran los ‘malos’. España era un país soberano, democrático, con las reglas claras y explícitas, un país que creía en la justicia, en la libertad, en la igualdad y en el progreso. Y contra eso se levantaron cuatro generales. Ahí están los malos. Y a mí me interesa contar cómo eran”, señala. Recalca que hay destellos de la violencia que se vivió, “de sobras conocida y contada, por eso no he querido ensañarme. No podemos olvidarnos que no existe ningún país que, en tiempos de paz, tuviese una represión física tan brutal como la del franquismo. Eso es algo que no se dio con tanta contundencia en la Alemania de Hitler en tiempos de paz. Y eso está en el libro, que es un libro de ficción, claro está, inventado por mí, pero muchas de las cosas que se cuentan ocurrieron de veras: el entierro de gente viva en Canarias, la historia de la madre de Rosana Torres, cuya madre, embarazada de cuatro meses -con dos hermanos fusilados, su marido condenado a muerte y sus padres en la cárcel- fue a su casa de Valencia, de la que se había adueñado el hombre que había denunciado a sus padres. Le pidió su propia máquina de coser para ganarse la vida. Le dijo que no. Pidió que le dejase llevarse su sopa, y le contestó que no. Pidió que le permitiese llevarse su ropa interior, ‘porque mis bragas no os las vais a poner, ¿verdad?’. Y volvió a decirle que no. Éste es un libro sobre nuestro patrimonio común”.
A Almudena Grandes le gusta decir que cree mucho en la “trayectoria de autor. Más que escribir una novela histórica ahora, luego una policíaca, más tarde otra de otro tipo, que se puede hacer, claro está, a mí me preocupa que cada novela explique o justifique la anterior y a la vez sugiera o avance la sucesiva –matiza-. ‘El corazón helado’ está implícito en otros libros míos más o menos testimoniales, especialmente en ‘Los aires difíciles’, que narra la historia de una niña que nace en 1947 y que crece en los año 50 y 60”. Todas sus novelas nacen de una imagen, “que busco, que persigo. En cuanto la tengo, empiezo a escribir”. En abril de 2002, un día de cielo azul y eléctrico, Almudena Grandes fue al cementerio de Las Rozas al entierro del padre del escritor Benjamín Prado. Vio, desde una leve distancia, dos estampas: la de los familiares del escritor, que combatían el frío, y la de los serranos que iban de manga corta. Las mujeres parecían haberse puesto una chaqueta sobre la bata. Y de repente, vio como una joven vestida de blanco, con botas, aparecía entre la gente. No habló con nadie y se fue. “Aquella imagen me puso en marcha. Era algo muy literario. Empecé a pensar quién podía ser, imaginé que hablaba con el hijo del muerto y que conocía al muerto. Así ya tenía el triángulo de personajes principales. Y entonces, recordé también algo que me había contado mi amiga Laura García Lorca, sobrina del poeta y nieta de su padre Federico, que se marchó al exilio. Don Federico pidió a un amigo que se hiciera cargo de sus tierras, y lo estafaron. Le dejaron sin nada. Y eso me dio otra idea clave. El muerto de ficción era Julio Carrión, un hombre que había combatido en los dos bandos y en la División Azul, y que acabó convirtiéndose en rico tras traicionar a un amigo, en un auténtico hombre de negocios con una gran fortuna, tras traicionar a un amigo”. Ese amigo era Ignacio Fernández, el abuelo de la joven Raquel Fernández, la muchacha de blanco que cruzó el cementerio como una aparición, y está casado con Anita, nacida en Teruel. La relación entre Julio Carrión e Ignacio Fernández es fundamental en el libro: ambos encarnan a las dos Españas, dos formas de vida, son antagonistas. Julio es un seductor sin escrúpulos, un superviviente taimado, e Ignacio representa al “héroe a la fuerza, al héroe a su pesar”. Fueron amigos, pero uno de ellos traiciona al otro. “Éste es un libro de traiciones: la traición de Julio hacia Ignacio es determinante. Pero aquí hubo muchas traiciones: hubo traición a un sistema democrático legal, hubo traición a los combatientes antifascistas, que fueron traicionados por los aliados, posteriormente por los norteamericanos, por la propia España en la Transición democrática. Era lógico que, ante tantas adversidades, se preguntasen si no era España un país maldito”.
En la novela hay varios personajes aragoneses: la citada abuela Anita, esposa de Ignacio Fernández, “que nació en Teruel y que es el personaje al que todo le sale bien. Es de un pueblo, que no quiere recordar, de la sierra de Albarracín. Y también está un compañero, Ansó, que huye con Ignacio del campo de Albatera. Y otro personaje que me gusta mucho es una madrina de guerra de Zaragoza. Me encantan las madrinas de guerra. Son criaturas muy literarias. Y hay por ahí algún otro aragonés de Zaragoza”. También asegura que el libro reconoce la labor de los exiliados, cómo conservaron la idea de España y como fueron capaces de transmitirnos su cultura, sus creaciones. “A mí me gusta mucho Galdós, claro. Pero es evidente que aquí está la huella de Max Aub, de Paulino Massip o de las ‘Crónicas del alba’ de Sender, en la elección de tono memorialístico, en el repaso a toda una época convulsa de España”.
EN RECUERDO DE MIGUEL ASENSIO*

HOMENAJE DE LOS PERIODISTAS ARAGONESES
AL FALLECIDO MIGUEL ASENSIO
En la clausura de las I Jornadas de Periodismo Local que se celebran hoy en Zaragoza, organizadas por la Asociación de la Prensa de Aragón, se reconocerá “su calidad profesional y su labor pionera en el ámbito de la información local”
La Asociación de la Prensa de Aragón ha organizado hoy sábado un homenaje al periodista zaragozano Miguel Asensio Guajardo, que falleció en 2005 a los 38 años de edad. El acto tendrá lugar en la clausura de las I Jornadas de Periodismo Local, organizadas por la APA con el patrocinio de la Diputación Provincial de Zaragoza e Ibercaja, y que se celebran en la Ciudad Escolar Pignatelli de Zaragoza. Los periodistas aragoneses entregarán una placa a Teresa Casedas, viuda de Miguel Asensio, “en reconocimiento a su calidad profesional y a su labor pionera en el ámbito de la información local”. Miguel Asensio desarrolló la mayor parte de su labor profesional en Heraldo de Aragón (1988-99), donde logró que los asuntos comarcales tuvieran un hueco en las primeras planas con destacadas exclusivas. Supo contar y hacer atractivo el día a día de los municipios y comarcas y siguió y avanzó todas las claves del proceso comarcalizador de la Comunidad. En 1999 pasó a ocupar la dirección del Gabinete de Comunicación de la Diputación de Zaragoza, donde demostró también su perfecto conocimiento del municipalismo y de los pueblos de la provincia. Durante su último año y medio de vida se volcó en las publicaciones e impulsó la revista institucional El Cuarto Espacio. Miguel luchó asimismo por sacar del olvido la memoria de la II República y de la Guerra Civil en Aragón, y fruto de ello es su libro “Lloviendo piedras. Crónica de la II República y de la represión fascista en Calatorao” escrito junto al historiador Manuel Ballarín. Fundó en la comarca de Valdejalón la revista “La replaceta” y sacó a la luz joyas olvidadas de Alhama de Aragón, localidad natal de su madre, como los “Apuntes geográficos e históricos sobre Alhama de Aragón”, escritos por su bisabuelo, Amalio Ramón Guajardo, en 1924. Logró, a través de mil cartas, llamadas y gestiones, que el presidente del Gobierno y los grupos parlamentarios del Congreso atendieran las demandas de un grupo de viudas de toda España, a las que una injusta normativa había dejado sin pensión. Son ejemplos de su labor periodística y humana, que tras su prematuro fallecimiento ha sido reconocida también por otras asociaciones como L’ Albada de La Almunia de Doña Godina y la Asociación para la Recuperación de los Castillos de Aragón. Con el homenaje a Miguel Asensio concluirán las I Jornadas de Periodismo Local, en las que participan más de cuarenta profesionales de la comunicación aragoneses. Este foro nace con una vocación de permanencia a través no sólo de sucesivas convocatorias sino también sirviéndose de las nuevas tecnologías, que facilitarán un contacto permanente entre los periodistas que desarrollan su labor en muy diversos puntos del medio rural aragonés.
"El Periodismo local en Aragón", "Cómo poner en valor la información local" y "Pasado y futuro del Periodismo local. Claves para su promoción" son los títulos de las mesas redondas que constituyen el esqueleto de estas jornadas. Además, tres destacados periodistas de Cataluña, Galicia y Euskadi expondrán sus respectivas experiencias, que servirán para contrastar los diferentes modelos de Periodismo local. Por último, se leerán las conclusiones de las Jornadas y se presentará el Foro de Debate Permanente.
*Esta información la ha elaborado y la remite su gran amigo, el excelente periodista Santiago Martín. En la foto, Miguel Asensio es el primero por la derecha. Lo acompañan José Luis Trasobares, Miguel Gargallo y un joven historiador que no conozco ahora.
BORRADORES DEL PRIMERO DE MAYO

BORRADORES DEL 1º DE MAYO
Plató: Vinos Chueca y María Esther Ciudad
Entrevistas: José Luis García Sánchez, Tristán y Diego Ulloa, y Roger Wolf.
Reportajes: La cerámica de Jean Cocteau, “Tierras de frontera”...
Borradores, que se emite a las 0.00 del martes uno de mayo, cuenta con la presencia del grupo Vinos Chueca, que interpreta dos temas: "Vinos Chueca", su himno de vida y vicio, y "Trece Rosas", en homenaje a las jóvenes ejecutadas en Madrid. Dos de sus componentes, Fernando Bastos y Pepe Vázquez, explican la trayectoria del grupo de Casetas. Además, recibimos en el plato a la organista María Esther Ciudad, que acaba de publicar el álbum "Maestros organistas de Zaragoza". Entre otros temas, conversamos con el cineasta José Luis García Sánchez, que inicia el rodaje de los esperpentos de Valle-Inclán, y con los hermanos David y Tristán Ulloa, que acaban de estrenar la película “Pudor”. Dialogamos con el poeta y narrador Roger Wolfe, invitado en El Festín de Babel, y visitamos la exposición "Tierras de Frontera" en Teruel y Albarracín. También visitamos la exposición de Jean Cocteau del que se expone su cerámica en Muel, datada entre 1957 y 1963. Recomienda libros infantiles y juveniles la librería oscense Menuto Rincón de Huesca y Pablo García Casado recita uno de sus poemas.
Borradores. Martes, a las 0.00. Aragón Televisión. Redacción: Ana Catalá Roca y Carlota Muñoz. Ayudante de realización: Yolanda Liesa. Realización: Teresa Lázaro. Productor ejecutivo: Gaizka Urresti.
*Los hermanos Tristán y Diego Ulloa con el equipo de "Pudor". Atrás, Elvirá Mínguez, Nancho Novo, Joaquín Climent y otros.
NUEVO FRAGMENTO DE "POR ESCRIBIR SUS NOMBRES"*

Cuando compartimos con alguien un viaje largo en coche parece que todo fuera una invitación a la confidencia, una ocasión para hablar despacio de asuntos que normalmente no abordamos en nuestras conversaciones. Quizá suponemos que es un paréntesis que nos permite ser, de algún modo, otros o tal vez creemos que hay cosas que empiezan con él, que se quedarán para siempre en los kilómetros que hemos recorrido, entre las curvas y el asfalto. Quizá porque el otro no nos mira o por el efecto hipnótico de la carretera, un viaje en coche es una invitación a hablar demoradamente de temas que acarician la intimidad cuando no penetran de lleno en ella.
Una tarde le dije a Irene que pensaba visitar a Palmira Plá en Benicàssim porque necesitaba conocer su opinión sobre el relato que yo escribía y, sobre todo, porque quería oírle pronunciar el nombre de Paco Ponzán.
- Iré contigo. Quiero ver el mar en diciembre -me dijo.
Irene es así. No me preguntó si podía acompañarme o si me gustaría que lo hiciera. Se limitó a anunciarme que ella también vendría. Sin más.
El trayecto Huesca-Benicàssim era lo suficientemente largo como para poder decir lo que aún no habíamos dicho y para caer en la cuenta de que nos rodeaban algunos silencios que, tal vez, ninguno de los dos queríamos realmente romper. Este viaje era la promesa de compartir, durante horas, el mismo paisaje. Antes de salir de Huesca, parecía que el viaje no terminaría nunca y tenía el atractivo de lo que está por estrenar, de los besos que aún no hemos dado, de los amores por inaugurar. A veces, me parece, que cada abrazo, cada caricia anuncian, a su manera, el final y la separación. Es algo parecido a la sensación que experimento cuando paso las páginas de un libro que me cautiva porque me hace gozar o sufrir. Mientras leo, cada página me acerca al final de la historia. Yo quería que el viaje que iba a hacer con Irene durara siempre, como quisiera leer y leer algunos libros sin que terminaran nunca. Sé que es imposible, pero nadie se debería conformar simplemente con lo que parece posible.
Me gusta conducir. Me relaja conducir sin prisa. Aquella tarde, desde la orilla de la carretera, disfrutamos de la esbeltez de las torres mudéjares y de los campos pardos donde las cepas, en hileras, se levantan como muñones retorcidos. Nuestra vista se perdía en enormes extensiones de tierra recién sembrada de trigo. La tierra preñada de esperanza. Y la vida. La vida intuida de esos pueblos que atravesamos sin detenernos, rompiendo su quietud por un instante, donde la gente vive sus días ajena a mis preocupaciones y mis problemas.
Hasta que llegamos a Alcañiz, llovía. Llovía una lluvia breve, como atenuada, una lluvia tan fina y tan ligera que parecía suspendida en el aire. Llovía como otras veces. La lluvia siempre me parece antigua y me trae el recuerdo de otros días, el recuerdo de personas que ya no verán más llover. Llovía como lloverá cuando tampoco yo pueda ver cómo llueve.
Los limpiaparabrisas del coche parecían marcar el ritmo de nuestra conversación o de nuestros silencios. Aunque a Irene le inquieta, me gusta estar junto a ella sin decir nada. Callados, como si no tuviéramos necesidad de hablar, como si nos bastara con querer estar juntos, sin darnos explicaciones, sin más razón que acompañarnos.
Cuando Irene me hablaba de su pasado, yo tenía una sensación extraña. Me daba pudor asomarme a su vida, saber lo que ella había hecho antes de que yo la conociera. Creía que no era de mi incumbencia. Además yo no quería hablar del mío. Por eso procuraba cambiar de tema.
Decidimos dormir en Vinaroz. La ciudad presentaba un aspecto inusual. Había estado varias veces en verano cuando el turismo provoca que todo parezca falso, que todo sea tan poco creíble como un gigantesco decorado de cartón piedra. Sobre este fondo artificial, transcurre la falsa vida de los turistas, abren sus puertas los negocios de temporada, se instalan las tiendas de objetos de veraneo y como si de un mecano de tratara, se montan los restaurantes y las terrazas que después se guardan en el trastero de las vacaciones programadas. En diciembre todo –el paisaje, la gente y hasta el mismo mar- me parecía más auténtico.
Después de cenar, los dos quisimos dar un paseo cerca de la playa para respirar el aire marino y para sentir el acompasado latido del mar que parece mecer a quienes saben escuchar, a quienes pueden fundirse con su eterno vaivén. Entonces, el mar está dispuesto a compartir sus secretos.
Aquella noche, una inmensa luna se bañaba sin sumergirse en el agua. El cielo parecía un infinito manto de terciopelo en el que alguien hubiera desparramado, caprichosamente, centenares de estrellas. La noche se nos ofrecía suave y tierna.
- Hay algo en el mar –le dije- que me trae el recuerdo de otro tiempo. ¿No te parece que es como estar cerca de las civilizaciones que llegaron hasta este miserable país por este mar? Aquellos hombres traían su miedo y su esperanza. Querían encontrar la tierra prometida, un lugar mejor del que hablan todas las leyendas del mundo. Y para conseguir este sueño tenían que aventurarse al mar, desafiando la cólera de los dioses, pagando muchas veces con sus vidas aquella osadía. Dicen que por este mar llegaron cartagineses, fenicios, romanos y árabes para dejarnos su sabiduría milenaria. A veces creo que dejaron lo peor de sí mismos y se marcharon.
Cuando terminé de hablar me di cuenta de que Irene no me escuchaba desde hacía rato.
- Abrázame -me dijo.
Bajo aquella luna y cerca del mar, Irene parecía otra mujer. Es cierto que a mí, cada día, me parecía una mujer distinta. Como si se hiciera permanentemente nueva. Pero, además, allí, lejos de nuestro espacio cotidiano, ella tenía algo especial que aún no alcanzo a explicar.
La miré y sus ojos me devolvieron, embellecida por los tonos azulados de su mirada, la luz que la luna depositaba en ellos. Caminamos hasta el hotel en silencio, bordeando el mar, ese mar tan lejano para nosotros, ese mar que sólo intuimos al final de nuestro horizonte…
Somos esclavos de nuestras costumbres y yo suelo madrugar. Por eso, cuando me desperté era aún muy temprano. Sólo la tenue luz que entraba por la ventana me permitía elaborar una imagen parcial e incierta de aquella habitación desconocida. Durante un segundo no supe dónde me encontraba. Estuve extraviado, sin saber con certeza ni quién era ni dónde estaba. Todavía experimento esta sensación al despertar en la habitación de mi casa en Huesca. Un momento de sobresalto, un segundo en el que no sé quién soy, ni de dónde he venido. Un instante en el que no reconozco mi cama ni mi propio cuerpo. Sólo un segundo.
Ella estaba conmigo. Aún dormía. La oía respirar. Me abrumaba el privilegio de compartir con ella el aire. En el fondo, también me asustaba que a veces me mirara.
Mientras dormía, pude contemplar su abandonada belleza. Su pelo se enredaba en su cara y uno de sus pechos asomaba por encima de la sábana. Recordé el sabor de su boca en mi boca y la ternura de sus caricias. Recordé cómo me miraba, con los ojos aún llenos de luna, mientras la abrazaba.
Comprobé que mis manos conservaban vivo el olor a ella, el olor de su perfume que tantas veces me traía por sorpresa su presencia, cuando estando ya solo en mi casa me quitaba el abrigo o me cambiaba de camisa. Cuando estaba con ella aquel olor me conmovía hasta el punto de provocar repentinamente mi silencio. Entonces ella me preguntaba:
- ¿En qué piensas?
Y yo mentía:
- En nada, no pienso en nada.
Cómo podía explicarle que llevaba su perfume en el alma, que aquel olor me entraba directamente al corazón, que estallaba en mi cerebro y me traía el recuerdo de sus manos crispadas en mi espalda, de su aliento en mi pecho o de las palabras que susurraba…
Miré de cerca su piel como para desvelar la composición de su esencia. Descubrí miles de poros y diminutos surcos que dibujaban, como si de un código oculto y encriptado se tratara, interminables formas geométricas. Intenté reconstruir el laberinto de sus pecas imaginando los caminos imposibles que podía seguir para intentar, en vano, conocerla.
Hubiera querido detener el tiempo para no terminar de mirarla nunca. Por eso no quise acercarme, no quise rozarla siquiera. A unos centímetros de su cuerpo me estremecía el calor que a ella le daba vida, el calor de su sangre caliente que yo sentía sin tocarla.
Todo era extraordinario. Dos personas tan distintas como nosotros, libres y que no se necesitaban la una a la otra habían decidido amarse aquella noche, compartir el aire y las caricias y despertarse, entregados y abandonados el uno al otro, en la misma cama. Mientras, el mundo parecía seguir su curso.
La vida sería igual mañana. Y distinta, al mismo tiempo.
Había amanecido y yo miraba su cuerpo como si me despidiera de un paisaje en el que sólo se puede estar de paso. La miraba como si fuera cada vez la última vez. Su cuerpo desnudo era una despedida o un quizá.
Irene abrió los ojos un instante y volvió a cerrarlos. Sonrió y buscó debajo de las sábanas con sus piernas mis piernas.
- Hola -me dijo.
Se acercó y me ofreció sus labios.
- Bésame, que ya es mañana.
*El jueves, 31 de mayo, en la Biblioteca de Aragón se presentará la novela "Por escribir sus nombres" (Prames) de Víctor Juan Borroy. Intervendrán en el acto José Luis Melero, Antón Castro y el autor.La foto es de Cee, en la Costa de la Muerte, y pertenece al archivo de "La Voz de Galicia".
LOS EXCELSOS PIES DE JAVIER HERNÁNDEZ, por LUIS ALEGRE

Estos últimos días, uno de los temas estrella de las tertulias del bar ha sido uno de los nuestros. Se trata de Javier Hernández y los forofos lo leemos con devoción en estas páginas de As. Canal + le ha dedicado un reportaje y José Ramón de la Morena, en presencia de Alfredo Relaño, le entrevistó, atónito, en El larguero. Los lectores de As que lo conocen por la foto de su cara quizá ignoren algo: Javier escribe con los pies. Pero no en un sentido figurado. Realmente, Javier, cuando escribe, utiliza sus pies. No conocemos otro caso similar en la historia del periodismo, al menos español. La explicación es relativamente sencilla: Javier nació sin brazos. Como lo oyen. Cuando alguien nace sin brazos tiene dos opciones: resignarse a ser un inválido y quedarse tumbado en la cama o, como en el caso de Javier, echarle coraje, plantarle cara a la vida y hacer lo imposible para que la fatalidad no te robe la posibilidad de cumplir tus sueños. Javier soñaba con ser periodista y no sólo lo ha conseguido sino que, a sus 27 años, se ha consolidado como uno de los mejores. Esa y no otra, como insinuó Relaño, fue la razón por la que Pedro Luis Ferrer quiso tenerlo en este periódico. “No somos una ONG. Javier está aquí porque es muy bueno”, explicó Mario Ornat en el Canal +. Es muy posible que los pies de Javier sean de los más prodigiosos del planeta: son pies, pero también son manos. Unas manos delicadas y elegantes, como la propia literatura de su asombroso dueño.
[*Luis Alegre publica hoy un espléndido artículo sobre Javier Hernández, el gran periodista deportivo de As, en la página 4. Hace algún tiempo coincidí con él en Heraldo y siempre me pareció un hombre admirable por su rigor, su curiosidad, la pasión por el deporte, su excelente prosa. Fiebre Maldini, el programa favorito de mis hijos, emitió el pasado lunes un extraordinario reportaje de Raúl, aquel jugador que hizo gloria en el Numancia, sobre Javier. Me conmovió (soy un gordito sentimental, tanto que a veces las lágrimas me nublan la vista) el cariño que le mostraba el portero César, y me conmovió Javier al completo, sus mensajes... Y el respeto de Movilla. He visto escenas de una increíble humanidad en Heraldo de Carlos Paño, de J. F. Losilla... Alguna vez le até las botas y me sentía la persona más útil del mundo. Javier es un tesoro. Y eso lo saben bien los futbolistas del Zaragoza, muchos compañeros que ha dejado en la redacción y, sobre todo, Mario Ornat y Pedro Luis Ferrer que lo disfrutan a diario y lo llaman, como recuerda Mario Ornat (de quien tomo la foto), "el gran Hernán".]
JORGE Y EL UTEBO CONCLUYEN LA LIGA

Jorge, 14 años, extremo izquierda del Utebo cadete, concluyó ayer la Liga regular. Su equipo, bajo un aguacero que parecía anticipar el fin del mundo, se enfrentaba al Olivar y los dos equipos pugnaban por la tercera plaza. Creo que era la tercera. Estaban separados por un punto. A las cuatro de la tarde, se desató una gran tormenta. El Utebo formó con Gato; Oscar, Joel, Marcos y Rafa; Sergio Guillén, Ángel y Luis; Alberto, Aarón y Jorge. Ambos equipos tuvieron que retirarse ante el tremendo vendaval que traía granizo durante unos diez minutos. El árbitro se atrevió a reanudar, y se vivió un choque épico. Jorge estuvo a punto de marcar, igual que Luis, ese émulo maravilloso de Romario, que hizo una jugada inverosímil, una versión de la “cuchara” con taconazo incluido.
La segunda parte continuó igual. Se jugaba de poder a poder contra las inclemencias de la tarde. El Utebo se desordenó por completo: jugaba en dos bloques, uno defensivo de cinco hombres, y otro ofensivo de otros cinco. Era uno de esos partidos donde todo puede suceder, un choque sin apenas transiciones, de nervio, de fuerza, con los combinados partidos. Apasionante. Jorge empezó a entrar en juego de nuevo; Luis mostraba su velocidad, su habilidad para el caracoleo; Ángel, un poco desubicado, transitaba de aquí para allá como un jabalí furioso. Alberto mantenía el buen tono de final de campaña. Sergio Guillén, el capitán, trabajaba a destajo. Empezó la rueda de cambios: Mario reemplazó a Marcos atrás; Miguel Aibar, hijo de aquel Miguel Aibar con el que trabajé hace 25 años en el bingo Napolitano, a Jorge, y Christian a Alberto. El entrenador Rafa Blasco ha sido inmisericorde con Jorge este año: no le ha dejado acabar ningún partido prácticamente. Pese a ello, le insiste en que se quede una temporada más. El campo de Utebo es estupendo, de césped artificial.
Pero eso no importaba ayer. El partido se volvió intenso, casi desesperado. Cuando moría la tarde y la Liga, Luis hizo una de las suyas. Atrapó un balón, avanzó con su velocidad habitual, penetró en el área, sorteó a sus rivales hasta tres veces y marcó un gol increíble. Bellísimo. Era casi el minuto de la agonía. Es el mejor delantero que he visto este año. Si alguien le corrigiese algunos defectos, muy pocos, triunfaría. Es un calco maravilloso de Romario. Poco después, el árbitro pitó el final. Hubo júbilo, ruido atronador y aplausos. El balance de temporada de Jorge no ha sido malo. Ha tenido instantes buenos, muy buenos incluso, como el equipo, que ha pasado por un bache central: fue líder, entró en crisis, y se ha recuperado un poco, pero a muchísimos puntos de los dos primeros. De haberse ajustado un poco más el elenco, de haberse creído que podía ser campeón, no habría estado muy lejos de la victoria. O mucho más cerca del Montecarlo. Seguro.
Y ahora empieza la Copa. El partido de Diego, en juveniles, se suspendió.
*La foto es del extremo izquierda del Manchester, Giggs, al que admira Jorge.
LISA: UN POEMA DE DESGARRADO AMOR DE ROBERTO BOLAÑO

LISA
Cuando Lisa me dijo que había hecho el amor
Con otro, en la vida cabina telefónica de aquel
Almacén de la Tepeyac, creí que el mundo
Se acababa para mí. Un tipo alto y flaco y
Con el pelo largo y una verga larga que no esperó
Más de una cita para penetrarla hasta el fondo.
No es algo serio, dijo ella, pero es
La mejor manera de sacarte de mi vida.
Parménides García Saldaña tenía el pelo largo y hubiera
Podido ser el amante de Lisa, pero algunos
Años después supe que había muerto en una clínica psiquiátrica
O que se había suicidado. Lisa ya no quería
Acostarse más con perdedores. A veces sueño
Con ella y la veo feliz y fría en un México
Diseñado por Lovecraft. Escuchamos música
(Canned Heat, uno de los grupos preferidos
De Parménides García Saldaña) y luego hicimos
El amor tres veces. La primera se vino dentro de mí,
La segunda se vino en mi boca y la tercera, apenas un hilo
De agua, un corto hilo de pescar, entre mis pechos. Y todo
En dos horas, dijo Lisa. Las dos peores horas de mi vida,
Dije desde el otro lado del teléfono.
*Hace unos días le decía a Julio José Ordovás, converso bolañista y letraherido de Heroísmo y alrededores, que a mí no me llegaba la narrativa de Roberto Bolaño, hecha la salvedad de algunos cuentos. Pero en cambio, lo leo con sumo placer en su poesía tan narrativa. En “La Universidad Desconocida” he encontrado muchos poemas que me interesan. El manuscrito es de 1993, y el escritor se mira a sí mismo “Escribiendo poesía en el país de los imbéciles // Escribiendo con mi hijo en las rodillas”. La foto es de Flor Garduño.
TRES POEMAS DE LA AUSENCIA*

El lamento de un hombre preso
hay que buscarlo más allá de la luz,
y, aun así, dudo de que alguien lo pudiera hallar.
Pedro Betancourt
TELURIA
Sentir un país abandonado
y huérfanos de la tierra sus objetos.
Zócalos y cenefas vítreas
por los cauces de mis viejas venas de enebro,
pendientes de las cuerdas
del pétreo recuerdo,
sobre mis sueños dolientes
y doloridos encajes.
Día a día: ¡Teluria...!
Tierra de infinitos relieves
e inevitables zarzales blandos.
Bosque sensorial de amplio estado
en ambas direcciones girando,
como un disco sin rastro.
Ardid apaisado de arabescos
y estremecedores endriagos.
Jordi Fernández Tordera
SOY UN «ROLLING STONE»
Soy un «Rolling Stone».
Voy por la vida dando tumbos;
no me puedo parar
o se me pegaría el musgo.
Soy un nómada sin rumbo;
me importa todo un comino.
Cualquier dirección es buena;
nunca elijo el camino.
Soy de las estrellas un vagabundo,
un cometa errante y vacilón,
un anarquista del espacio
que, surcando el cosmos infinito,
gira y gira sin ningún fin.
Y es que, si me paro, me apago.
Cuando nací aquel día maldito,
alcé mi vuelo empujado por el viento,
me alejé de este desolado planeta
buscando una quimera;
y sigo a ciegas dando vueltas
y haciendo eses, a la aventura, al albur.
Y, aunque sé que es una locura,
prefiero seguir rodando
sin que acabe esta borrachera.
José Martín Rufete
[El próximo día 11 de mayo, a las 11 horas, en la prisión de Daroca, se presentará el libro "Poemas de la ausencia", que acaba de publicar Manuel Martínez Forega en Lola Editorial (Colección Berna). Es una antología de tres poetas: Pedro Betancourt (Las Palmas, 1960) y residente en La Gomera; Jordi Fernández Tordera (Alicante, 1963), músico y poeta fascinado por Giaccomo Leopardi, y José Martín Rufete, que dice: "Mi poesía es salvaje; se planta y rebela contra las tendencias dominantes...". La fotografía es de Michel Sandre]
RUTH ORKIN: UNA FOTO DE ITALIA

Ruth Orkin retrató, entre otros, a Leonard Bernstein y Robert Capa. Una vez, José María Conget me mandó esta foto desde Sevilla. Encuentro la postal con un texto muy afectuoso y la cuelgo aquí. Se titula "Norteamaricana en Italia", está datada en 1951 y se publicó al año siguiente en la revista "Cosmopolitan".
Cuelgo aquí un fragmento del post de Marta Navarro y sus amigas: "Preciosa foto. Pero qué alivio salir de esa calle para entrar en otra más solitaria".
XAVIER MISERACHS: VIA LAIETANA, 62

Uno de los grandes fotógrafos catalenes de posguerra es Xavier Miserachs -y hay que colocarlo de inmediato al llado de Centelles, Ricard Terré, Catalá Roca, Joan Colom, Eugeni Forcano, Colita, Kim Manresa, Kim Castells, Leopoldo Pomès, Oriol Maspons...-, y una de sus fotos más conocidas es ésta "Via Laietana 62", que realizó en su ciudad, en Barcelona, en los años 60. Barcelona, como Roma, también tenía aquí algo de peligro para caminantes.
LASTANOSA, LA PASIÓN DE SABER

Huesca ha dado personajes sorprendentes. Uno de los más extraordinarios es Vincencio Juan de Lastanosa (1607-1781). Aquel hombre de rostro encendido con fuego y cerezas encarna a un sabio del Barroco, a un coleccionista europeo de inagotable curiosidad, capaz de acumular maravillas, de importar para su ciudad los artefactos de la ciencia como sus dos anteojos (periscopios), y de alimentar a un círculo de eruditos que hablaban de lo divino, lo humano y lo utópico. En esa sociedad secreta de diletantes figuraban Baltasar Gracián (del que fue mecenas; el escritor le devolvió el favor y lo convirtió en el Salastano de sus textos), la abadesa Ana Abarca de Bolea, el latinista y poeta Salinas, los cronistas Uztarroz y Dormer, el extraordinario pintor Jusepe Martínez...
Lastanosa apenas salió de Huesca ni acudió a la Universidad (de la fue rector su hermano Juan Orencio), pero intercambió una correspondencia apasionante y libros con personajes como el clérigo de Toulouse Francisco Filhol, el conde de Guimerá, otro partidario de la pasión de saber, o el jesuita alemán Athanasius Kircher. Un hombre, tan poco dado a los heroísmos públicos, acudió a combatir al francés y estuvo a punto de morir durante una terrible peste. Su mujer Catalina Gastón murió, sobrecogida de espantos, tras su décimo tercer parto; él le rindió un conmovedor homenaje que tenía algo de arrebato de mala conciencia. El suyo fue un matrimonio de conveniencia, acordado entre su madre y su padrastro, progenitor a su vez de su joven esposa, y acabó de la manera posible una vez que se consolidó el amor.
Lastanosa poseyó riquezas de diversa condición: cuadros de Ribera y Caravaggio, algunos miles de libros, 10.000 monedas, una inusual colección de mapas, y unos jardines con una especie de laberinto con refugio y velador en el centro, y un embarcadero. No era exactamente un laberinto donde uno puede perderse, pero para alcanzar el solaz ideal había que deambular por un montón de senderos que se bifurcan. Su mundo se presenta en las salas de la Diputación y en el palacio de Villahermosa, en Huesca. Carmen Morte y Carlos Garcés son los padrinos de un proyecto deslumbrante y rico en prodigios, como ese interminable cuerno de unicornio. O un maravilloso bodegón con flores que firmó Juan de Arellano y que pertenece a la colección de Félix Palacios. Si van a Huesca y no ven la doble exposición de Lastanosa no han visto cosa.